27
Astrid no podía dormir, daba vueltas sobre las mantas de su cama. Sobrepensando en todo lo que estaba ocurriendo, la parvada de sujetos deambulando por las noches, el huevo de dragón perdido y ahora, posibles navegantes buscando algo o a alguien.
"—Sí me es familiar, aunque no estoy seguro si deba decir nombres... —bajó la voz al final de la oración." Lo que había dicho Harald esa tarde regresó a su cabeza.
Un suspiro cansado brotó de sus labios. Tenía que encontrar la forma de resolver esas inquietudes.
No pasó mucho tiempo que se dio cuenta que el sol ya se asomaba en el horizonte. Con una hora de sueño, decidió que ya era hora de levantarse.
Salió de su casa y caminó directo a la academia, era el día en que debía entrenar a los nuevos para enfrentar batallas con dragones. Y para ser sinceros, no veía grandes cambios en ellos. Y no es que fueran malos, simplemente que la situación abrumaba de tal forma a la rubia, que a veces no tenía tiempo de siquiera fijar los entrenamientos y las actividades del día.
Bueno, no puedes quejarte de algo que está fallando por tu culpa, pensó.
—Buenos días a todos —saludó Astrid al cruzar el marco de madera, con sus herramientas guardadas en un morral que colgaba de su hombro.
Grande fue su sorpresa cuando no encontró a ninguno de sus estudiantes ahí. Sólo a Estoico alado de Bocón.
—Miren quién llegó —habló el hombre sin extremidades, rascándose la barba.
—Eh... ¿Dónde están mis muchachos? —preguntó desconcertada.
—Les pedí que se retiraran, necesitaba ocuparme de unos asuntos contigo —esta vez respondió el jefe.
—Claro, ¿sobre qué? —dejó su morral en el piso.
—Quiero que lideres un ejército.
La saliva se atoró en la garganta de Astrid, por lo que le dolió cuando intentó tragarlo.
Carraspeó un poco, aclarándose la voz:—¿Un ejército? ¿Por qué esa decisión tan brusca? ¿Algo malo sucedió? —instintivamente se acercó a Estoico.
—No aún, pero quiero que estemos preparados. Hoy intentaré hablar con Agdar sobre la tela que encontramos. Quiero ver si pertenece a su nación y averiguar quién pudo haber sido, si su familia o soldados reales del actual monarca.
—Eh... Está bien, iniciaré a reclutar personas. ¿Pero qué les diré cuando me pregunten la razón? La creación de un ejército significa guerra, y aún no conocemos al enemigo.
—Diles que es un nuevo protocolo. Quienes quieran participar, serán recompensados.
[...]
Ya solo faltaba poco para que el sol se escondiera y diera pie a la noche, y Estoico seguía sin poder reunirse con el padre de Elsa. Lo que enfurecía a Astrid de maneras abismales.
Con esta nueva responsabilidad, sentía que sus hombros no resistirían al peso de sus acciones. El futuro ahora estaba en sus manos, y ya no se sentía segura de salir victoriosa de esta situación. Toda su confianza se había esfumado hacía algún tiempo.
Estaba por bajar las escaleras, pero un fuerte mareo hizo que sus sentidos se paralizaran y tropezara con sus pies, cayendo sobre los escalones de madera. El sonido que hizo al estamparse contra el suelo alertó a su padre, que se encontraba cerca de ella.
—¡Astrid! —gritó cuando la vio inconsciente. La cargó y recostó en unos de los sofás de la sala—. ¡Ahora vuelvo, debo traer a la curandera!
Después de que la anciana la examinara, y determinara que ninguno de sus huesos se había zafado de su lugar, procedió a hablar con el padre.
—Con los ungüentos que le acabo de aplicar, sus golpes no dolerán demasiado, pero deben de estar alerta ante posibles hemorragias internas, en todo caso debe revisar su torso. Y el desmayo fue provocado por el estrés, no está comiendo bien y tampoco está durmiendo las horas que debería, si desea que la chica se recupere tiene que mejorar sus hábitos —ambos voltearon a ver a la joven, que se encontraba reposando en la cama de su habitación.
