Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

I. Una patada en el tobillo habría dolido menos

OLIVIA

Un buzón parlante de dudas y quejas que giran en torno al proceso de adopción.

Eso soy yo.

Recepcionista y asistente personal de gerencia también, ahora que lo recuerdo. Pero no te dejes llevar por eso, el término «buzón parlante» es mucho más cómico.

En fin, como te decía. Yo soy nada más y nada menos que la recepcionista de una asociación llamada: PA.

PA es la sigla de Patitas Alegres, una asociación altruista de mucho renombre.

PA, lejos de ser sólo un motivo de orgullo para el gobernador del estado y el presidente municipal, es una causa muy noble. La asociación, además de cumplir con una función corporativa, cuenta con instalaciones particulares que operan como refugio; estas se encargan de albergar animales que deambulan en condiciones deplorables para, después de ciertos papeleos y trámites, proveerles un hogar más acogedor que las calles. Luego de recogerlos, los encomendados del refugio los añaden al registro en espera de adoptantes y los alimentan o asean mientras aparece algún candidato; les proporcionan una placa para distinguirlos y los curan también (si es que padecen alguna herida u enfermedad).

A pesar de que todo el que me conoce critica mi fuente de sustento por ser «aburrida», y de que lo estoy haciendo ver como un empleo de tal calibre, sí me gusta.

Ser la Olivia voluntaria en un refugio animalista, más allá de la Olivia oficinista, compensa los desaires de esta montaña rusa llamada vida.

El repiqueteo estridente de unos tacones contra las baldosas de mármol me saca de mis cavilaciones. Levanto la vista del teléfono y diviso a Constanza, la gerente, aproximándose hacia mi escritorio. Cuando esta se detiene frente a mí me tiende una carpeta color azul y no dice nada, sólo me sonríe. Le regreso el gesto para no verme descortés y posteriormente le echo una ojeada a la carpeta.

Al leer el contenido entreabro los labios, incrédula.

Es la adopción 66 del día, ¿acaso no hay un peor augurio?

—Sé que estás ocupada... y lamento molestarte por millonésima vez en el día, Olivia. —Una media sonrisa se dibuja en su rostro apelmazado. Parece tensa—. Pero ésta adopción debe tramitarse hoy mismo. Lo entiendes, ¿verdad?

Respiro hondo. Seguramente su superior la está presionando.

—No se preocupe, está bien —digo. Me obligo a forzar una sonrisa para regresarle el ánimo—. El jefe recibirá esto de mis propias manos. No volverá a topárselo hasta la semana entrante en la reunión de gestación.

Constanza exhala un suspiro de alivio y, luego de agradecerme con la mirada, se va rumbo a su oficina.

—¡Hey, Liv! El deber llama —grita Hernet, mi amigo, desde la lejanía.

Viene serpenteando en mi dirección con un enorme montón de papeles que le obstruye la vista. Enfoco mi mirada en sus piernas temblorosas y me paro de mi asiento justo a tiempo para evitar que haga un desastre en mi lugar de trabajo. Le sostengo los hombros e impido que caiga de bruces contra el mostrador. Así nos mantenemos unos segundos, hasta que aparta mis manos de una guantada y se inclina la longitud suficiente como para alcanzar el centro de mi escritorio; una vez en esa posición, y con un movimiento anhelante y seco, deja caer la gran pila de hojas sobre el teclado de mi computador.

Alterno mi vista entre la torre de archivos y él. Ambos parecen inestables.

—¿Qué es esto? —pregunto, extrañada.

Hernet recarga las manos en la barra y toma aire con la cabeza metida entre los brazos. Yo espero pacientemente a que responda.

—Los de la junta directiva —toma una pausa para recomponerse y aspirar más profundo— quieren que fotocopies esto. Y te ayudaría, pero...

Le dedico la mirada más confundida que puedo. ¿Que ellos quieren qué?

—Hernet, ¿de nuevo estás drogándote con los Sharpie? —arguyo, con un sutil tono de reproche. Esa es la única explicación lógica que le encuentro a sus raros balbuceos—. Constanza ya se dio cuenta de que están desapareciendo todos los rotuladores del almacén. Y que, casualmente, van a parar hasta tu oficina —le recrimino.

—¿Qué? —exclama, ofendido. Creo que herí su orgullo de drogadicto—. ¡Por supuesto que no! Esa es una inhalación «preventiva» que se lleva a cabo cuando los destapo.

Voy a protestar, pero alza el dedo índice a la altura de mis ojos y, con ese amago de excusa, me silencia.

—Lo que pasa es que lo hago desde muy cerca porque se me irrita la nariz cuando estoy cerca del alcohol. Debo detectar aquellos que no contengan alcohol para evitar la alergia, ¿lo ves? —Eleva la punta de su nariz y apunta a los mocos sinoples que habitan en el interior de ella—. Aquí está la prueba.

Hago una mueca de duda. ¿En serio cree que va a tomarme el pelo tan fácil?

—¿Y por qué no te pasa lo mismo con la cerveza o el mezcal? —lo enfrento, recordando como se embrutece en el antro cada fin de semana.

Además, está generalizando, seguramente su alergia no discrimina ningún tipo de alcohol.

Seguramente.

—Porque... porque yo tomo cerveza de mantequilla. Lo que me atolondra es el azúcar en la sangre.

Estoy a punto de replicar otra vez, pero me interrumpe con lo del encargo que lo trajo hasta aquí y me disuade de formular dicha queja.

—Venía a avisarte lo de las fotocopias —repite, sin darme chance de retomar el tema.

—Eso si lo entendí.

—Y también a quejarme de que me hayan solicitado un reporte extenso de las donaciones del mes.

Frunzo el ceño.

—¿Y eso es malo porque...?

Espero una queja del tamaño del corazón de una ballena.

—Porque lo quieren con un nuevo diseño. ¡Y yo estoy tan seco como un cactus! —refunfuña, manifestando su frustración.

Hernet es mi compañero de planta y el único amigo con el que me permite convivir Jackson. Le gusta que lo llamen así, sin un indicativo de ascendencia. Lo conocí porque, en aquel entonces, él se había graduado como Diseñador Gráfico; y tal como sucedía siempre, me habían asignado la tarea de darle un recorrido por el edificio e instalarlo en la que ahora es su oficina. Gracias a eso que podemos llamar «imprevisto» fue que nos volvimos grandes amigos.

Y durante estos pocos años de amistad, me atrevo a decir que he descubierto dos cosas que nadie, a diferencia de mí, conoce sobre él:

1. Que es gay de closet.

2. Que no domina tan rápido la realización de un diseño.

Lo segundo no lo menciona porque ninguna empresa, bajo ningún concepto, contrataría a un diseñador gráfico que no es tan creativo o que sufre de bloqueos constantes.

—Googlea ideas —le sugiero—. O ingéniatelas y sustráele inspiración a uno de tus colegas. Total, siempre te sales con la tuya, ¿no?

Hernet estudia mi rostro, serio.

—Tienes razón. Iré a implementar mi técnica de manipulación estrella.

No quiero saber a qué rayos se refiere con eso.

—¿Entonces solo fotocopio y ya? —Señalo las hojas por el rabillo del ojo.

Hernet se lleva una mano a la barbilla y la acaricia, en un gesto característico que suele hacer cuando busca recordar o pensar algo.

—Cada hoja por los dos lados —suelta por fin—. Sé que eres capaz y que entregarás la encomienda responsablemente. Pero no lo olvides, ¿sí? Es de carácter urgente —recalca, palmeándome la espalda para alentarme.

Cuando Hernet se marcha me tomo la libertad de demostrar mi agotamiento con otro suspiro.

Ayer mi padre me aconsejó que renunciara. Él está en desacuerdo con la manera en la que me confieren el trabajo; y también en que siempre trasnoche para citar prospectos, corregir archivos, elaborar reportes u organizar inventarios que no me conciernen.

Me excedo, lo sé. Y soy bastante propensa a que las reumas me reclamen como su anfitriona a consecuencia de la esclavización laboral; pero, en mi defensa, puedo decir que prefiero ser una empleada competente antes que un parásito. Aunque papá acierta en que es una paga miserable por múltiples quehaceres, yo pongo el corazón en esto y no la ambición.

Trato de enfocarme en ello antes de ceder ante la presión.

—Si antes renegué de la universidad aquello no se compara a esto. Al menos allá podía hacer trampa.

Un empleado de intendencia que va de paso por la planta me lanza una mirada de desconcierto. Es otro sujeto que no sabe que me da por hablar sola en momentos de estrés.

