V. El vestido de crédula me queda tres tallas más chico
OLIVIA
Despierto sintiendo algo de comezón en mi ojo derecho.
Parpadeo para acostumbrarme a la luz y el dolor se hace presente en varias partes, al mismo tiempo, atacando mi débil cuerpo.
Sigo tirada en la sala, con el cabello vuelto un nido de pájaros y el traje de la oficina hecho guiñapos. Observo mi entorno y, por la pulcritud, no tardo en comprobar la ausencia de Jackson.
¿Realmente tuvo el corazón para marcharse al trabajo dejándome aquí? ¿Tirada? ¿Sola?
Desde que tengo memoria, él sale del apartamento apenas amanece. Nunca desayunamos juntos ni tampoco está conmigo en la cama cuando abro los ojos por primera vez. Su tarea prioritaria del día es reunirse con su padre en la oficina; pasan horas encerrados ahí y nadie sabe que sucede realmente.
Su lema es que el trabajo es primero. Y sí, siempre estuvo primero que todo, incluso que yo.
Intento incorporarme, pero los malestares se activan nuevamente y me impiden pararme.
—Maravilloso —digo, sarcástica.
Creo que hoy no asistiré al trabajo.
Inspecciono el ambiente y por casualidad diviso un trozo de papel rugoso encima de una pequeña repisa. Me arrastro por debajo de la mesita de centro y una vez cerca estiro mi brazo para tomar el papel.
Agarré lo que parece ser una nota. Desdoblo el papel y leo:
"Querida Liv:
Sabes que soy pésimo con las disculpas, pero quiero decirte que lamento mucho haberte pegado. Fui demasiado rudo contigo, y no tienes idea de cuánto me arrepiento.
Me dolió tanto verte con otro, y el solo pensamiento de que llegaras a dejarme por él me aterró... En serio lo siento.
Te prometo que no volverá a ocurrir. Mientras acates mis reglas estaremos igual de bien que los ocho años que llevamos siendo novios.
Posdata: feliz aniversario, chiquita.
Te ama, Jackson".
Rompo la carta y arrojo los pedacitos al suelo.
Que le tenga miedo no quiere decir que soy estúpida. Jackson no está siendo honesto; con su actitud pasiva-agresiva pretende sacudirse el lodo de los zapatos, lavarme el cerebro y al mismo tiempo seguir infundiéndome miedo.
No sabe distinguir entre el miedo, el amor y el respeto. Y, a estas alturas del partido, lo único que me une a él es el miedo.
Me pongo de pie, apoyándome en las paredes y sujetándome de cuanto objeto puedo. Ingreso en el baño de la planta baja y observo el cristal empañado del cubículo de la ducha.
Imaginar que el agua calientita cae sobre mi cuerpo me hace sonreír.
Me acerco al lavamanos y giro el grifo. Lavo mi rostro y, con mucho cuidado, remuevo las lagañas y los rastros de baba seca que hay en mi babilla.
Lavarme la cara nunca había sido tan doloroso en mi vida.
Levanto la cabeza para verme en el espejo y no puedo creer lo que veo. Mi párpado, tumefacto y violáceo, es circundado por oscuros y pequeños hematomas. En mi cuello hay marcas rojizas de dedos, y en mi mentón son visibles dos hendiduras de uña. Mis pómulos, hinchados también, tienen arañazos y lo que más atrae mi atención es una cicatriz. Una enorme cicatriz en diagonal que parte desde la comisura de mi boca hasta el exterior de mi ojo izquierdo.
Siento como una lágrima se desliza por mi mejilla.
—Él... esto... Dios mío —susurro, pasmada.
Alcanzo mi cosmetiquera y la abro. Busco mi base líquida y mi corrector, dispuesta a cubrirlo todo, cuando de pronto alguien me interrumpe.
—Olivia, mijita, ¿estás ahí? —pregunta mi tía desde afuera.
Asiento, pero luego recuerdo que ella no puede verme así que digo:
—Sí, ¿qué se le ofrece?
Mi voz salió cortante y dura, pero no pudo haber salido de otra manera, estoy molesta.
—Bueno, yo... —Guarda silencio.
Poso la costilla en un extremo del tocador y espero.
En vez de dar una respuesta concisa agita lo que parece ser una caja. Predomina el sonido hueco de unos objetos chocando contra otros.
—Quiero curarte las heridas —suelta por fin.
Trago saliva y analizo mi situación:
1. No quiero que me vea... así.
2. No puedo moverme demasiado.
Pero no soy grosera, así que me resigno y digo:
—En un momento salgo.
Oigo sus pasos alejándose de la entrada y respiro hondo.
Nunca me recuperaré de tantas huellas emocionales.
Con dificultad me aproximo hacia la puerta y la abro. En cuanto salgo del baño y mi tía ve que me cuesta caminar se acerca a auxiliarme.
Al menos esta vez sí lo hizo.
Me sujeta por el hombro y me lleva hasta uno de los sillones. Una vez sentadas en el, la observo. Su rostro compungido muestra arrepentimiento.
—Mijita...
—Ahórreselo —la corto—. No quiero oír lo que ya sé.
Quiero reclamarle. En verdad deseo hacerlo. Gritarle que no debió quedarse ahí parada sin hacer nada, pero no lo hago. El único culpable aquí es Jack y no debo descargarme con ella solo porque me aterra hacerlo con él.
—Lo siento, no debí reaccionar así —musito, frustrada. En un momento normal tallaría mi cara, pero hacerlo ahora solo provocaría más dolor—. Solo estoy enojada, y usted no tiene la culpa. Yo...
—Fui una cobarde —me interrumpe.
—No, solo entró en estado de shock y el miedo le ganó. Sinceramente yo no sé qué hubiera hecho en su lugar, y justo por eso no debo juzgarla. En casos así solemos decir que actuaríamos de inmediato, pero en el momento el miedo nos gana o simplemente pensamos en nuestro propio bienestar. A veces es válido ser egoístas. Y si Jackson le hubiera dado un golpe mortal, a su edad... no me lo habría perdonado nunca.
Un suspiro exhala de mis labios.
—La perdono —agrego.
Mi tía me abraza y no dice nada, solo mantiene el abrazo, procurando no apretarme demasiado.
—Si sabes que debes hacer algo al respecto, ¿verdad?
Otro suspiro.
—Sí, pero no puedo alejarme de él.
Francisca frunce la frente. Supongo que se está cuestionando si su sobrina es realmente estúpida o solo finge serlo.
—No es mi intención entrometerme más de la cuenta, mija, pero... ¿Te escuchas? ¿Oyes la tremenda tontería que acaba de salir de tu boca? Ese cretino en algún momento te va a soltar tremendo guamazo y acabará matándote.
—Es algo que excede mi capacidad de control.
Francisca se rasca la nuca con duda.
—¿Por qué?
—Me aterra —confieso, sintiendo un escalofrío recorrer cada filamento de mi piel—. No crea que no pensé en irme ya, en sacar mis cosas cuando él no esté, ¡por supuesto que lo hice! Pero conozco a Jackson, y sé que si escapo me va a buscar hasta por debajo de las piedras. No sé usted, pero al menos yo no deseo ser perseguida el resto de mi vida por una máquina de matar.
—Haber, déjame ver si entendí —dice ella, confundida—. ¿Me estás diciendo que eres consciente de que debes huir y, a pesar de que peligra tu vida, prefieres quedarte por miedo a la posibilidad de que te encuentre y te mate aún cuando hay más probabilidad de que lo haga teniéndote cerca? Bueno no sé tú pero yo preferiría tomar el riesgo. Al menos así sabría que lo intenté.
—Sí, pero no olvide el hecho de que tengo familia y él es un hombre poderoso. ¿En qué universo huir de un tipo rico y poderoso resulta factible?
Ella lo piensa un poco.
—En ninguno, pero eso no importa, Olivia. Tienes que intentarlo. Rico o no, poderoso o no, ningún hombre debe obligarte a estar con él si tú no quieres. Debemos estar con ellos porque nosotras así lo deseamos, y no porque algún idiota desee imponer sus deseos por encima de los nuestros.
La miro, sorprendida. No esperaba tanta sabiduría de su parte.
—Ya, no me regañe. Sé domar al toro por los cuernos —aseguro, tratando de convencerme más a mí que a ella—. Soy una adulta hecha y derecha, ¿que no?
Ella bufa. No cree mi discurso, y ciertamente yo tampoco.
—Eso le decía yo a tu abuela, y mírame —dice, molesta—. Ahora estoy arrepentida de no haberle hecho caso. Terminé como el perro de las dos tortas: sin marido, y sin los mendigos estudios —protesta.
Esta vez, soy yo la que frunce la frente.
—¿De qué habla?
Un gruñido sale de su boca.
—De nada —replica, cortante. Saca un pedazo de carne cruda de una hielera y me lo estampa en el ojo—. No metas tu narizota en donde no debes, mejor déjate aliviar y ya.
Francisca abre el botiquín que tenemos para emergencias y saca una botella de alcohol etílico de el. Vierte el líquido en una torunda de algodón y aproxima el algodón húmedo a mis heridas. Intercalo la vista entre el frasco blanco y la bolsa de algodón y los contemplo a ambos con incertidumbre.
—Tía, no creo que sea conveniente...
A lo lejos, mi vista capta unos sobres de té paliativos, un tarro de ungüento y una caja de pastillas.
—Cállate, sé lo que hago.
Quiero creer que en serio sabe lo que hace.
☔ ☔ ☔
—¿Te sientes mejor? —pregunta, guardando los materiales de nuevo en el botiquín.
Termino de beber el té y lo medito. No hizo una gran diferencia para hoy, pero sé que la hará para mañana.
—Usted no se preocupe —me limito a responder.
Ella me escudriña con la mirada pero no dice nada.
—¿Y Nadine? ¿Qué has sabido de ella?
Nadine, mi dulce Nadine... Una sensación de tristeza profunda me invade al recordarla.
—No lo sé, de seguir por el vecindario ella ya estaría aquí. Sabe perfectamente como regresar a casa. Alguien se la llevó.
Mi tía hace una mueca triste.
—¿Estás segura?
—Sí. Ella se ha escapado un par de veces, pero siempre regresa. ¿Cómo se explica que no haya regresado si sabe cómo hacerlo? Es obvio que alguien se la llevó.
Suspiro, desanimada. La extraño mucho.
—Pero tiene que volver. Repartiré volantes, iré a buscarla a las calles —digo, intentando levantarme. Inmediatamente caigo, mi cuerpo está muy débil como para pararme por mi cuenta—. Pero la encontraré. No voy a rendirme.
Francisca me lanza una mirada de preocupación.
—Ni creas que te dejaré ir a buscarla estando así —me regaña. Su expresión es de total seriedad y determinación—. Yo hablaré con los vecinos, alguno tuvo que haberla visto.
Le hago un gesto de agradecimiento y entonces lo recuerdo: ¡mi jefa!
Busco mi teléfono entre los cojines con desesperación.
—¿Qué pasa? —inquiere Francisca, extrañada.
Debo parecer una loca.
—Mi teléfono, ¡¿dónde está?!
—No pensé que fueras a necesitarlo y te lo guardé.
Lo saca de su bolsillo y me lo entrega. Mis ojos recaen en la hora y suelto una maldición: 2:36 p.m.
—Por Dios, ¿qué carajos pasa? —exige saber.
Lo desbloqueo y entro en la aplicación de contactos. Selecciono el de Constanza y marco.
—Hablaré con mi jefa, deme unos minutos.
Pego el celular a mi oreja y espero a que suenen los tres timbres. Unos minutos más y puedo escuchar su respiración entrecortada.
Sí contestó.
—Se breve, por favor. —Suena enojada.
De fondo distingo varias voces. Intuyo que se trata de candidatos de adopción o clientes inconformes. Mi jefa no debe estar pasándola nada bien lidiando con ellos sola.
—Soy Olivia.
—Lo sé —rezonga—. No podría olvidar el nombre de la secretaria a la que le ofrecí el pie y me arrancó la pierna entera.
Además de dejarme tirada, ¿Jackson no tuvo la decencia de avisarle?
Masajeo mi frente para descargar estrés y detecto una textura rara en mi piel. Supongo que se trata del dichoso ungüento.
Inhalo hondo y me contengo. No puedo perder la compostura.
—¿Jackson no le contó? —pregunto, mermando mi enojo para sonar amable y calmada.
¿Por qué carajos me sorprende? Era obvio que no iba a contarle; ni a ella ni a nadie. A Jackson no le conviene que se sepa.
—¿Acerca de qué?
Escucho a una de las impresoras expulsando papel. Una mujer grita que quiere que le entreguen a su mascota.
—Me asaltaron.
Y acosaron. Y golpearon. Y amenazaron. Pero omito esos detalles, ni siquiera soy capaz de pronunciar todo lo que me pasó en voz alta; duele, y mucho.
—Oh, por Dios. —Su asombro es auténtico. Seguro esperaba cualquier excusa estúpida, pero no algo tan grave como aquello—. Es irónico, pero lamentable.
—¿Irónico? ¿Por qué? —cuestiono, desconcertada. ¿Acaso le divierte mi desgracia?
—«Si mañana no asisto es porque me asaltaron, eh, para que no se asuste» —me imita.
—Ah... por eso.
Y desearía que se hubiera quedado en eso: una simple e inofensiva broma.
—Pero, ¿cómo estás tú? ¿Necesitas algo? —Su voz se suaviza un poco. Parece que todo rastro de enojo que había en ella se ha esfumado—. Sabes que haría cualquier cosa por ti, Liv. La oficina es un desastre sin ti.
—Sí. Y yo sé que a lo mejor y es demasiado pero...
Constanza carraspea y exclama:
—¡Ya le dije que su trámite estará listo en media hora, señora!
Más cuchicheos de voces inconformes se hacen notar. Mi jefa es genial con el liderazgo, pero como atención al cliente deja mucho que desear.
—Jefa, ¿la importuno? Podría llamarla en otro momento...
Estar en medio de la loca inconforme y mi jefa no me entusiasma mucho que digamos.
—Estoy bien, pero esa señora impaciente debe entender que no es la única en el planeta —gruñe—, tengo más gente que atender.
Oigo como baja el cursor del mouse y otro archivo sale de la impresora.
—¡Qué ya voy, señora, no tengo ocho manos! —vocifera, indignada. Su grito me aturde así que alejo un poco la bocina de mi oreja—. ¿Me haría el favor de no presionarme más? ¡Gracias!
Luego de oír eso la culpa empieza a entrar en mi sistema. No puedo evitar sentir que gran parte del estrés que está viviendo Constanza es por mi culpa.
—Liv, ¿cómo lo haces?
La pregunta me toma por sorpresa.
—¿Hacer qué?
—Esto. No volverte loca. Llevo un día en tu lugar y siento que me muero.
Es curioso que a ella le desespere estar en mi puesto y a mí estar aquí, postrada en mi sofá. Creo que ahora sabe lo que es tener toneladas de trabajo ajeno en tus manos y no saber qué hacer con tanto.
¿Debería sentir pena o alegría de que experimente en carne propia esta inesperada pero igualmente valiosa lección?
—No lo sé. Solo me enfoco en no morir porque si me muero yo también se mueren mis sueños —concluyo, respondiendo a su anterior pregunta—. Y créame, una persona sin sueños está muerta desde que deja de tenerlos.
La línea se queda en completo silencio por unos minutos que parecen eternos.
—No creí que una persona con trabajo de oficina tuviera tiempo de tener sueños. Hace mucho que dejé de tenerlos —dice, con un matiz triste.
No necesito verla para darme cuenta de que está decepcionada de sí misma. Sé cómo se siente.
—Los sueños son la gasolina que mueve el motor de la vida, jefa. Y tal vez no es que dejara de tenerlos de un momento a otro; tal vez solo se quedó sin combustible y lleva tanto tiempo varada en carretera que olvidó donde tiene que obtenerlo.
Otro silencio, sepulcral e incómodo.
—Si pones las cosas en perspectiva esa es una muy buena metáfora —me elogia.
Sonrío.
—Y aunque desearía seguir charlando debemos dejar esta plática pendiente porque tengo muchas cosas que hacer, Liv. Pero antes de irme dime, ¿qué necesitas?
Ya se escucha más tranquila y relajada. Mi sonrisa se ensancha.
—Es sobre mi perrita, Nadine. Hace unos días se escapó y desconozco su paradero. Es muy importante para mí y quiero que regrese conmigo.
—¿Y qué se te ocurre?
—Estaba pensando en colocar una alerta en la página web de PA y repartir volantes por toda la ciudad. PA tiene mucho prestigio, no será difícil —replico, añadiendo cierto tono suplicante al final.
—Hecho, lo obtienes. Le diré a Hernet que lo ponga en el sitio web cuanto antes. Y por lo de los volantes no te preocupes, te ayudaré con una parte en cuanto me desocupe de todo esto.
Constanza pulsa un botón y escucho a la impresora arrojar más papel. Comienzo a extrañarlo.
—Y ni se te ocurra pararte por la oficina pronto —me advierte—. Te daré una semana de incapacidad y no permitiré que desobedezcas mi orden.
—Gracias, de verdad, muchísimas gracias.
No puedo verla pero podría jurar que mi jefa sonríe al otro lado del teléfono.
—Descansa y recupérate pronto, Olivia, buenas tardes.
Cuelgo la llamada y le dirijo la mirada a mi tía. Ella está optimista y, por más increíble que parezca, yo también. La nube negra y espantosa que estaba sobre nuestras cabezas por fin está diseminándose, dejándonos ver el panorama con total claridad.
*********************
¡Qué onda! ¿Cómo están? Yo sé que me tardé muchísimo pero escribir una novela no es tarea fácil jajajaj
En esta ocasión vimos las consecuencias de aquella brutal escena con Jackson y una explicación del por qué Olivia sigue en su situación. A las víctimas nunca les es fácil salir de sus ciclos de violencia por X o Y razón; hay quienes presentan tanta dependencia emocional que se niegan a ver la realidad, y otras, al igual que Olivia, que pueden ver el panorama por completo y solo el miedo las retiene.
Hay miles de situaciones que pueden llevar a una víctima a seguir en sus ciclos de violencia; por eso nunca hay que juzgarlas o culparlas. El agresor siempre será el culpable, nadie más.
En fin, ¡espero traerles el otro capítulo pronto! De antemano les agradezco por estar aquí y leerme ✨
Los quiero.
Con amor y besos perrunos,
Nactaly.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro