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IX. Zafarse de las cadenas es tan rejuvenecedor como una inyección de botox

OLIVIA

Nicolás y Constanza todavía están en la oficina. Llevan metidos ahí aproximadamente una hora y media y no han salido para nada.

Mi jefa ha entrevistado a otros candidatos antes y no había demorado tanto como ahora. Que el tiempo siga transcurriendo sin ninguna señal de vida de ellos acrecienta mi ansiedad. Cada dos minutos me asomo por el pasillo para verificar que sigan ahí. Es extraño.

Aunque quizá mi ansiedad se deba al evidente remordimiento que siento, no puedo evitar sobrepensar la situación. Me siento culpable de haberle mentido a Nicolás en un tema tan... "importante" como lo es mi nombre. El pensar que manché la impresión que tenía de mí y que ahora me desprecia suscita un sentimiento muy confuso en mí. Nunca imaginé que lo volvería a ver y... de ser un hecho el que él trabaje aquí, se volverá incómodo.

Como si no fuera suficiente múltiples incógnitas asaltan mi mente y mi personalidad compulsiva no me permite ignorarlas. ¿Qué le estará diciendo? ¿Se referirá a mí en algún momento? ¿Le contará sobre lo que pasó? ¿Obtendrá el puesto?

La horda de cuestiones obsesivas es interrumpida cuando los veo salir sonrientes de la oficina de ella. Nicolás le dedica una última sonrisa y ambos culminan la entrevista con un cordial apretón de manos.

—Fue un placer conocerte —dice Constanza, devolviéndole la sonrisa—. Será un honor recibirte la próxima semana para darte un recorrido por nuestras instalaciones. Bienvenido a Patitas Alegres, Nicolás.

Lo hizo. Obtuvo el trabajo.

—Muchas gracias —exclama él, con actitud encantadora. Se separan un poco y mi jefa lo acompaña hasta la puerta del elevador. Ambos pasan de largo por la recepción y él ni siquiera me mira.

Nicolás presiona el botón luminoso del ascensor sin apartar la mirada de Constanza. Ella le dice unas palabras más que no alcanzo a distinguir y luego él se adentra en el cubo del elevador.

Las puertas empiezan a cerrarse y antes de que lo hagan por completo Nicolás por fin dirige su mirada hacia mí. Esta, a diferencia de la primera que me dirigió al llegar, es fría y antipática, por no decir... de odio puro.

Estaba tan inmersa viendo hacia el elevador que no noté el momento en que Constanza se acercó a la recepción.

—¿Por fin me vas a decir qué carajos fue todo eso? —exige saber. Coloca sus manos alrededor de su cintura y enarca las cejas.

Entonces no le contó...

—Lo arruiné, ¿okay? Creí que iba a ser otro más de esos casos donde conoces a alguien y jamás en tu vida lo vuelves a ver.

—¿Qué es eso de que lo arruinaste, Olivia? No entiendo nada.

Respiro hondo y me llevo una mano a la frente.

—Le mentí sobre mi nombre. En palabras más informales, la cagué. Pero en lo personal estaba muerta de miedo... estábamos afuera de mi edificio, a altas horas de la noche, recién pasada una agresión, ¿tú habrías compartido tu nombre real con un desconocido que tiene noción de dónde vives? Me salvó, pero no tenía claras sus intenciones y de verdad entré en pánico.

Constanza pone una cara de estupefacción que nunca podré olvidar. Pestañea para tratar de asimilar un poco de información y luego suspira.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?

—Bueno... —digo, incómoda. Nunca creí que tendría que explicar esto—. ¿Recuerda los días que me ausenté? Pues... no le dije todo. El asalto fue más intenso.

—¿Intenso? ¿A qué te refieres con eso?

—Esos tipos intentaron robarse mi bolso, mi coche y los documentos más importantes de PA. Pero también me acosaron, golpearon y amenazaron. No sé cómo o por qué pero por casualidades del destino Nicolás iba pasando por allí y se lanzó a ayudarme. Enfrentó a los asaltantes y literalmente los hizo trizas. De no haber sido por él probablemente esos tipos me habrían violado y asesinado. Él me salvó. Se indignó tanto al enterarse que le mentí porque él me protegió sin pedirme nada a cambio, se arriesgó por mí y lo único que yo hice fue mentirle. ¿Cómo se sentiría si hiciera algo increíble por alguien y después esa persona se mostrara tan poco agradecida?

