Tormenta de Nieve
Las calles estaban repletas por capas de nieve que era arrastrada por una fuerte tormenta que fácilmente te convertiría a ti mismo en el muñeco de nieve.
Nikolái se había mudado sólo hace cosa de un año, y realmente no era una mansión de lujo, era un departamento en el centro de la ciudad, pero aún así podía sentirse aliviado de no tener los gritos y quejas constantes de su madre en el oído.
El edificio donde estaba no admitía animales, por lo que su sueño de tener un loro se fue junto a la tormenta. Así que si bien quizás salía bastante y tuviese varios pendientes en el día, eso no quitaba el sentimiento de soledad al llegar a casa y no encontrar a nadie.
Usualmente jugaría con sus hermanas o hermanos, o quizás charlaria con su padre, pero naturalmente, eso ya no era posible.
Caído como un golpe de suerte, alguien tocó la puerta, eso era bueno, o eso suponía el aburrimiento de Nikolái.
Antes de abrir, ojeo un poco por la mirilla para afirmar sus sospechas, en efecto, su perfecto amante ruso había ido a visitarlo.
—Fyodor, ¿Viniste hasta aquí con la tormenta? — dijo ayudándolo a colgar su abrigo empapado. Cuando iba a darle un beso fue que su sorpresa hizo expresión —¡Dios Santo! ¿Qué te sucedió?— la cara de Fyodor era un solo moretón, sangre seca por labios, nariz y ceja, y cansancio notorio.
—Me caí cuando venía para acá — afirmó terminando de sacarse sus botas, también empapadas.
Nikolái achinó los ojos con desconfianza —No te creo. Más que haberte caído para que te hubieran golpeado — al decir eso pudo ver cierto destello de reacción en los ojos de Fyodor —¿Fue eso, Fedya?
—Ya te dije que me caí, está nevando mucho y no vi la raíz en el camino, es todo.
Aunque la desconfianza por sus palabras no desaparecía, decidió hacer caso omiso, porque, probablemente no era lo mejor, pero Nikolái confiaba en Fyodor, y sabía que si mentía, por algo sería, ya más tarde tendría tiempo de preguntarle.
— Bien, tú siéntate y espérame aquí — dijo empujando a Dostoyevski para que se sentase en el sillón.
En el camino, Gogol prendió la hornalla para tener algo de té que ofrecerle a Fyodor.
Fue al baño a buscar su botiquín y agua oxigenada.
Cuando volvió, notó lo cansado que se veía Dostoyevski, no le sorprendía, sus días habían sido estudio tras estudio desde que entró a la universidad.
Se sentó a su lado captando la atención del ruso, quien veía atento todo lo que había dentro del botiquín.
— No te muevas, ¿Sí? — Luego de decir eso, con un algodón bañado en agua oxigenada, pasó con cuidado pero aún firme sobre las heridas del hombre, quien gimió inevitablemente ante el dolor.
—Ah... Venir hasta aquí entre la nieve y la caída... Fue agotador, espero que ya que me tomé la molestía de venir a verte me dejes dormir contigo— jugó con el pelo de Nikolái con su brazo libre —¡Agh!
Aunque Gogol seguía dudando de la excusa de Fyodor, solo le siguió el juego.
—Más que una petición debería ser un mandamiento— río tomando otro algodón —¿Serás lo suficientemente bueno para mí, y vas a aguantarte ésto? —Preguntó sosteniendo la cara de Fyodor a punto de pasarle agua oxigenada por la ceja.
—Seguro.
Esa confianza no duró mucho.
—Eres tan valiente, ten un premio — una vez terminó con la ceja, le dio un beso corto, justo sobre la herida del labio inferior.
Luego de terminar con cada herida en el cuerpo de Fyodor, fue a servir el té y lo llevo a la mesita ratona frente a ellos, no sin antes traer unas pocas galletas en el camino.
—Espero que estén buenas, las hice yo.
—Hacía tiempo que no cocinabas galletas—
Dostoyevski amaba la cocina de Nikolái, pero sabía que si estaba comiendo estás galletas y no unas compradas, era porque Gogol no tenía un centavo, aunque fuese solo para comprar eso, ni siquiera le gustaba cocinar galletas.
Pero Fyodor no diría nada al respecto, ya que, si no se lo había dicho, había un motivo, y él respetaría eso, ya tendría momento de hablarlo más tarde, después de todo, todos tenían secretos, sucios o divinos.
— ¿Quieres ver alguna película? No sé si podamos salir a pasear — se rió mientras se paraba a buscar su estuche con CD's.
—Lo que sea está bien para mí — comenzó a ver los discos que Nikolai tenía — Espera, ¿Realmente tienes Las Aventuras de Buratino? No ha la visto eso desde que era un niño, y ni siquiera era mía.
—¡Ya ves! Uhmmm... ¿Que te parece...It?
—¿Quieres que salte a tus brazos por el miedo? No hace falta una película para eso — alzó una ceja con media sonrisa, pero pensando bien su opción — Bien, veamos It.
Al final la película no había dado tanto miedo como Nikolái pensaría, tanto así que incluso Fyodor terminó por caer dormido, igualmente, Gogol feliz de la vida de tener a Dostoyevski recostado en su regazo.
Si era por él, que nevara todos los días, no habría problema alguno en que su querido amante viniese a visitarlo siempre.
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