Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Tormento: Cáncer

Muchos errores y heridas. Pocas victorias y alegrías.

Fueron más las veces que nos dejamos vencer, o estuvimos a punto de hacerlo, que las veces que nos decidimos a dar pelea y nos arrojamos a batallar para ser los vencedores finales. Nacimos en cansancio, dueños de un cuerpo que se deshace más y más a cada segundo que pasa, cada día, cada semana, mes y año.

Quién sabe si este ha sido siempre el "molde" o forma de vida en la que nos han hecho en otras vidas, otros mundos o universos, lo que sí sabemos es que nos han enfermado de tan lenta y dolorosa manera, para que veamos que el tiempo se nos da y se nos quita como la nada misma que es.

¿Es una tan común gripe? ¿Es un casi siempre mortal cáncer? ¿O es simple y envenénante odio? Sea lo que sea, es muy tarde para curar.

Pudimos haber tenido una infancia. No excelente, pero si decente infancia, en la que correríamos por un parque, en donde nos lastimaríamos las rodillas por jugar y tendríamos los codos raspados y sangrantes por siempre estar revolcándonos en el suelo acolchonado de césped, pero la vida nos condenado y ha decidido dar unos recuerdos de infancia muy diferentes a lo que cualquier niño de nuestra edad desea siquiera tener. Es más, sé que ningún niño u adulto, desea pasar por esto, pero toda situación siempre está fuera del alcance del control de cualquier mano mortal.

Los recuerdos de carreras descalzos o días de pesca, en esta ocasión, para nosotros, se han cambiado por recuerdos de cabellos perdidos hasta su raíz, el desgaste físico que trae la pérdida de masa corporal, medicamentos a montones y de todas las forma y colores posibles, punciones de médula ósea, vómitos, ingresos de emergencia a la unidad de terapia intensiva y más vómitos.
Nunca me importó que la enfermedad me provocara todos estos pesares, a pesar de ser un niño que no llega a cumplir once años y hasta duda de cumplirlos, sabía bien con todo lo que me toparía, por lo que nunca me llegó a importar pasar por todo, después de todo, me habían dicho que pronto se acabaría y yo podría ser libre de salir a jugar, pero ya han pasado casi dos años y el único que me saca a jugar, es la leucemia, cada día a cada hora, sin discriminar fecha o clima, si decide que me toca un mal día, se avoca a eso y si decide que sea un día peor que malo, entonces allí acabo, en terapia intensiva, con mi madre llorando a mi lado y yo, sin tener un pensamiento coherente en el momento, más que un total y casi perpetúo blanco, silencioso y desesperante.

Un día, vi justo al lado de mi sillón, en la quimioterapia, a ese niño tan delgado, ojeroso y falto de cabello, como yo lo era y no pude evitar sonreír con un poco de pena y amistad. Pena porque, aunque esa era la primera vez que me decidía a interactuar con él, no era la primera vez que lo veía, y sabía bien que él siempre estaba allí, un par de días a la semana, sentado en silencio, triste, cabizbajo e inundado en murmullos llorosos, que me hacían sentir más triste a mí, de lo que él mismo podía llegar a sentirse. Y amistad también sentía, aunque es mejor llamarle empatía, porque tú estabas en mí misma situación y sabías que era el dolor de hacer un puño con manos huesudas o que, cuando te miraran, no pudieran ver más tus enormes bolsas moradas debajo de tus ojos, pero sea como sea que se llame ese sentimiento que me provocaste, me alegró y mucho, ya que tú eras la única persona que me veía más allá de lo que me pasaba, porque estoy seguro de que tu deseabas que te miraran igual.

Y allí estábamos, dos niños de diez años, con el futuro más lleno de aniversarios luctuosos que expectativa de vida, pero esas cosas no importaban mucho cuando nuestras horas de quimio y radiación coincidían y por unas largas y casi eternas horas, podíamos sentirnos unos niños normales, con sueños y anhelos normales, en un mundo normal. Pero siempre había algo que tenía que resaltar y hacernos caer de cara en la cruda y asquerosa realidad que nos obligaron a vivir.

