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CHAPTER II. mrs. conte.
( august 9th, 2023 )




El barrio en el que vivía Cesc era uno de los más peligrosos de la ciudad. Cuando Marc se mudó a Barcelona, casi diez años atrás, lo primero que sus compañeros de equipo le advirtieron fue que se mantuviera alejado de la zona, no solo de las turistas. Los siguientes treinta minutos del viaje en coche hasta entrar a Badalona estuvo lleno de melodías desconocidas para Marc que Cesc no paraba de tararear, así como de una charla medio incómoda en la que descubrió que Cesc había vuelto a casa por voluntad propia y no porque fue obligado por su mamá.

Marc no debería sacar conclusiones sobre la clase de persona que era esta mujer solo porque se olvidó de su hijo menor de edad, pero no podía evitarlo conforme más avanzaban a través de las calles vacías y oscuras de Badalona. Lo único que iluminaba su camino eran las luces delanteras del coche, porque incluso las farolas de la calle titilaban. A Marc se le revolvía el estómago con la idea de que Cesc, probablemente, elegiría venir en metro hasta acá solo para no poner en riesgo su beca de la Academia si él no hubiera intervenido. Este chico no habría ni salido de la estación en Sant Roc sin que lo robaran o lo secuestraran.

Ahora está sonando un poco como Guiu, pero Marc no puede culpar al chico por preocuparse. Él mismo se preocupaba y conoció a Cesc hace menos de tres horas, no imagina qué sería para una persona que creció con Cesc la angustia de que algo le pasara solo porque su mamá se olvidó de recogerlo tras el partido. Ellos definitivamente van a tener esa conversación.

—Es por aquí —dice Cesc, señalando un edificio de ladrillo que debe haber visto días mejores. El costado de la estructura estaba sucio y las ventanas tenían ropa colgada. Ni las luces encendidas lograron tranquilizarlo un poco a Marc, que miraba con desconfianza las calles a sus alrededores sospechosamente vacías—. Estaré bien, capi, no me van a hacer nada. Ladrón no roba ladrón.

—¿Eh? —pregunta Marc, solo algo confundido.

Tal vez solo sea uno de esos raros refranes en español que Marc nunca termina de captar porque no aprendió español en la manera convencional. Aprendió este idioma a través del fútbol, de los gritos en el vestuario, las órdenes de un capitán neurótico y el Míster haciéndote ademanes para que veas que te habla a ti y no al jugador a tu lado. Marc respira este deporte.

—La única regla del barrio es que no te metas con los de tu mismo barrio —explica Cesc, con una naturalidad que hizo a Marc preocuparse (más) sobre la clase de vida que ha llevado el niño—. Si estás aquí en primer lugar, no es que tengas algo de lo cuál aprovecharse. Se respetan las luchas ajenas de tus iguales. Ladrón no roba ladrón, pobre no roba pobre.

Marc apaga el bluetooth del coche.

—¿Está tu mamá en casa?

Si Cesc encuentra extraño el cuestionamiento, no lo menciona. Revisa su celular; la desilusión se cuela en su rostro infantil con una rapidez que oprime el pecho de Marc, porque no necesita que Cesc le responda. Ella todavía no ha llegado, tal vez ni siquiera ha respondido los mensajes. Aún no termina de creerse lo irresponsable que es esta mujer. La una de la mañana y no ha dedicado ni un solo pensamiento a la existencia de su hijo.

Ben todavía es pequeño, no puede ir a ningún lado sin él o Daniela o su niñera. Marc se promete a sí mismo que nunca le hará algo como esto a su hijo, porque la imagen mental de Ben con esta expresión desilusionada que tiene Cesc ahora le dan ganas de vomitar. Ya de por sí es difícil que haya tenido que separarse de Ben por el verano solo porque Daniela quería regresar a Alemania tras el divorcio, pero ¿abandonarlo? Marc se pegará un tiro primero.

—Normalmente ya debería estar aquí —murmura Cesc.

Vale, eso es todo.

—Me quedaré —decide, con brusquedad. Cesc lo mira boquiabierto—. Solo hasta que ella llegué, ¿sí? —Y que tengamos una conversación sobre el cuidado de nuestros hijos, añade. Se lo guarda de nuevo solo porque Cesc parece a punto de sufrir un infarto—. Y me iré cuando esté aquí.

Cesc, por centésima vez en la noche, se sonroja. Marc tiene la sensación de que Cesc no está del todo acostumbrado a que las personas muestren preocupación por él, lo que no es de ayuda en el caso mental de Marc contra la mamá de Cesc. Tuvo que haber sido una vida complicada la de este chico... y todavía lo es.

—No quiero ser una molestia.

—Y no lo eres —insiste Marc—. Deja que me quede hasta que llegue tu mamá.

A pesar de todo, Cesc no es difícil de convencer. Es evidente que no quiere estar solo. Cuando se baja del coche, los ojos de Marc van directo al grupo reunido en las canchas de básquet frente al edificio. No se siente mal por pensar sospechosamente al distinguir a uno que señala hacia ellos con el dedo índice. Parecen a punto de acercarse hasta que Cesc mira en esa misma dirección. El grupo se frena de golpe y vuelven a jugar con la pelota de básquet como si nada hubiera pasado.

Su corazón está acelerado, aunque Marc no planea admitirlo en voz alta.

—Te dije. —Cesc sonríe débilmente—. Ladrón no roba ladrón.

Marc rueda los ojos y activa la alarma del coche. El pitido retumba en la soledad de la calle.

El apartamento queda en el piso seis. Cesc se disculpa una y otra vez porque el ascensor no está funcionando desde hace semanas, lo que los lleva a subir por las escaleras. A pesar de que es de madrugada, el aire caluroso del verano sofoca en el estrecho espacio. Cesc va primero, el sonido de sus pasos contra los escalones de metal provoca una mueca en el rostro de Marc que Cesc no nota en absoluto, con los ojos fijos en la pantalla del celular.

Una melodía diferente rompe la quietud. Marc ve que es una llamada entrante.

—¿Tu mamá?

—Nop. —Cesc contesta, con un suspiro exasperado—. Duraste treinta minutos sin llamar, eso es un récord, Guiu.

Ah, por supuesto. Marc sacude la cabeza mientras oye a Cesc despotricar en catalán, insistiendo que Guiu se va a morir de la forma más dolorosa posible. La llamada solo termina una vez ya en el piso seis, frente a la puerta de madera roída con los números 601 descoloridos de pintura. No es complicado darse cuenta que Cesc está reconsiderando la decisión de permitirle a Marc estar aquí antes de suspirar, meter la llave en el pestillo y girarlo para que la puerta se abra con un clic de engranajes poco engrasados.

Por dentro, el apartamento no es el desastre que Marc esperaba que fuera. El suelo está limpio y el ambiente olía a aromatizante de rosas. Hay un pequeño balcón, con macetas de plantas, ropa extendida para secar y una silla plegable recostada en las puertas cerradas. Cesc se desplaza con naturalidad entre el juego de sofás individuales que rodean una mesita para dirigirse a la cocina, que solo es una isla de ladrillo con sillas de plástico, una estufa y una mini nevera. No ve una tele por ningún lado. Las paredes están en blanco, la única foto visible es el cuadro enmarcado de un Cesc más joven disfrazado como Spiderman para Halloween en la mesita de la sala.

—¿Vives aquí solo con tu mamá? —pregunta Marc, con curiosidad.

Acaba de ver el oscuro pasillo que llevaba hacia los cuartos. Había tres puertas.

—Y mi tía, pero se fue de viaje con sus amigos —dice Cesc—. Quieres, uh, ¿quieres algo de tomar? Tenemos agua. —Cesc levanta un botellón de agua y lo coloca encima de la isla—. Perdón si está al clima, se rompió la tubería de la llave y... tuvimos que comprar. —No hay dinero para arreglos, es lo que no dice Cesc, pero Marc lo escucha de igual forma—. Pu... puedes sentarte. Ya te sirvo.

Marc se sienta en uno de los sofás individuales. Aparte de la foto enmarcada, hay libros apilados en la mesita de centro. Marc observa los títulos en los lomos y se sorprende un poco por ellos. El principito, El Quijote, El Mio Cid. No es que Marc sea un gran lector, pero tampoco está seguro de que esa sea una colección normal para tener en casa.

La luz titila.

—¿Cesc?

—Mierda, mierda —murmura Cesc, con tono de pánico. Él revisa un cuenco de papeles, recibos, se da cuenta Marc, en la encimera. El silencio los invade mientras la luz titila sin parar hasta que Cesc suelta un suspiro de alivio—. No, aún no es fecha de corte. Gracias a Dios, a mi mamá no le pagan hasta la próxima semana.

—¿Tu mamá se encarga de todas las cuentas? —pregunta Marc.

¿Dónde demonios está tu papá?

—Sí, pero mi tía ayuda con la alacena a veces —dice Cesc.

Eso deja la luz, el agua, el alquiler, los impuestos, el gas, el transporte, el internet y la alacena en lo que no entra en ese "a veces". Marc está impresionado, agregando un punto a favor en su caso mental contra la mamá de Cesc. No es de extrañar que la mujer esté tan atareada que olvidó a su hijo, no si ella se encarga prácticamente de todos los gastos aquí en la casa. Él no había pensado ni por asomo en la falta de mención al papá de Cesc, lo que implicaba.

Marc revisa la hora en su celular. Faltaba un cuarto para las dos de la mañana. Cesc se acerca a él con el vaso de agua y se lo entrega. La cara congestionada del chico lo sorprende hasta que nota que Cesc aguanta un bostezo de cansancio. Tiene los párpados caídos y los ojos cristalizados, el niño está a punto de quedarse dormido. Marc se siente mal de inmediato. La adrenalina dada en el partido ya no estaba allí para ponerlo en marcha, y él sabe mejor que nadie lo complicado que es mantenerse despierto después de un subidón de la victoria.

—Ve a recostarte un rato —indica Marc, y levanta la mano para detener la inminente protesta de Cesc—. Estás cansado, chico. Jugaste cuarenta minutos contra un equipo que habitualmente es el cuarto puesto en la Premier, lo que no es decir poco para tu debut. Date un respiro, tu cuerpo te lo agradecerá mañana.

Cesc se muerde el labio inferior. Marc puede sentir la protesta formarse una vez más en el ser del chico, pero la forma en la que parpadea en rápida sucesión le dice que Cesc perdió el argumento antes de iniciarlo siquiera. Está genuinamente sorprendido de verlo todavía de pie solo con pura fuerza de voluntad. Cuando la pantalla de su celular indica que son las dos de la mañana, y no lo ha visto asomarse, Marc asume que el chico se quedó dormido apenas tocó la cama.

La madrugada es tranquila, a pesar de todos los temores de Marc respecto al barrio. No ha oído ni visto nada fuera de lugar cuando se asoma por el pequeño balcón. El coche de Marc sigue en el lugar en el que lo dejó, y el grupito de delincuentes que jugaba al básquet no se acerca ni una sola vez, más ocupados en perseguir a alguien calle abajo, hacia las vías del metro. Él desvía la cara, fingiendo que no vio eso. Incluso si pensara en denunciarlo, la policía no hará nada. Nadie hace nada cuando se trata de las barracas.

Y tampoco quiere meter a Cesc en problemas. Si lo que dijo es verdad, ladrón no roba ladrón, va a ser fácil de deducir para ellos que el extraño con coche caro que acompañaba a Cesc fue el que abrió la boca. Si sospecharan de Marc y quisieran vengarse, sería Cesc quien lo pagaría, no él. No va a permitir que eso suceda, la vida del chico ya es lo suficientemente complicada sin que Marc intervenga, así que se aleja del balcón.

Son las dos y cuarto de la madrugada cuando los engranajes de la puerta rechinan otra vez.

—¿¡Cesc!? ¿¡mi amor!? —llama una voz femenina, con un tono alto, alterado. Marc se endereza y mira hacia el vestíbulo—. ¿Estás aquí, cariño? Madre mía, nada me sale bien hoy. Joder, joder, la voy a matar. ¿Cómo me va a hacer esto? ¡Cesc!

Cuando Marc pensaba en la mamá de Cesc, se imaginaba a una mujer cerca a los cincuenta, con cabello canoso y rizado, expresión cansada, arrugas en el rostro, con el aire típico a una persona que está constantemente atareada y llena de trabajo. En la mente de Marc, la madre de Cesc era un poco como la suya propia en su infancia: tan distraída con todas las cosas por hacer que para ella arreglarse más allá del aseo básico no es una opción. Esperaba una mujer descuidada, igual que descuidó a Cesc, incluso si no lo hizo por gusto.

La mujer que entra a la sala no concuerda en absoluto con la imagen mental que Marc formó de ella. El único parecido entre ellas es que la versión real está evidentemente cansada, con ojeras bajo la cuenca de los ojos. Esta mujer no puede tener más de treinta años, su cabello amarrado en un moño a excepción de mechones del flequillo que caían delicadamente sobre los costados de su rostro. No hay arrugas a la vista, solo líneas de expresión marcadas más por reírse que por la vejez. El uniforme de mesera parece un poco arrugado en las mangas, pero está impecable en todo lo demás.

Ella se detiene de golpe. Un par de ojos azules (menos brillantes, menos felices, que los de Cesc) lo miran con alarmada sorpresa. Ella se aferra al bolso que cuelga de su hombro, aunque parece guardarse lo que quiere decir cuando cierra la boca otra vez, como si no supiera cómo preguntar a un desconocido qué hacía en su casa en horas de la madrugada.

Marc se aclara la garganta.

—Un gusto, señora Conte, soy Marc —se presenta, tratando de controlar la sorpresa que siente—. Compañero de equipo de Cesc. Me ofrecí a traerlo a casa.

La rigidez desaparece de la expresión de la mamá de Cesc apenas procesa sus palabras. Ella se relaja de una forma que casi podría llamarse deshuesada: los hombros caen, el bolso se resbala y el suspiro aliviado que sale de sus labios es tan audible que debería haber logrado despertar a Cesc. Los ojos azules escurren las lágrimas retenidas mientras se acerca y le extiende la mano.

Ella tiene un tacto muy cálido.

—Muchísimas gracias, enserio, enserio —tartamudea ella, con tono roto. Marc traga saliva—. Soy Vittoria, la mamá de Cesc. ¿Dónde está él?

—Se veía algo cansado, así que le pedí que se acostara un rato —explica Marc—. El juego lo dejó muerto. Él...

—¿Debutó? —Vittoria parpadea, tan encantada como entristecida. Marc asiente—. Dios, Dios, me perdí su debut. ¿Cómo le fue? ¿Lo hizo bien? Tiene mucho talento, se lo prometo, y ama ese club con su vida. Gracias por darle una oportunidad.

Marc quiere decirle que no era exactamente él quien hace debutar a los canteranos, aunque Xavi sí le pide opinión a veces. Sin embargo, siente la lengua enredada y el cerebro detenido, incapaz de apartar la mirada del rostro contrariado de Vittoria. Está feliz de que Cesc haya debutado, y al mismo tiempo está triste de habérselo perdido. Marc nunca había visto tan extraña combinación de emociones en nadie, menos cuando esa persona parece a punto de desfallecer en su lugar.

Ya sabe de quién sacó Cesc lo de mantenerse de pie por pura fuerza de voluntad.

—Tiene una gran proyección como futura estrella —consigue decir—. Dio una asistencia.

Vittoria tiene espíritu. Es evidente que no tiene idea de qué era una asistencia y, aún así, asiente con un entusiasmo, como si Marc acabara de decir que Cesc descubrió la cura del cáncer. Ella le sonríe de forma genuina, las líneas de expresión se profundizan. Parece menos cansada, a pesar de las ojeras que todavía la delatan.

—De verdad, muchísimas gracias por traer a Cesc a casa. —Vittoria rebusca en su bolso—. Puedo pagarle, por favor. Solo déjeme encontrar mi carte...

—Por supuesto que no —interrumpe Marc, al instante. Vittoria se congela igual que Cesc, con los ojos bien abiertos de impresión. Él reprime un suspiro—. No me debe nada, Vittoria, me ofrecí a traerlo porque yo quería. No podía dejar a consciencia a un niño por ahí solo.

En este momento, Marc no estaba planeando un reproche, incluso si eso era exactamente lo que quería hacer cuando le pidió a Cesc dejarlo quedarse a acompañarlo. Con Vittoria frente a frente y sin ningún tipo de impedimento entre ellos, después de ver que era ella lo único que mantenía en pie este lugar, es incapaz de formular todos los reproches que había recopilado. Sin embargo, Vittoria no lo necesita: ella se lo toma como uno de inmediato. Las mejillas se le enrojecen y luce como si fuera a soltarse a llorar en cualquier segundo.

Está frustrada, nota Marc.

—Le juro que no quería dejar a Cesc allí solo. Acepté el doble turno de último minuto y no pude avisarle, así que le pedí a mi hermana que fuera por él —explica Vittoria, con voz ahogada—. Ella no me dijo nada de que saldría de viaje, y solo vi los mensajes de Cesc hasta que salí del trabajo. Vine aquí tan rápido como pude. De verdad, le puedo pagar...

—No. —Marc niega con la cabeza—. No necesito, y no quiero tampoco, su dinero. Soy capitán del equipo, mi trabajo es asegurarme que Cesc esté a salvo. Lo haría en cualquier momento.

Vittoria tiembla un poco. Marc se acerca y ahueca entre sus manos las entrelazadas de ella antes de darle un ligero apretón que espera resulte reconfortante. Se ve tan atormentada por la simple idea de haber fallado a Cesc, aunque haya sido sin querer, que hace que el estómago de Marc se retuerza. Ya no entiende cómo llegó a pensar en primer lugar que había algo más que adoración y amor por su hijo en Vittoria.

—¿Mami?

Cesc está de pie bajo la apertura del pasillo de las habitaciones que da a la sala. Tiene marcas de almohada en el lado izquierdo de su rostro, con los rizos revueltos y los ojos hinchados. No se da cuenta de Marc aún, restregándose el párpado con la mano. Vittoria se apresura hacia él, tirando su bolso a uno de los sofás en el camino, y lo atrapa en un abrazo asfixiante que Cesc acepta con gusto. Marc casi puede sentir la manera en la que el niño se aferra a su madre.

—Mi bebé, lo-siento-lo-siento-lo-siento-tanto... —La velocidad de Vittoria se pierde un poco con los labios pegados a los rizos despeinados de Cesc, que entierra el rostro en su pecho—. No va a ocurrir otra vez, bebé, perdóname.

—Está bien, mami —murmura Cesc, adormilado—. El capitán me trajo.

Los ojos de Vittoria siguen lagrimosos cuando lo mira. Gracias, dice ella.

Marc solo sonríe.






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