IV. Tengo una mini disputa con dos tormentas
NICOLÁS
Para cuando por fin he llegado a casa, no hay rastro de la tormenta en ninguna parte, excepto en el piso húmedo y mi ropa, que está próxima a secarse. Las enormes nubes negras que cubrían el cielo se disiparon, y la niebla que comenzaba a extenderse por todo el oeste no es más que un velo traslúcido que no le impediría ver ni a una mosca.
Limpio mis zapatos del lodo en el tapete de la puerta y acto seguido entro a casa. Me quito la camiseta húmeda y deposito a Tormenta en el piso, quien, al instante en que sus patas hacen contacto con el suelo, se sacude. Observo en cámara lenta como gotas de agua caen en el sillón y todo lo que está a su alrededor.
Tormenta, ya casi seca, se sienta sobre sus cuatro patas y me ladra.
—Eso debería hacerme olvidar que acabas de mojar todos mis muebles, ¿no?
Otro ladrido. Sonrío y me acerco a la cocina.
Una remembranza fugaz y escueta de la chica que conocí hoy se hace presente en mi mente. No puedo dejar de pensar en sus facciones, que aunque tiernas y alegres, parecían tener una densa sombra encima. Es preciosa, desconfiada y preciosa. Me arrepiento de no haberla invitado a salir cuando se me presentó la oportunidad, pero... no. No pude. Mamá y papá, dondequiera que estén, no aprobarían un despiste de mi parte.
Tengo que dejar de pensar en esa mujer que no frecuentaré más.
—Hola Nico, ¿qué se supone que es eso? —pregunta Dalton, asomándose a través del baño.
Sale del baño envuelto en su bata y con una toalla gruesa enredada en la cabeza. Las duchas nocturnas son las preferidas de mi hermano Dalton, el mediano (esto último ya que le ganó a su gemelo con un minuto). Se quita la toalla y, mientras termina de secar su sedoso pelo rubio, observa detenidamente a Tormenta; la ve con duda, con cierto recelo también.
—¿Ya me vas a decir qué rayos es?
Busco a Tormenta con la mirada y la encuentro mordisqueando la pata del sofá.
Dalton tiene cara de pocos amigos.
—¿Qué no es obvio? —inquiero, riendo—. Bueno, no sé tú, pero yo le veo forma de perro.
Dalton rueda los ojos.
—Más bien parece rata mojada —se queja. Mientras él sigue haciendo comentarios soeces sobre lo pelona que se ve mojada Tormenta curiosea en el resto de la casa y olisquea cuanto mueble ve, familiarizándose con el ambiente.
—Mojada sí, rata no. Falta ver cómo luce con su pelaje ya seco.
Dalton se aleja de donde está y se acerca a Tormenta, quien intenta mordisquear una de las patas de la mesa.
—¿Cómo se llama? —me pregunta, tomando a Tormenta en brazos.
Dalton ladea la cabeza y vistea al perro desde varios ángulos.
—Tormenta —respondo, encogiendo los hombros—. Como simbolismo de... —Me callo al ver que Dalton no tiene su atención puesta en mí, sino en el perro. Dejo la oración pendida en el aire y ni siquiera me molesto en explicarle la razón.
—¿Nos lo quedaremos? —interroga, acariciando el hocico del animal. Tormenta le clava los colmillos en el dedo—. ¿Crees que le caigo bien? ¿Es un niño o una niña?
Me hago la misma pregunta. Ni siquiera lo revisé cuando lo recogí.
Marlon, el más pequeño de los hermanos, atraviesa la marquesina de la cocina y aparece con un plato y un enorme y gordo tamal sobre el. Pica el bocadillo con un tenedor y se lo lleva a la boca. Su gesto indiferente me hace ver que no opinará nada en cuanto al asunto Tormenta-Dalton preguntón.
—¿Ya me vas a responder?
Le dirijo la mirada. Lo había olvidado.
—Lo siento, es fácil confundirse. Ni en un retén de alcoholímetro hacen tantas preguntas —ironizo.
Dalton pone a Tormenta en el suelo y estrecha la mirada, cruzándose de brazos.
—Esos oficiales al menos se dignarían a contestarme.
Me acuclillo y pongo al perro bocarriba sobre mis muslos.
—Bueno —replico—. Sí, sí y es...
El perro lame las yemas de mis dedos mientras lo sostengo y, al mismo tiempo, mueve sus orejas, las cuales lucen un poco más esponjosas gracias a que ya están casi secas. Secciono su pelaje en dos grandes partes y, al dejar a la vista su piel, distingo en su barriga unos pares de pequeñas protuberancias.
—Una hembra —culmino, impresionado.
Me siento un completo imbécil, ¿cómo es que no me di cuenta si la acaricié muchas veces antes de llegar aquí?
—¿En serio? —inquiere Dalton, igual o más sorprendido que yo—. Pero que tonto, ¿cómo no te diste cuenta?
Hago una mueca. Sí, muy tonto...
—Da igual, eso ya pasó —corto, tajante—. Solo espero que Tormenta sea un nombre unisex porque me encanta y no pienso cambiárselo.
Dalton sonríe.
—¿Puede dormir en mi cuarto? —pregunta, repentinamente emocionado. Comienza a dar brincos y a pararse en puntillas—. ¡Di que sí, Nico, ándale! —me ruega.
Lo medito. No estoy tan seguro de que tan buena idea será dejar a un bebé a cargo de otro bebé, pero recaigo en su alegría y esta no tiene ningún precio, ¿quién soy yo para estropeársela?
—De acuerdo. —Me incorporo y levanto a Tormenta, envolviéndola en un tórrido y afectuoso abrazo.
Presiento que esta linda perrita atraerá dicha y júbilo a nuestras vidas.
Marlon, con un trozo de tamal grasoso en los labios, interrumpe nuestro emotivo momento y dice:
—Déjenme mimarla, ¿sí? Ya les tocó mucho
—Nomás no te la vayas a tragar —digo, dejándola en el suelo para que pueda cargarla.
Marlon me voltea los ojos y deja el plato que traía sobre la mesita de centro. Ni siquiera ha dado tres pasos cuando se regresa a darle un mordisco a su comida.
Dalton y yo intercambiamos miradas.
—Menos mal que no le gusta la carne de perro o sino Tormenta estaría frita —susurra Dalton en mi oído.
Le doy un codazo en las costillas y él suelta una risa en respuesta.
Marlon se acerca a nosotros una vez acabado su tamal y toma a Tormenta en brazos. Acto seguido empieza a olisquearla y a observarla de una manera... un tanto extraña.
—¿Deberíamos llamar a control animal? —pregunta Dalton nuevamente en mi oído.
Creí que era el único que temía por la vida de la perrita.
—¿Marlon?
Marlon la suelta y me ve con una mirada tan fría que me hiela la sangre.
—¡Está asquerosamente sucia! Debemos darle un baño urgente, llevarla al veterinario a desparasitar y vacunar porque...
Dalton y yo exhalamos un suspiro de alivio.
—Marlon-no-puedo-dejar-de-limpiar Dixon por fin hizo acto de presencia, ya se había tardado —se queja Dalton.
Antes de que pueda contestarle un trueno resuena en el cielo nocturno, sobresaltándonos a todos. La lluvia parece haberse restaurado, y de una manera peor que la anterior. Miles de gotas comienzan a descender del suelo al mismo tiempo; muchas de ellas chisporrotean enérgicamente contra el alféizar de nuestra ventana más próxima, amenazando con quebrarla en pedacitos.
—¿Ves? —inquiere Dalton a Marlon, quien tiene una expresión de horror en el rostro—. Dios nos castigó por vivir con alguien tan neurótico.
Marlon suelta un gruñido.
Las luces de la estancia empiezan a titilar y, a la vez, un vendaval furioso zangolotea todos y cada uno de los árboles que están en la calle. Un relámpago surca el cielo y después de ese rayo de luz tan potente por todo el vecindario empieza a esparcirse una nube de oscuridad densa y aterradora.
—Marlon, discúlpate con Dios —exige Dalton.
—¡Perdón! —grita Marlon, estoy casi seguro que viendo al cielo—. ¡No es mi culpa vivir con los dos seres humanos más marranos del planeta! Créeme, si vieras lo sucios que son mandarías un segundo diluvio que los borre de la faz de la tierra.
—¡Oye!