¿Acaso tus costillas se estaban comenzando a notar a pesar de que siempre llevabas mucha ropa encima, porque todo el tiempo te quejabas de que morías de frío? ¿O es que un nuevo mal se estaba comenzando a apoderar de mi ser y comenzaba a perder la vista, poco a poco y casi sin darme cuenta?

Lo que siempre pude recordar, en mi poca e inconstante lucidez, era que jamás te pregunté cómo te estaba yendo en tu tratamiento, pero creo que era más por el hecho de que, no es que me faltara interés en ti y tu salud, sino es que si no podía entender que era lo que me pasaba a mí y que era lo que me hacían para tratar de curarme, menos podría comprender que era lo que a ti te estaban haciendo. Quiero creer que fue por eso y no porque me faltó interés en ti y tu salud, o la falta de ella.

No, interés siempre hubo, porque recuerdo que cuando llegaste con oxígeno en tu nariz, directo de un tubo, acompañado por una enfermera que empujaba tu silla de ruedas, yo me apresuré a mostrarte lo que mis hermanos me habían mandado para entretenerme y la manta que mi abuela había tejido, me arrojé sin pensar a tirarla sobre tus piernas, ya que la carne era inexistente y solo piel recubría tus maltrechos huesos.
A pesar de que traté de todo para que pasaras un "buen" rato, no dejaste salir más que murmullos y medias risas que se desvanecían con la misma velocidad con la que aparecían, y en todo ese día que tuvimos que compartir terapia, no te vi como tantas veces antes te había visto y, en lugar de ponerme triste, sentí mucha, muchísima indiferencia por tu situación, por lo que simplemente me dedique a pintar en aquel libro sin prestar mucha atención a tus quejidos de dolor y tus sollozos de "ya no más".

Aunque te entendí, porque seguido me pasaba, no podía detenerme a sentirme mal por ti, ya que ni por mi mismo me sentía mal, así que, ¿Porqué hacerlo por otro?. Más allá de eso, continuamos juntos, siendo buenos amigos que trataban de darse el apoyo real que sabíamos necesitar.
Los hospitales nunca me parecieron tan terribles como todo el mundo los quiere hacer parecer, tal vez sea por el hecho de que pasé más de la mitad de mi vida entrando y saliendo de ellos... Bueno, a quien engañar, más entrando que saliendo, porque una vez que me diagnosticaron de manera definitiva, con tratamiento y todo, mi familia me dejó aquí y solo vienen a verme cuando me pongo de verdad mal o algún día de semana que sea "de visita", como si yo fuera un maldito prisionero en miniatura, pero más allá de esa situación, nunca me importó nada, ya que mi vida se consumió en medio de un cáncer que te carcome cada órgano y te necrosa el alma.

La última vez que te miré a los ojos, eran de un color más negro del que podía recordar, tanto que tus ojeras parecían de un ligero o casi imperceptible lila, más que un asqueroso violeta casi cadavérico y allí lo supe aún más. No me importó no acordarme de tu nombre y tampoco recordar tu rostro, porque ahora si era consciente de que la vista se me estaba yendo, solo me importó saber que tal vez, solo tal vez, el sufrimiento se estaba alejando, pero, a una muy incoherente vez, se sentía mucho más cerca que siempre, pegado a nuestros destruidos cuerpos.

Un buen día, la punzada en mi cabeza pudo más que la efectividad de un calmante y allí me reencontré con mi viejo amigo, el quirófano, que no me dejó ir en horas enteras. Tal vez él me extrañaba más de lo que yo a él.
Con el pasar de los días, el tumor en mi cabeza fue -casi- extirpado y pude regresar a la misma y lúgubre salita en que niños como yo, luchaban por vivir, o fingían querer hacerlo y allí estabas aún, pero te veías ligeramente mejor que siempre. Mejor qué yo incluso, y eso que, de los dos, era el que mejor parado estaba y allí me dirigí, a donde siempre, al sillón a tu lado y me senté, en silencio, junto a la ventana y, como desde hace tanto tiempo ya, que perdí la cuenta, contemplé el silencio fuera de los vidrios, viendo como la vida venía, iba y, en algunas ocasiones, no regresaba. Días y días seguían marchándose y el lugar se iba haciendo más silencioso de lo que ya era.

