- Tormenta - Parte 1
06-06-2020 Importante: Aún no he podido terminar de escribir el resto de éste "one-shot", pero quería publicar lo que llevaba antes de que avancemos más en la historia. Así que oficialmente se ha convertido en un "Two-shot" xD (Y quién sabe, tal vez se convierta en un fanfic de varios capítulos o3o)
Gustabo no sabía qué hacer, no se creía lo que estaba pasando, no se sentía real.
Estaban patrullando los tres, escuchando las bromas de Torrente, y al tratar de seguir un auto sospechoso se chocaron con una furgoneta. De un momento a otro un grupo de enmascarados bajaron de esta, gritando y apuntandoles con metralletas. No les dió ni tiempo a llamar a la radio cuando los esposaron y tiraron dentro del vehículo.
Pero es que no se lo podía creer. ¿Qué coño querían con ellos?
Ya había sido suficiente con el susto de hace dos días, casi pierde a su hermano y ahora estaba a punto de perderlo otra vez. Y Torrente, con quien se había encariñado, el pobre hombre estaba tratando de protegerlos a ambos, pero Gustabo no quería que muriera tampoco.
Le habían dado la pistola a él, debía tomar una decisión, su hermano de otra sangre, quien siempre ha estado a su lado, o su compañero, otro inocente en este conflicto, quien probablemente tenía a alguien esperando por él en casa, tal vez incluso una familia, no estaba seguro, nunca le preguntó, pero que al igual que ellos era solo una víctima aquí.
Le pidieron que apuntara a quien le agradara más, pero ¿qué coño significa eso?
¿Le dispararían a quien él apuntara? O ¿le perdonarían la vida? ¿Y si lo obligaban a él a disparar? No se creía capaz de dispararle a Torrente, pero jamás podría hacerle eso a Horacio... ¿Y si, todo esto no era más que un juego cruel de falsas esperanzas, para al final matar a los tres juntos?
Su cabeza daba vueltas y su estómago estaba hecho un nudo, le temblaban las manos y estaba sudando frío. Aún no se lo creía. Pero era real, muy real. Tenía que espabilar. Aquí cualquier decisión tendría graves consecuencias, debía tener extremo cuidado o sus compañeros pagarían las consecuencias.
¡Pero es que él era solo un chaval! ¿Cómo lo ponían en este tipo de situación? Con Horacio llorando, de rodillas y la respiración agitada, su instinto le estaba rogando que lo protegiera a toda costa, pero no podía sacrificar a Torrente, no podría cargar con tal decisión. Todas esas armas apuntandoles lo llenaban de ansiedad, y el enmascarado de rojo que grababa todo tampoco ayudaba a que su mente se aclarara.
Estúpida decisión o no, necesitaba ganar tiempo y debía intentar lo que siempre le funcionaba. Conversaría con los terroristas.
―Yo creo que esto tiene una mejor solución, no hay que matar a nadie. ¿Quiénes sois vosotros? ¿qué queréis? ―Así, sin que le tiemble la voz, debía usar un tono suave para no mostrarse agresivo, pero suficientemente firme para no sonar condescendiente.
―Venganza. Vendetta. ―le respondió el de acento raro.
―Pero ¿venganza de qué? Si nosotros no hemos hecho nada. Solo llevamos una semana trabajando como policías, no tenemos idea de nada.
―¿Sois reclutas? Con reclutas le dolerá más. ―habló el de la máscara de calavera quien tenía enfrente. Su voz le ponía los pelos de punta, la tranquilidad con la que hablaba lo llenaba de inquietud y sin la necesidad de gritar o insultar se hacía sentir hasta en lo más profundo de sus huesos.
―¿A quién? ¿A Conway? Pero si el problema es con él, ¿aquí qué tenemos que ver nosotros? ―Exigió en un tono indignado, para vender su papel de víctima y voltear la culpa hacia alguien no presente.
―Nuestra venganza es contra el CNP. Tu culpa por escoger el trabajo equivocado. ―Este líder era bueno, respondía pero aún sin dar la información que necesitaba, y ni se inmutaba frente a sus reclamos. Tratar de negociar algo con ellos iba a ser difícil.
―¡Dejad a mis alumnos fuera de esto! ―ordenó Torrente antes de que Gustabo pudiera continuar. ―¡Si sois hombres, si teneis cojones soltadlos y dejadlos fuera de esto!
Esto iba mal. Estaba agradecido con Torrente por querer protegerlos, y admiraba su valentía, pero si seguía desafiándolos lo matarían, y Gustabo no quería ver la sangre de ninguno de sus compañeros.
―¡Que te calles, bola de billar! ―otra vez el del acento raro.
―¡Cállame si tienes los huevos!
―Tranquilo Torrente, tranquilo. ―Gustabo habló nuevamente con un tono suave y lento en un intento por calmar la situación. ―Haz lo que piden. Vamos a ver qué quieren y ya está.
Pero el oficial se puso de pie y se acercó más hacia Gustabo. Su latido se elevó a mil, cuando todos comenzaron a apuntar a Torrente.
―¡¿Quién dijo que te levantes?!
―¡Apuntadle, que se quede quieto!
―¡Que te quedes quieto! ¡No te acerques!
―¡De rodillas! ¡De rodillas!
―Y una polla de rodillas me voy a poner. ―les dijo sin inmutarse ante todas las armas apuntadas hacia él, y después miró fijamente a Gustabo. ―No te preocupes Gustabo, éstos no tienen cojones de apretar el gatillo, y quieren que lo hagamos nosotros. Suelta la pistola.
―¡Que se calle la puta boca! ¡Me cago en Dios!
Torrente estaba siendo realmente admirable, pero Gustabo no entendía cuál era la finalidad de provocarlos, esto era serio, ¿acaso no le importaba salir sin vida de esto? ¿realmente se sacrificaría de esa manera por ellos? No era momento de hacerse el héroe, Gustabo no quería verlo muerto, aún había mucho que no conocía de él, quería seguir escuchando sus chistes verdes mientras trabajaban y quería saber sus razones para ser un policía, quería aprender de él cómo ser tan valiente en esta situación.
―Torrente, por favor cálmate. Vamos a ver qué quieren, solo haz lo que te piden.
―Ya basta de charlas. ―El de la calavera apuntó su pistola hacia Gustabo.
―¡No, Gustabo no! ¡No, por favor! ―gritó alterado Horacio.
―Tu decides quién vive, o, ―el lider se acercó más a Gustabo, apuntando el arma directamente en su pecho, ―¿prefieres dar tu vida por ellos?
Las palabras de Conway llegaron a su cabeza, algo sobre compañeros que darían su vida por él, y que él debía su lealtad solamente al cuerpo. Lección aprendida después de haber confiado en quienes no debían, y luego haber encontrado apoyo en sus compañeros. Para ellos dos, que siempre habían estado solos, sin nadie que se preocupara ni les importara, era algo muy valioso y valía la pena mantenerlo.
―Yo... yo no puedo hacer eso, Horacio es mi hermano y Torrente es mi compañero, no puedo escoger entre ninguno de ellos. ―dejó caer la pistola al suelo. ―Hice una promesa y planeo cumplirla.
―¿Tu hermano y tu compañero dices? Entonces, indirectamente me estás pidiendo que mate a Torrente. ―Se podía escuchar cómo el desgraciado disfrutaba de retorcer sus palabras.
―Yo no he dicho eso, para nada. ―contestó rápidamente, y aclaró, ―No quiero que maten a ninguno de los dos.
―Muy bien, pues entonces darás tu puta vida. ―Preparó su arma.
Gustabo paró por un momento sin saber qué decir, y miró de reojo a su hermano. ―Haga lo que tenga que hacer. ―le dijo seriamente.
―Gustabo no, por favor... ―le rogó Horacio entre lagrimas. ―No me dejes...
Pero antes de que el líder pudiera hacer algo más, Torrente parece ser que tuvo suficiente
―¡A mi alumno no le apunte! ―y decidido se plantó en frente de Gustabo, cubriéndolo de la pistola del de la máscara de calavera.
―¡Para atrás! ¡Atrás!
―¡Que no avance, cojones!
―¡Es una puta orden!
―¡Que se haga para atrás!
Con todos gritando, se comenzó a descontrolar. En cualquier momento le dispararían, la tensión era insoportable, pero Torrente no cedía. ―Ni se le ocurra apuntar a un compañero delante mía, ¡ni se le ocurra!
―¡Que vaya para atrás!
―Torrente tranquilo, tranquilo. ―asustado, Gustabo ya no sabía qué hacer, su estómago se le había bajado hasta los pies.
―Gustabo, venga para acá. ―Le agarró fuerte del brazo, sin intenciones de soltarlo, y se movió lentamente hacia atrás. Sentir su agarre firme y sólido ayudó a que Gustabo se estabilizara un poco.
―Eso, eso. Vuelvan a la fila. ―El de acento extraño ya le estaba tocando las narices, no dejaba de mover bruscamente esa arma como si fuera una bandera.
Gustabo retomó su lugar en la fila y se arrodilló con dificultad, sus rodillas parecían de gelatina. Esperaba a que Torrente hiciera lo mismo, pero este se quedó de pie en medio de él y Horacio. Por el amor de Cristo, Torrente no hagas esto más difícil.
―¡Que de rodillas, pelón!
―A mi no me apunta de rodillas, yo solo me pongo de rodillas ante Dios. Me puede chupar la polla si quiere.
De verdad, su respeto por Torrente estaba creciendo cada vez más.
―Tranquilos muchachos, no se pongan nerviosos. ―Se volteó a mirarlos a cada uno de los dos, e hizo que lo vieran a los ojos para transmitirles seguridad con sus palabras. ―Tranquilos que nos están buscando. No se pongan nerviosos, ¿vale?
―Gustabo. ―le llamó la atención el de la calavera. Pero qué manía tenía con él, ¿y ahora qué coño quería?
―¿Sí?
―¿Tiene usted una palabra más que decir? ¿Despedirse de sus amigos?
―No me jodas, ―Horacio susurró con la voz rota, y negó con la cabeza.
―Aquí no se va a despedir nadie. ―Torrente aseguró y puso su mano en el hombro de Horacio. ―Tranquilo Horacio, aquí no se va a despedir nadie.
―¿Usted cree José Luis?
Gustabo interrumpió antes de que Torrente pudiera decir algo, ―Yo creo que se han equivocado, y no es a nosotros a quien quieren. ―Ya no se escuchaba tan seguro como antes, pero debía seguir intentando. ―Con todos mis respetos se lo digo.
El de la máscara hizo como si se lo pensara, pero era obvio que solo estaba jugando con él. ―¿Y a quién quiero yo, señor Gustabo?
―Pues imagino que a un superior, no a dos alumnos y un oficial.
―¿Oficial? ―Al líder pareció interesarle ese detalle que dejó salir. ―¿Qué rango dijo que tenía, señor José Luis?
Mierda, pensó Gustabo, al igual que cuando soltó su nombre y dijo que Horacio era su hermano, le dio información valiosa que podía utilizar en su contra. ¿Por qué no me puedo quedar callado?
―Oficial segundo. Para servir al país, a la patria. ¡Para limpiarla de mierda como ustedes!
Hubo un pequeño segundo en el que todo estuvo incómodamente en silencio, al parecer algo de lo que Torrente dijo no le gustó al de máscara de calavera.
―El cabeza de bolo está muy chulo, me viene dando la bala todo el camino. ―le mencionó el de acento raro a su líder. ―Tiene los humos subidos.
―¡¿Que el chulo soy yo?! ¡El que lleva una puta arma en la mano, me tiene esposado, y con la cara tapada es usted! ―Indignado, Torrente se los echó en cara. ―Pero el chulo soy yo, claro que sí. ¡Quítese la máscara si es tan valiente! ¡Tenga los huevos de quitarse la puta mascara!
―Relájese Torrente...
―Calla, calla. Torrente por el amor de Cristo. ―Horacio y Gustabo trataron de parar a Torrente, sintiendo cómo la tensión crecía. Pero Torrente los ignoró.
―¡Suelten a mis compañeros les he dicho! ¡Sean valientes coño, sean puto valientes! ―les gritó sin temor alguno. ―Tanta puta mascarita, tanta arma. Tienen los huevos muy gordos ¿eh? ¡Banda de maricones!
―Bien, ―el líder tomó una decisión. ―Échense para atrás. ―les ordenó a sus seguidores.
―¡Sólo llevamos una semana! ―gritó Horacio, soltando lo primero que le vino a la cabeza. No le gustaba cómo los terroristas comenzaban a alejarse para apuntar sus armas
―¡Si nosotros somos unos mierdas, no sabemos nada! ―Tal vez gritar no era la mejor opción, pero ambos ya estaban más que desesperados.
―¿No podemos irnos? ¿Y hacer como si nada? ―intentó Horacio.
―Apuntad.
―¡No hemos visto ninguna cara! ―Gustabo ya no sabía qué decir, sintió cómo se le acababa el tiempo.
―¡No sabemos ningún nombre!
―¡A mis alumnos no les apunten! ―Torrente tomó dos pasos al frente.
―¡Podemos irnos y olvidar esto!
―¡Sólo somos dos alumnos, no tenemos ninguna información!
―Listos a mi señal. ―Todos apuntaron al del medio.
―¡¿Pero a la señal de qué?!
―¡¡Que dejen de apuntar a mis putos alumnos!!
―¡Hostia puta, Horacio! ¡¡Hostia puta!!
―A la de tres.
―¡¿A LA DE TRES QUÉ?!
―Una...
―¡NO, NO!
―¡¡NO!
―Dos...
―¡Ni a la de tres, ni hostias!
Dispararon a Torrente.
―¡¡¡NOOO!!!
Su corazón se detuvo.
No escuchaba nada aparte de las balas enterrándose en el cuerpo de Torrente, perforando su carne y destrozando lo más profundo de su alma. No sabía por cuánto tiempo duró, pero se sintió como una eternidad. Quería cerrar los ojos ante tal escena, eliminar aquella imagen tan inhumana de su cabeza, pero había perdido el control de su cuerpo. No le quedó más de otra que ver cómo la sangre se dispersaba y rebotaba por todas partes de manera grotesca, manchando su uniforme y cubriéndole el lado izquierdo de su rostro. Le costaba respirar, es más, ni siquiera creía que lo estuviera haciendo. Su cuerpo se sentía completamente helado. Sentía sus latidos retumbarle en los oídos a un ritmo demasiado elevado, y junto al zumbido que le quedó de los disparos, bloqueaban cualquier otro sonido.
Creía que le estaban hablando, pero no podía estar seguro.
Torrente está muerto.
Eso no podía ser, ¿cómo era posible algo así? Si solo hace unos minutos estaban los tres patrullando, y él estaba ahí, preguntándoles por lo que habían visto en el despacho de Conway.
Es que esto no estaba pasando, esto no podía ser real. Hace solo un momento él lo agarró del brazo y se sintió tan firme, tan sólido, tan vivo. Pero-
Torrente está muerto.
Tenía la prueba frente a sus ojos, y no había manera de negar la sangre sobre él.
Torrente está muerto. Y si no se daba prisa y dejaba de actuar como un capullo, no sería el único.
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