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19

El hombre de cabellera azabache estacionó su auto frente a la mansión que en el pasado fue su hogar.

Entró en aquella casa como solía hacerlo siempre, a pasó rápido, sin prestarle mucha atención a su alrededor. En la mañana había recibido una llamada de su madre exigiéndole que se reuniera con ella alegando que debía decirle algo importante y que ya no podía esperar más.

Y ya sabía perfectamente que era eso tan importante que su madre tenía que decir, y ya se esperaba todo el discurso que su progenitora le iba a lanzar.

Lo que no se esperaba era encontrarse con cierta pelinegra en la sala de estar.

—¿Qué mierda haces tú aquí? —preguntó el azabache parándose en seco en el umbral de la entrada.

—Hola a ti también Jungkook... ¿Por qué preguntas? Ya te lo dije, cuando quiero algo puedo ser muy persuasiva —la joven que permanecía sentada sobre los muebles, se puso de pie y avanzó un par de pasos en dirección al mayor—. Y justo ahora, tú eres ese algo —sonrió sarcástica.

—¿Quién te crees que eres? —preguntó Jungkook entre dientes, caminó hasta ella y la sujetó bruscamente del brazo—. Estás persiguiendo el objetivo equivocado Hani, no lo volveré a repetir, búscate a otro imbécil que se haga cargo de tus putos errores... A mí, déjame en paz.

—Eso no va a poder ser... fíjate que estoy esperando a TÚ hijo y no pienso hacerme cargo de él yo sola... ¡Y suéltame que me lastimas! —la pelinegra se liberó del agarre del azabache—. Ya no podrás librarte de mi.

—¿Acaso estás loca? ¿No has entendido tu lugar? Sólo fuiste una puta más de mi lista, no pretendas ser algo más y créeme que un embarazo no te será de ayuda.

Jungkook soltó aquellas palabras con frialdad. La sonrisa de la pelinegra poco a poco fue desapareciendo de su rostro para ser reemplazada por una expresión enfadada y un tanto herida.

Levantó su mano, con intenciones de abofetear al azabache pero éste le sujetó la muñeca deteniendo el golpe que iba dirigido a su rostro.

—Hablo en serio, Hani, sal de mi camino...

—Yo también hablo en serio, Jungkook —la chica intentó liberar su muñeca del brusco agarre del mayor, pero este sólo se hizo más fuerte—. Suéltame... duele... —habló ella con voz lastimera.

—No me conoces... no te conviene enfrentarte a mí —habló el azabache con voz profunda y calmada, pero aún así, tintada de ira.

—Tú tampoco... me conoces...

—Que bueno que ya estamos todos —una voz femenina resonó por el lugar. Jungkook soltó la muñeca de la chica, sin delicadeza alguna y retrocedió un paso.

La madre del azabache caminó con parsimonia hasta los dos restantes, con mirada dura e impasible. Su hijo le miraba de la misma forma. De tal palo tal astilla, dicen.

—Sé perfectamente para que me has llamado, y lo que tienes que decir —Jungkook fue el primero en hablar, sin dejarle tiempo a la mayor—. Y la respuesta es no.

—¿No? —soltó la mujer alzando las cejas—. No te he pedido respuesta alguna, Jungkook, te harás responsable de tus actos y no es una opción, no estoy pidiendo tu permiso.

La mujer con la frente en alto le miraba retadora, con aquella aura de autoridad que tanto le caracterizaba, pero el hijo no se quedaba atrás, pues de ella había aprendido. Le miró de la misma forma y con voz calmada dijo:

—Me importa una mierda si pides mi opinión o no, no voy a dejarme enredar por esta zorra —señaló a Hani—. Mi... respuesta... es ... No.

—¡¿Cómo puedes hablar así?! —intervino Hani—. ¡Estoy esperando un hijo tuyo! No puedes pretender huir de esta forma.

—Hablo así porque te conozco, ese niño que dices estar esperando no es mío y tu lo sabes perfectamente, no es mi culpa que ni siquiera sepas andar de puta y cometas la estupidez en embarazarte.

Un golpe seco se escuchó fuerte y claro.

Está vez fue la palma de la mayor que impactó fuertemente contra el rostro de su hijo, el gran anillo que llevaba la mujer rozó la piel del azabache, donde segundos después apareció un delgado hilillo de sangre.

—No tienes derecho a hablarme así... —dijo Hani mientras un par de lágrimas bajaban por sus mejillas.

Jungkook le ignoró y concentró su mirada en su progenitora, tocó su mejilla la cual ardía, rió amargamente, sin humor viendo el pequeño rastro de sangre que manchó su dedo.

—Debería darte vergüenza... —habló la mujer acercándose a la chica y abrazándola por los hombros—. No permitiré que mi primer nieto nazca en una situación como esta, tendrás que hacerte responsable, Jungkook.

—Hagan lo que les de su maldita gana... —el azabache se dió la vuelta y se dispuso a caminar hacia el umbral.

—¡Jungkook, no he terminado de hablar! —le gritó la mayor pero fue ignorada.

—Jung... ¡Jungkook! —Hani salió detrás de él a paso rápido, le alcanzó en los escalones de la entrada. Intentó sujetarle del brazo pero el azabache no se lo permitió.

—¿Qué maldita parte de déjame en paz no entiendes? —soltó el azabache con brusquedad.

—No te saldrás con la tuya...

—Escucha Hani, yo pens... —Jungkook se vió interrumpido por el sonido de su celular, lo sacó de su bolsillo y en cuanto leyó el nombre del contacto en la pantalla, como por arte de magia su expresión se suavizó, lo cual no pasó desapercibido para la pelinegra.

—¿Qué pasa Taehyung? —respondió el azabache, con un tono de voz totalmente diferente al que tenía sólo segundos atrás—. Si... está bien.... entonces te veré esta noche de todas formas... No importa, como quiera iré... ok —colgó.

Hani le arrebató el móvil y observó la pantalla frunciendo el ceño al leer el nombre del contacto, dulzura. Jungkook le quitó el móvil de vuelta.

—¡¿Quién es?! —preguntó la pelinegra histérica—. Debe ser tu nueva puta... ¡¿Es eso verdad?! —Jungkook rió.

—Taehyung jamás ha sido ni será una puta... —su rostro volvió a tornarse serio—. Que ni se te pase por la mente compararlo contigo... las zorras como tú no tienen tal derecho.

—Te arrepentirás de tus palabras...

—Te lo diré sólo una vez... No pensaba darte ni la más mínima oportunidad, pero lo haré, escúchame bien, cuando el embarazo esté lo suficientemente avanzado quiero una prueba de ADN... pero sólo hasta entonces... mientras tanto deja de joderme la vida.

El azabache terminó de bajar los escalones rápidamente y se metió a su auto, ignorando los gritos de la pelinegra. Lo puso en marcha y salió del terreno de aquella mansión.

Se sentía hervir del enfado y aún debía volver a la empresa para una reunión, la cual sabía se extendería por los menos dos horas, pero en ese justo momento sólo tenía ganas de mandar todo a la mierda.

Se observó un segundo por el retrovisor. Su mejilla estaba hinchada y roja, los dedos y parte de la palma de su madre habían quedado perfectamente marcados en su piel.

Aquella vista sólo hizo que el sentimiento de ira se hiciera más grande. 

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