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seven



CHAPTER VII. disaster.
( september 20th, 2023 )




Marc aparca el coche en el callejón lateral del bar que indicaba la ubicación de Vittoria. A su lado está Cesc, con su cinturón de seguridad mal abrochado, que se ha mordido las uñas debido a los nervios durante el viaje. Después de celebrar el partido en el vestuario, Marc estaba listo para ir a casa y llevar a Cesc a la suya cuando lo vio aislarse de los demás niños, con el celular pegado a la oreja y el ceño fruncido.

Luego, Cesc lo había mirado directamente como si necesitara a Marc. El mal presentimiento hizo estragos en el estómago de Marc al darse cuenta, por lo que no tardó en acercarse a preguntarle qué pasaba. Cesc no ofreció explicaciones, solo le entregó el celular y le rogó que la ayudara. Se veía nervioso, pálido y preocupado como alguien de su edad no debería estar preocupado. Guiu tenía los ojos encima de ellos y ya se estaba acercando cuando Marc se llevó el celular a la oreja.

Entonces Vittoria empezó a llorar.

Marc rompió al menos tres límites de velocidad en la avenida mientras manejaba. Llegaron en lo que debió ser tiempo récord, porque el reloj en su muñeca marcaban solo quince minutos desde que salieron del Montjuic hasta que estacionó en el callejón. Hay dos figuras femeninas bajo una luz artificial que titila colgada sobre la puerta cerrada. Marc reconoce el abrigo gris y desgastado de Vittoria, viéndola aferrarse a los bordes como si eso ayudara con el frío.

—¡Mamá! —es el grito inmediato de Cesc mientras sale del coche—. Mamá, ¿qué pasó?

Incluso si Marc no la hubiera escuchado llorar en la llamada, hubiera notado que algo iba mal de solo verla a la cara. El maquillaje de Vittoria, que por sí solo debía ser imperceptible, está corrido por las lágrimas y le mancha la piel. Ella tiembla de las manos, y de todo el cuerpo, cuando atrae a Cesc a un abrazo en el que pone todas sus fuerzas para sostenerlo contra su pecho.

—Estoy bien, bebé —murmura Vittoria.

A su lado, la chica joven (su hermana, supone Marc) rueda los ojos. Sin embargo, no dice nada ni intenta iniciar una discusión cuando vuelve su atención a Marc, como si notara por primera vez a alguien más presente, y se queda boquiabierta al reconocerlo.

—¿Cómo que bien? —Cesc suena indignado—. Estás llorando, mami. Ya no me mientas, por favor te lo pido. Quiero saber qué pasó, te puedo ayudar.

Vittoria parece muy triste ahora. Acaricia una mejilla de Cesc y besa su frente, sobre la que repite te amo unas cinco veces antes de separarse. Su mirada está apagada, un poco sin vida. Marc aún no termina de entender ni se hace una idea de qué podría haber ocurrido para que ella estuviera así ahora. El jueves pasado había estado feliz, incluso aceptó que Marc la invitara a comer con él y Ben, a pesar del niño berrinchudo del que era niñera.

—Los hombres sois todos unos chupapollas, eso pasó —dice la hermana, volviendo en sí.

Cesc frunce el ceño. Marc siente que él también.

—¿Qué te hicieron?

—Vamos a casa —pide Vittoria.

—Pero...

—Francesco Niccolo —espeta Vittoria, frustrada—. Te dije que no.

La boca de Cesc se cierra con un clic. Es evidente, por la manera en que da un paso atrás y mira a Vittoria como si ella acabara de abofetearlo, que el rechazo lo lastima. Cesc no dice nada, pero el temblor en sus labios y que trague saliva lo delata. Marc palmea suavemente el hombro del niño y señala hacia el coche con la cabeza para indicarle que vaya. Vittoria no parece darse cuenta del intercambio, perdida en sus propios pensamientos. Ella mantiene la cabeza gacha, aferrada a su abrigo como a un salvavidas.

—Solo para que sepas —dice la hermana—. Nunca le levantas la voz a Cesc.

—No estoy de humor, Liana —advierte Vittoria.

Liana se encoge de hombros.

—Si se pone de llorón toda la noche, va a ser tu culpa.

—¡Emiliana!

—Lastimas a Cesc, ¿y me lo tengo que aguantar yo? —se queja Liana—. Madre mía, tía, aceptadlo y superadlo de una vez. ¿Cómo me decís todo el tiempo? ¿Creced?

Vittoria se estremece, lo que pone a Marc en marcha. Él da un paso adelante y se interpone entre ellas. No está seguro de cómo debe proceder ahora, pero el movimiento hace que la atención de ambas vuelva a él. Liana parece desconfiada, entrecierra los ojos hacia Marc y se cruza de brazos con molestia, mientras que Vittoria tiene expresión de que le falta un segundo antes de que llore otra vez.

El corazón de Marc se encoge ante la vista.

—Creo que eso fue suficiente —decide Marc.

Liana aprieta los labios.

—Hasta defensor se consiguió ahora, esto es increíble —murmura ella, en tono incrédulo, antes de seguir a Cesc dentro del coche.

Marc suspira, ya sintiendo el cansancio meterse en sus huesos. Quiere irse a casa, meterse en las carísimas sábanas de su cama y pretender que esta última parte de la noche no sucedió. No cree comprender qué llevó a Vittoria a sufrir un colapso de la forma en que lo hizo, no sin que Vittoria decida hablarlo con él, y tiene el presentimiento de que ella no lo hará por voluntad propia. Solo le queda esperar a que quiera antes de llegar a Sant Roc.

—Perdón por hacerte venir —murmura Vittoria.

—No son una molestia, Vittoria —le recuerda Marc, con cansancio. ¿Cuántas veces se lo ha dicho ya? Aparentemente, no las suficientes—. Planeaba llevar a Cesc a casa, desviarme un poco no es un problema para mí.

Vittoria abre la boca, como si quisiera refutar el "un poco", pero al final no dice nada. Ella da una sonrisa desganada a Marc y comienza a caminar hacia el asiento de copiloto. Marc resopla, entre dientes, y sacude la cabeza. Demasiado para esperar. Cuando se mete en el coche, el silencio es francamente insoportable. Cesc tiene cara de cachorro pateado, jugueteando con su cinturón de seguridad; Liana le acaricia los rizos de la nuca con los ojos fijos en el celular; y Vittoria solo mira por la ventana del coche como si esperara que el tiempo se desvaneciera a su alrededor.

El viaje es igual de tenso. Marc pone la radio solo para llenar el vacío en su coche,  y así pasan los siguientes quince minutos, con los locutores catalanes discutiendo sobre el partido, cómo se vio el equipo frente al nuevo reto y cuáles eran las buenas noticias en general. Mencionan a Cesc y a Lamine, lo que hace a Marc mirar al niño por el espejo retrovisor.

Cesc se retuerce los dedos. Parece ansioso ahora.

—Bien hecho —elogia Liana, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

Cesc sonríe débilmente. Esa sonrisa se desvanece tan rápido como llega cuando mira a Vittoria y se da cuenta que ella no planea decir nada, porque ni siquiera está prestando atención. Tiene su mirada fija en la carretera que se desvanece con la velocidad a la que iba el coche, tan metida en su propia mente que es incapaz de ver cómo la expresión de Cesc cae en la completa desilusión.

—La asistencia fue muy buena, chico —comenta Marc, esforzándose en sonreír. Cesc lo mira con los ojos bien abiertos—. Lewan estaba contento.

—¿De verdad lo crees? —tartamudea Cesc, las mejillas picoteadas de un sonrojo intenso.

—¿Quién te enseñó a regatear así? —inquiere Liana, que aparentemente vio qué intentaba hacer Marc aquí.

Vittoria todavía no reacciona.

—Bueno, fue Lamine —dice Cesc, con el rostro iluminado otra vez—. Solemos colocar highlights de Neymar 2015 de fondo mientras hacemos deberes.

Una risita escapa de los labios de Marc. Eso explica un montón de cosas acerca de estos niños en lo que no había pensado antes. Por supuesto que tenían a Ney de referente. Su estilo de juego es totalmente de brasileños, no niños españoles educados en La Masia. No es que no salieran niños así de talentosos de las inferiores, Messi mismo proviene de ahí, pero ellos suelen enfocarse más en fomentar el cruyffismo y el juego en equipo, no en las exhibiciones de habilidades.

—Lamine no tenía como, no sé, ¿doce? —pregunta Liana.

—¡Eso fue hace cuatro años! —protesta Cesc.

Liana parpadea, sorprendida.

—¿Enserio? —Ella arquea una ceja. Cesc asiente—. ¿Qué edad tienes tú otra vez?

—Per... ¡tía Lia!

Marc puede respirar un poco más tranquilo ahora. La pelea de Liana y Cesc opaca el sonido de la transmisión en la radio, el coche se siente menos frío y vacío con su ida y venida. Sin embargo, la falta de respuesta por parte de Vittoria todavía lo preocupa. Marc da vistazos rápidos cada nueve segundos (sí, contabilizó) en dirección del asiento de copiloto solo para ver a Vittoria tan callada y taciturna como la vez anterior. Él suelta un suspiro.

Una vez en Sant Roc, estacionado frente al edificio de apartamentos en el que viven los Conte, él encuentra los ojos de Liana a través del espejo retrovisor. Esta es la primera vez que la ve, no hay nada que sepa sobre ella más allá de que abandonó a Cesc en el Gamper por ir de viaje. No tiene una buena opinión de Liana por eso, pero no parece necesitarla para que se entiendan. Ella mira a Cesc, le acaricia los rizos de la nuca y hace un movimiento de cabeza para indicarle que la siga.

Cesc parpadea confundido en dirección de Vittoria y luego de Marc.

—Ve —vocaliza Marc, sin generar sonido.

Puede ver cómo el niño se resiste a la idea de alejarse de Vittoria. A pesar de la reprimenda, solo su estado actual de silencio es suficiente para que Cesc quiera quedarse y acompañarla hasta la entrada del apartamento si resulta necesario, donde ella estará sana y salva. No importa qué tan herido se sienta Cesc, todavía le preocupa lo que sea que haya ocurrido para que Vittoria esté en ese estado.

Es un buen niño. Marc le sonríe, queriendo tranquilizarlo. Cesc se resigna a que no tendrá alguna reacción por parte de su madre, no pronto por lo menos, así que sale del coche y sigue a Liana al edificio. Todavía mira atrás, porque ese es solo Cesc, y murmura lo que Marc entiende como una petición que roza la súplica: "Cuídala".

Cuando Vittoria reacciona, han pasado cinco minutos en completo silencio. Ella parpadea hacia él, sale de su propia mente y parece notar dónde están y, más importante aún, que están solos y no hay rastro de Cesc aquí. El pensamiento es suficiente para que se tense; los hombros alertas, los labios apretados, su expresión demuestra lo preparada que está para correr. Para luchar.

—¿Dónde está Cesc? —pregunta Vittoria.

—Subió con Liana —responde él. Vittoria se relaja de inmediato—. Quería hablar contigo.

El instinto de lucha en Vittoria vuelve. Marc trata de no ofenderse por ello. Fue una noche difícil y no necesita saber a detalle lo que ocurrió para verlo. Además, no es como si no hubiera pensado ya cuáles son sus posibilidades. Dada la reputación del trabajo de Vittoria y el comentario hecho por Liana en el callejón de ese bar, realmente no son tantas. Y cada una es más despreciable que la anterior, pero Marc puede guardarse esa última opinión.

No cree que Vittoria necesite opiniones. Necesita apoyo, algo que Marc le dará.

—Estoy bien —miente Vittoria—. Solo fue una mala noche.

Marc suspira.

—Puedes hablar conmigo...

—La verdad es que no tengo por qué decirte nada —espeta Vittoria, erizada. El tono de su voz es una advertencia evidente, pero Marc no es Cesc ni Liana para buscar una pelea fácil con la cual poder zafarse del problema—. Gracias por traernos.

Ella abre la puerta, dispuesta a huir. Sin embargo, Marc se inclina sobre Vittoria en el asiento del copiloto y pone una mano firme en el manubrio de la puerta, lo que impide que pueda salir. Ella se congela, tiene la misma expresión de sorpresa que Cesc: sus ojos bien abiertos, como si fuera un ciervo atrapado en la luz. Marc se siente un poco mal por asustarla así, incluso si ya aceptó la falta de más opciones que lo llevaron a seguir este curso de acción.

—Tienes razón —murmura Marc, sin dejar de mirarla—. No tienes qué decirme nada, pero tienes que hablarlo con alguien más, Vittoria. Lo que sea que te haya lastimado hoy, compártelo con la persona en la cual confíes. —Que no soy yo, añade la cabeza traicionera de Marc—. Lo único que te pido es que no descargues tu malhumor con Cesc. Es un buen chico que solo se preocupa por ti, él te ama y no merece ser usado como tu saco de boxeo.

Los labios de Vittoria tiemblan, está sonrojada y con los ojos cristalizados. Marc cierra la puerta y la suelta, esperando que Vittoria tome su decisión. La de huir, escaparse de su ofrenda de paz, la oferta de un hombro para llorar, e internalizar todo lo que había ocurrido. O seguir esta ruta más incómoda, la de mirar a Marc a los ojos y hablar de sus problemas, sus molestias, sus deseos. Ha descubierto que ella no es muy buena cuando se trata de cuidarse a sí misma.

Vittoria se retuerce los dedos.

—Fue mi último cliente —confiesa Vittoria, en voz baja. Marc aguanta la respiración—. Era solo él y finalizaba mi turno. Estaba esperando la llamada de Cesc, así que realmente no tenía mi mente en eso. Yo solo... —Ella exhala temblorosamente—. Empezaron a reír, eso llamó mi atención. Y él, el hombre de la mesa... Dijo que tenía que esforzarme más para una buena propina, que mi cara bonita no sería suficiente con él.

Los hombres sois todos unos chupapollas, había dicho Liana. 

Marc tensa la mandíbula. Muchos de los capitanes y entrenadores que había tenido a lo largo de su carrera le enseñaron a controlar su temperamento, a mantener una línea trazada entre lo que es una reacción enojada aceptable y una que arruinará más de lo que arregla. Sabe que su enojo resultará en eso último, por lo que se esfuerza por no demostrarlo y pensar racionalmente.

La racionalidad no le quita sus ganas de dar reversa al coche solo para encontrar al gilipollas del bar y romperle la cara de un puñetazo. El escándalo va a ser todo un dolor de cabeza y el equipo de relaciones públicas podría intentar matarlo.

—¿Hablaste con tu jefe? —pregunta Marc, tratando de desviar la conversación.

Vittoria niega.

—No... ni siquiera pude reaccionar —murmura ella—. Él estaba ahí ofreciéndome dinero por sexo y yo no le dije nada, dejé que me tratara así.

Después de todo, tal vez el escándalo sí valiera la pena el dolor de cabeza. Pasar algunos días en prisión por disturbios del orden público y un cargo por agresión no suena tan mala idea, incluso con la amenaza inminente del equipo PR (o Xavi, quien llegue primero) sobre él.

—¿Hizo qué?

—Me ofreció cien euros si le hacía un "favor". —Vittoria no aparta nunca los ojos de su regazo. Él no necesita verla a la cara para saber que ella estaba llorando—. No es la primera vez que ocurre, ¿sabes? En los días de partidos siempre se pasan de tragos. Siempre intentan algo conmigo, que me acueste con ellos o tocarme el culo o... —Vittoria se lleva las manos a la cara—. Soy un jodido desastre, Marc.

Cuando Marc la atrae a su pecho y la esconde en lo que espera sea un cálido abrazo, el dique en el que Vittoria tiene todos sus problemas finalmente se rompe de nuevo. Los sollozos, los suaves gemidos de dolor y las quejas balbuceadas sobre lo injusta que es la vida clava un cuchillo filoso en el corazón de Marc, que solo puede sostenerla a través de su catarsis. Él acaricia su cabello, la mima un poco con palabras murmuradas y se mantiene firme, incapaz de apartarla.

Es solo cuando Vittoria puede calmarse un poco, al menos lo suficiente para formular palabras y oraciones que no sean balbuceos inconexos, que Marc vuelve a entender qué está diciendo. Que le golpearan la entrepierna habría sido menos doloroso que eso.

—No eres un desastre, Vittoria —murmura Marc.

—Ni siquiera me pude defender —se queja Vittoria, enfurecida consigo misma—. Me ofreció cien euros por acostarme con él y yo me quedé callada. Liana tuvo que venir a rescatarme porque yo fui incapaz de hacerlo sola. Mi hermana pequeña. —Vittoria golpea débilmente el pecho de Marc con el dorso de la muñeca—. Simplemente seguía pensando que si decía algo iban a echarme. Y no puedo perder mi trabajo, necesito el dinero y por eso tengo que aguantar que me maltraten.

Marc traga saliva.

—Vittoria...

—No puedo arriesgarme a recibir menos ingresos —solloza Vittoria. Su voz va perdiendo fuerzas conforme ella se ahoga en su respiración—. El alquiler se subió 40 euros y aún no he repuesto el medicamento de la alergia de Cesc y prometí a Liana que ayudaría con la mitad del dinero de su tasa universitaria y-y... —Ella tiembla en sus brazos—. Yo quería tanto responder, pero no pude.

—Eso no fue tu culpa, Vittoria —dice Marc, con el mentón apoyado sobre su cabeza—. Él no tenía derecho a tratarte así, nadie tiene derecho a tratarte así. —No tendrías por qué aguantártelo, no dice, aunque quiere—. No es tu culpa que la gente se aproveche de ti.

—Yo dejé...

—Fue decisión de él ofrecerte ese dinero. —Marc tensa la mandíbula de nuevo. Mañana le pedirá a Robert que le acompañe a golpear un saco de boxeo en el gimnasio—. Fue decisión suya ser un gilipollas contigo. El único mal que hiciste es necesitar el trabajo, y eso ni siquiera es un mal. —El ceño fruncido, empapado de lágrimas, de Vittoria cuando ella alza la cara para mirarlo agrieta su corazón—. No eres un desastre, Vittoria. Probablemente seas la persona más fuerte que conozco en la vida.

Vittoria se sorbe la nariz. Parece más desconsolada que antes.

—No tienes que hacerme sentir mejor.

—Y no lo hago. —Marc le acaricia la mejilla, pegachenta por el llanto y ¿eso es saliva? El malgenio de Marc se enervara, pero trata de mantener la calma—. Te digo la verdad. Sacaste adelante a un niño maravilloso como Cesc a pesar de estar en las barracas, tienes tres trabajos estables con los que haces malabares, porque realmente no sé cómo lo haces. Vittoria, eres increíble. —Marc dice este último elogio en voz baja, destinado a que solo Vittoria lo escuche, incluso si no había nadie más con ellos en el coche—. Nadie que ha pasado por tanto y ha logrado tanto a pesar de todo lo demás puede llamarse a sí mismo un desastre.

Ella sonríe. Es débil y huecoso, no es una sonrisa verdadera, pero funciona lo suficiente para atar los restos de su malhumor. Cuando Vittoria vuelve a inclinarse hacia él, escondiendo el rostro en su cuello, Marc respira más tranquilo y le acaricia el cabello hasta que para de oír las dificultosas inhalaciones de Vittoria, dejándolos a los dos en el silencio absoluto del coche.

—Joder, me cago en la... —maldice Vittoria, de repente. Marc arquea una ceja—. Le levanté la voz a Cesc. Ni siquiera lo felicité por su partido. —Ella se aleja, con una expresión horrorizada que en otra circunstancia le habría dado gracia a Marc—. Dios, lo hizo tan bien. Mi bebé.

—¿Viste el partido? —pregunta Marc, sorprendido.

Vittoria asiente.

—Las personas lo estaban alentando, Marc —dice Vittoria—. Ellos... ellos lo apoyaron y gritaron y estaban hablando de su asistencia y lo bueno que fue.

Difícil que no, piensa Marc. Los niños de La Masia los han salvado en demasiadas ocasiones para que un fan acérrimo del club los abandone en el momento en el que más los necesitan. Cada fan tiene su propio nivel de tolerancia a los errores, pero los niños son tan sagrados para ellos como lo son en el vestuario.

—Cesc tiene muchísimo talento y futuro —asegura Marc—. Será una gran estrella algún día.

Vittoria parece ilusionada.

—¿De verdad lo crees?

Definitivamente son madre e hijo, piensa.

—Criaste a un niño maravilloso, Vittoria. Y aún más, lo apoyaste en su sueño. —Marc acaricia una de las manos de Vittoria, que están frías y temblorosas—. Lo que Cesc logre en la vida no va a ser solo porque sea bueno, también porque tú estabas ahí para guiarlo. Alcanzar la cima en el fútbol es cuestión de suerte, consistencia y terquedad, dos de las cuales las tiene por ti. Nunca digas de nuevo que eres un desastre, Vittoria, porque lo único que yo veo es a una mujer decidida a darlo todo por los que ama, y eso es algo de lo que muy pocos pueden alardear.

Esta vez, la sonrisa de Vittoria es más genuina. Más sincera. Ella entre abre los labios, sopesando lo que quiere decir, solo para ser interrumpida por el sonido del celular de Marc con una llamada entrante. Él frunce el ceño, aún más desconcertado cuando ve que es Cesc, algo de lo que ella se da cuenta por la forma en la que se preocupa de inmediato.

—¿Qué pasó? —inquiere Vittoria.

—¿Cesc? ¿Estás bien?

—No —responde la voz de Liana—. Cesc se quedó dormido y solo quiero saber si mi hermana va a subir o tengo que esperarla otra hora más.

¿Ya pasó una hora? Marc mira a Vittoria, que traga saliva. Él le acaricia la mano otra vez, tratando de tranquilizarla, y suelta un suspiro.

—Tu hermana está bien, por cierto —dice Marc—. Qué lindo que te preocupes por ella.

—Uhm —es el único sonido que obtiene de Liana.

Luego, Liana cuelga. Marc rueda los ojos con exasperación.

—Tu hermana es una ternura —ironiza él.

Vittoria arruga la nariz.

—¿Cesc está bien?

—Sí, se quedó dormido —dice. Vittoria se relaja al instante—. Aún tienes que disculparte con él.

—Lo sé, mi pobre bebito. No me gusta desquitarme con él. —Vittoria forma un ligero puchero, lo que provoca una risa baja de Marc. Ella aparta la cara, avergonzada. Pasan unos segundos antes de que vuelva a decir palabra—. Gracias.

—¿Para qué?

—Por escucharme. —Vittoria se sonroja. Es una vista encantadora—. Y estar aquí.

Marc sonríe suavemente.

—En cualquier momento.





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