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Suave y duro.

Mía:

Cuando Meneredith llega no lo hace solo, Mili está colgada de su brazo derecho y del otro lado a pasos de distancia del jefe hay una mujer que me resulta conocida, pero no sé de dónde. Al entrar los ojos de ella se van directamente a mí, me ve de arriba a bajo, como si estuviera estudiándome y yo hago lo mismo.

Debe medir un metro sesenta, no más, es rellenita y admito que proyecta belleza y elegancia a la hora de caminar, su cabello rubio está atado en una coleta alta y mira hacia el frente con una arrogancia que te hace pensar que el mundo es suyo. Sus ojos están ocultos tras unas gafas negras y a diferencia de Mili, que carece de ropa la mayoría de las veces, esta mujer viste un traje de sastre rosa en combinación con unos tacones blancos y perlas adornando su cuello.

No sé quién es, pero definitivamente es todo lo contrario a mí o a Mili.

—Mía, ella es la doctora que se encargará de cuidarte— me informa Meneredith liberándose del brazo de Mili para acercarse a mí y tomándome por la cintura me besa. —Estás hermosa— admira viendo el vestido sencillo que elegí luego de quitarme la ropa deportiva. —Pero me gustarías más desnuda— me roba un beso rápido que hace arder mi piel y sin soltarme la cintura besa a Cae, mi amor cierra sus ojos y con él el beso es más delicado, pero igual de posesivo con sus manos rodeándolo de la misma forma que a mí.

—Hajam— alguien se aclara la garganta y aunque Meneredith no tiene intención de dejar de besar a mi amor, Cae es tan tímido que baja la mirada y se ruboriza.
—No soy solo tu doctora, Mía— me dice la mujer e intento soltarme de Meneredith para prestarle atención a ella, pero él no me deja. —Soy tu cuñada también.

La forma en que lo dice me toma por sorpresa, como si la idea no le agradara, pero por alguna razón lo presume.

Miro a Meneredith y luego a ella.

—¿Son hermanos? — pregunto y las manos de Meneredith se tensan sobre mí.

—No.

—Sí— dice ella a pesar de que el jefe lo niega. —El abuelo me adoptó hace tiempo— sonríe y me enseña el dedo anular en su mano izquierda, allí hay un anillo con una corona. —Es el símbolo de los Rey, todos mis hermanos tienen el suyo...bueno, no todos— mira a Meneredith y mis ojos van a los dedos del jefe.

Allí no hay dicho anillo.

—¿Será porque solo los truchos necesitan un reconocimiento? Yo soy pura sangre, Ester, yo soy un Rey de nacimiento— le dice y nos hace avanzar dejando a la mujer atrás. Mili nos sigue, miro a Cae preguntándole silenciosamente qué hace esa mujer aquí si Meneredith la detesta tanto, pero solo encoje los hombros y rechaza el brazo de Mili cuando ella trata de sostenerse de él al caminar.

Voy a matarla.

—¿Por qué Mili está aquí? — le pregunto a Meneredith, pero ella es la que contesta.

—Porque él ya lo sabe, sino fuera por mi confianza y mi lealtad ¿Cuándo se iría a enterar de que destrozaron dos de sus autos favoritos?

Cae y yo nos miramos, su cuerpo está tan tenso como el mío y por sus ojos y mirada perdida, sé que siente culpable.

—Lo siento, íbamos a decirte— se apresura a decir, pero el jefe no responde y liberándonos se dirige a la heladera, saca agua y se sirve en un vaso. Mili lo abraza y él se lo permite, ella recarga su cabeza en su espalda y él sigue sin hacer nada.

No me siento celosa, solo algo molesta.

—Voy a pagar por los arreglos— le prometo y se lleva el vaso a los labios, sus ojos azules tan profundos se encuentran con los míos y luego de largos segundos baja el vaso y nos dirije la palabra. —Vayan al segundo piso, desnúdence y esperenme— ordena y nos da la espalda entregando toda su atención a lo que hay dentro de la heladera.

Miro a Cae y él comienza a caminar, lo sigo y juntos subimos las escaleras. El jefe no dijo a qué parte del piso dos debemos ir, pero Cae me lleva a una habitación, la que no tiene baño y en cambio tiene un cuarto de tortura.

Me quedo parada junto a la cama y no sigo a Cae a ese cuarto. Él deja la puerta abierta y lo observo desnudarse, en ningún momento duda y cuando queda como vino al mundo regresa por mí y se arrodilla a mis pies comenzando a desatar los cordones de mis zapatillas.

—No voy a desnudarme— le aviso y doy un paso atrás.

—Mía, no nos hará daño, yo no dejaría que te lastime— me promete, pero miro la habitación a sus espaldas y sé que no hay forma de que yo entre allí.

—No— repito y me siento en la cama con los brazos cruzados y una mirada decidida. Apenas acepté tener sexo con ellos ¿Cómo se supone que haré para dejar que Meneredith me someta? No, definitivamente no estoy interesada en eso.

—Amor ¿No confías en mí? — Cae me acaricia la mejilla y yo cierro los ojos, no dejaré que su linda carita me convenza.

—Sí, pero no dejaré que Meneredith me meta en ese cuarto— le digo y me levanta de la cama. —¡Caetano, estoy hablanpo en serio! — me sacudo y me azota el trasero obligándome a abrir los ojos.

No es Cae, mi amor viene detrás nuestro.

—Yo ya te estoy metiendo en ese cuarto— se burla el jefe y azota por segunda vez mi trasero, un jadeo escapa de mis labios, finjo que fue de dolor, pero muy dentro de mí sé que me gusta. Igual que me ha gustado cuando él me azotó en este mismo pasillo a los primeros días al llegar. —Bienvenida a mi habitación de placer, Mía.

Creí que esa ya la conocía— el pensamiento surge y suelto a reír a carcajadas, culpa de eso recibo otro azote de sus manos.

—Calla— me ordena y me baja sobre un pequeño banco, acomoda mis piernas a cada lado y me empuja con suavidad la espalda hacia adelante. Mi mejilla queda sobre el banco, siento la tela y es como una pluma que acaricia mi piel.
—Aquí me obedecerán— su mano impacta nuevamente en mi trasero y ya no puedo contener mis gemidos.

Me gusta demasiado y me avergüenza admitirlo.

—Caetano, esperame en la cruz— le ordena a mi amor y sin previo aviso, aprovechando la distracción del picor que aún siento en mi trasero, toma mis manos y las esposa a cada lado del banco.

—¿Qué mierda haces? — me sacudo intentando liberarme y solo recibo otro azote.

—Calla— me ordena y chasquea la lengua —¿No les dije que estuvieran desnudos? — su mano impacta una vez más en mi trasero y tiro de las esposas intentando contener mi placer.

—Tu no me mandas— le aclaro y la habitación se queda en silencio, tanto que siento miedo y curiosidad por lo que me pueda hacer.

Sin embargo, a pesar de que me preparo, no llega un nuevo azote,  solo el sonido de Meneredith caminando por el cuarto.

Lo veo acercarse a Cae y tomarle las manos. Mi amor está parado delante de una cruz extraña y al igual que a mí con el banco, Meneredith lo esposa a ella de pies y manos.

—¡Suéltalo!— le exijo, sin embargo no me hace caso y Cae tampoco se queja, solo baja la mirada en sumisión, como si aceptara todo esto. —Eres un maldito loco— me quejo y Meneredith regresa, me preparo cerrando mis ojos para recibir otro azote y una vez más este no llega. Oigo al jefe haciendo algo detrás de mí, como el ruido de cajones al ser abiertos.

Finalmente me toca, pero no son sus manos, es algo extraño, algo pesado y se siente como tiras de tela acariciando mis piernas.

—¿Qué es eso? — le pregunto sin poder quedarme callada.

—No importa lo que es, Mía mor, sino lo que hace.— el siguiente azote llega tan rápido que mi única advertencia es el sonido del aire cortado y el impacto contra mis nalgas. Un grito escapa de mis labios, ya no es placentero, me dolió.

—Meneredith — mi voz suena débil, llorosa.

—Te di una orden y no la obedeciste y sé que no vas a obedecerme, así que someteré a tu sub y no pararé hasta que aceptes que yo soy tu amo, que no puedes destruir lo que es mío y que en esta casa yo mando— sus palabras me aterran, pero las dice de una forma que me excita.

En silencio me pregunto qué es someter al sub y lo comprendo cuando se para frente a Cae con esa cosa en su mano.

No es un látigo, ni su mano, es alguna especie de azotador de cuero, tiene un mango y de él caen muchas tiras de cuero que ahora sé que fueron las causantes de mi dolor.

—¿Estás listo? — Le pregunta a mi amor y este mueve afirmativamente la cabeza. —Entonces cuenta conmigo— la mano del jefe se alza y ahogo un grito cuando el azote le da en el pecho a mi amor.
—Uno— dicen al mismo tiempo, la respiración de ambos agitada, las lágrimas amenazando salir de mis ojos. El brazo se levante y el segundo azote golpea el punto entre los biceps de mi esposo. —Dos— mi amor gime y Meneredith sonríe. Su brazo se alza y ya no lo resisto, no quiero que le haga daño.

—¡Para!¡Por favor!— la súplica es una mezcla de sollozos y sumisión, no puedo soportar que Caetano sea lastimado, simplemente no puedo.

—¿Estás arrepentida? — el jefe acaricia el pecho de mi amor con su mano, mi amor jadea y aprieto mis puños en torno a las esposas.

Le duele.

—Sí, por favor, déjalo.

—¿Te someterás ante mí? — pregunta y mi parte fiera quiere matarlo, decirle que se vaya a la mierda, pero mi corazón, el que ama con locura a mi esposo, gana y bajo la cabeza.

—Sí, amo, me someteré.

Lo oigo caminar, acercarse, no obstante, mantengo mi cabeza gacha y mi mirada en la alfombra de terciopelo azul.

—Ahora voy a desnudarte— me dice y alzo mis manos para que me libere, pero no las toma. En su lugar se coloca detrás de mí y rompe mi vestido, la tela cae debajo de mí, ahora mi cuello y espalda están a la vista, al igual mis bragas blancas. —Lo normal sería hacer un contrato, un papel donde las partes acuerdan lo que sucederá en la sesión y dan su consentimiento,  pero por esta vez no lo haremos, ambos están castigados— nos dice y quiero ver a mi amor, asegurarme de que está bien, pero no me atrevo, no quiero que vuelva a ser azotado. —¿Tienen algo qué decir?

La mano del jefe sube y baja por mi espalda haciendo arder mi piel, me siento mojada entre las piernas y no sé porqué si hace apenas unos segundos quería llorar.

—No.

—No.

Mi amor y yo decimos al mismo tiempo, mi voz parece segura, pero por dentro estoy temblando.

—Entonces comenzaré.

¿Comenzar?

Me remuevo y siento mis bragas ser retiradas, estas caen en mis pies y soy consiente de que ahora mi única protección son mis zapatillas, aunque no protegen mi cuerpo, excepto mis pies.

Él separa mis piernas, su mano encuentra el calor y la humedad de mi interior y como si quisiera asustarme acaricia mis muslos internos con su azotador de cuero. Me estremezco, pero no me muevo, no quiero hacer algo que lo empuje a lastimar a Cae.

—Respira— me ordena, pero no llego a hacerlo y grito cuando empuja algo dentro de mí. Mis dientes arañan el banco, las plumas se meten en mi boca y tiro de las esposas que me mantienen retenida, el jefe continua empujando dentro de mí y sollozo cuando siento un leve dolor atravesarme. Lo que sea que metió dentro de mí se detiene. —Te ves más hermosa con el mango dentro.

¿El mango?

Giro la cabeza y antes de que pueda ver recibo un azote de sus manos.

—Solo te mueves si te lo ordeno— me corrige y empuja mi cabeza hacia adelante. —Respira— vuelve a decir y tiemblo ¿Qué me va a hacer? Sé que destruí sus autos, pero iba a repararlos, no creo merecerme esto. —¿Estás respirando? — pregunta y quiero matarlo ¿Por qué juega así conmigo?

—Sí— gruño y él suelta una carcajada y acerca su boca a mi oído.

—No tiene que ser tan oscuro, puedes reír, puedes llorar, puedes disfrutar, el bdsm no solo se trata de golpes y azotes, Mía, aquí pueden pasar muchas cosas— me besa suavemela mejilla y me sonríe, pero no estoy segura de si está jugando conmigo y se prepara para volver a azotarme, así que no le regreso la sonrisa.

—¿Entonces ya me puedo ir?

—Tampoco es así se fácil, respira— vuelve a decir y obedezco, abro la boca para exhalar y él introduce dos de sus dedos en mi boca. —Chupa— ordena y lo hago, siento la mirada de Caetano sobre nosotros y miro hacia arriba mientras mi lengua se desliza sobre los dedos de nuestro jefe.

Nuestros ojos se encuentran, mi amor me mira fijamente y se muerde el labio, recorro su cuerpo, su pecho está algo rojo, pero no le quedarán marcas, de eso me voy a asegurar más tarde. Miro hacia abajo y casi me atragando con los dedos del jefe al ver que la polla de mi amor está erecta.

¿Esto le excita?

—Mía, dije chupa, no ahógate— el jefe retira sus dedos de mi boca y oigo a Cae reír por lo bajo, gruño en respuesta y su carcajada se va.

—Lo siento— susurra y vuelve a bajar la mirada, pero su sonrisa no desaparece.

—Tonto— le saco la lengua y él se vuelve a reír, pero ya no me mira.

Siento el mango moverse dentro de mí, un jadeo escapa de mis labios en respuesta y me sorprende no sentir dolor. El mango de cuero se desliza con facilidad dentro de mí, Meneredith lo retira y lo vuelve a introducir usándolo como dildo. Los gemidos son bajos, pero el muy sorete lo entierra más profundo y debo morder las plumas para no gritar.

De igual forma no detiene mis gritos, la habitación está en silencio excepto por mí y nuestras respiraciones agitadas, mi orgasmo se va construyendo, cada embestida del mango de cuero me hace ver brillitos y me sacude descargas de placer, pero no es suficiente. Aunque lo mueve más profundo, aunque sea más rápido, nunca es suficiente y me deja al borde, pero no traspasa la línea.

—Por favor.

Suplico, ya no lo resisto. Necesito más, necesito mucho más.

—¿Por favor qué?

Apretiero mis uñas sobre las plumas y en medio de los gemidos digo:

—Por favor, amo.

—Buena chica— retira por completo el mango de cuero y el azotador cae a mi lado, una lágrima se desliza por mi mejilla, me siento decepcionada y con cada segundo el vacío en mi interior se convierte en dolor.

Necesito tener un orgasmo, necesito ser tocada.

—Por favor, amo— repito en un sollozo. Una súplica silenciosa que es escuchada. Él me libera de las esposas y me saca del cuarto de tortura, grito en protesta y él se ríe, pero me deja sobre la cama de la habitación y regresa a la oscuridad del cuarto de tortura, estoy a punto de seguirlo, de ir tras él en busca de mi placer y cuando bajo de la cama veo a mi esposo y a mi jefe venir de la mano hacia mí.

Ambos desnudos, ambos excitados y con sus prominentes miembros apuntándome.

La boca se me hace agua y mis piernas se empapan, Caetano me levanta, es suave conmigo y luego se siente en la cama y me sienta sobre su regazo abriéndome de piernas. Presiona mi espalda a su pecho y entrelaza una de sus manos con la mía.

—¿Lista? — pregunta repartiendo besos por mi cuello y asiento.

—Sí— gimo y sonrío cuando Meneredith le coloca el condón a Cae y delicadamente empuja la polla de mi amor dentro de mí. Mi vista se vuelve borroza y se aclara cuando veo que él también se pone un condón y me mira directo a los ojos.

—¿Lista?

Mi labio tiembla, no soy capaz de hablar, nunca hice esto, jamás estuve con más de un hombre y tengo miedo, pero más fuerte es mi curiosidad y el deseo por tenerlos.

Asiento con la cabeza y separo más mis piernas, Cae vuelve a repartir besos en mis hombros, sus labios son cosquillas placenteras sobre mi piel, pero toda mi atención está en los ojos azules de nuestro jefe que viéndome a los ojos y luego hacia abajo guía su propia polla a mi interior.

—Respira— su palabra toma un nuevo significado, ya no me asusto por un posible azote y obedezco sin chistar llenado mis pulmones y negándome a cerrar los ojos. Quiero verlo todo. Quiero sentirlo todo. Quiero oírlo y utilizar cada uno de mis sentidos.

Cae se retira un poco y el jefe empuja su glande en mi interior sacándome el aire, entrelaza su mano con la mía libre y presionando su frente a la mía empuja contra mí.

Mis ojos se cierran aunque me niego, siento una punzada de dolor, me siento estirada, por separado ambos son grandes, pero juntos sobrepasan mis límites. Gimo de placer y dolor, ambos al mismo tiempo, y abro los ojos cuando el jefe se detiene.

—¿Duele? — mi cabeza se mueve de arriba a bajo y de lado a lado. Soy una completa contradicción, un manojo de nervios que está siendo penetrada por dos hombres completamente diferentes.

Uno es duro, el otro suave y al parecer yo soy ese punto medio que puede con ambos. Los tres somos un suave y duro ménaje á trois. Una mezcla, una relación de tres demasiado fuerte para ser normal y me gusta así, pero me gusta más cuando ambos se retiran solo hasta la punta y luego vuelven a empujar, mi espalda se arquea, mis manos aprietan las de ellos que no me sueltan en ningún momento, mi respiración se va y vuelve apresuradamente y mis gemidos se acoplan a sus jadeos.

Siento a Cae retirarse y luego a Meneredith, grito sintiendo como cada terminación dentro de mí es complacida con sus pollas se mueven a veces al mismo tiempo. A veces por separado, pero sacando lo mejor de mí.

Mis ojos buscan los del jefe, mis labios besan los de mi esposo y se turnan entre ambos hombres recibiendo sus gemidos, ahogando sus jadeos, reclamando lo que comienzo a sentir como mío.

—Ahí— gimo cuando ambos empujan tan dentro de mí que mis ojos se ponen en blanco. —Justo ahí, por favor— las súplicas vuelven, me retuerzo y aprieto sus manos con más fuerza de la que creí posible, mis labios se resecan y Meneredith se encarga de mojarlos con su lengua, Cae mordisquea suavemente la piel de mi hombro y asciende por mi garganta y mejilla hasta mi oreja lamiendo con desespero mi lóbulo, provocando cada punto sensible de mí.

El jefe alza uno de mis pies y lo coloca en su hombro, el nuevo ángulo les permite más acceso a mi interior y el nudo que sentía en mi estómago, ese vacío comienza a llenarse a rápidas velocidades.

—Aún no— la orden de Meneredith es clara, pero sus embestidas son duras y no me dejan prestarle atención a su voz. —Aún no— repite llevándose mi pie a la boca. Su lengua lame la planta de mis pies, mis gritos se hacen más fuertes y lo veo fijamente a los ojos preguntándome cómo hace que me estremezca, cómo puede provocarme con su lengua apenas tocando mis pies.

—No...no hagas eso— gimo retorciéndome entre ellos, pero ambos se ponen de acuerdo y me retienen en mi lugar. Caetano continúa besándome, acariciándome, empujando dentro de mí y el jefe ya no mueve sus caderas, pero es igual de impactante al mover su lengua sobre la planta de mi pie y verme fijamente a los ojos. —Meneredith...

—Aún no— es todo lo que dice y quiero matarlo. Me libero de su mano y llevo mis dedos a mi clítoris, mi amor gime en mi oído al sentir mis dedos moviéndose tan cerca de su polla que sigue moviéndose sin dejar de darnos placer a los tres. —¿Quieres otro castigo? — la amenaza del jefe es suficiente para que mi mano se detenga —Si digo que no, es no.

Libera mi pie y vuelve a empujar a un ritmo diferente, desenfrenado, el nudo en mi estómago se deshase, mi corazón se acelera y pocos empujes más tarde me estoy corriendo a gritos sobre las pollas de ambos.

—Sí, eso es— gime mi amor en mi oído, mientras alcanza su propio orgasmo, recargo mi cabeza en su pecho y cierro los ojos dejándome llevar, disfrutando que cada embestida alarga mi orgasmo volviéndolo más duradero, más intenso.
Mejor que cualquier orgasmo que tuve en mi vida.

El jefe también alcanza su placer, su embestidas se vuelven más intensas y luego, poco a poco van bajando su velocidad y se vuelven lentas, pero decididas, hasta que los tres somos un manojo de sudor, placer y respiraciones agitadas.

—Los amo— murmura el jefe recargando su cabeza sobre la mía y no sé de donde sale, pero al igual que Cae digo:

—Y nosotros a ti.

El jefe suelta una risita y me lleva con él, Cae se deja caer hacia atrás y los tres nos acurrucamos juntos en la cama.

—Bien, ya vas entendiendo como funciona esto, Mía mor— Meneredith me muerde el pecho y lo acaricia, mis pezones están adoloridos, necesitan ser tocados, pero no sé si pueda resistir otro encuentro tan placentero. —Aunque tenemos que mejorar esto de los rapiditos.

En cuanto lo nombra me río y Cae también.

—Ya te vas a acostumbrar— le dice mi amor tomando mi otro pecho y lamiéndolo.

—O puedo entrenarlos ¿Recuerdas la dona, Mía? Planeo ponerla en el pene de Cae la próxima vez.

¿Próxima vez?

¿Habrá una próxima vez?

Historia: Un suave y duro ménage á trois.

Disponible en:

Wattpad= 54 capítulos y en proceso (Usuario: MicaelaEP).

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