Sin embargo, explicarle mi manía no es una prioridad. Canalizo mis energías y utilizo las pocas que me restan para concluir otro correo de la bandeja de entrada. Quito lo que está encima del teclado y continúo redactando el cuerpo del texto. Escribo el destinatario, hago clic en «enviar» y después cierro la pestaña.

Me incorporo y, con la pila de papeles sobre los antebrazos, me dirijo a la copiadora.

«Sigues aquí por una buena razón, Liv».

Enciendo el aparato y coloco una de las tantas hojas sobre el cristal.

☔ ☔ ☔

Observar el escritorio vacío y libre de pendientes me quita un peso enorme de encima.

El alivio que siento es muy comparable al que siente un estreñido cuando defeca su racha semanal.

Oprimo el botón tras el monitor y apago la computadora. Antes de cerrar el cajón de mi escritorio bajo llave extraigo de el dos carpetas que posteriormente introduzco en mi portafolio. Me cuelgo el bolso sobre el hombro y, con el portafolio en mano, me encamino hacia la oficina de Constanza.

—Hola, jefa, ya es hora —le aviso, asomándome a través del umbral. Ella todavía tiene el escritorio repleto de papeles—. Mi turno ya finalizó, nada más checo y me voy a casa.

—Muy bien, querida, nos vemos mañana a las 11.

Ni siquiera me mira. Se pone de espaldas y prende la cafetera que la compañía le obsequió en la rifa del festival del 10 de mayo.

El humo que desprende la máquina se propaga por lo alto.

—¿Que mi horario oficial no es a las siete? —inquiero, ofuscada.

Me aparto de la puerta y termino de adentrarme en su oficina. Esta es espaciosa, de pulcras paredes blancas y mobiliario color beige con estampados.

—Por supuesto que sí. —Vierte café en una taza morada que tiene impresa la leyenda: «Para la Mejor Mamá del Mundo»—. Pero modifiqué tu acceso, ojalá que cinco horas sirvan para que te repongas del montón de trabajo que tuvimos hoy.

¿Desde cuándo es tan considerada conmigo?

Al no comprender el motivo de «tan amable gesto» engurruño el entrecejo.

—Se lo agradezco, en serio —digo, transfiriendo el peso de mi cuerpo de una pierna a otra. Constanza arquea una ceja, expectante—. No, en verdad, me vendría mega bien descansar pero... ¿qué hay con Jackson? —la interrogo, sintiendo un escalofrío recorrerme el cuerpo entero al pronunciar su nombre—. No le gusta que esté sin hacer nada, ni mucho menos que me retrase en el trabajo. Si obtengo un retraso me despedirá, sin importar que sea su novia.

Mi jefa retoma la posición en la que estaba cuando llegué y esboza una sonrisa divertida, como dándome a entender que mi miedo es tonto.

—Yo me las arreglaré para que conserves tu trabajo —promete, convenciéndose más a sí misma que a mí. Busca dentro de una gaveta el azúcar y le añade tres cucharadas a la taza—. Pero no es tan gruñón como parece. Sabré lidiar con él, linda, confía en mí.

Decido no hacer más comentarios al respecto.

Eso me orilla a inspeccionar mi entorno. Al concretar la inspección, me percato de que no sólo ha preparado su café usual, sino que también depositó un cojín y una cobija encima del diván que decora su oficina.

—¿Planea dormir aquí?

Vuelve a mirarme, nuevamente haciéndome sentir que mis preguntas son obvias.

—Sí, tengo asuntos pendientes —responde, sonriendo de una manera ligeramente sombría—. Y no es que te corra pero ya deberías irte, ¿no crees? Es algo tarde y Jackson debe estar esperándote.

No quiero llegar. Lo que menos quiero es llegar y verlo.

—Sí, sí, tiene razón —digo, sintiendo los nervios que me atacan cada que estoy por regresar a casa—. Si mañana no asisto es porque me asaltaron, eh, para que no se asuste.

Suelto una risa ansiosa. Constanza me observa con desconcierto y una sonrisa de boca cerrada se delinea en mis labios.

«Digo cosas estúpidas cuando estoy nerviosa. ¿Llevo siete años trabajando aquí y apenas se da cuenta?».

Me despido de ella y salgo por fin de las instalaciones de PA. Posteriormente atravieso la calle y me acerco al automóvil que está estacionado en una esquina colindante al refugio.