Constanza tuerce la boca.

—Mal. Terriblemente mal.

Asiento.

—¿Lo ve? Es como si le dieras dinero a un niño en desventaja para ayudar aunque sea un poco a su deplorable situación y después ves como este lo usa para comprar dulces, drogas o algo estúpido. Intentas ayudar de forma desinteresada y resultas estafado.

Mi jefa hace una mueca y niega con la cabeza.

—Aunque entiendo tu punto, no creo que debas compararlo con algo así —responde—, tú cometiste un error porque eras presa del miedo, no intentabas burlarte de él o de sus buenas intenciones.

—No creo que él lo vea así —admito, sonando más decepcionada de lo que quisiera.

Constanza suelta una risa discreta. Supongo que no quiere llamar más la atención de mis chismosos compañeros.

—Es broma, ¿no? —Vuelve a reír—. Está molesto; cuando las personas nos enteramos de que cosas que creíamos verdaderas en realidad son mentiras nos enfurecemos, el coraje del momento nos nubla el juicio y nos calienta la cabeza de palabras y actitudes tontas. Nicolás está molesto pero no lo suficiente como para alejarse, se ve que siente algo... muy especial por ti.

Doy un respingo y agrando los ojos en una reacción meramente involuntaria.

—Además —añade, esta vez con un tono más serio—. Por el bien de los dos más vale que lo hagan funcionar. De ahora en adelante serán compañeros de trabajo y deben llevarse bien.

☔ ☔ ☔

—Mamá, ¿vas a decirme qué rayos tramas?

Al principio fue divertido pero ahora es exasperante. Llegué a casa de mis padres hace casi dos horas y mi madre no ha querido hablar sobre esta cena inesperada.

Cuando vivía aquí apenas y cocinaba, ¿y ahora espera que en realidad crea que está cocinando para celebrar algo tan insignificante como venir a visitarlos?

—Es una sorpresa —repite, con una sonrisa pícara que, personalmente, me pone los pelos de punta.

La sigo con la mirada y ahora la veo revolviendo una olla hirviendo con lo que parecer ser... ¿pozole?

Observo el resto de la cocina y analizo todo: Cerveza fría, botanas, música ruidosa, cacahuates enchilosos... ¿está organizando una cena mexicana?

—Hace muchísimo no preparabas algo así. —Le hago ver, extrañada.

Mi madre creció en México, pero cuando nos mudamos para acá prefirió hacer de cuenta que ese lado de su pasado jamás existió. ¿Por qué de la noche a la mañana quiere "enorgullecerse de sus raíces"?

—La ocasión lo amerita, querida.

Empiezo a juguetear con un cucharón de plástico, nerviosa.

—Me estás asustando.

Ella me ignora y vierte el agua de jamaica que acaba de preparar en una vasija de cerámica. En eso, entran papá y Owen a la cocina. Mi madre aprovecha su presencia para seguir evitándome.

—¡Te extrañé! —exclama Owen, corriendo a abrazarme. Le devuelvo el abrazo y miro por encima de su hombro; papá está sonriéndome también.

—Y yo a ti, chimuelín. Papá me contó que llevaste a tu mascota a la escuela hoy. ¿Cómo te fue? ¿A tus compañeros les agradó Acivia? —le cuestiono, enternecida.

Owen tiene doce años, pero no ha cambiado mucho desde que tenía cinco. Alegre, dulce y encantador. Todos aman estar cerca de él porque transmite una calidez tan divina que... no sé, desde que nació he cuidado de él y nunca he dejado de pensar que tenerlo en mi vida es una bendición enorme.

Owen extiende los brazos y pega unos cuantos brinquitos.

—¡Sí! ¡Fue todo un éxito! —Sale volando de la cocina y después regresa con Acivia en sus manos.

