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32

El jefe se encontraba sentado dentro de su despacho, con mapas sobre el escritorio y algunos libros viejos. Esperaba pacientemente la llegada de Astrid, mientras eso sucedía pensaba en algunas formas de capturar a la bestia.

—¿Estás seguro de que esto es buena idea? —preguntó Bocón, parado junto a él—. Algunos dicen, yo no, que esto podría acabar matándonos —susurró, temiendo que alguien pudiera escucharlo.

—Tú viste cómo la furia reaccionó cuando Elsa la llamó. Ella es la clave para que esto funcione. Es nuestra única oportunidad de destruir a los dragones desde adentro —respondió Estoico en un gruñido, con las manos entrelazadas siendo el soporte de su mentón.

—¿Y qué pasará con Hiccup? Él realmente está enamorado de Elsa, esto va a lastimarlo —rápidamente el jefe chasqueó la lengua, disgustado.

—No nos quedará más remedio que encerrarlo antes de poner en marcha nuestro plan.

Pronto su conversación se vio interrumpida por la llegada de Astrid y sus compañeros.

—Buenas noches —dijo ella, con la mirada sobre el piso. 

—Adelante, pasen todos y tomen asientos —Estoico se puso de pie, extendiendo su brazo como una invitación a sentarse.

—Bocón me dijo que sabías cómo atrapar al dragón, ¿es eso cierto? —finalmente la rubia levantó la mirada. 

No era necesario ser muy observador para darse cuenta de que algo no estaba bien con Astrid; su mirada carecía de valentía y también de enojo. Se sentía vacía, incierta, titubeante. Además, lucía más desgastada de lo habitual.

—Diría que sí —los presentes alzaron la ceja, incrédulos—. Sólo que la pieza maestra no está de nuestro lado.

—¿Eh? ¿Pieza maestra? —repitió Harald, rascándose la nuca.

—¿De quién estamos hablando? —inquirió la ojiazul.

—Elsa Arendelle —la oficina se enfrascó en un ambiente tenso e insólito.

—Definitivamente, ha perdido la razón —contestó la vikinga, sus compañeros dejaron escapar pequeños gritos de asombro.

—No le respondas así al jefe —chilló Harald, cubriéndose la boca para ser escuchado sólo por ella.

Lejos de enfadarse, Estoico rió divertido.

—Por eso los he convocado, quiero que me ayuden a idear un plan y atrapar a la furia luminosa. ¿Qué dicen? —volteó a verlos, aparentemente satisfecho con la situación.

Sin embargo, Astrid no estaba del todo convencida.

Después del incidente en la cueva, algo no rondaba bien dentro de su cabeza. Aun no podía borrar el recuerdo de ese momento en que el dragón (que respondía al nombre de Temperance) reaccionó cual pequeño borrego cuando se le alimentaba de leche. 

¿Era posible que una bestia desalmada pudiera establecer fuertes conexiones con otras especies? ¿Qué aseguraba a Elsa que esa criatura no la devoraría cuando se volviera loca? ¿Tenían mente propia? Y si es así, ¿también tienen sentimientos y emociones?

Si lo es, ¿entonces la pequeña cría de dragón que mató en su adolescencia sintió miedo cuando la vio? ¿Sintió dolor? 

Por escarbar en sus pensamientos, se había perdido la mayor parte de la plática (o el plan) para acabar con la furia.

—¿Puedo contar contigo, Astrid? —la pregunta la sacó de su ensimismamiento, y se encontró con el jefe de su tribu parado frente a ella, observándola de cerca.

Desvió la mirada a un lado, y asintió con lentitud.

—Perfecto, mañana mismo nos pondremos en marcha —el jefe salió del despacho acompañado del pequeño ejército que había formado, dejándola sola, agotada y desesperanzada.

¿Podría seguir las indicaciones de Estoico? ¿Estaba dispuesta a seguir así, luego de haber visto una faceta distinta de los dragones? ¿O tendría el valor de negarse y hacer algo al respecto?

[...]

—¿A dónde dijiste que íbamos? —preguntó Elsa, caminando al lado de su padre y entrelazando su brazo con el suyo para caminar juntos.

—La señorita Hellen nos invitó a su campo de hierbería. Dijo que me daría algunas flores para aliviar tus malestares —respondió Agdar, quien parecía contento de sentir la brisa invernal sobre su rostro.

—¿Y por qué llevamos esto? —volvió a preguntar, esta vez levantó la canasta que cargaba con la otra mano.

—Para mostrar agradecimiento, no me hagas más preguntas —dijo antes de que su hija pudiera decir otra cosa.

Elsa soltó una carcajada ante lo ocurrente que era su padre. Cuando pudo tranquilizar su respiración, susurró: —Este vestido es bonito.

La prenda constaba de dos piezas. La falda era de color lila, llegaba hasta sus tobillos sin arrastrarse por el suelo, con patrones decorativos cerca del dobladillo. La parte superior cubría los hombros y la clavícula, con forma de chaqueta y más patrones bordados en el torso y las mangas. Ambas partes se unían discretamente con un cinturón dorado que llevaba el sello de Arendelle como hebilla.

A veces un extraño sentimiento le hacía imaginarse su vida si hubiera sido princesa de Arendelle. Rodeada de lujos, personas, información, diplomacia. ¿Habría tenido hermanos? Imaginaba que sí, tener un enorme castillo pero sin alguien con quién compartirlo habría sido muy solitario. 

—Sí, era de tu madre. Se lo regalé para celebrar la primavera —respondió, recordando el pasado con una serena sonrisa.

La pequeña choza donde la curandera vivía estaba lejos de la aldea, escondido en el bosque, cerca de los acantilados. Había encontrado un espacio de tierra fértil en donde aprovechó a sembrar y cultivar hierbas medicinales. Techado y protegido de los gélidos vientos que solían azotar a la isla.

Agdar conocía bien el lugar. Cuando su esposa enfermó, fue allí donde la atendieron. Desafortunadamente, la cura para su enfermedad no podía ser encontrada allí, ya que era una planta endémica de Arendelle.muerte.

Ya se encontraban cerca de llegar, los pocos animales que resistían las bajas temperaturas cantaban sobre los árboles, sacudiendo las ramas y haciendo que las hojas cayeran sobre sus cabezas. Casi como una lluvia otoñal.

De un momento a otro, el bosque se sumió en absoluto silencio. Elsa se percató de esto.

—Algo está pasando —susurró ella, observando todo a su alrededor.

La mano que sostenía la canasta fue jalonada con fuerza hacia atrás, haciendo que tropezara con su vestido. A su vez, su padre fue derribado boca abajo, con alguien sobre su espalda ejerciendo presión en su columna para inmovilizarlo en el suelo.

—¡Papá! —gritó la rubia, queriendo ponerse de pie para ayudarlo. Pero quien la había jaloneado antes se lo impidió, envolviendo los brazos en la cintura de Elsa—. ¡No, suéltame! —pellizcó, rasguñó y pateó a quien fuera que estuviera detrás. 

—¡Deja de luchar, carajo! —gruñó Harald, viendo que no resistiría más los golpes que le estaban propinando.

—Llévenla al acantilado, nos están esperando los demás —ordenó Astrid, con su cabello amarrado en una coleta alta y sus hombreras de metal con picos sobresaliendo.

Y a lo lejos, pudo ver a la anciana curandera siendo acompañada por el jefe, que observaban toda la escena.

—¡Mi padre confiaba en ti! ¡¿Por qué le hiciste esto?! —vociferó Elsa, quien no dejaba de luchar contra su captor.

Dos personas más llegaron para sostener las extremidades inquietas de la chica.

—¡Papá! —gritó por última vez, su voz había hecho eco por todo el bosque. Tan desgarrador que taladraba en el pecho de quienes lo habían escuchado.

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