Subo al asiento y enciendo el motor del coche. Este ronronea ferozmente, dándome a entender que está listo para arrancar, pero justo cuando estoy por pisar el acelerador escucho que mi celular suena. El timbre característico de las llamadas inunda mis oídos y percibo la vibración del aparato dentro de mi bolso.

Apago el vehículo, apoyo el bolso sobre mis muslos y rebusco en el hasta que hallo lo que necesito.

—¿Hola? —saludo, pegándome el teléfono al oído. La persona del otro lado de la línea se toma su tiempo para responder y eso me inquieta. Un minuto y nada, silencio. Es demasiado sospechoso, así que añado un—: ¿Sí? ¿Con quién hablo?

Pensé que tampoco había surtido efecto cuando de pronto exclaman:

¡Qué onda, mija!

Aparto el celular de mi oreja y pongo una mano sobre mi pecho, el cual sube y baja deprisa a causa del sobresalto.

No tengo idea de quién pueda ser, así que gesticulo:

—¿Quién es? ¿Le conozco? ¿Cómo consiguió mi número?

—Hay, mijita, soy tu tía-abuela Pancha, ¿apoco te asusté?

Trago saliva.

—Sí.

—Discúlpame, cielito, es que apenas y sé usar estas cochinadas. Creí que me había equivocado de número y nomás no supe como colgar —ríe, aturdiéndome. Tomo aire otra vez, esto es incómodo—. ¿Pero en serio no supiste quién era? ¿Tan pronto te olvidaste de mí?

Percibo un ligero atisbo de decepción de parte de mi tía.

Ella fue la que me hizo adicta a las sopas Maruchan en mi niñez; me avergüenza admitirlo, pero sufrí una fuerte infección gastrointestinal después de llegar a comerme tres botecitos por día.

—Claro que no, aquí andamos —susurro, pasándome la mano por la parte posterior del cuello.

Estoy nerviosa. No quiero que, por ningún motivo, se acuerde y se burle de mi horda de flatulencias de aquella época... o de mi colon hinchado como pelota.

No sé cuál escenario sería peor.

—Vine a verte pa' traerte un topper de una sopita de fideos riquísima que hice, pero no te encontré —dice. Suena verdaderamente entristecida, eso me perturba. ¿Será que la dichosa sopa en realidad es Maruchan disfrazada?—. En fin, te la dejaré con el portero del edificio. Aunque he de decirte que cuando abrí el cancel un perro pulgoso salió corriendo como alma que lleva el diablo, ¿era tuyo?

Nadine.

—Sí, pero seguramente está por ahí en la cuadra, no se apure.

—Emm...

—¿Qué?

—Se fue en dirección hacia la avenida, y está bien oscuro. Yo creo que ahora si te quedaste sin perro, mija.

De repente siento que empieza a faltarme el aire.

—Espere, ¡¿está insinuando que mi cachorrita se perdió?! —grito, escandalizada.

No, Nadine no pudo desaparecer así como así. Ella es todo lo que tengo...

—Sí —masculla, totalmente quitada de la pena. Oírla tan despreocupada me hierve la sangre—. Pero no hay pedo, mi chula, luego te conseguimos otra. ¡Hay un chingo de perros pulgosos en el mundo!

¿Luego te conseguimos otra? Quizá es buen momento pero para conseguirme otra tía, porque no daré a Nadine por perdida.

Jamás. Primero muerta.

—Estese ahí, voy para allá —gruño.

Corto la llamada y arrojo mi teléfono a la parte trasera del coche. Vuelvo a encender el motor y esta vez sí piso el acelerador, con un único propósito en mente: localizar a mi perrita perdida.



**********************

¡Hola, hola! Para los que ya me siguen desde hace mucho tiempo, ¡oficialmente Tormenta está de vuelta! Y para los que no, ¡bienvenidos a esta mi humilde novela!

El capítulo es bastante largo, lo sé, pero créanme que de relleno no tiene nada. Hacer introducción a la vida oficinista de Olivia, a tres de los personajes secundarios que más aparición tendrán, y al final, que es lo que abre la brecha del drama y el amorshhh... vale por completo las casi 3000 palabras que me aventé jajaja.

En fin, ¡gracias por leer! Y espero les haya gustado, nos vemos en el siguiente cap :)

Con amor y besos perrunos,

Nactaly.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro