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33.- El frío de tus brazos.


El frío lo envuelve, duele en sus huesos, le entume los dedos, apaga su alma, y no hace nada. No puede hacer nada, escucha el sonido del televisor, pero no entiende nada.

El ascensor se abre, pero no se esfuerza por averiguar quién es, no le importa.

—¿Spidey? —llama Tony entrando.

Quien siente el frio invadirlo apenas entra.

—Maldición, ¿Por qué hace tanto frío? Friday, la calefacción. —pide.

El genio se acerca hasta el televisor y ve a Peter sentado sobre el suelo: una camisa es lo único que lo cubre.

—Petey, por dios, hace frio aquí.

Se deshace de su saco y envuelve a Peter, quien no muestra señal de haberse percatado de su presencia.

—Cariño... —Le llama—. Ven conmigo.

Tony lo toma con cuidado, sentándolo sobre el sofá.

—Ahora vuelvo.

Tony sale de la sala, y Peter luce perdido: su mirada fija en el suelo, el brillo careciendo en sus ojos, la tonalidad rojiza en sus mejillas ausente siendo en su lugar remplazadas por la palidez.

Cuando el mayor regresa, trae consigo un pants cálido, una playera y calcetines.

—Ven aquí, cariño.

Comienza haciendo a un lado el saco y desabotonando la camisa. Con cuidado le coloca la playera y después procede a ponerle el pants. Toma sus pies, y se pregunta si el frio no le dolerá, deja un pequeño beso en ellos y le coloca los calcetines.

—Ahora, volveré a colocarte esto —le dice envolviéndolo en su saco, el cual le queda grande, pero logra cubrirlo y proporcionarle calor.

—Gracias... —musita Peter, después de tanto silencio, aun sin atreverse mirarlo. Sabe que si lo mira su muro caerá y todo el dolor se verá descubierto.

—Sé que esto es difícil, perdón por dejarte solo, tuve que encargarme de todo. Lamento mucho lo de May. —Tony siente a Peter temblar entre sus brazos—. Pero no podemos permitir que enfermes, debes seguir, pequeño.

—No quiero...

—Ella cuido de ti para que tuvieses un futuro, y aunque hoy parezca todo tan oscuro, podrás tener ese futuro. Estoy contigo.

Peter no dice nada, esconde su rostro entre el pecho del mayor.

—Cuando me conociste, me hiciste brillar, ¿me dejarías hacerlo ahora por ti?

Siente los brazos del castaño presionarlo con fuerza, como única respuesta.

—Sé que desde pequeño has podido levantarte cada vez, y lo has hecho tu solo, y esta vez no será la excepción, lo sé aunque ahora tú lo veas difícil, pero a diferencia del pasado, yo estaré aquí para tomar tu mano y encaminarte. Estaremos juntos hasta el fin de los tiempos.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo, amor. Eres luz, y jamás dejare que te extingas.

Tony escucha los sollozos ahogados y las lágrimas penetrar su camisa, sabe que su chico debe llorar y dejar salir el dolor, que deberá romperse para volver a levantarse, y él lo sostendrá entre sus brazos el tiempo que necesite. 


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