—Querías una disculpa, ¿no? ¡Pues toma tu disculpa! ¡Marrano!
—Si tan solo pudiera verte créeme que...
—¿Quieren callarse? —Resoplo, tanteando todo lo que está a mi alrededor para empezar a moverme—. No hay luz, quien sabe dónde está Tormenta y no veo absolutamente nada. Créanme que a Dios no le importa en lo más mínimo que dos gemelos insoportables se peleen por ver quién es más sucio.
—¿Quién es más sucio? —replica Marlon, indignado—. ¡Pero si aquí los más sucios son Dalton y tú!
—¡Ay, por amor a Dios! ¡Haznos un favor a todos y cállate!
—¿Callarme yo? No, aquí el que debería callarse es...
Resoplo. Este es mi pan de cada día.
Agarro lo que parece ser una esquina del sillón y sigo adelante. Continúo caminando y, por el fuerte olor a champú de miel de Dalton, caigo en cuenta de que estoy en el baño. Toco el retrete, el lavamanos y de ahí dirijo mis manos a las pequeñas gavetas que están sobre el.
—Tiene que estar por aquí... ¡Ajá! ¡Aquí está!
Saco de la gaveta una linterna y presiono lo que creo es el botón para encenderla. Mis ojos desacostumbrados a la luz se encandilan en el acto.
—¡Nico! ¿Dónde estás? —grita Marlon, imagino que inquietado por el aparente rayo de luz.
Apunto la luz a mi alrededor y se hacen visibles un bote de espuma para afeitar, un rastrillo y el champú Johnson's Baby de Dalton que hace que el baño se vuelva un lugar atractivo para Winnie Pooh.
—¡Encontré una linterna!
—¿Y qué esperas? ¡Tráela para acá!
Vuelvo a apuntar la linterna pero esta vez en dirección a mis pies. Ubico la salida del baño y me dirijo a la sala. Una vez en la sala busco a mis hermanos pero no los encuentro; lo único que captan mis oídos en un par de risitas maliciosas, aunque no logro saber exactamente de dónde provienen.
Cualquiera en mi lugar habría creído que fueron secuestrados por la mafia fantasmagórica o algo así, pero yo no. Saben perfectamente como molestarme, así que para ahorrarme el coraje solo hago mi primer y único ofrecimiento:
—Le compraré una quesadilla con carne a quien se vaya a dormir antes que yo.
Conozco a Marlon perfectamente y sé que el tirará la toalla primero.
—A la una, a las dos... —digo, esperando que salga de su escondite.
Marlon no lo piensa dos veces y abandona su escondite. Dalton, con el ceño fruncido porque este arruinó su broma, sale detrás de él.
—Que conste que lo voy a tomar, pero me ofende muchísimo tu chantaje, Nicornflakes —asevera Marlon, frunciendo también el ceño.
Marlon sale propulsado de la sala, arrasando con las escaleras. Desde la planta baja pueden escucharse los pisotones de aquel proyectil humano que tiene nula resistencia física. Lo último que oigo es un fuerte portazo, que supongo proviene de haberse encerrado por fin en su habitación.
Un portazo que, a decir verdad, me hace desconfiar de la estabilidad de los muros.
—Tú también vete a dormir si es que quieres una quesadilla de consolación —ordeno.
Dalton, extrañamente, acata mi orden y, antes de subir, reta a Tormenta a una carrerilla.
No necesito ver la carrera desde la meta para saber quién fue la que ganó.
☔ ☔ ☔
Después del día tan tedioso y problemático que he tenido, lo que menos me interesa es pensar en el mañana. A estas alturas del partido, lo más probable es que Méndez ya haya prescindido de mis servicios gracias a algún pretexto estúpido inventado por él.
Francamente a ningún jefe le gusta que lo desafíen, así que estoy resignado ante mi destino tan inminente.
Me adentro en mi cuarto y enciendo la luz del techo. En cuanto mis ojos se adaptan a la luz cálida y brillante, un suave pero potente aroma a incienso de olíbano está diseminándose por toda la habitación. En mi mesita de noche está una pequeña cena y un hermoso dibujo de un Jedi blandiendo un sable láser.
«Un guerrero para otro guerrero».
Sonrío ante la obra de Marlon. A ambos nos encanta Star Wars. Ya le daré las gracias mañana.
Me siento sobre el colchón y procedo a quitarme el pantalón junto con los zapatos; después sigo con la camisa y me recuesto sobre mi almohada. Le doy un mordisco a la dona glaseada que me dejó Marlon y luego me enfundo entre mis cobijas.
Antes de caer en un sueño profundo, unos golpes afuera de mi recámara me hacen salir de mi trance somnoliento. No tengo más remedio que levantarme, así que reprimo un bostezo y salgo de la cama.
—¿Quién es? —pregunto, abriendo la puerta.
No necesito una respuesta. Mis ojos observan a Tormenta y a Marlon parados enfrente de mí.
Un relámpago alumbra el cielo y él da un respingo.
—¿Marlon? —inquiero, confundido.
Este me mira con mesura. Por alguna extraña razón, sé que le avergüenza lo que está a punto de decir.
—Tormenta y yo tenemos miedo —farfulla, cabizbajo. Por su tono de voz, confirmo que es así—. ¿Podemos pasar la noche aquí?
—Claro, adelante...
Marlon se abre paso y se adentra en mi cuarto. Se acerca a mi cama y deposita a Tormenta encima de ella. El olor a incienso parece tranquilizarlo un poco, así que solo retomo mi antigua posición y lo invito a recostarse. Tormenta se acomoda cerca de nuestros pies, enrosca la cola y pronto cae rendida.
El proyectil humano y yo no somos tan rápidos.
—Lo siento. Pensé que lo tenía controlado y solo... volvió. No me siento seguro allí solo —dice, refiriéndose a su cuarto.
Suspiro. Las noches lluviosas son muy complicadas para mi pobre hermano. No puedo evitar sentir pena por él.
—Lo sé, enano, lo sé. Pero, ¿sabes qué? Aquí no tienes nada de qué preocuparte. Tienes dos brazos y otras cuatro patas que no dudarán en protegerte si algún rayo malévolo trata de alcanzarte.
Marlon se acurruca entre las cobijas y se hace un ovillo. Con voz triste, susurra:
—Pero los echo de menos.
Cuando mis padres murieron en aquel terrible accidente, Marlon iba con ellos. Era apenas un niño pero recuerda perfectamente cada detalle del incidente. Una fuerte tormenta los agarró a media carretera mientras venían de visitar a la abuela y una cosa llevó a la otra; el pavimento resbaloso, la poca visibilidad a causa de la irascible lluvia, las fuertes ventiscas... y ese maldito rayo que cayó justo encima del capó. Destruyó por completo el motor, desestabilizó el carro y el resto es historia. Marlon fue el único que sobrevivió. Y también el primero en ver a nuestros padres muertos.
Una cosa como esa jamás se olvida.
—Igual yo, enano, igual yo —respondo, contagiándome de su tristeza—. Y apuesto a que Dalton no se queda atrás.
Pensar en ello a veces me resulta increíble. Es sorprendente como las cosas pueden cambiar en tan solo unos segundos. Nuestra vida jamás volvió a ser lo que era; desde que ellos partieron yo adopté el papel de su cuidador y, aunque no ha sido nada fácil, sigo esforzándome día a día para sacarlos adelante.
Marlon se da cuenta de que está costándome mantener la compostura y se lanza a abrazarme tan fuerte como sus bracitos se lo permiten.
Le devuelvo el abrazo y pronto siento como va quedándose dormido. También empiezo a sucumbir ante Morfeo al inundarme con una profunda y acogedora calma.
Sus brazos, pequeños y regordetes, resultaron ser el consuelo que tanto necesitaba.
******************
¡Qué onda! ¿Cómo andan? Yo sé que me tardé bastante pero aquí estamos ya. Este capítulo en particular además de ser más "light" en comparación con el pasado, es muy emotivo. Aquí ya podemos ver la inclusión de Tormenta en la vida de sus nuevos dueños y una explicación más profunda de la familia de Nico :)
De todo corazón espero que les haya gustado. Les doy las gracias INMENSAS por seguir aquí y por leer. Por sus votos, comentarios. ¡Me motivan y hacen muy feliz!
Nos vemos en el próximo cap 💖
Con amor y besos perrunos,
Nactaly.
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