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three



CHAPTER III. la masia kids.
( august 12th, 2023 )




Durante el entrenamiento antes de viajar a Getafe por el primer partido de liga, Marc no es capaz de apartar la mirada del grupo de canteranos llamados a entrenar con ellos. Son los mismos que recuerda de la final del Gamper, los amigos de Cesc con Cesc incluido. Él y Héctor se corretean el uno al otro ante la mirada juzgona de Pau, que tiene a Guiu y Lamine a su lado jugando a piedra, papel o tijera por quién puede practicar tiros al arco primero.

—Sé que es un poco perturbador tener a los niños aquí —dice Frenkie, con tono divertido—. Pero uno creería que ya te habrías acostumbrado con Gavi, ¿no?

Marc resopla entre dientes. Gavi está actualmente en una misión de mojar a Pedri con el agua de su botella, lo que solo refuerza el punto de Frenkie. Ya debería estar acostumbrado a los niños; y lo está, en cierto sentido. Es fácil ignorar las risas chillonas, los gritos por ataques repentinos y la cantidad de veces al día que puede verlos solucionar los problemas con piedra, papel o tijera. Es solo que no puede sacarse de la cabeza a Cesc, la manera cansada en la que sonrío cuando Marc se despidió de él y Vittoria esa madrugada.

Lo perturbaba bastante que un chico pudiera verse así de cansado, el partido de por medio o no. Sabe que es el instinto paternal hablando, pero eso no lo detiene tampoco. Nunca ha tenido que preocuparse por el estilo de vida que llevan los niños que están a la supervisión del club, porque ese problema está resuelto con La Masia. Ansu, Gavi, Balde, Fermín, Lamine; todos ellos vivieron con las comodidades (todavía lo hacen, en el caso de los dos últimos) ofrecidas por la Academia hasta que ganaron el dinero suficiente para conseguirse un lugar propio en Barcelona.

Entonces viene Cesc a destruir su confianza en que el club trate bien a los canteranos solo con el hecho de que él no está viviendo entre ellos. Han pasado cuatro días y Marc todavía no descubre cómo el chico regresa a casa después de clases, ya que deja los entrenamientos con sus amigos en el coche que la directiva puso a disposición de los chicos para que los trajeran y los llevaran a La Masia.

—¡Xavi! —llama él, en lugar de responderle a Frenkie que hace un puchero infantil.

Marc reprime el impulso de decir que trabajar con niños no significa que pueda actuar como uno también. Suena demasiado a un padre, incluso para él, que en realidad sí es uno. Frenkie está en proceso de unirse al grupo de padres del equipo aún.

Su entrenador frunce el ceño. Les dio unos minutos de descanso tras la última serie, pero aún es bastante capaz de regañarlos por no esforzarse. El último ciclo de lesiones en su recta final de la temporada pasada, que de solo pensar en ella hace que le duelan las entrañas a Marc por haber perdido la oportunidad de crear otro récord de porterías a cero, tenían a Xavi paranoico.

—¿Qué pasa? —pregunta Xavi.

—Solo quería hablar de los niños —dice Marc, asegurándose de que las cámaras no lo enfoquen. En realidad, las cámaras siguen la pequeña lucha entre Gavi y Pedri, lo cual no es raro. La afición ama a esos dos—. Hay uno de ellos que no vive en La Masia.

A sus espaldas, Frenkie y Robert se ríen entre dientes. Marc les contó todo acerca de su pequeña excursión a Sant Roc en el entrenamiento de recuperación tras el Gamper, cuando llegó a Ciutat Esportiva con ojeras y los ojos hinchados. Marc nunca ha sido de los que se quedan despiertos a horas impías tras jugar un partido, que fue lo único que lo salvó de un regaño mayor de Xavi por casi llegar tarde a entrenar.

A ellos, aparentemente, les resultó divertido que Marc entró al apartamento de Cesc dispuesto a pelear con una mujer por olvidar a su hijo y terminó yéndose a casa completamente convencido de que Vittoria amaba a Cesc de forma devota. A Marc no le gustaba equivocarse, era demasiado perfeccionista, así que Frenkie y Robert aprovecharon su oportunidad de que Marc aceptara que se equivocó en voz alta. No era costumbre que pasara, y él no planeaba volverla una tampoco.

—Es Cesc. —Xavi asiente, con cara de que no entiende el propósito de esa conversación. Marc no agrega nada, por lo que Xavi se resigna a hablar—. Francesco Conte, el chaval está becado desde que aprendió a patear un balón y entró en los botines, prácticamente. Nació en las barracas.

Frenkie frunce el ceño.

—¿La barracas no son...?

—Sí —interrumpe Xavi, bruscamente—. No tiene mucha familia. Sus contactos de emergencia son su mamá y su tía. Del padre no tenemos más información que el nombre. Pidió irse a casa hace unos meses; vosotros sabéis que el club les da la oportunidad de quedarse en el edificio, son ellos los que deciden volver con sus padres si estos viven en la ciudad.

—Pidió irse a casa —reitera Marc—. ¿Por qué?

Xavi se encoge de hombros.

—Los chicos solo me dijeron que Cesc es muy cercano a su madre —dice Xavi—. Tiene el historial de irse y regresar constantemente. Ella lo convence, él aguanta unos años, se va y repiten. —Xavi no reacciona ante el ceño fruncido de Marc, porque suena como Cesc, en lo poco que él sabe de Cesc—. ¿Por qué preguntas?

Marc no responde, más ocupado en mirar a Cesc que a prestar atención. Cesc tiene la pelota y es el que práctica tiros al arco ahora, con Lamine, Héctor, Pau y Guiu murmurando atrás suyo. Cesc se posiciona y espera unos segundos antes de pegar con el interior del botín, lo que hace que la pelota tome una curva perfecta para pasar encima de los muñecos de práctica y quedar clavada en el ángulo. Héctor y Lamine estallan en aplausos y se le tiran encima, como si Cesc acabara de marcar un gol en la final de la Champions. Guiu chifla con los dedos, mientras que Pau se ríe por su rostro enrojecido de vergüenza.

—¡Ter!

Marc parpadea. Cuando vuelve la mirada hacia sus compañeros, los tres parecen extrañados. No es propio de él perderse así en su propia cabeza y menos si está a mitad de alguna conversación. Es irrespetuoso, sobre todo cuando fue él quien quiso interrogar a Xavi en primer lugar.

—Solo tenía curiosidad —se excusa—. Lo llevé a casa tras el Gamper. Vive en Sant Roc.

Xavi se estremece.

—¿Y su madre?

—Tenía doble turno en el trabajo —dice Marc.

—La celebración del partido acabó casi a medianoche —señala Robert, inútilmente.

—Tenía doble turno en el trabajo —repite.

—Es mesera —explica Xavi, ante la mirada confundida de Robert y Frenkie—. Nunca han sido de mucho dinero. —Por supuesto que no, piensa Marc. Cesc nació en las barracas—. ¿Algo más?

—Sí. —Marc asiente, aunque sabe que está llevando a Xavi al límite. Su entrenador protege a los chicos de La Masia sobre cualquier cosa, va a morder si cree que Marc está metiendo las narices donde no debe—. ¿Cómo vuelve a casa después de clases?

Xavi parece pensárselo por un momento. Luego...

—Toma el metro.

—¿El metro a las diez de la noche? —Frenkie suena tan incrédulo como Marc se siente. Conocen los horarios de clases en la academia, Lamine aprovecha cada oportunidad dada para quejarse de ellos—. ¿Hasta Sant Roc? Xavi, van a asaltar a ese niño.

O secuestrarlo, agrega la mente de Marc. O matarlo.

—No podemos obligar a nadie a quedarse en La Masia —comenta Xavi, aunque suena frustrado por eso—. Él mismo pidió regresar con su madre.

—¡Eh, míster! —gritó Gavi, de repente. Cualquier rastro de su pelea con Pedri ha desaparecido, él solo está allí bajo los palos, con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. ¿Practicamos esos tiros al arco o no?

Los niños de La Masia se ríen, pues son ellos los que están ahí para enfrentarse a Gavi. Puede ver la forma en que los ojos de Cesc se achican, pequeñas líneas de expresión que son esa copia casi perfecta de los provocados por sonrisas de Vittoria. Se parecen mucho más de lo que Marc había pensado al principio, lo único que les diferencia es que Cesc tiene rizos y, en general, parece más feliz que su madre.

—Ter, tu turno —ordena Xavi.

Marc no está sorprendido por eso. No importa lo que crea la prensa española, el favorito de Xavi es Gavi y nunca dejará de serlo. El chico ya es un capitán dentro del vestuario, a pesar de la edad y sus "problemas de ira". A Xavi no le molesta que Gavi dé órdenes si lo cree conveniente, no hay nadie que sienta los colores del club más que él. A pesar de todas las bromas respecto a trabajos infantiles, Marc está convencido de que este equipo no sería nada sin sus canteranos. Los chicos son los que hacen al Barcelona ser lo que es.

Se acerca a los palos. Gavi sonríe, feliz de que el entrenamiento haya reiniciado.

—¡Venga, Cesc, vas tú!

—¿Qué? —se queja Cesc. Detrás de él, Lamine y Guiu juegan piedra, papel o tijera otra vez—. ¿Por qué yo, hombre? ¡Lamine es el que quiere patear!

—Lamine ya lleva tiempo practicando con el equipo —dice Gavi—. Tú no, acostúmbrate.

Cesc murmura algo que Marc cree que fue "mandón". Pau y Héctor se ríen de él por eso.

—Deja que se acople un poco primero —sugiere Marc.

—Cesc es bueno acoplándose, tío —comenta Gavi, en algo que suena a una advertencia—. No lo subestimes.

Marc quiere burlarse. Vio a Cesc jugar, tiene el suficiente talento para asegurar un buen futuro si toma las decisiones correctas en momentos cruciales; pero sigue siendo un niño que hasta hace un mes todavía jugaba partidos de tercera división. Con eso en mente, los primeros tiros de Cesc al arco son fáciles y predecibles, Marc los veía venir en su postura y cómo se posicionaba con los tacos en el pasto.

El cuarto tiro pasa de largo a su mano firme y enguantada. Siente el roce del aire, la textura de la pelota, cuando intenta atajarla y no lo logra. La red del ángulo tiembla mientras oye los gritos de los niños al celebrar. Al levantar la cabeza, Gavi sonríe maníacamente desde donde había estado mirándolo, Pedri detrás de él con una cara que Marc interpreta como "¿por qué lo contradices?". Vuelve el rostro hacia Cesc, todavía sorprendido de que realmente lograra pasarlo, y este solo se encoge de hombros y agita la mano hacia él.

Oh, bien.

—Lo siento —oye la disculpa antes de ver a quién la dice.

Ha cambiado posición en el arco con Iñaki y se acercó a tomar un poco de agua. De los diez tiros de Cesc, cuatro lograron entrar. Todas al ángulo. Botó una afuera y las demás Marc las tapó. Fue el único, además, porque Guiu solo consiguió dos tiros y Lamine siguió pegando al poste. Pau y Héctor no quisieron arriesgarse, así que Marc decidió darle rodaje a Iñaki con los tiros de Gavi y Pedri que se pelean otra vez.

Cuando se gira, es Cesc quien está detrás suyo. Parece nervioso.

—¿Por qué te disculpas, chico? —pregunta Marc, acercándose a revolverle los rizos. Cesc agita la mano para alejarlo y saca el labio en un puchero, lo que hace reír a Marc—. Fueron buenos tiros, tienes puntería con el ángulo.

—Gracias. —El rostro de Cesc se ilumina con su cumplido—. Mamá y yo solíamos hacer un juego, me daba un dulce por cada balón que ponía en el ángulo. Dejó de darme dulces cuando me hice bueno en esto. —Marc se ríe, la imagen mental de un Cesc más pequeño con pucheros porque ya no recibe dulces es hilarante. Cesc se rasca la nuca—. Sé que no quieres el dinero, pero mi mamá insiste en que pregunte. Ella di...

—No. —Marc lo mira con firmeza—. Cesc, te lleve a casa porque quería llevarte a casa, no porque esperara que me pagaras. No quiero tu dinero, me conformo con haberte dejado a salvo.

—Ya sé —murmura Cesc, sonrojado—. Pero ella me pidió que preguntara.

El corazón de Marc se ablanda mientras su instinto paternal se activa. Ben también hace eso, no pide ni cuestiona a menos que él o Daniela pregunten por ello primero. Extraña muchísimo a su hijo, aunque Daniela se haya comprometido a una videollamada por noche para hablar con él y mantenerlo al día. Ben es el que más está sufriendo la separación.

—Eres un buen hijo —elogia, revolviéndole los rizos de nuevo.

Los ojos de Cesc irradian luz mientras lo mira. Ni siquiera intenta apartarlo esta vez, parece algo sediento de muestras de afecto. Por primera vez, Marc no asocia las evidentes carencias de Cesc con Vittoria; en realidad, ahora solo quiere saber dónde exactamente está el padre y por qué no se hace cargo de su hijo. La repulsión viene sin ser convocada, pero no lucha contra ella. Piensa en Ben otra vez, y sabe que no existe escenario en el que Marc puede hacerle eso a su bebé.

No entiende cómo el padre de Cesc puede hacérselo a Cesc.

—¡Cesc! —llama Lamine, desde el otro lado del campo—. ¡Venga, tío! ¡Casadó quiere jugar a que no caiga el balón!

Cesc se despide de él a murmullos y echa a correr en dirección de los chicos. Lamine y Héctor lo reciben con palmazos en la nuca antes de que Guiu intervenga para alejarlos. Pasan unos cinco minutos más para que eleven el balón en el aire sin tontear, y otros cinco para que realmente se concentren en no dejarlo caer. Marc no puede contener una sonrisa más tiempo.

Esto le pasa por trabajar con niños.

***

El partido quedó en empate. La frustración sabe amarga en su boca.

Marc tiene los ojos cerrados, tratando de conciliar el sueño inútilmente. El ambiente en el avión de regreso a Barcelona es tenso y pesado, a nadie le hizo gracia haberse tenido que ir de Madrid sin los tres puntos completos. Getafe siempre es un rival complicado para ellos, sobre todo en el campo del Getafe, pero había creído que se traerían la victoria a casa. Perder puntos de la forma más estúpida posible es exactamente la razón por la que pasaron cuatro años sin ganar una liga.

Las luces están apagadas. Van a aterrizar casi a las tres de la mañana, por lo que la vida activa en el avión es casi nula. Puede oír ronquidos intermitentes, los murmullos de una conversación y lo que parecía una pelea por las almohadas. Marc no necesita ver para saber que son los niños. Por supuesto que sí. El resto de ellos tienen la experiencia suficiente en los viajes organizados por el club para traer sus propias almohadas.

Frente a él, Gavi y Pedri están acurrucados el uno con el otro. Parece que discutían. Aunque Marc no los oye del todo, asume que Pedri intenta calmar los ánimos de Gavi, al que poco le faltó para meterse en una pelea con uno de sus rivales. No es que Marc fuera a permitirlo, él estaba cerca al tumulto y dispuesto a saltar en cualquier momento para defender al niño, pero Pedri siempre se toma a pecho los inconvenientes de Gavi en el campo.

—Lo haremos mejor la próxima vez —murmura Robert, sentado a su lado.

Siempre es la próxima vez, piensa Marc. No lo dice solo porque sabe que Robert está tratando de ser optimista por el bien de los chicos, no por el suyo. Necesitan cultivar una mentalidad en ellos en la que mantengan fría su mente durante los momentos de tensión, no darlo todo por perdido si una mínima cosa sale mal. Ya tuvieron mucho de eso en el pasado.

—Vamos a ganar —concuerda Gavi, que al parecer lo oyó.

Marc lo mira. Gavi echa fuego por los ojos. Esa energía burbujeante del niño debe tenerlo con los nervios crispados por estar aquí sentado, atrapado en un espacio tan reducido. Pedri le rodea de los hombros con un brazo, como si lo contuviera para que no empezara a escalar las paredes por puro despecho. Él cree a Gavi bastante capaz.

Aterrizan unos cinco minutos después. Las luces se encienden, los murmullos de maletas que se mueven y voces que bostezan inunda el avión mientras la escalera desplegable toca el piso de la pista de aterrizaje privada del aeropuerto. Marc se cuelga el bolso al hombro y se cubre el rostro de la brisa fría de la madrugada con su saco del equipo. Él, Xavi, Óscar, Robert y Sergi se agrupan junto a las escaleras, viendo al resto de los jugadores y el staff bajar.

Cesc lo saluda al pasar. Marc reprime las ganas de preguntar cómo va a irse a casa mientras Cesc y Héctor se alejan hacia una camioneta negra a la que Casadó ya se estaba subiendo.

—Solo falta Guiu de los chavales —dice Xavi, revisando la lista de nombres—. Mañana quiero que estéis todos a las diez en punto para entrenar, ¿vale? Revisaremos qué fue lo que salió mal hoy, y pensaremos en cómo mejorarlo. ¿Dónde está Guiu?

Las escaleras metálicas tintinean bajo el peso de las zapatillas deportivas de Guiu, quien las baja casi corriendo. Parece agitado, sosteniendo dos celulares diferentes en su mano izquierda. Tiene los ojos hinchados por la siesta, pero aún alertas. Alguien debió haberlo despertado de golpe.

—Cesc me dejó su móvil —explica Guiu—. ¿Lo habéis visto? ¿Por dónde se fue?

Marc siente que sus alarmas internas estallan.

—Espera, ¿él no va con ustedes a La Masia?

—No. —Guiu sacude la cabeza. Las manos le tiemblan un poco—. Ya no vive con nosotros, sería ir contra las reglas y a Cesc no le gusta eso. ¿Si visteis por dónde se fue?

Xavi y él comparten una mirada preocupada.

Esta área del aeropuerto se ve bastante vacía. Los únicos presentes, además del equipo y el staff, son los trabajadores del lugar y alguna que otra alma desafortunada con un vuelo retrasado. Los ojos de Marc se deslizan por cada espacio posible en su campo de visión y alcanza a divisar unos inconfundibles rizos rubios ya dentro del aeropuerto. Marc maldice en alemán.

—Voy a llevarlo a casa —anuncia Marc, siguiendo la forma borrosa de Cesc que se aleja—. Dame el celular, se lo entregaré.

—El estacionamiento ya está abierto —comenta Xavi.

La tensión en el cuerpo de Guiu desaparece en un instante. Murmura un agradecimiento cuando extiende el celular de Cesc, como si Marc acabara de salvar a Guiu de sufrir un infarto. No es que pueda culparlo, no mientras corre para alcanzar a Cesc dentro de la terminal. Agradece que esté vacía a esta hora y que los rizos rubios resulten bastante llamativos, porque Cesc ya tiene un pie afuera en el momento en el que Marc logra interceptarlo.

—¡Cesc!

Cesc se gira, sorprendido. El niño está a medio segundo de dormirse otra vez, ¿cómo planea irse solo a casa así? Marc abre la boca, a punto de reprenderlo por no pedir un aventón, cuando ve a Vittoria en el andén. Parece incluso más cansada que Cesc, aferrándose a un abrigo ligero y que, aunque originalmente debió ser negro, ahora está desteñido y gris, y no consigue su propósito de mantenerla caliente. Vittoria tiembla mientras se acerca.

—¿Qué pasa, capi? —pregunta Cesc, sonriendo. Marc le entrega el celular—. ¡Ah, lo olvidé! A Marc se le descargó el suyo y se lo di para que escuchara música.

—Bebé, tienes que estar más pendiente de tus cosas —reprende Vittoria, en voz baja. Él le sonríe avergonzado y guarda el celular en el bolsillo de su abrigo—. Gracias, Marc. ¿Qué se dice, Cesc?

—Ma, no soy un niño —se queja Cesc, actuando como un niño. Él resopla y todo—. Gracias, capi.

—No hay problema. —Marc le resta importancia con un ademán de mano—. ¿Sales del trabajo?

—Sí, hice doble turno hoy. —Vittoria ignora deliberadamente el incrédulo "¿otra vez?" de Cesc—. ¿Cómo les fue en el partido? ¿Ganamos?

—Del asco, quedó en empate.

Marc no contradice a Cesc, aunque Vittoria sí mira con reproche a su hijo.

—¿Quieren que los lleve? —sugiere Marc, antes de que Vittoria pueda decir algo más. Ambos lo miran con sorpresa—. Es bastante tarde ya, es mejor si no se van solos a casa.

—No queremos molestar.

Entonces de ahí lo sacó Cesc, piensa Marc.

—Por favor, Vittoria, nunca serían una molestia.

La expresión en la cara de Vittoria es contrariada. Ella se aferra al abrigo desgastado, luego mira a Cesc, que bosteza contra su propia mano. El chico tiene los ojos rojos y lagrimosos, marcas de lo que parece el reposabrazos de los asientos del avión en la piel. Marc ya sabe que Vittoria va a aceptar solo con eso, así que sonríe.

—Está bien —acepta ella—. Pero te puedo pag...

—No.

Vittoria suspira.






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