Papá destapa una cerveza que estaba sobre el desayunador y nos observa. Me hace un gesto con los ojos y luego da otro trago, sugiriéndome que acaricie a la tortuga.

—A ver... —Owen coloca a Acivia sobre mis dedos. Toco su pequeño caparazón con delicadeza—. Es hermosa, y hace cosquillas —rio, ya que esta intenta caminar libremente sobre las palmas de mis manos.

—¿Quieres darle de comer? —pregunta, poniéndome enfrente el tarro con su alimento.

—Claro, ¿por qué no?

—No fastidies a tu hermana, Owen. —Lo regaña mamá, arrebatándole el tarro de los dedos. Se lo guarda en el bolsillo y vuelve a lo suyo, no sin antes decir—: Es un día especial para ella. No lo arruines y compórtate, por favor.

Owen eleva la cabeza y me ve con una profunda tristeza, provocada por el tono tan tosco en que Karina le habló. Toma a Acivia de mis manos y desaparece de la cocina.

—No me molesta, ¿okay? No deberías hacerlo sentir como una molestia. Es solo un niño y no tienes que ser tan dura con él —espeto, tajante.

Desde que me fui a vivir con Jackson cada vez lo frecuento menos. Me parece increíble que me prive de compartir tiempo de calidad con él por una situación que ni siquiera se digna a explicar.

—Tiene que vestirse acorde a la ocasión. —Es lo único que sale de su boca.

—¿Por qué no aceptas que te da asco tenerlo cerca? ¿Qué detestas que un niño de apenas doce años te haya dicho que le gustan los niños y no las niñas?

Después de escucharme Karina se pone a rebanar pepinos, pero lo hace de una manera tan agresiva que siento que en algún momento va a cortarse los dedos.

Hace unos meses Owen nos contó que sentía algo muy especial por su mejor amigo. Un chico. Papá, como es lo usual en él, no opinó, pero tampoco se opuso; a mí particularmente me tiene sin cuidado, yo lo apoyo con lo que sea que lo haga feliz pero... mamá no quedó nada contenta con su declaración. Le cuesta convivir con mi hermano desde entonces. Es un niño que aún no entiende del todo la opresión social que padecen los homosexuales, y mucho menos entiende por qué ella lo trata así, pero de cierta forma me enorgullece que no se deje influenciar por ella ni por nadie.

—Es repulsivo. Su actitud tan liberal es muy osada para alguien de su edad. No quiero dañar a mi único hijo pero no puede ser posible que desee estar con otro hombre. ¡Es una aberración! ¡Una blasfemia!

—No vuelvas a repetir eso en mi presencia si no quieres perder a tu única hija —la amenazo, apretando los puños hasta que comienzan a dolerme las uñas.

Muy a mi pesar, sus palabras me recordaron a la discusión que tuve con Jackson cuando se enteró. Cometí el error de contarle y reaccionó pésimo; dijo que no quería un mariconcito como cuñado. Ese día el poco amor que sentía por él se esfumó por completo.

—Señor y señora Stelian, ¡hemos llegado! —vocifera una voz grave y rasposa desde el recibidor.

Karina deja de cortar pepinos y, con una sonrisa resplandeciente en el rostro, corre hacia donde se oye la voz, ignorando lo que acabo de decirle. Curiosa, me asomo por el pasillo que conecta la cocina con parte de la sala.

Cada músculo de mi cuerpo se tensa cuando veo a Jackson y a sus padres acercarse a mi "hacendosa" madre.

—¡Adelante, justo acaba de llegar Olivia! —clama ella, parándose en puntillas y enganchándose del pálido cuello del señor Richard para darle un abrazo.

Retrocedo sobre mi espalda y me giro para confrontar a papá.

—A mí no me veas, yo no sé nada.

Camino hasta poder apoyarme en una superficie sólida. Trato de respirar hondo repetidas veces para mitigar la creciente sensación de asqueo y hartazgo que ahora martillea mi pecho.

¿Qué carajos hace él aquí? ¿Cómo es capaz de presentarse en casa de mis padres después de lo que me hizo? ¿Por qué mi madre no me lo dijo?

Los latidos de mi corazón se vuelven desenfrenados. Mi estómago se constriñe hasta que comienzo a sentir un gran vacío en mi abdomen.

—Tranquila, Liv, tú puedes. Hoy mismo terminarás con él. Mientras tu familia esté aquí no va a lastimarte —susurro, muy para mis adentros.

—¿Qué? —inquiere papá, confundido por verme hablando sola.

Ruedo los ojos.

—Nada.

—¡Olivia, ven a saludar a las visitas! —ordena Karina, ejecutando una entonación falsamente dulce que tiene el propósito de intimidarme.

Jackson, sus padres y mi madre se dirigen al comedor principal. Papá los alcanza minutos después y luego observo como Owen se reúne con ellos. Aterrada, me hago bolita y me escondo bajo la mesa. No es lo más maduro de mi parte, pero en serio no quiero verlo; sacudo la cabeza ante la sola idea de estar frente a él otra vez.

Veo a los pies de Karina adentrarse en la cocina. Da algunas vueltas, inspeccionando todos los rincones del lugar para encontrarme. En un instante, cuando creo que por fin se ha rendido y planea alejarse de aquí, se acomoda en cuclillas y levanta el mantel que hasta hace unos segundos cubría mi cabeza.

—¿Qué haces ahí? —reclama, jalándome del brazo para sacarme de mi escondite. Limpia mi blusa de un inexistente rastro de polvo, coloca un mechón de cabello detrás de mi ojera y en seguida dice—: Tenemos visitas, ¿lo olvidas? ¡Tienes que atenderlas!

¿Atender a alguien que ni siquiera deseaba recibir? Patético.

—No quiero ver a Jackson. —Me zafo de su agarre que ya empezaba a calarme y marco distancia.

Bajo la vista y observo la zona donde me jaloneó. El tono rojizo que adquirió mi piel después de que me encajara las uñas me recuerda a la golpiza que recibí recientemente.

—¿Por qué? ¿Discutiste con él o qué?

La miro directo a los ojos y su frialdad e indiferencia me disuaden de contarle lo que pasó. No puedo. No lo entendería, y por sus intenciones al organizar esta "cena", percibo que tampoco desea hacerlo.

"Óyeme bien, Olivia Stelian. Si hablas de esto con alguien, despotricaré contra ti y tu familia; voy a desprestigiarte y hacerte la mujer más miserable sobre la faz de la tierra".

Trago saliva y froto mis brazos para deshacerme de la piel de gallina.

—Sí, pero no es nada grave —miento.

Es duro admitirlo pero no tengo la suficiente confianza como para hablarle de lo que me aqueja.

—Bien, acompáñanos entonces —pide, mostrándose poco comprensiva. Honestamente no me sorprende, pero no deja de ser duro—. Todo en esta vida tiene solución menos la muerte.

—Dame un minuto.

Karina sale de la cocina y yo arrastro una silla para sentarme y pensar. No me siento con la suficiente valentía como para estar en el mismo recinto que él. Desde que intentó abusar de mí el solo imaginar que tengo que establecer alguna clase de contacto me revuelve el estómago. No sé si Jackson entendió o no el mensaje porque yo me salí del apartamento apenas pude, pero muy en el fondo espero que así haya sido.

Inhalo y exhalo. Estoy tan confundida que apenas y puedo pensar con claridad. ¿Qué pretenden Jackson y su familia con todo esto? ¿Por qué mi madre es cómplice?

—¡Olivia!

El grito chillón de mi madre me saca de mis cavilaciones. Suspiro y tomo el pequeño pastel que se supone debí llevar hace unos minutos.

—Hola —susurro, incapaz de levantar la cabeza y dar la cara.

Deposito el pastel en el centro de la mesa y dejo caer mi trasero en la silla junto a mi padre. Siento las miradas taladrantes de los presentes puestas sobre mí, pero hago de cuenta que no existen.

—¿Cómo estás, querida? —pregunta la señora Hills, con su característica y afable voz—. Hoy te ves tan linda como de costumbre.

En una situación distinta su adulación me habría sacado una sonrisa, pero en un momento tan incómodo como este en lo único que puedo pensar es en salir pronto de aquí.