El hombre de cabello negro suspiró, frotándose la cara con una de sus manos.
—Se ha estado sobrepasando estos meses, ha escalado mucho de posición ante la tribu pero ahora se le han asignado tantas tareas que no puede acabar con ninguna. Creo que por eso no ha dormido —intentó explicar.
—Y lo entiendo, pero ahora su salud no sólo físico sino que mental dependen del descanso.
[...]
Los párpados dejaron de pesarle, por lo que ya podía abrir los ojos con facilidad. Su cuerpo estaba cubierto por una suave manta y su cabello estaba suelto.
La luz que salía de la ventana era suave, indicando que ya era tarde.
—¿Qué... pasó? —balbuceó, queriendo sentarse en la orilla de su cama. Pronto el dolor la hizo recordar.
Se quitó la manta e inspeccionó cada zona de su cuerpo, encontrándose con moretones y algunos raspones sobre su piel. Cuando los tocó, el dolor era casi inexistente aunque mantuvieran ese color que los caracterizaba.
—Esto... ¿Ya pasaron días? —antes de que pudiera ponerse de pie, llegó su padre con comida sobre varios platos.
—Hey, al fin despertaste. ¿Cómo te sientes? —colocó los platos en una pequeña mesa alado de la cama.
—¿Qué día es hoy?
—Dieciséis, ¿pudiste descansar?
¡¿Dos días estuve inconsciente?!
—Debo irme —quiso escapar de su habitación pero sus piernas fallaron en el instante en que recargó su peso en ellas. Afortunadamente, su padre logró sostenerla de un brazo.
—¿Qué diablos ocurre contigo? Debes cuidar de tu salud de ahora en adelante, no puedes desvivirte o vas a caer enferma —le gritó, regresándola a la cama.
—Necesito saberlo, necesito averiguar si son ellos... —volvió a intentarlo, esta vez enfureciendo a su padre, que la tomó de los hombros y la sacudió con fuerza.
—¡¿Qué parte de que debes descansar no has entendido?! —gruñó.
La rubia apretó la mandíbula con fuerza, tragándose el coraje que se estaba acumulando en su garganta.
Cuando el hombre se dio cuenta de lo brusco que había sido con la joven, ésta ya se había marchado de la habitación con sus zapatos y una hacha en sus manos.
—Odín, dame paciencia —murmuró el hombre, jalando de su cabello.
Astrid azotó la puerta al cerrarla, muy molesta con lo que acababa de pasar. Frente a ella, Brutilda venía caminando.
—Hasta que te dejas ver, en la mañana pasé a buscarte pero tu padre me dijo que esstabas durmiendo —habló la gemela, chocando los puños con ella.
—Sí bueno, me desmayé y tuve que dormir. Vamos al bosque, necesito aclarar mis ideas ya —antes de que pudiera obtener una respuesta de su amiga, caminó hacia el sendero.
Sin darse cuenta, la rubia volteó a ver a la casa donde residía Elsa, y un gruñido se escapó de su boca.
Cuando se encontraron lo suficientemente lejos de la civilización, Brutilda susurró: —¿Qué es lo que te molesta? Tu párpado no ha dejado de temblar desde que nos vimos —señaló, apuntando a su rostro.
—¿De qué hablas? Me encuentro perfectamente bien —dijo a secas.
—Ambas sabemos a qué me refiero.
—Hoy no quiero escucharte hablar de él, deja el tema en paz por favor —cortó de tajo la conversación. A Brutilda no le quedó de otra que encoger y hacerse la desentendida.
El canto de un pájaro resonó de entre los árboles.
—¿Y qué estamos buscando, exactamente? —articuló Brutilda, con los brazos cruzados.
La ojiazul no solía dar caminatas, por lo que supuso que se trataba de lo que la estaba molestando durante semanas.
—Cualquier indicio de que un dragón estuviese aquí —contestó Astrid, con su hacha apoyada en el hombro.
Lo sabía. Pensó la vikinga,
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