Capítulo 1
Mis días empezaban a las 5:00 de la mañana.
Siempre a la misma hora, ni un minuto más ni un minuto menos.
Era la hora perfecta para poder levantarme, deshacerme del firme agarre alrededor de mi cintura y dirigirme al lavado a asearme y tomar una ducha que arrastrara consigo todo el sueño, vestirme con las prendas mas elegantes y caras que se encontraban en mi closet, bajar a la planta baja de nuestro apartamento a hacerle desayuno a mi esposo puesto que ambos veníamos de una familia patriarcal que estipulaba que a pesar de nuestra posición era mi deber atenderlo como era debido, todo esto mientras colocaba la sección de noticias en los parlantes para enterarnos que había pasado en el mundo en lo que estábamos durmiendo.
Cuando todo estaba casi listo me dedicaba a armar la mesa para el desayuno, siempre ordenado de una manera pulcra con todos los elementos necesarios y un pequeño centro de mesa con un par de rosas blancas que sean atractivas pero no lo suficiente grandes como para tapar la visión del otro mientras desayunábamos; como era costumbre, en ese momento escuchaba como la regadera se encendía, anunciando que Edgar ya estaba de pie y que tenia exactamente 20 minutos para tener su desayuno listo y servido junto con un vaso de recién exprimido zumo de naranja y su amada taza de café amargo que me dedicaba a observar humear al sentarme a esperar por él como mucho dos minutos.
Luego mi esposo bajaría, recién duchado, vistiendo uno de sus hermosos trajes hechos a la medida los cuales le quedaban de maravilla dado a su ejercitado cuerpo, se acercaría a mí mientras estudiaba la mesa y mi vestimenta con sus ojos marrones y me daría un delicado beso en la frente dejando un rastro de su perfume favorito Dignified Privée al alejarse, poco después se sentaría a disgustar su desayuno, yo lo acompañaría luego de que diera un asentimiento o un pequeño gemido con su boca demostrando así que todo era de su agrado y yo podría empezar a comer con él y no tendría que pararme de urgencia a elaborarle otra cosa.
Al terminar me concedería exactamente 10 minutos para colocar todo en el lavavajillas, limpiar la mesa y recoger mis cosas para esperarlo junto a la puerta de salida en lo que él iba por sus propias cosas del trabajo y terminaba de arreglar cualquier detalle en su vestimenta. De esa manera a las 7:20 estábamos listos para adentrarnos al transito de Chicago y llegar a tiempo a la oficina para empezar a trabajar a las 8:00.
Después de 3 años de casados esa era la rutina, que con mucho esfuerzo había construido para lograr adaptarme a Edgar y a las expectativas que todos tenían de mi como la esposa perfecta, yo seguía esta rutina como si de un mantra se tratase.
Y hoy no era la excepción.
Cuando llegábamos a la recepción del edificio donde trabajábamos tomábamos juntos el ascensor personal de Edgar, y cuando cada quien llegaba a su planta era hora de decirnos adiós, Edgar era hijo de los dueños de la empresa; los cuales tenían una constructora bastante famosa y con proyectos muy grandes en todo el suelo americano, en cuestión de números era la que más proyecto multimillonarios efectuaba en el país. Edgar había pasado a dirigir la empresa luego del retiro de su padre, asumió el mando exactamente un mes después que nos casamos, para sus padres quienes eran tan tradicionales como los míos un matrimonio era sinónimo de que su hijo tenia la madurez suficiente para hacerse cargo del negocio familiar, yo en cambio había entrado a la constructora un par de años antes de casarnos porque mis padres y los suyos eran amigos, así que después de terminar mi master en economía, tenia una vacante esperándome en el área de finanzas. En resumen, trabajaba en la empresa de mi esposo, aunque siendo sinceros nunca trabajaba con él, solo lo veía cuando habían reuniones de departamento o similar, y de ves en cuando cuando me invitaba a comer en horario laboral.
Pero aunque no tuviéramos un especial acercamiento en horas de trabajo la verdad es que todo el mundo a nuestro alrededor eran consciente de que estábamos casados, de hecho nunca nos quitaban un ojo de encima, eran como buitres a la asecha de que algo malo pasara para deshuesarnos con sus bocas, justo como en el pasado, cuando a los ojos de la sociedad solo era una oportunista; y desde que tengo uso de razón en esta empresa me han tratado como tal, solo como la esposa oportunista del jefe.
De hecho, en más de una ocasión he tenido la desdicha de escucha a hurtadillas como la gente se burla de mis habilidades, y que solo estoy donde estoy en la empresa por ser la esposa de Edgar, y aunque se que he tenido privilegio al momento de conseguir el trabajo, la verdad es que no soy ninguna tonta que no sabe lo que hace.
Crecí rodeada de números por mi padre, me enamoré de los mismos desde una edad muy temprana, y con todo que mi madre no estaba de acuerdo con que iniciara una carrera, dado que es muy común que las hijas de hombres adinerados no sirvan más que para adorno; hoy en día tengo dos títulos que respaldan mi conocimiento, así que aunque me hace sentir incomoda el hecho de que todo el mundo cuestione mi posición en este lugar, realmente no me interesa, porque sé lo que hago y al menos tengo la suficiente confianza en ello como para dejar a cualquiera en el campo en ridículo.
Aunque si un amigo me pregunta, no era lo que en realidad quería estudiar, pero al ser hija única y con un padre economista emocionado por verme seguir sus pasos, fue la única opción que tuve en todo momento, porque era el único escenario donde mi papá iba a decidir que valía la pena que estudiase, si era en algo que a él le gustara.
Volviendo a la realidad, observé a Edgar sacar su celular de su bolsillo mientras esperábamos que el ascensor llegara a la planta baja, su cabello castaño estaba perfectamente peinado hacia atrás, la verdad es que no lo tenia muy largo, pero si lo suficiente como para ser un desastre si no se lo peinaba en las mañanas y Edgar nunca iba por ahí hecho un desastre, dentro de nuestro entorno era de las personas más pulcras y elegantes que conocía, volví a echarle un ojo a su traje gris hecho a la medida, y me fijé que llevaba su tan preciado maletín de Cartier regalado por uno de sus mejores amigos de la universidad después de años de no verse, lo miré fruncir el seño a lo que sea que estaba observando en su celular.
Si me preguntaban por él a sinceridad podría decir que era un hombre encantador, nada romántico pero tenia su encanto, de ves en cuando se tomaba la molestia de llevarme a cenar o a fiestas sociales, y nunca me dejaba sola en ellas por más ocupado que se encontrara, me hacia pasar un buen rato y como pareja teníamos nuestros momentos emocionantes, definitivamente no éramos un matrimonio convencional, rodeado de risas y de miradas cómplices, pero nos respetábamos y podíamos tener una conversación amena sin tener que fingir que nos agradamos, y en este mundo eso era más que suficiente.
El ascensor abrió sus puertas, Edgar extendió sus manos haciendo un gesto para que yo me adentrara primero al mismo como siempre, tome el lado izquierdo del mismo y apoye mi espalda en el, y lo observé entrar y pulsar mi nivel y después el suyo, para luego plantarse a mi lado en lo que las puertas cerraban, era como una rutina no escrita para nosotros, yo siempre iba a su izquierda y el a la derecha del todo, lo cual no era una acción tomada a la ligera estaba segura que ambos nos habíamos criado escuchando que el hombre debía ir a la derecha por ser la cabeza del hogar y por ende tener el poder, y la mujer a su izquierda siempre dos pasos atrás.
Pero no se confundan, Edgar nunca me pidió que siguiéramos esas costumbres ridículas de la alta sociedad, él era un buen hombre.
—Maldito hijo de puta —mis ojos se abrieron como platos cuando escuché a Edgar pronunciar dichas palabras, creo que podía contar con los dedos de mis manos las veces que lo había escuchado decir una palabrota.
Lógicamente lo miré de reojo tratando de descifrar que era lo que lo había molestado, este se encontraba tecleando en su teléfono de manera frenética claramente enfadado, quería preguntar que era lo que le pasaba y estaba a punto de hacerlo, pero no hizo falta porque empezó a despotricar al aire:
—¿Sabes lo que dijo el nuevo dueño de los hoteles Hilton? Que nuestra propuesta para su nueva cadena de hoteles era descuidada, por no decir humillante, y le dijo a Alexia que no volvamos a molestarlo ni a él ni a su equipo de trabajo al menos que tengamos una propuesta a la altura del proyecto, ese grandísimo idiota ¡Sus hoteles no están a la altura de mi constructora!
Guardé silencio y rogué internamente que el ascensor ya llegara a mi piso, no entiendo cual era la necesidad de tener tantas plantas para ser una constructora, aunque en realidad aquí laboraban infinidad de empresas el edificio era la muestra arquitectónica mas elogiada de nuestra marca, la torre Willis no solo era una de las maravillas arquitectónicas más grande de chicago, sino del mundo, y fue construida por el padre de Edgar junto con varios arquitectos excepcionales de aquel entonces, esta torre de 110 pisos literalmente gritaba: Miren lo que podemos hacer.
Si algo había aprendido a lo largo de los años en medio de este circulo de la alta sociedad era que los hombres como Edgar amaban el poder, y también sentirse superior a cualquier persona dentro de una habitación. Pero si había algo que todos estos hombres tenían en común era que odiaban a alguien más poderoso que ellos. Y los Hilton, y todo lo que representaban era mucho más grande, poderoso, rico y aclamado que la constructora que manejábamos.
De hecho fue idea de Edgar la propuesta de los nuevos hoteles Hilton en el caribe, cuando en medio de un evento social, donde el único propósito real es que los hombres sigan haciendo negocios y las mujeres alimentaran con sus bocas los chismes de la sociedad, Edgar se encontró con uno de sus compañeros de la universidad, que casualmente trabajaba como secretario del gerente de la constructora Vinvi en Europa; el cual le dijo que estaban arruinados, y arruinados a gran escala, puesto que uno de sus clientes mas importante habían decidido salido de su bolsa, es decir los Hilton.
Para Edgar esto solo fue una oportunidad de reafirmar su posición como la mejor constructora de América, ganar a los Hilton era ganar todos los proyectos de los Hilton, y todo lo que llevaba el apellido Hilton era digno de admirar, como sus tan famosos hoteles. Así fue como la constructora pasó exactamente 8 meses elaborando una propuesta minuciosa, donde todos los departamentos (obviamente también incluido el mío que llevaba los números de la operación) no veíamos, escuchábamos, o comíamos otra cosa que no fuera el proyecto Hilton.
Edgar se internó de boca en todo el proyecto, no solo se quedó en la administración como suele hacer, sino que estuvo en cada pieza colocada en el tablero de este proyecto; pero es que esto era diferente, estaba trabajando muy duro para complacer el gusto del nuevo dueño, que según había escuchado a través de sus contactos era mas obstinado, y ambicioso que su padre, y según el padre de Edgar quien tuvo el placer de conocer al anterior señor Hilton, eso era mucho que decir.
Hace dos semanas habíamos finalizado la propuesta, Edgar la había enviado a la mesa ejecutiva de los Hilton, y desde ese día estuvo ansioso esperando una llamada que lo llevara a la cima del mundo, una Reunión con el mismísimo señor Hilton. Pero al parecer sus ideales habían sido demasiados ambiciosos, puesto que el mismo señor Hilton los había pisoteado con la punta de su lengua, logrando que Edgar saliera de su aura de pulcritud sin ni siquiera haberlo conocido —¿Cómo se le ocurre decir eso de mi propuesta, si ni siquiera tuvo el valor de llamarme? Ese estúpido niño rico, que no sabe nada de manejar un emporio...
Las puestas del ascensor se abrieron y le di las gracias a Dios de poder salir de aquí antes de que su humor explotara, podía ver como apretaba los puños a su alrededor, mientras seguía murmurando cuan hijo de puta era Jacob Hilton. Edgar se sentía humillado, y una persona con poder acostumbrado a que todos estén de acuerdo con sus ideales e inteligencia, acostumbrado a que todos hagan lo que el diga, acostumbrado a que todos se sientan honrados con su presencia, una persona poderosa siendo humillada, es una persona poderosa peligrosa. Porque al poder no le gusta ese sentimiento de ser humillado.
Suspiré, y me deslicé rápidamente fuera del ascensor sin decir ni una palabra o recibir el acostumbrado beso de despedida, esperando pasar desapercibida, pero no resultó, pude sentir como sus manos tomaron mi muñeca con firmeza aclamando mi atención, giré mi cabeza en su dirección, y mis ojos mieles se perdieron entre los suyos café.
—Reúne a tu equipo, vamos a elaborar una propuesta que lo deje ver como un idiota de lo sorprendido que estará. Ese maldito de Hilton conocerá lo que es ser un Callahan. —quitó su agarre y observé como las puertas del ascensor se cerraban en lo que pasaba su mano por su cabello despeinándolo.
¡Genial! Ahora tendríamos que volver a la odisea de rompernos la cabeza elaborando otro presupuesto, mientras escucho los pro y contas del equipo arquitectónico, medio ambiente, obras, y contabilidad, los cuales siempre refutaban el trabajo de mi equipo solo por tenerme a mí al frente de ellos. Lo cual significaba que debería de aguantar los dolores de cabeza y presiones nuevamente para un proyecto que debía de admitir no sabría como íbamos superar, porque era genuinamente excepcional.
Mordí mis labios con frustración —Maldito seas Jacob Hilton.
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