La señora Hills es una mujer caucásica de mediana estatura. Bien vestida, educada y proveniente de una familia acaudalada. Algo que admiro mucho de ella es que a pesar de estar rodeada de gente prepotente y prejuiciosa ella no es nada de eso. Es noble y humilde; no sé cómo alguien tan machista y odioso como Jackson pudo nacer de ella.

—Muchas gracias.

Karina me patea por debajo de la mesa y la impresión provoca que me enderece.

Parpadeo un poco para recobrarme y sin querer mis ojos se desvían hacia su lugar. Me estremezco ante el contacto visual y aparto mi vista de él cuando lo veo esbozar una sonrisa maliciosa.

—Mami, tengo hambre —murmulla Owen, importándole poco el silencio instalado en el aire.

Karina le hace mala cara y le sirve una ración de pozole. Añade cebolla, lechuga y rábanos al tazón para posteriormente entregárselo. Mi hermano, gustoso, comienza a comer e ignora la tensión del entorno.

—¿Están de acuerdo con que iniciemos con el postre y luego con el platillo fuerte? —bromea papá, quien por alguna razón creyó que decir algo como eso sería gracioso.

Volteo a verlo y entonces me doy cuenta de que no estaba bromeando. Una pequeña rebanada de pastel de zanahoria está sobre su plato.

—Amor, te dije que el pastel era para un momento especial —rie Karina, sonando tan forzada que me enferma. ¿Desde cuándo fingir se volvió lo usual en esta casa?

Papá capta la indirecta y dice:

—Está bien, lo siento, lo guardaré para el final.

De no ser por lo mal que me siento me habría reído de esta situación. Su cara de perrito regañado es lo mejor que he visto en años.

Karina termina de servirle a los invitados el pozole, las bebidas y se ocupa de poner a su alcance varias verduras cortadas que le darán sazón al platillo. Por más increíble que suene, todos comemos mientras reina el silencio, y aunque la intención de la música en un principio era amenizar el ambiente, de hecho creo que está dando el efecto contrario.

Luego de un rato, la familia de Jackson empieza a cuchichear. Es una mala señal.

—Jackson, hijo —lo llama el señor Richard. Mientras esto sucede mi madre parte un pedazo de pastel y se lo tiende. El señor Richard la mira complacida—. ¿No tenías algo que decirle a Olivia? Es el momento adecuado, ¿no crees?

Jackson sonríe. De no ser porque sé la clase de hombre que es, creería que aquella sonrisa es hermosa y genuina. Así de manipulador y doble cara es.

—Sí.

Richard, quien hasta este instante se había mantenido poco comunicativo, sonríe mientras le da un mordisco a su trozo de pastel.

Hace unos días estaba siendo golpeada por él y ahora estamos aquí, reunidos con nuestras familias, en espera de algo que no deja de alarmarme y ponerme nerviosa. Así de inesperadas y malditas son las vueltas que da la vida. Lo que al principio parecía ser una relación meramente cordial, terminó siendo un noviazgo tóxico lleno de maltratos, mentiras y chantajes. No puedo evitar cuestionarme, ¿qué habría sido de mi si en aquel momento hubiera dicho no?

—Hoy, mi amor, es un día especial y maravilloso —recita Jackson, acercándose lentamente a mí. Trato de alejarme pero no lo logro, Karina me frena—. Hace ocho años empezamos una relación llena de amor, estabilidad, confianza y apoyo. Algo que se ha ido fortaleciendo con el pasar del tiempo y que, personalmente, me hace sentir el hombre más afortunado y bendecido sobre la tierra.

Si tuviera las fuerzas para reírme, lo haría, en serio. ¿Apoyo? ¿Confianza? ¡¿Amor?! No sé a quién quiere engañar pero en el fondo él y yo sabemos que durante todo este tiempo tuvimos todo menos eso.

—No hay nada que ame más que a ti, ¿okay?

Saca un pequeño cofre del bolsillo de su saco y se hinca en un pie.

No, no, no.

—Y no hay otra cosa que desee más que te conviertas en mi esposa —añade, revelando un hermoso anillo de diamantes. Verlo me hace sentir corta de aire, debe haberle costado una fortuna—. Olivia, ¿quieres casarte conmigo y pasar el resto de nuestra vida juntos?

De repente siento como mi estómago se encoge. Empiezo a hiperventilar y busco con angustia un vaso de agua. Mi padre se acerca con uno e inmediatamente lo bebo, esperando que el líquido ayude un poco a calmar la ansiedad gigante que me aqueja.

—Anda, Olivia, di algo —me presiona Karina, codeándome las costillas. Carraspeo, en un intento por recobrar la compostura, y luego ella musita en mi oído—: Contéstale a tu encantador novio y haznos a todos felices al anunciar su compromiso.

Retrocedo algunos pasos y me dejo caer en una de las sillas. Me quito el cabello de la frente y coloco mi cabeza entre mis rodillas; creí que respirar así me ayudaría a calmarme, pero no está funcionando. Lo peor es que, aunque no puedo ver sus caras, percibo el asombro de todos al no escucharme aceptar. Esperaban que aceptara sin pensarlo dos veces, y el prolongar tanto mi respuesta crea un mar de incertidumbre; en especial en la familia de Jackson quien continúa hincado en el suelo.

Yo por mi parte tengo claro que no puedo casarme con un hombre como él. Sería condenarme a un sufrimiento eterno y también dejar de lado lo que verdaderamente importa: mi felicidad y mi estabilidad emocional.

¿Por qué me ponen en esta posición tan complicada? ¿Por qué someterme a la presión social? ¿Cómo le digo a estas personas que lo que menos deseo es unirme a él y que en realidad quiero salir corriendo de aquí?

—¿Qué te pasa, linda? Tienes que calmarte. Estás asustándonos a todos.

La única que demuestra preocupación es la señora Hills, quien se acerca a donde estoy y me ayuda a ponerme de pie. En cuando me estabilizo le doy un fuerte abrazo y comienzo a llorar. No pude evitarlo; la presión que los demás están ejerciendo sobre mí, la vorágine de sentimientos que retuve durante mucho tiempo y ahora se ha agolpado dentro de mí y amenaza con salir... Es demasiado.

—¿Olivia? ¿Estás bien?

Levanto la vista y veo a Jackson, quien por fin se incorporó. Sostiene el anillo en su mano hecha puño y tiene una expresión tan molesta que la vena le sobresale de la frente y pareciera que la mandíbula se le va a desencajar.

Sentir el calor de la señora Hills y el apoyo que nunca sentí de parte de mi madre de alguna manera me da la valentía para enfrentarlo.

Me harté de ser su títere.

Me harté de que crea que puede usarme y manipularme a su antojo.

Me harté de que el amor, la honestidad y la lealtad sea lo último en su lista de prioridades.

Me harté de complacer a otros, de recibir golpizas y de hacer a un lado mi propio bienestar.

—Lo estoy —digo, expulsando las lágrimas de mis ojos y sonriéndole con agradecimiento a la señora Hills. Indirectamente, hizo por mí lo que yo sola no pude hacer en ocho años.

—¿Y bien?

Exhalo hondo y lo miro directo a los ojos para que entienda que hablo en serio:

—No, Jackson, no quiero y no puedo casarme contigo. Jamás le daría aquel placer a alguien que no ha hecho más que maltratarme, engañarme y abusar de mí. Y por si no te ha quedado claro, aquí termina lo nuestro. No quiero volver a verte o a saber de ti.

No me quedo a atestiguar el desconcierto de los Hills y mi madre. Salgo de la casa de mis padres y me voy a cualquier otro lugar que no sea uno donde esté él.



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¡Hola, hola! ¿Cómo están? Me tardé muchísimo en traerles este capítulo y lo sé, no hay justificación que valga pero ¿qué les digo? Lo que ustedes leen en menos de 15 minutos a mí me toma hasta una semana ajajajaja. Así que sean pacientes, por favor, tarde o temprano terminaré esta novela.

¡Gracias por leer! Los tqm.

Con amor y besos perrunos,

Nactaly.

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