Tu cáncer de huesos y mi leucemia eran los únicos que habían decidido permanecer allí hasta el final. Aunque muchos llegaban, se iban pronto y continuaba el círculo, de sólo acabar nosotros allí, solos.

Recuerdo una vez en la que nos encontramos preguntándonos mutuamente, porque la gente lloraba al vernos y más temprano que tarde nos dimos cuenta de que todos se deshacían en lágrimas cuando estaban en nuestra compañía, por el simple hecho de que éramos dos niños pequeños que ni habían alcanzado a vivir y ya tenían que prepararse a morir. Pero, al tener esa respuesta, se nos hizo en extremo ridículo, porque los que estaban enfermos, éramos nosotros y nosotros ni ganas de llorar cargábamos, tal vez por cansancio o por costumbre a ya no hacerlo, pero sea como fuere, nos parecía de más tonta toda la respuesta a la situación y, si éramos todavía más conscientes, nos iríamos pronto de este mundo sin respuestas y también, sin ganas de tenerlas. Para ese asunto o para cualquier otra cosa que se nos viniera a la cabeza.

El transcurso de un año más, hasta mi audición parecía haberse llevado, porque si no se me acercaban y llamaban mi atención de alguna manera, ni cuenta me daba de que me estaban hablando a mi, aunque mucho no me importaba esa nueva "dificultad".

Ahora que lo pienso, ¡Vaya impresión! El cáncer es mucho más que órganos muriendo lentamente dentro de uno. Debí de esperarlo, ya que era lo suficientemente grande como para saber que toda acción en esta vida, tiene un efecto, negativo o positivo, en consecuencia y mi ceguera y sordera, al parecer, era consecuencia del tumor en mi cerebro, y el tumor, era consecuencia, supongo, de la leucemia, aunque no creo que esas dos cosas estén ligadas directamente una a la otra, pero ya saben, no me importa.

Nada me importaba ya realmente. Sentía que en cualquier momento iba a explotar en decenas de miles de pedazos y ya nada más que un recuerdo quedaría de mi, un recuerdo que se desvanecería con el tiempo y ya nadie recordaría al chico de la leucemia y el tumor cerebral, ni a su amigo, el del cáncer de huesos y pulmones colapsados, tan deseosos de explotar, en busca de paz, tal y como mi masa encefálica lo clamaba, en un silencioso y constante anhelo.
Siento una irónica satisfacción de poder expresarme de esta manera, a tan corta edad, pero siento que, en otra vida, en otro tiempo, con otra edad más madura, si es que eso existe, ya había pasado por esto, por lo que ya sabía lo que se sentía y las cosas y sensaciones que debía esperarme en el camino.

Pero, para algunos, estas enfermedades no son poéticas ni hermosas, son castigos o muerte y aunque me digan que no lo entiendo por ser pequeño, creo que ellos son los que están equivocados, ya que yo decido como ver y enfrentar mi muerte, y esa forma es, la de ver que, tal vez, a tu cadáver le florezca una insignificante, pero linda flor. Y allí veo lo poético.

La belleza de la desgracia, por más que el cáncer sea muerte.
Nos decían que debíamos de ser optimistas, ya que la vida es hermosa, pero a nosotros, que ya se nos habían acabado las esperanzas y el optimismo, se habían drenado como los medicamentos de quimioterapia se drenan en nuestras casi secas venas, no habíamos conocido más que el dolor y la agonía de una inacabable muerte y eso, en definitiva, no nos parecía una "hermosa vida", así que, nuestro pensamiento fue que, si para una persona normal, la vida era bella y la muerte era horrible, para nuestros casos, era al revés: La vida había sido la cosa más espantosa de la existencia, por lo que, la muerte, debía de ser lo más bello que podría de existir.

Se que muy pronto lo descubriremos y que, por sobre todas las cosas, lo haremos juntos, después de darnos un fuerte abrazo, un beso, un apretón de manos y un intercambio de caramelos ácidos, de esos que tantos nos gustaban y no teníamos que compartir con nadie más, porque sólo a nosotros en el piso, nos gustaban. Nos íbamos a despedir como cualquier persona hace antes de irse de viaje, después de todo, eso sería para ambos, un viaje a otro plano de vivencias, y unos minutos después nos encontraríamos en ese otro lugar, sea cual fuere y allí seguiríamos nuestros sueños, sin dolor ni cansancio. Era un plan infalible.
Un plan infalible con una muy grande falla.

La falla de que nosotros no controlamos el destino y nunca lo haremos.

"-Nos vemos mañana, Milo.-" Dijiste. Pero ese "mañana" nunca llegó.

Lo único que llegó, fue un eterno martes y un sillón vacío a mi lado.
Un eterno martes que duró cuatro meses, o más, en los que me senté en mi silla, al lado de la ventana, viendo la vida pasar y jamás volver, dentro y fuera del hospital. Llegaron a pensar que, aquel incontrolable tumor en mi cabeza, me había robado el habla también, pero no, no era así para nada, simplemente no quería hablar con nadie porque prefería usar todo ese tiempo y energía en pensar muy, pero muy bien, todas y cada una de las cosas que te diría cuando te volviera a ver y te recriminara el no cumplir con tu parte del trato.
Varios psicólogos y demás médicos, de diferentes especialidades, sea cuáles fueran, se acercaron a mi e intentaron que volviera a ser el mismo semi cadáver viviente que fui cuatro meses atrás, cuando aún tu estabas, pero todo fue en vano, no sólo porque yo ya estaba sordo, sino que también no me interesaba lo que pudieran o quisieran hacer para "traerme de vuelta". Lo único que yo deseaba, era que el único amigo que pude tener en la vida, me dijera porque no se dignó a volver.

Nunca me había sentido enfadado con la situación, porque sabía que, como nos pasa a todos aquí, tarde o temprano, pasaría, pero si me sentía un poco ¿Frustrado?, no encuentro una palabra mejor para describir mis pensamientos, pero como sea, nunca me importó nada realmente y cuando también estaba por dejar de importarme tu y tu falta de palabra y compromiso, la aguja del reloj se movió, el día en el calendario cambió y, de repente y sin avisar, ya era miércoles.

Yo ni me enteré.

Mi cerebro explotó, justo pegado al vidrio de la ventana que estaba junto al sillón que me tocaba usar en una sala vacía de niños o adultos y ¿Adivinen qué? Exacto. Tampoco me importó que fuera así, total, toda la vida estuve sólo, por lo que el irme sólo, no era una gran diferencia.

Lo que si hacía diferencia, era que al fin era miércoles y yo podría volver a reírme junto a Camus. Al fin era miércoles y por fin, Camus y yo volveríamos a pintar en el libro que mis hermanos me habían mandado de regalo, buscando pasar el frío, metiéndonos debajo de la manta que mi abuela había tejido.

Ya no me interesaba que me diera explicaciones cortas o largas, ya que sentía que no las necesitaba, porque finalmente era miércoles y ambos podríamos decir con seguridad que el dolor no había sido en vano y, comiendo caramelos ácidos, confirmaríamos que la muerte era mejor que la vida.

*
*
*
*

Heme aquí con un pequeño ataque de depresión, por culpa de otro fanfic, que me llevó a escribir esto.

Pobres de Milo y Camus... Ya murieron y revivieron más veces que Ikki.

Hecho el descargo de emociones, nos vemos pronto con las historias habituales.

¡Besos! ¡Les quiero!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro