one
CHAPTER I. cesc.
( august 8th, 2023 )
El partido salió relativamente bien. Al menos eso es lo que se está diciendo Marc a sí mismo para ser optimista, porque la verdad es que jugaron para la mierda. Parecía que la energía de ganar el Clásico de pretemporada había muerto en Estados Unidos con la pretemporada y ahora estaban aquí, casi a punto de que los superara un Tottenham que había perdido a su goleador estrella en el mercado de verano. Si no fuera por los niños...
Marc se estremece con el recordatorio. La afición estaba feliz, siempre se sentía bien enfrentarse a una nueva temporada con la victoria del Gamper, incluso si no fue en el Camp Nou. Aún así, el hecho de que dicha victoria ocurrió porque los niños entraron al campo del Montjuic a comerse viva a la defensa rival después de que el Tottenham les remontara frente a su propia gente vivía libre y sin pagar renta en su mente desde el pitido final.
¿Justamente tenían que ser los niños? Esto se sentía como Pedri una y otra vez, la única luz que existía en el vestuario durante la época de pandemia. Marc esperaba de todo corazón que no se repitiera el error que cometieron con el chico, pero es inevitable pensar en la sonrisa felizmente infantil de Lamine cuando regateó a ese lateral y darse cuenta de que, sin él, se hubiera perdido el partido.
Sin el chico de dieciséis años recién cumplidos no eran ni capaces de ganarle al Tottenham. Eso no es una idea que Marc esté dispuesto a admitir en voz alta y en español a menos que haya un radio de kilómetro de distancia entre él y Gavi; sabe que el niño sangra los colores del equipo y se va a sentir ofendido como si Marc hubiera insultado a toda su familia en su cara.
—La fe mueve montañas —había dicho Gavi el día antes de la final de la Supercopa.
Mente-fría Marc no está muy dispuesto a creerle. Marc-ablandado-por-Gavi definitivamente sí lo haría. La actuación del chico en esa final contra el Madrid no es algo que olvide fácil. Después de todo, los niños realmente son el corazón del equipo. Y en cualquier momento los demandan por vulnerabilización de derechos y la protección a las infancias.
—¿Estamos seguros de que es legal meterlo a jugar? —pregunta Robert, en alemán; los ojos fijos en el borrón que es Lamine a la luz nocturna del campo mientras persigue a Fermín.
—No, pero ¿qué más hacemos? —dice Marc—. La mitad de nuestra banca es el Atlètic.
Robert hace una mueca, lo cual es completamente comprensible. Si para Marc es raro, que no es tan mayor, para Robert debe ser una especie de mundo alterno estando más cerca del retiro que de la edad de estos chicos. Marc está acostumbrado, porque vio venir a Ansu, a Pedri, a Balde y a Gavi, tener a los niños correteando por ahí no lo pone nervioso. Sin embargo...
—¿Qué edad nos dijeron que tenían? —Robert mira a Frenkie, que parecía más pendiente de los mensajes en su celular que de ellos. Frenkie ladea la cabeza—. Los niños, ¿qué edad le dijeron a Xavi? ¿Y estamos seguros de que no mintieron?
—Eh. —Frenkie frunce los labios, desviando su atención hacia el grupito adolescente (y Fermín) que se ríe a todo pulmón—. Entre 16 y 17, creo que el mayor tiene 18.
—Sin mentiras —añade Marc, un poco exasperado. Por supuesto que estos niños tienen la mitad de su edad, eso no lo hace sentir viejo para nada—. Tenemos los registros de nacimiento.
Robert murmura una maldición en alemán. Marc oye las risas de los jugadores a su alrededor, el grupo "adulto" del equipo que había decidido quedarse solo por si los niños se rompían la tibia actuando como... bueno, niños. A pesar de todos los intentos de Xavi por unir al vestuario, es un poco difícil hacerlo si la mitad de tus compañeros apenas y terminaron el secundario. El equipo está dividido en tres: los mayores, los del "medio" (que en realidad son Gavi, Ferran, Pedri, Eric, Ansu y Balde, que en opinión de Marc todavía son niños) y los niños reales.
Están avanzando, al menos. Antes de que llegara Xavi, nadie hablaba mucho en el vestuario. Era evidente que existía la rotura: Gavi todavía actuaba tímido y solo hablaba con Pedri, el tropezón que se pegaron en mitad de tabla nunca dejaba de darle comezón a Marc solo con pensarlo, y el líder del vestuario, el primer capitán, era Piqué. Un maldito desastre. Ahora es distinto, el cariño es más real y sincero y, a pesar de las estrelladas, se mantienen unidos.
Fermín grita de dolor. Lamine acababa de patearlo en la canilla.
—Dios mío —murmura Frenkie—. Como si ya no tuviéramos suficientes problemas de lesiones.
Andreas lo mira ofendido.
—¿Sabemos los nombres de estos chicos? —interviene Marc, antes de que Frenkie pueda tratar de defenderse y meter más la pata. Las lesiones eran un tema sensible en el vestuario—. Estoy casi seguro de que entrenaron con nosotros por primera vez ayer.
—Algunos sí. —Frenkie se encoge de hombros—. Solo sé que uno se llama Cesc y el otro Héctor. Los oí hablar en el bus camino aquí.
Dado que el grupo adolescente es algo grande, Marc no puede diferenciar a los chicos. Tiene un vago recuerdo de haber oído el nombre Cesc al ser anunciado como cambio durante el partido, pero es bastante borroso. Ya estaba en la banca en ese momento, viendo a Xavi enloquecer con que el Tottenham les remontara sin Kane.
—Uno se llama Pau —menciona Andreas—. Simplemente sé eso, no me pregunten cómo.
—¡Bueno, bueno! —El sonido de los aplausos de Xavi hace que se dispersen de inmediato para mirarlo. Su entrenador, quien también alzó la única Champions que ha ganado Marc, frunce el ceño hacia ellos—. ¿Qué os creéis señoras que se reúnen a tomar un café? Moveros ya, venga, al vestuario. Quiero hablar con vosotros.
La charla en el vestuario es, por lo menos, no tan estresante. Xavi está molesto por la forma en la que jugaron, por las tácticas que no funcionaron, con que no se hicieran pases mortales donde más se necesitaban esos pases mortales. Marc nunca terminó de comprender la mente de Xavi y la velocidad a la que iba, porque a veces era increíblemente raro seguirle el ritmo. Sabía que su entrenador encontraba frustrante que ellos no vieran lo mismo que él veía en el campo, aunque ganaron. Frenkie, Pedri y Gavi comparten una mirada desde diferentes puntos del vestuario; son los que más sienten las críticas de Xavi respecto al juego como los mediocampistas.
Marc había visto estas cosas antes, pero ahora es uno de los cuatro capitanes. Notarlo con mejor frecuencia y más rapidez es parte del trabajo. Se toma sus responsabilidades muy enserio, ser el segundo capitán es un honor para él. Implica esa antigüedad que solo él y Sergi tienen habiendo ganado la última Champions del club, su última gloria, así como una experiencia que muchos de allí carecían. Que muchos necesitaban. Marc debe darse cuenta cuando algo anda mal.
Ver a los niños murmurar entre ellos es la definición de Marc de que algo ande mal.
Cuando se les acerca, los niños ni siquiera lo notan. Los cuatro rodean a un rubio con rizos, ya en ropa normal, que sostiene un celular de forma que todos puedan ver la pantalla. Su discusión es de ida y vuelta, hacen señas bruscas y se empujan el uno al otro, el tono sube y baja de nuevo. Él no tiene idea de qué podría tenerlos tan agitados, pero todavía le preocupa.
Sergi no está a la vista, así que Marc, como el segundo capitán, debe tomar las riendas aquí.
—¿Está todo bien?
Casi quiere rodar los ojos cuando los niños saltan uno a uno. Lamine, que es el único al que Marc reconoce (un error que va a estar corrigiendo en los próximos entrenamientos), se lleva su mano derecha al pecho y maldice del susto. El castaño con su estatura palidece como si hubiera visto a un fantasma, el de rulos negros se esconde tras otro castaño con cara de bebé y el rubio esconde el celular tras su espalda mientras se coloca de pie, rojo hasta las orejas.
Recuerda al rubio, ya que lo piensa. Puso la asistencia en el gol de Ansu.
—Hola, Marc —saluda Lamine, naturalmente. El chico tiene nervios de acero, porque el resto del grupo lo mira como si le hubiera crecido otra cabeza. A Marc le hace un poco de gracia—. Puedes intervenir por nosotros si nos metemos en problemas con la directiva, ¿verdad?
—¡Lamine! —reprende el de la cara de bebé.
—¡Solo quiero saber si tenemos una salida! —Lamine manotea—. ¿Tienes otra solución aquí? ¿O dejamos que a Marc le dé un infarto si no recibimos noticias de Cesc en cinco minutos?
—¡Tío! —protesta el castaño con su estatura, él va a suponer que Marc.
Y necesita saber su apellido, porque no lo está llamando Marc.
—¿De quién necesitas noticias? —pregunta.
Los cuatro miran hacia el rubio, que balbucea una explicación. Marc reúne toda la paciencia que espera haber obtenido con dos temporadas de tener a Gavi en el equipo y permite que el chico organice sus ideas. Se está colocando cada vez más rojo conforme avanzan los segundos, tal vez de la vergüenza. Eso lo pone un poco alerta ahora. La forma tan extremadamente fácil que estos chicos pueden meterse en problemas no ayuda a Marc a relajarse aquí, incluso si no lo dice.
El rubio se rasca la nuca.
—Mi mamá no ha venido a recogerme.
Marc siente que su cerebro se rebobina.
—Realmente sonamos como niños —murmura el otro Marc.
—Cállate, Guiu.
—¿Cómo les metería esto en problemas con la directiva? —interrumpe Marc lo que iba a parecer un argumento feo, dada la rapidez en la que Guiu abrió la boca para espetarle al rubio.
—Cesc ya no vive con nosotros en La Masia —dice Lamine—. Solía ser el compañero de cuarto de Pau. —El castaño con cara de bebé alza la mano y le sonríe incómodamente—. Pero ahora que se mudó con su mamá otra vez, no puede quedarse en La Masia. Y ella no ha venido a recogerlo.
—Ya te lo dije —murmura el rubio, Cesc, todavía sonrojado—. Debe haber hecho doble turno. Tal vez se le olvidó.
Marc tiene un par de cosas que decir sobre una madre que olvida a su hijo menor de edad, y que seguro no está ni cerca de alcanzar la mayoría tampoco, casi a medianoche en una ciudad como Barcelona. No es que Marc no ame esta ciudad, porque lo hace, pero no quita que sea peligrosa. Un niño con la edad de estos chicos no debería andar por ahí solo.
—Estábamos planeando colarlo en el cuarto de Lamine —admite Pau—. Él no tiene compañero y en el mío ya lo reemplazaron. Héctor y Marc están juntos. —Marc decide que el de rizos negros es Héctor—. Pero si se dan cuenta, y lo harán, nos vamos a meter en muchos problemas. Y Cesc nos va a matar.
—Amigo, tengo una beca que mantener —se queja Cesc.
—El club no es tan tonto como para matar a una de sus mayores proyecciones —señala Héctor.
—El mismo club que dejó ir a Xavi Simons, ¿te refieres?
—¡No te vas a ir a ningún lado! —se mete Guiu, con los ojos fijos en Cesc—. ¡Y ciertamente menos te vas a ir en metro hasta tu casa a esta hora! Prefiero arriesgar una suspensión a que te maten o te roben o te secuestren...
—Vale, lo entendimos —murmura Pau, alejando a Guiu de Cesc, que se estaba colocando rojo de nuevo. Sin embargo, Marc cree que es más por enojo que por vergüenza ahora—. Entonces, sí, la cosa es... ¿Lamine?
—Necesitamos que alguien intervenga para que no nos expulsen si colamos a Cesc en mi cuarto —dice Lamine.
Y es tan fácil para estos niños aferrarse a las ideas más arriesgadas que a Marc casi le da risa. No sabe qué más esperaba de ellos. A veces, a los chicos les gusta ahogarse en vasos de agua. Gavi era un experto en eso, solo que Gavi tiene a Pedri, que sí usa la cabeza. Estos chicos no tienen a un Pedri para mantenerlos a raya.
De cierta forma, es bonito saber que la amistad entre ellos es tan fuerte y sana que se arriesgan a una suspensión solo para proteger un amigo. No está muy entusiasmado tampoco con la idea de que la mamá de Cesc haya olvidado a su propio hijo. ¿Qué madre hace eso? Y dado que Cesc mencionó algo sobre un doble turno, no puede ser la primera vez.
Sí, él no está impresionado con esta mujer.
—O... —empieza Marc, luchando contra una sonrisa divertida—. Puedo llevarlo.
Los cinco lo miran boquiabiertos. Es evidente que no habían pensado en la posibilidad de pedir ayuda a uno de los miembros más grandes del equipo. Marc no puede culparlos aún, Lamine es el único de ellos que lleva tiempo siendo parte de la plantilla, y Lamine es el menor de todos. La confianza requiere esfuerzo y, para adolescentes, pedir ayuda debe ser lo último que se les pasa por la cabeza en una crisis.
Marc es el capitán del equipo. Su trabajo es asegurarse de que estos chicos estén bien y lleguen a salvo a donde sea que deben llegar. Y, además, ¿qué clase de hombre abandona a su suerte a chicos de dieciséis tal vez diecisiete años cuando necesitan ayuda?
—T-tú —tartamudea Cesc—. ¿Harías eso?
—No voy a dejar que te vayas solo —dice Marc, tajante. Algunos adultos sí somos responsables, piensa. Se guarda el comentario para sí mismo solo porque tiene la sensación de que a Cesc no le hará mucha gracia que hable de su mamá—. Y tampoco tengo problemas con mi coche como para negarme. Te puedo llevar... No, de hecho, te voy a llevar.
Una sonrisa nerviosa cruza el rostro de Cesc. Está sonrojándose otra vez.
—No quiero molestar...
—No lo haces, Cesc.
—Venga, tío. —Héctor lo codea. Todavía está medianamente escondido detrás de Pau, pero Marc tiene una mejor vista de él cuando Pau se mueve para ver a Cesc—. Si no quieres arriesgarte a la suspensión, es la única opción que tenemos.
Cesc suspira.
—Le voy a escribir a mi mamá.
—¿Ya te contestó? —pregunta Guiu.
—No, pero verá mis mensajes. —Cesc suena desesperanzado—. En cualquier momento.
Marc definitivamente está teniendo una conversación con esta mujer.
Los chicos se despiden en el estacionamiento. Guiu es el que más insiste que Cesc les llame en el momento en el que esté a salvo en casa, y que llame de nuevo cuando su mamá ya haya llegado. Aparentemente, y según los quejidos exasperados de Héctor, él no va a pegar ojo hasta que sepa que todo va en orden. Esta vez, sin embargo, Cesc no parece molesto con Guiu, solo asiente y se deja abrazar. Pau es el siguiente más insistente, aunque mantiene los abrazos a dos.
—¡Joder, tío, ni que fuera su funeral! —grita Héctor, la quinta vez que Guiu se devuelve solo para abrazar a Cesc.
—¡Cállate, Fort! —ordena Guiu.
Héctor no se calla. Pau y Lamine tienen que arrastrarlo hacia el coche que la directiva puso a la disposición de los niños de La Masia para los partidos. Aún así, Marc todavía puede oír a Héctor quejarse desde allí.
—Marc, me tengo que ir —murmura Cesc, rojo de nuevo. Marc sabe que es vergüenza, ya que le da una mirada de reojo cada cinco segundos, como si temiera que Marc desapareciera solo porque Guiu no lo suelta—. Voy a estar bien, te lo prometo.
Guiu arruga la nariz.
—¿Me llamarás?
—Madre mía, tío. —Cesc rueda los ojos—. Vas a ser el primero al que llame, ¿sí?
—Bien.
Cesc es más inteligente que permitirle a Guiu devolverse. Se sube al coche de Marc por la puerta del copiloto y abrocha el cinturón, como si de alguna manera eso impidiera que Guiu lo sacara a rastras solo para abrazarlo por sexta ocasión. Marc reprime una sonrisa, porque sabe que si Cesc oye que él se ríe va a estar avergonzado el resto del camino, y sube las ventanillas para encender la calefacción. A unos metros, la camioneta de La Masia se desliza en el pavimento.
—Coloca tu dirección en el GPS —indica Marc, arrancando el coche.
Cesc teclea rápidamente. Parece a la expectativa de algo cuando Marc desvía la mirada hacia la pantalla para fijarse en la ruta. Lo que sea que haya pasado fugazmente por la cara de Marc tras darse cuenta de dónde vive Cesc con exactitud, provoca que el chico se hunda en el asiento y se niegue a levantar la cara mientras salen del estacionamiento.
Ahora entiende por qué Guiu fue tan insistente en que Cesc lo llamara apenas llegue.
—Lo siento —murmura Cesc.
—¿Por qué te disculpas conmigo, chico? —Marc sacude la cabeza, incrédulo—. No tiene nada de malo. ¿Quieres poner algo de música?
Cesc se ilumina un poco ante la sugerencia.
Mientras la melodía pegadiza de una canción que Marc no conoce inunda el coche acompañado de los tarareos del chico, Marc se permite a sí mismo relajarse. El camino, así como su noche, es bastante largo de aquí en adelante.
Bueno, al menos Cesc tiene buen gusto para la música.
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