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Sí, Sir (Parte 1).

Taslicali:

Nos llevé a través de los túneles a mi casa, Miss aferraba el arma a su pecho y olía mi cuello cuando pensaba que no la veía, pero sentía los suspiros que soltaba, mi plan de poner perfume en su ropa había funcionado.

Miss estaba obsesionada con mi aroma.

—¿Te pesa? — preguntó y fingí no oírla, desde que la dejé poner sus dulces manos sobe mi polla no ha dejado de hacerme preguntas.

¿Por qué no eres plano como yo? ¿Por qué yo no tengo esa extremidad extra? ¿Sirve para algo?— ignoré pregunta tras pregunta, pero parecían nunca terminar y el tono de su voz sugería que esa cosa suave dentro de mis pantalones que tanto le gustó acariciar, había despertado su curiosidad.

—Gafas azules, si no me dices no nos frotaremos— dejé de caminar con su advertencia, mi mente trataba de descifrar sus pensamientos y no lo conseguí.

Las personas rara vez superan un asesinato, algunas tardan meses y otras jamás lo olvidan, pero Miss actuaba como si quitarle la vida a ese prisionero nunca hubiese pasado. Solo conozco a una persona que puede olvidar igual de rápido la muerte, que no e importa disparar, que le vale lo mismo cualquier vida y ese soy yo, pero Miss no es así.

La vi paralizarse luego de que disparó, en ese momento me sentí tan excitado que no lo noté, pero quizás mi señorita estaba en shock, aunque actúa extrañamente normal, como si ya antes hubiera disparado.

—¿No te importa? — el volumen de su voz bajó y una sonrisa triste se dibujó en sus labios. —Creí que querías frotarte...— se bajó sin mi permiso de mis brazos y caminó de regreso alejándose de mi casa.

—¿Miss, a dónde vas? — la seguí a la mansión y por las casas, notando que ella se dirigía al campo de tiro. —¡MISS! — La llamé cuando empezó a correr, pero una mano atrapó mi brazo y pusieron un pedazo de papel frente a mis ojos impidiéndome ir tras mi señorita.

—¡Todo listo, Sir!— Trish me sonrió y le arrebaté el papel de las manos, al mismo tiempo que ella me quitaba las manos de encima.

Lo leí y muy dentro de mí sonreí, al fin lo tenía.

Miss había abierto una brecha en mis pensamientos, una que me impedía seguir adelante.

Recordaba sus palabras del otro día como si las acabara de decir "Ni siquiera yo siendo solo una princesa podía escapar".

Amaba saber todo de ella, me obsesionaba y aún lo hace, porque al saberlo podría protegerla, vigilarla y cuidarla, pero esas palabras me hacían creer que no la había cuidado bien, que ella había intentado escapar y no lo consiguió. Y necesitaba saber porqué.

Leí línea tras línea, Trish obtuvo la información del hospital, de las cámaras de seguridad y descargó fotos de antes, durante y lo que pasó después de su fuga.

El prisionero al que le disparé estaba en la primera entrando a su casa, en la segunda estaba ella, era de noche y trataba de escaparse por la ventana de su habitación y en la tercera estaban sus padres entrando al hospital con Miss desmayada y sangrando.

—Ellos no la dejaron ir— explicó Trish a mi lado y sostuve con fuerza la tercer foto. La sangre escurría por la nariz de mi señorita, también por sus labios y su mano apuntaba en una dirección incorrecta.

—¿Por qué trató de huir? — quise saber. Hasta ahora nunca había intervenido, veía a Miss cada mañana ser llevada a la escuela, el amante de su madre que también hacía de chofer la llevaba y traía y ella siempre se veía bien, nunca triste, callada sí, pero no como una persona dañada.

—No lo sé, pero te dejé el reporte del hospital— me señaló los papeles en mis manos y comenzó a alejarse, luego le llevaría toneladas de mascarillas, Trish se lo había ganado.

—¿Qué tal ahora? — la voz de mi señorita aceleró mis oscuros latidos, guardé los papeles en mi pantalón porque ahora solo podía concentrarme en ella y alcé la mirada para verla.

—Miss...— me dejó sin aliento, estaba cubierta de sangre de pies a cabeza y me sonreía.

—Dijiste que la sangre y yo te excitamos. — jugó con sus dedos y me vio con sus hermoso ojos —¿Ahora sí responderás mis preguntas?

Avancé hasta ella y la cargué en mi hombro, no le iba a explicar, ella se lo había buscado y ahora le enseñaría para qué sirve lo que tengo entre las piernas.

—Dime— exigió mientras volvíamos a la mansión, pero yo ya no podía hablar, la sangre me manchaba, el olor a oxido me ponía duro como una roca y ya no podía esperar.

Me desabroché las zapatillas y las dejé en la calle, me quité el pantalón en la mansión haciendo de todo por sostenerla y caminar al mismo tiempo.

—Gafas azules— Miss me señaló el túnel, pero no había tiempo. Sentía que iba a explotar, que si no me hundía en su interior moriría aquí mismo.

La llevé por un pasillo diferente y nos adentré en la habitación de invitados que ella recientemente había conocido. La arrojé a la cama y cerré la puerta.

Tenía el bóxer y la camiseta, pero me sentía demasiado vestido, todo me estorbaba, todo me molestaba, la quería a ella.

—¿Sir? — sus labios se movieron con mi titulo y el sonido llegó directo a mi polla. Me acerqué a ella y le quité la camiseta por la cabeza, ella abrió grandes los ojos. La sangre manchó el suelo cuando arrojé la prenda y algo se me ocurrió.

Le quité el sostén y también lo arrojé, lo mismo hice con su pantalón y sus bragas y luego la cargué a ella y la recosté en el piso sobre las prendas ensangrentadas.

Me quité la camiseta y me coloqué entre sus piernas con mi mano en el elástico de mi bóxer.

—¿Quieres saber para qué es esto? — ella se mordió el labio ante mis pregunta, sus ojos me recorrieron de arriba a bajo, era la primera vez que me veía tan desnudo y sus ojos estaban a punto de salirse de su órbita.

—Sí— gimió y le tomé la mano, la guie a mi polla y ella abrió más grandes los ojos.

—Vamos a jugar un juego, Miss.

—Ok— apenas podía hablar, su voz estaba entrecortada y su respiración tan agitada como la mía.

—Me voy a desnudar y tú vas a abrirme las piernas, me vas a recibir y vas a gemir muy alto para mí ¿Entendido?

—Si— sus dedos se deslizaron de arriba a bajo por mi polla aún sin hacer contacto directo, pero tocándome como si su vida dependiera de ello.

—¿Sí, qué?

Tragó grueso y dejó de morderse el labio.

—Sí, Sir.

Eso es.

—Y luego vas a recibir tu castigo— su cuerpo se tensó. —No puedes provocarme en medio de la calle ¿Ves lo que hiciste? Me obligas a quitarte la virginidad.

—Lo siento, Sir— sus labios hicieron puchero, pero ambos sabíamos que no estaba arrepentida, lo que más temía era que ella ni siquiera sabía lo que iba a pasar, pero no podía contenerme más.

Me quité los boxer permitiéndole unos segundos para que me acaricie y se familiarice con mi cuerpo, ella tomó mi polla entre sus dedos, la veía como algo nuevo, extraño y que se moría por tener, para su suerte pronto la tendría.

—Crece— exhaló y se pasó la lengua por los labios. Liberó una mano de mi polla y la llevó a su propia entrepierna. —Me duele— el gemido fue apenas audible, toda mi atención estaba en la forma en que se frotaba los músculos y como con sus dedos intentaba aplacar ese delicioso dolor.

—Abre las piernas— le ordené y sacudió la cabeza, frotándose con más ganas.

—No, me duele. — estaba desesperada.

—Déjame calmar tu dolor entonces— le separé dulcemente las piernas, sabiendo que luego no sería tan dulce con ella y la acaricié yo mismo intentando prepararla para lo inevitable.

—¿Lo harás? — preguntó, no parecía la misma chica que había suplicado porque la mataran en la cabaña de tortura, ni de cerca era la misma chica que mató al prisionero esta mañana, esta Miss era puro deseo.

—Lo haré— le prometí y ya no le volví a pedir que abriera las piernas, ella misma lo hizo y se recostó con su cabeza sobre un charco de sangre.

Tan hermosa.

Me metí entré sus piernas y la observé para guardar en mi memoria como se veía mi señorita antes de que mi oscuridad la cubriera.

Me enterré en ella con fuerza, un grito escapó de sus labios y se removió, sorprendentemente solo fue para acomodarse y sujetarme del cabello. Empujé hasta que choqué con esa preciosa pared dentro suyo y seguí empujando sacándole más gritos a esa boquita deseosa.

—Sir— sus labios querían decir mi nombre, pero gemían cosas inentendibles, su espalda se arqueó cuando empujé por última vez entrando por completo en su apretado interior. Un gruñido salió de mi garganta, me costaba infiernos no arremeter y penetrarla una y otra vez, pero debía acostumbrarse, ya era suficientemente malo no haberla preparado. —Sir— una lágrima se deslizó hacia su mejilla y mi corazón se apretó, pero entonces sonrió y ni aunque lo intentaran podrían detenerme.

Retrocedí y volví a entrar.

Atrás quedó mi paciencia, estar dentro de ella era mi nueva obsesión. Ya no sus ojos, ya no su sonrisa, sino el tesoro entre sus piernas.

—Miss— los gruñidos salían sin permiso, no quería ser vulnerable, podía regalarle una sonrisa aquí y allá, podía reír, pero no demostrar cuanto disfrutaba de algo y ahora las emociones solo salían.

Su mano soltó mi cabello y acarició mi rostro, bajos gemidos escaparon de sus labios al verme a los ojos.

Salí y volví a entrar, a veces más fuerte, otras jugando con sus reacciones, pero siempre sacándole gemidos.

Siempre fue mía, pero desde hoy no había opción, mía para siempre o nada.

Empujé tanto que mañana ambos estaríamos adoloridos, Miss se desmayó en algún momento y me corrí dentro de ella. Quería abrazarla y dormir, aceptar ese beso que me ofreció el primer día y desearle dulces sueños, pero aún debía castigarla.

Nos di unos minutos para descansar y cuando las fuerzas volvieron nalgueé su trasero y la desperté sacándole un grito de su garganta.

Mi sonrisa apareció y fue genuina, supe que para tener un buen día, antes debía tener una dosis de sus gritos.

—¿Gafas azules? — ella me sonrió, en sus ojos somnolientos brillaban el amor y en los míos el delicioso placer de castigar a mi chica.

La levanté dejándola recargar su cabeza en mi hombro por unos segundos y nos llevé a la cama, me senté en el borde y la posicioné con su estómago en mis piernas con su cabeza colgando y su trasero cerca de mi mano.

—¿Qué haces? — ella giró la cabeza para ver y yo le acaricié el trasero. Estaba caliente y manchado de la sangre de su ropa.

—Me provocaste, te manchaste de sangre y te expusiste a que otros te vieran ¿Qué crees que hago? — alcé la mano y la dejé caer sobre una de sus nalgas, el grito que tanto anhelaba salió de sus labios y se removió tratando de escapar, pero volví a alzar la mano y azoté su otra nalga.

—¡TASLICALI! —Se removía más de lo que le dolía, lo sabía, jamás le haría daño, solo el dolor justo para nuestro disfrute y que aprenda la lección. —Ya no más.— suplicó y acaricié sus adoloridas nalgas.

—¿Me volverás a provocar? — interrogué, pero decidió acariciarse el trasero en vez de contestar, así que la volví a azotar.

—¡Oye! — se removió y lo hice otra vez y otra vez. —¡Está bien! — me miró por sobre su hombro, las lágrimas caían de sus ojos y mojaban el piso, pero la traviesa sonreía. —Ya no lo haré, hice algo malo, pero ya no lo haré de nuevo— prometió y la senté sobre una de mis rodillas tomándola por la barbilla y haciendo que me vea.

Mi señorita no dejaba de sonreír.

—Mía.

—Tuya— asintió y envolvió un brazo alrededor de mi cuello mientras su mano libre bajaba y acariciaba su trasero. —¿Gafas azules?

—¿Sí, Miss?

Me enseñó la mano libre.

—Algo está saliendo de mis piernas.

Mierda.

Su sangre y mi semen. Juntos se veían hermosos.

Le alcé el trasero, separé sus piernas y tomé mi polla guiándola a su interior.

Ella no debió mostrarme eso si pensaba volver a dormir.


Historia: Styx: La mafia y mi señor. 

Disponible en:

Wattpad= solo 10 capítulos. (Usuario MicaelaEP).

Booknet= Pronto completa y gratis. (Usuario Micap93)


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