¿Y de qué hablaré?, -de la Constancia, me dijo suavemente-.

La constancia es una virtud. Constantia, en latín. Es la fuerza interna que nos mueve para alcanzar nuestras metas y desarrollar nuestros proyectos. La constancia se une al esfuerzo, al valor y a la paciencia; pero es ella la que nos mueve, la que no permite que desfallezcamos en nuestros intentos de lograr las cosas.
Pese a los inconvenientes que podamos encontrar debemos ser constantes. No debemos renunciar a nuestros sueños; toda barrera es salvable, todo obstáculo es superable.
Dios siempre alimenta nuestra constancia en momentos en los que nos creemos vencidos. Y volvemos a levantarnos y a luchar.
Para cultivar la constancia debemos desarrollar la esencia que nos hace ser observadores de nosotros mismos, de lo que hacemos y de la fuerza que invertimos en el hacer. Para ser constantes debemos amar lo que hacemos, debemos sentir satisfacción; así cualquier esfuerzo no resultará una exigencia sino un placer.
No importa cuánto nos tardemos en alcanzar una meta o cuánto esfuerzo nos demanda, no debemos dejarla a medias, debemos culminarla y sobre todo, culminarla bien, que estemos conformes con los resultados.
La constancia requiere dedicación, empeño, empuje, inspiración... es sostener el esfuerzo hasta lograr el fin.
Pidamos al Ángel de la Constancia que nos ayude a alimentar nuestra motivación interior para no desanimarnos en el camino hacia nuestros logros.

Debo revisar mi interior, mirar cuánta fuerza hay dentro de mi, y cuando crea que no es suficiente descansar en Dios que él me dará el empuje necesario.