Tormenta
Érase una vez, en una pequeña granja que se ubicaba en un valle continuo a un río, una numerosa familia con ocho hijos y un perro que tenía una gran habilidad especial de la cual sacaban mucho provecho cuando era la ocasión. El perro se llamaba Tormenta.
La familia siempre estaba pendiente del perro y lo trataban como si fuera un integrante más. Le hacían un lugar en la mesa de mimbre y tenía su plato de comida siempre rebosante de pedazos de carne que la madre cocinaba y condimentaba especialmente para él. Tormenta también poseía su propia cama en el cuarto de los ochos niños, y algunas veces se desvelaba jugando con ellos, pero al fin y al cabo terminaba descansando. Por la mañana desayunaba y después salía y se sentaba cerca de la casa, con la mirada puesta en el cielo y las orejas bien levantadas, como si estuviera esperando para escuchar una orden. En esa posición se quedaba hasta que era la hora del almuerzo y, posterior a eso, volvía a su antigua posición sin siquiera apartar la vista de su objetivo. Su trabajo finalizaba por la noche, al igual que el de todos los miembros de esa familia.
Ahora bien, mientras que todos los integrantes recogían las verduras de la huerta o les estiraban las ubres a las vacas para sacar leche de ellas, el perro se pasaba horas y horas mirando al cielo. A pesar de que esto parece no contribuir nada a la familia y a la vida en medio del campo, se podría decir que Tormenta les había salvado la vida a todos sus amos unas innumerables de veces.
El simple motivo de por qué se entretenía mirando el cielo era porque así podía saber cuándo se aproximaba una tormenta, y por eso llevaba ese nombre. Les avisaba a todos con el tiempo suficiente para que pudieran prepararse y abastecer la planta alta del granero que servía de refugio. En esa zona del valle se inundaba con mucha facilidad y más por el río que pasaba paralelo a la granja. La choza de madera en la que vivía la familia quedaba húmeda y muchas veces tuvieron que volver a construirla con sus propias manos. Pero eso no importaba en absoluto, pues sus vidas estaban salvadas gracias a Tormenta y su gran don que había sido enviado por Dios, o por lo menos eso era lo que pensaba el más pequeño de los niños, el cual tenía dos años.
La madre de la familia estaba preparando una sopa de verduras para el almuerzo mientras trataba de agarrar los recipientes en donde la vertería sin que se les estrellaran con el suelo. Maldecía no haber tenido una hija mujer para que la ayudara en los deberes de la casa, y por esa misma razón todavía seguía teniendo hijos, sin que le importara si tenían los suficientes recursos para cuidar a un niño más.
Por fin logró su objetivo y sirvió el almuerzo, aunque ninguno había llegado de trabajar. Se asomó por la ventana para ver si alguno venía, mas su vista se dirigió rápidamente hacia el cielo, donde las nubes ya no eran de un suave color blanco como siempre, sino que estaban teñidas de negro. De manera apresurada salió para ver si el perro estaba alerta y se sorprendió al ver que el animal no estaba en su puesto habitual; sin embargo, supuso que se había ido y que en breve volvería para avisarles sobre la próxima tormenta.
Cuando todos los niños y el padre regresaron de realizar las tareas diarias y se sentaron a la mesa para almorzar, el perro todavía no había vuelto. Tampoco nadie se preguntó por su paradero, es más, hasta se podría decir que casi nadie se dio cuenta. El padre le preguntó a su esposa si Tormenta había estado por la mañana, a lo que ella contestó que no lo recordaba. Además incluyó haber visto unas nubes negrísimas en el cielo que parecían ser de lluvia, pero que de igual manera el perro no se aproximó para alarmarles ni nada similar.
— ¿No será mejor prepararnos, madre? — Preguntó uno de los niños, posiblemente el más listo de los ocho.
La madre no tuvo tiempo de dar su opinión sobre el tema porque el más mayor de todos los niños le contestó que esa era una idea tonta si el perro todavía no les había avisado. Y como en esa familia siempre se obedecía al mayor, se quedaron en la casa olvidando todo el asunto de la tormenta.
Al finalizar la comida, cada uno se fue a su cama a dormir la siesta para luego ponerse a trabajar de nuevo.
El primero en levantarse de esa siesta fue el niño más listo de la familia y fue a revisar si el perro ya había vuelto. Asombrosamente, Tormenta seguía sin aparecer. El chico recorrió el valle, gritando el nombre del perro pero no aparecía. Durante su trayecto, el cielo se había puesto más negro que antes y parecía de noche, así que decidió volver a la casa y comentarle a su familia sobre lo sucedido. Cabía la posibilidad de que alguien que paseaba por la zona se hubiese robado a Tormenta, aunque el niño rogaba que fuera toda una equivocación y que el perro ya estuviera emprendiendo el camino a casa.
Regresó al hogar casi corriendo, pero fue detenido por su madre que estaba limpiando el suelo. Le preguntó a dónde iba tan rápido y su hijo tuvo que contestarle que Tormenta se había perdido y que el cielo estaba negro, como si una tormenta estuviera a punto de azotarlos.
—Tonterías—fue lo único que pudo exclamar la madre, antes de que un trueno retumbara en todo el lugar.
Sin embargo, siguió haciendo su tarea sin cerciorarse de lo que estaba por ocurrir. El niño más listo se vio obligado a volver a la cama, ya que su padre no estaba despierto y no podía empezar a trabajar. La madre hizo lo mismo luego de terminar su tarea.
Cuando ya todos estaban en el clímax del sueño, otro trueno sonó y la casa vibró, gracias a esto todos se despertaron y se reunieron en la cocina muy asustados. Algunos preguntaban dónde estaba Tormenta y otros por qué no les había anunciado sobre lo que estaba pasando. Algunos querían hallar refugio en el granero y lo manifestaron, pero todos guardaron silencio cuando el padre golpeó la mesa con el puño y, con un tono de voz mandón, dijo:
—No nos moveremos de aquí hasta que Tormenta aparezca y nos diga que tenemos que ir al granero.
La familia se dividió nuevamente en dos: los que querían irse y los que no se iban a mover de allí. Pero como los pequeños no podían hacer lo que pensaban, fueron mandados a dormir para ver como al día siguiente el cielo volvía a su normalidad. Los más grandes se quedaron charlando sobre la situación y volvieron a su cama. Después de todo, fuera no se veía nada y en la casa no había velas, por lo tanto no podían realizar sus trabajos; tampoco iban a cenar esa noche, pues no tenían la suficiente comida.
A los pocos minutos, comenzó a llover. Nadie se dio cuenta de esto porque las ventanas estaban cerradas y no dejaban entrar ningún ruido del exterior. No tardó mucho tiempo para que la lluvia empezara a caer más torrencialmente, acompañada de relámpagos que hacían vibrar la casa. Tampoco se demoró mucho la crecida del río que se hallaba cerca, como consecuencia de esto el valle comenzó a inundarse más rápido que veces anteriores. El agua ya estaba entrando en la casa, pero nadie se cercioraba de eso porque estaban durmiendo para intentar olvidar la triste desaparición de Tormenta.
Los pocos muebles que poseía la unidad doméstica ya se estaban mojando y no faltaba mucho para que la cuna del pequeño próximo bebé, la cual había sido construida por el padre de la familia, se llenara de agua como si se tratara de un recipiente. Todo se estaba destruyendo en tiempo récord y el agua de lluvia no paraba de subir, era increíble.
El primero en despertarse al sentir las sábanas mojadas fue el niño más listo, que tan asustado estaba que cayó al agua. La altura ya era apta para nadar, y eso fue lo que hizo. Él era el único de allí que había aprendido a nadar bien y que tenía probabilidades de salvarse; sin embargo alarmó a todos de lo que estaba sucediendo, con la esperanza de que ahora sí reaccionaran que lo de la tormenta era real y que no era necesario que el perro les tuviera que avisar. No pudo conseguir su objetivo así que, al ver que nadie iba a salir de allí, él por su cuenta intentó hacerlo. El valle también estaba más que inundado y, a pesar del gran esfuerzo que hizo para seguir flotando en lo que ahora parecía una piscina, se terminó ahogando. A su familia tampoco le faltaba poco para tener el mismo final que el niño (no) tan listo.
Los más pequeños no sabían qué era lo que estaba sucediendo y así murieron: sin saber la causa de por qué el agua les estaba entrando por la boca y por los orificios de la nariz, impidiéndoles respirar bien. En cambio, los padres sí sabían y tuvieron que aceptar la gran equivocación que habían cometido.
Y todo esto sucedió porque el perro se había ido a beber agua al comienzo de la vertiente del río, que quedaba a varios kilómetros.
Ahora toda la familia estaba muerta por culpa de Tormenta y de la ignorancia.
FIN.
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