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CHAPTER VI. serve and smile.
( september 19th, 2023 )
Vittoria estaba un poco nerviosa. El bar se había llenado aquel día, a pesar de ser martes, debido a que el Barcelona jugaba su primer partido de Champions esta misma noche. Era la primera vez en la que podía permitirse distraerse debido al partido, porque todo el mundo llevaba camisetas blaugranas y la esperanza de que el equipo de su bebé avanzara a las siguientes fases del torneo casi podía sentirse en el ambiente general.
Cesc le explicó, lo mejor que pudo, que el Barcelona estaba pasando por una "mala racha" y una "sequía de títulos" en Europa desde hace un tiempo; y esta era la primera vez que la gente creyó en el equipo para conseguir algo. Vittoria no termina de entender el fútbol, tampoco cree que lo hará alguna vez, pero cualquier cosa por su bebé. Si él dice que ganarán "la sexta", ella lo apoya.
Entonces, Vittoria está decidida a prestar atención al partido. Quién sabe, tal vez tenga suerte de su lado esta vez y pueda ver a Cesc jugar fútbol profesional a nivel de clubes. Liana le enseñó un montaje de "highlights" de Cesc con la sub-17 de la selección española. Aparentemente la gente adoraba a su hijo, de lo que Vittoria no está sorprendida, porque Cesc es un niño maravilloso. Su bebé va a llegar lejos en este mundo, ella lo sabe.
La tele encendida colgada sobre la barra muestra la "previa". Son solo los jugadores calentando, y Vittoria no sabe qué puede interesarle a las personas sobre eso, pero como no es fan del fútbol no opina. Tal vez haya una extraña satisfacción colectiva de ver a los jugadores esforzándose y lo de tomarse enserio el partido, algo que Cesc siempre despotrica porque no lo hacían. Aunque, si lo piensa bien, realmente no puede decir que esa sea la razón de la frustración de Cesc.
Cuando su bebé hablaba de fútbol, se necesitaba un experto para entenderle.
—Se necesita a Messi —solía bromear Liana.
Vittoria conoce a Messi. Una vez, se lo topó en la calle y le pidió un autógrafo para Cesc, quien ya estaba en La Masia para entonces. Messi reconoció el nombre, le dijo que "el pibe" jugaba bien y que, ojalá, lograra llegar a jugar en primera con él, que le encantaría tenerlo en su tutela. A Cesc se le rompió el alma cuando echaron a Messi. La gente dice "dejó el club", aunque Vittoria no les cree en lo absoluto. Puede que no sepa de fútbol, pero sí de administración de dinero.
Y el Barcelona apestaba en el manejo del dinero. No es que ella lo vaya a decir donde Cesc logre oírla. Siempre se toma a pecho cualquier cosa relacionada al equipo.
—Ojalá lleguemos más lejos que la fase de grupos —murmura su compañero de barra. Tiene casi veinte años, va a la universidad y trabaja para mantener un gato gruñón. A Vittoria le cae bien, le recuerda a Liana—. El año pasado apestamos.
—El año pasado estábamos en el grupo de la muerte —dice Liana, sentada frente a ellos. Vittoria la mira con cansancio, porque odia que ella se meta en peleas cuando está trabajando—. ¿Cómo demonios esperabas que pasáramos? Se nos lesionó media defensa a mitad de camino.
—¡Hubiéramos pasado si Piqué hiciera bien su trabajo!
—Y Piqué ya no está —señala Liana—. Relájate, vamos a pasar.
—A ganar la sexta —dice Vittoria, porque Cesc no permite algo menos que tener esa aspiración.
Su compañero se burla.
—Si ganamos la sexta, me tatuó el escudo en la frente.
—¿Apostamos? —sugiere Liana, encantada.
Vittoria la mira mal, luego decide que no vale la pena cuando el chico comienza a coquetear con ella en respuesta. Meterse en los líos amorosos de su hermana pequeña es un gran "no", porque le gusta su estabilidad mental tal como está. Nunca podrá oír el final de todas las idas y venidas de Liana sobre los chicos sin que le den ganas de abofetearla por ser tan irresponsable. Pero no es su hija, no es su problema.
En su lugar, ella presta atención de la previa.
Marc aparece en primera plana. La cámara sigue cada uno de los movimientos de Marc, tirarse al pasto y levantarse de nuevo para tapar el otro balón que es lanzado hacia él, todo en muy rápida sucesión. Parece extremadamente concentrado, con el ceño fruncido y sin apartar jamás los ojos del balón. Sin embargo, alguien (ella lo reconoce como Frenkie) se acerca a él y Marc le sonríe de inmediato, lo que cambia por completo la estructura de su rostro. Menos frío, más accesible.
Siente el calor llegar y no necesita mirarse a un espejo para saber que acababa de sonrojarse. No es una colegiala del cuarto año de la ESO, ha sido una madre por casi diecisiete años y aquí está, de cualquier forma, sonrojándose por un hombre que lo único que hace es ser amable con ella y con su hijo. Oh, no sabría qué habría hecho si Marc no existiera y Cesc hubiera tenido que irse en metro a casa esa madrugada.
El recordatorio hace que mire a Liana al instante. Lo mucho que le había gritado cuando regresó de ese viajecito suyo fuera de la ciudad del que no tuvo la decencia de avisarle. Liana sabe, muy bien, que Cesc es lo más importante en la vida de Vittoria, y todavía fue capaz de hacerle eso sin pensar en sus sentimientos. Ella no se lo ha perdonado, aunque a Liana no le importa. Nunca lo hace. Es una niña malcriada por sus padres, a pesar del tiempo que ya pasó lejos de ellos.
—¡Subidle! —grita un hombre desde las mesas del fondo.
Vittoria obedece. Después de todo el tiempo que ha trabajado en servicio al cliente, ella tiene la experiencia suficiente para nunca esperar modales por parte de las personas. La tratan como si fuera su sirvienta o como si fuera una muñequita de exhibición para su diversión. Es asqueroso, repugnante y denigrante, pero necesita el trabajo. No piensa volver a las barracas cuando ya ha logrado salir de ellas.
—Ter Stegen es una de las principales ventajas que tiene el Barcelona para esta fase de grupos —está diciendo el comentarista. El enfoque de cámara se mantiene sobre Marc—. Un arquero con su experiencia es fundamental para un equipo tan joven como nuestra plantilla actual. Y no solo un arquero con experiencia, es uno de los mejores de Europa.
—¿Lo es? —pregunta Vittoria, sin poder evitarlo.
—¿Quién? ¿Ter Stegen? —Liana arquea una ceja—. Pues obvio, tía. Ese equipo estaría en segunda división sin él. Nos salvó de goleadas. ¿Cómo no sabes?
Vittoria se encoge de hombros. Ella no mira fútbol, si acaso lo reconoce a Messi porque Messi ya era parte del equipo antes de que ella quedara embarazada de Cesc, antes de que su vida y todo en lo que creía se viniera abajo. Sabe que Cesc admira a Marc, pero pensaba que era más por ser Marc la persona que es y menos por su calidad como jugador.
—Una plantilla bastante joven —dice otro comentarista—. ¿Qué edad tienen acaso los jugadores de la banca? He escuchado por ahí que entre Lamine Yamal y Cesc Conte no alcanzan la edad de Lewandowski si sumamos las suyas.
Se le corta la respiración cuando la cámara cambia el enfoque. Vittoria reconoce a los niños, por supuesto, son amigos de su bebé. Lamine y Cesc están en el medio de un "rondo", Vittoria había oído sobre esos antes por Cesc, intentando retener el balón. Héctor, Pau, Guiu, Casadó y Fermín están en el rondo también, además de un chico con cara de enojado que, si ella no lo confunde, se trata de Gavi.
—¿Quién es el lindo? —dice Liana, en tono cantarín.
Vittoria la mira con disgusto.
—¿Hay algo más en lo que pienses que no sean chicos?
—¿Hay algo más en tu vida aparte de ser una misógina de mierda? —espeta Liana, sin inmutarse. Vittoria parpadea ofendida—. Conseguite una vida que no esté basada en opinar sobre la mía.
—No me podría importar menos si mueres mañana. —Vittoria frunce el ceño—. Simplemente me sorprende que no tengas más aspiraciones que acostarte con alguien.
—Tengo aspiraciones. —Liana arruga la nariz. Es el mismo gesto que hace Vittoria si está irritada, pero no es capaz de pensarlo más a fondo ahora—. No proyectes tu fracaso en mi vida, ¿quieres? No todas vamos a caer en las mentiras de Piero Fontana.
El golpe pega directo en su vientre, donde alguna vez cargó a Cesc. Vittoria siente náuseas, sabe que va a vomitar, pero se lo traga a tiempo y solo le da una mirada inexpresiva a Liana, decidida a no darle el gusto de obtener una reacción de ella. Liana es como un perro rabioso sin vacunar, hace nada que entró a sus veinte y ahora cree que conoce el mundo real tal cual era. A Vittoria le daría más gracia si no fuera capaz de sentir pena por su hermana pequeña.
—Espero que algo como eso nunca te pase.
Liana no dice nada, no trata de seguir la discusión. A Vittoria le gustaría creer que se dio cuenta, por primera vez, que había ido demasiado lejos. Que su historia con Piero no era algo de lo qué reírse. Sin embargo, conoce demasiado bien a Liana para tener esperanzas. Siempre fue la niña mimada, la hija perfecta de sus padres. Ellos la formaron así: mezquina y bocona. Luego vieron que no podían controlarla y la abandonaron, como siempre hacían cuando sus hijitas no eran la completa encarnación de un santo del cual presumir.
Era una historia de nunca acabar.
Vittoria usó a sus padres como su ejemplo en una lista de cosas que no debía hacer o permitir en la crianza de Cesc. Trató de emular todo lo que ellos no fueron, todo eso que debieron ser, y cree que consiguió los resultados correctos. Cesc es un niño educado, encantador, sabe esforzarse en todo lo que se propone. Va llegar lejos en la vida como Vittoria no pudo. Y, por encima de todo lo demás, él sabe que siempre puede contar con ella para ayudarlo, acompañarlo y guiarlo.
Si Cesc comete errores como los suyos, va a tener un hogar en el cual refugiarse. Él no terminará en las barracas otra vez.
—¡Sale el once titular del Barcelona al campo! —anuncia el comentarista.
Un himno que Vittoria no conoce resuena desde los bafles. Marc lleva a un nene de la mano, con el brazalete del capitán en el brazo. Las personas que la rodean se ponen de pie mientras cantan a todo pulmón la letra. Tot al camp, dicen las voces exaltadas al unísono, ya sea los que están en Montjuic o en el bar.
—Mesa tres —dice Vittoria, entregándole a Liana una bandeja con cervezas.
Liana le pone mala cara, pero agarra la bandeja y se dirige a la mesa tres. Vittoria puede respirar un poco mejor con ella lejos, así que se pone a limpiar la barra. De fondo, el partido empieza. La algarabía de las personas no tarda en llegar mientras el estado de ánimo sube y los jugadores se meten poco a poco en el juego.
En el minuto diez llega el primer gol. Vittoria sonríe cuando la cámara enfoca la banca durante la celebración, mostrando a Cesc que salta sobre Guiu para abrazarlo. Siempre es divertido lo poco disimulado que puede ser su hijo, aunque la gente no lo ve. El bar se llena de gritos satisfechos y Vittoria ya tiene el presentimiento de que va a ser una noche larga. Lo único que agradece era no haber aceptado un doble turno, su humor reticente cada vez que se trata del bar y el fútbol.
Conoce demasiado bien a los borrachos como para sentirse cómoda en esto.
Vittoria está sorprendida de que ya haya tres goles en el minuto veinte. Cesc siempre se queja de que la falta de goles y el no terminar las oportunidades creadas es lo que tiene mal al equipo, no jugar mal. Según Cesc juegan bien, solo tienen dos piernas izquierdas en la definición cuando se supone que todos los delanteros son diestros. Sin embargo, no ve problemas con eso. Vittoria es consciente de que, si el equipo gana y la gente lo disfruta, tiene más posibilidades de recibir una buena propina. Es un ganar-ganar para ella.
Cesc entra de cambio por João Félix en el setenta. Vittoria ni siquiera se lo piensa cuando decide ignorar las demandas de pedidos y se acerca más a la tele, con el corazón latiendo furiosamente por el orgullo que siente. Los rizos rubios de su bebé se sacuden en cada paso que da. Cesc no lo piensa dos veces cuando pide el balón o cuando trota hacia uno de sus compañeros para ayudar a que se saque el jugador contrario de encima. Vittoria aplaude cuando Cesc se regatea a su rival y sigue adelante, hacia el arco. No termina en gol, pero las personas alientan a su bebé y los ojos de Vittoria se llenan de lágrimas.
—Tiene buen futuro —murmura Liana, devuelta a la barra.
Parece una ofrenda de paz más que la declaración contundente que debería ser, porque Cesc es fantástico, pero a Vittoria no le importa ignorarlo por hoy. Está demasiado feliz para permitirle a Liana arruinarle la noche. A pesar de las peleas, y de la irresponsabilidad de Liana, sabe que ella ama a Cesc y quiere que triunfe en lo que le gusta tanto como Vittoria, así que le sonríe.
Cesc pone la "asistencia" (o así dijo Marc que se llamaba) para el sexto gol del partido. Es uno de Robert, que de inmediato recibe a Cesc con los brazos abiertos cuando su bebé le salta encima y grita hacia la cámara en celebración. Vittoria toma una foto rápida para subirla a ig con todos los emojis de corazones que le gustan. No usa mucho las redes sociales, había tenido un blackberry por tanto tiempo que lo único que conocía era WhatsApp, pero Cesc insistió en comprar el móvil más actualizado para ella que podían permitirse.
Ella no ve diferencia entre un BlackBerry y un IPhone 8. Aun así, besó a su bebé en la mejilla y se lo agradeció muchísimo cuando Cesc se lo dio como regalo de Navidad.
Son casi las doce cuando el turno de Vittoria acaba. Solo le queda una última mesa para atender y es libre de irse, por lo que se apresura a ella al instante. Está esperando una llamada de Cesc, y que le confirme si Marc va a llevarlo a casa o Vittoria va a Montjuic por él, por lo que se distrae un poco mientras toma el pedido. La orden entra en automático en su mente, y no presta verdadera atención hasta que oye las risas.
—Disculpad, ¿qué? —pregunta, colocando una sonrisa.
El hombre sentado en la mesa la mira lascivamente. Vittoria siente que su cuerpo reacciona más rápido de lo que puede reaccionar su mente: se encoge un poco y refuerza el agarre en su libreta de pedidos, incapaz de formular una palabra. El disgusto la recorre, sintiéndose diseccionada en los ojos de aquel hombre. Sus instintos gritan huye, huye, huye, pero ella se queda.
Su sonrisa especial de "servicio al cliente" flaquea.
—Si quieres propina, vas a tener que ser mejor que esto, linda —dice el hombre, provocando una carcajada en los demás de la mesa. Todos están evidentemente borrachos—. Una cara bonita no será suficiente para que pague por ti.
Vittoria traga saliva. Tiene el corazón agitado y la piel de gallina por el asco. Se fuerza a sí misma, a su lengua, a mantenerse callada. Se obliga a recordar que necesita este trabajo, que el alquiler subió treinta euros, que no tiene dinero extra para malgastar las oportunidades.
—La propina es opcional, señor —es lo único que logra decir.
El hombre chasquea la lengua mientras enrolla un billete de cincuenta euros. Vittoria se congela cuando él se lo mete en el borde del jean, ese par de dedos grasosos rozan la piel descubierta de su bajo vientre por el crop top. Siente las náuseas acumularse en su garganta cuando las risas se suben de volumen, la gente comienza a girar hacia la mesa para ver qué era todo el espectáculo.
—Te daría más, pero no suelto dinero de a gratis. —Él sonríe—. Haz un trabajito por mí y recibirás unos cien, linda. —La sugerencia en su tono es suficiente para que sepa de qué clase de trabajito habla ese imbécil—. No va a ser difícil para ti, seguro que tienes mejores clientes que yo.
La vista de Vittoria es borrosa, la humillación enciende su cuerpo y sabe que está sonrojada; aun así, ella no reacciona. No es capaz de formular ninguno de los insultos que quiere soltar o de irse corriendo de allí, como sabe que debe. Tiene las zapatillas pegadas al piso y lo único que capta a su alrededor son las risas, las burlas y los murmullos. Las manos de Vittoria tiemblan, es incapaz de moverse ahora.
Liana llega como una ráfaga.
—¿¡Qué te pasa, gilipollas!? —espeta Liana, vaciándole una jarra de cerveza en la cabeza.
Vittoria se pone en marcha cuando el grupo de hombres comienza a gritarle a Liana, furiosos del atrevimiento. Aleja a su hermana a empujones, se interpone entre ella y el hombre mojado en la cerveza. Siente un escupitajo en la cara, pero la seguridad interviene antes de que la cosa escale y se ponga más feo. Liana sigue gritándoles a los hombres mientras los echan y es su compañero de barra quien la sostiene ahora para que no trate de golpearlos también.
—Es que te van a echar, tía —advierte el chico.
—¡A mí qué me importa que me echéis! —chilla Liana—. ¡Echadme de una vez, vamos! ¡Os estoy esperando! ¡Haced algo, manga de borrachos, y echad a la que se defiende del acoso sexual! Es que sois todos unos reverendos inútiles, ninguno de vosotros se salva, pedazos de...
Vittoria se suelta a llorar.
No es la primera vez que sucede. El acoso sexual, sobre todo en un bar, es tan normal que ella ya estaba acostumbrada. O al menos pensó que lo estaba. Nadie la ha tratado nunca como a un ser humano desde que quedó embarazada de Cesc, menos trabajando aquí. Vittoria no es nada más que una cosita de la cual hacer uso según conviene. Servir y sonreír, el lema de un mesero. No es algo que sea extraño para ella, pero después de estas últimas semanas, aparentemente olvidó la realidad.
Marc la trata como a una persona. Vittoria cometió el error de creer que otros también lo harían.
—Id, yo me ocupo del jefe —murmura su compañero.
Liana hace una mueca, pero se acerca a Vittoria igualmente. Con torpeza, Liana la rodea con sus brazos y la sostiene allí mientras ella llora, ahogándose en su propia respiración. Su hermana no tiene mucho tacto, su relación apesta la mayoría de los días y pelean más de lo que son capaces de mantener una conversación civilizada. Liana la buscó por pura necesidad, no porque quisiera remendar los lazos rotos con Vittoria después de que la echaran de casa por todo el tema "Cesc" cuando todavía era pequeña.
Y, a pesar de todos sus problemas, Vittoria agradece que ella esté ahí para sostenerla. Hace tanto no lloraba por algo relacionado a su trabajo, se siente un poco a la deriva mientras Liana la lleva a la parte trasera del local. Vittoria tiembla en el frío del otoño, por lo que Liana murmura que irá por su abrigo adentro y la deja allí sola.
El tono de llamada de su móvil resuena en el silencio del callejón. Mierda.
—¡Hola, ma'! —grita Cesc, del otro lado de la línea. Vittoria reprime un sollozo, se había olvidado de que su bebé estaría tan feliz por el partido—. ¿Me viste? ¿Sí me viste? ¡Le hice una asistencia a Robert Lewandowski! ¡En la Champions! ¡Ma', ¿sabes lo que es eso?!
—Sí, mi amor, lo vi. Te vi. —Vittoria trata de controlar su voz. No está segura de que funcionara—. Estuviste fantástico.
Cesc guarda silencio. Vittoria se seca las lágrimas con rapidez.
—¿Qué pasa? —pregunta Cesc, desconcertado—. ¿Está todo bien? ¿Por qué lloras?
—No estoy llorando, bebé —miente Vittoria. Es una muy mala mentirosa—. Solo es alergia, ya es bastante tarde.
—Mami, no me mientas. No tienes alergias —insiste Cesc, en tono frustrado—. Yo tengo alergias, la tía Lia tiene alergias, el gato de la vecina tiene alergias, pero tú no. ¿Por qué lloras? ¿Pasó algo en el trabajo?
Vittoria solloza sin poder evitarlo. Ella tiene alergias, fue de lo que más le dio problemas cuando estaba embarazada, es solo que Vittoria prefiere fingir que no se enferma y que tiene un sistema inmune extremadamente infalible, para no preocupar a Cesc con que no haya dinero que pueda cubrir los gastos médicos de los tres. Apenas le alcanza para los de él.
—Estoy bien —reitera, en un susurro ahogado—. Solo vuelve a casa. —El silencio del otro lado de la línea la pone más nerviosa. Cesc no es de quedarse callado—. ¿Bebé?
—Vittoria.
El sonido de la voz de Marc es suficiente para que se largue a llorar por completo de nuevo. Sabe que lo único que está logrando es preocupar aún más a su hijo y tal vez a Marc, pero no consigue controlarlo a tiempo. Marc ha sido el único, además de Cesc, y a veces Liana, que la trata como a una persona real, no un robot destinado a servir y sonreír. Vittoria se dejó ilusionar por él, por su calidez, y ahora está pagando las consecuencias del error.
—Perdón —suplica contra el móvil. No ve nada a su alrededor por las lágrimas—. Perdón.
—Iremos por ti, ¿puedes enviarle la dirección a Cesc?
—Marc...
—Vittoria, no discutas conmigo. —Marc es firme—. Iré por ti. Dale la dirección a Cesc. ¿Estás sola?
La puerta se abre y Liana aparece, con el abrigo desgastado de Vittoria en las manos. El algodón ha perdido color con el tiempo, a veces le aparecen agujeros que debe pincharse los dedos para remendar y no la cubre del frío tanto como debería, pero es el único abrigo que tiene Vittoria. La idea, el recordatorio de cuál es su situación, le revuelve el estómago.
—No —murmura débilmente—. Mi her-hermana está conmigo.
—¿Quién es? —pregunta Liana.
—Bien, no debes estar sola —dice Marc—. Envía la dirección, pero no me cuelgues.
A Vittoria le cuesta un poco hacerlo. Liana se acerca a ayudarla, ni siquiera reacciona cuando ve el nombre de Cesc en la llamada y en el chat. La dirección aparece, y Vittoria sabe que, desde el estadio, es un largo recorrido. Uno que le da náuseas pensar que Marc debe hacer porque la oyó llorar. Es tan patética.
—No tienes qué... —trata ella.
—Vittoria, voy a ir por ti —dice Marc—. ¿Aún estás con tu hermana?
Se muerde el labio inferior.
—S-sí.
—Vale, estaremos allí en veinte.
—Es un viaje de cuarenta minutos.
Marc no dice nada al principio. Luego:
—Estaré allí en veinte.
La llamada es colgada. Vittoria vuelve a acostarse entre los brazos de Liana y es incapaz de parar de llorar, temblando en el frío de la madrugada.
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