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1. Las casualidades existen, o tal vez los milagros.

Ya habían pasado cuatro meses y medio desde que Jane se había instalado en un pequeño departamento de Seúl; más para cumplir su sueño de conocer a su banda favorita, que de estudiar; de cualquier forma, no descuidaba sus estudios. Lo bueno es que podía trabajar para poder vivir y costear sus estudios de posgrado que no eran cubiertos en su totalidad.

La idea de ver a los chicos, aunque sea en sus sueños, se iba haciendo cada vez más más opaca. Desde que había llegado a Corea, no se había cruzado ni por equivocación con alguna celebridad. Si pensó que por respirar el mismo aire que ellos tendría más probabilidad de conocerlos, estaba completamente equivocada. Tenía las mismas posibilidades de no conocerlos jamás, al igual que lo hacía viviendo en su país tercermundista.

La vida no era fácil, extrañaba a su familia, y a sus amigos. Había hecho unos cuantos allí, pero solo eran conocidos, o extranjeros al igual que ella. Los coreanos eran muy recelosos con sus amistades, la mayoría se conocían desde pequeños, o de la escuela.

Jane no era una despampanante belleza en su nación, para los ojos latinos no era fea, ni demasiado hermosa, pero en Corea, cumplía algunos de los inalcanzables estándares de belleza; era delgada, frágil, de rostro pequeño, ojos grandes, y cejas bonitas. No tenía un cuerpo despampanante en su país, le faltaba más trasero, pechos y piernas para ser considerada sexy, pero tenía un cuerpo bonito y aceptable allí. Uno que otro le había invitado a salir, pero era consciente que solo querían pasar un buen rato con ella; le disgustaba que pensaran que, por ser extranjera sería fácil y se iba a lanza abiertamente a sus brazos. Ilusos. Pero tampoco podía encerrarlos a todos en un solo saco, había buenos y agradables chicos también.

Lo que más le gustaba de Seúl, era su orden, seguridad y limpieza. Podía caminar tranquilamente por las calles sin miedo a ser asaltada o secuestrada. Aunque de todos modos nunca bajaba la guardia, llevaba el miedo inconscientemente después de haber vivido toda su vida en un país latinoamericano.

Aquella tarde, Jane cumplía su turno en la sala de PACU (Post anesthesia care unit), o URPA, siglas en español, que a fin de cuentas significa lo mismo; donde se monitorea al paciente que acaba de salir de cualquier intervención quirúrgica.

Esa mañana solo tenía tres pacientes post operados de apendicetomía. Acababa de registrar los signos vitales, cuando apareció un comercial de BTS en el televisor. Sin poderlo evitar, sus ojos se pegaron a la pantalla. Jungkook aperturó el comercial; ella tenía la misma edad que él, pero se sentía más identificada con el mayor del grupo.

—Es tan guapo... —suspiró una de sus pacientes.

Le sonrió y anotó una raya menos a su monitoreo anestésico.

—¿Ya puedes mover las piernas? —le preguntó punzando una de ellas.

—Sí, pero tengo un poco de dolor.

—Es normal. —Revisó su tablero, la muchacha tenía indicado analgésicos—. Te colocaré un analgésico para que te sientas mejor.

Ella asintió con una sonrisa. Se veía muy pálida, pero tenía en cuenta que los asiáticos eran muy blancos en comparación de sus compatriotas. De todos modos, comprobó su resultado de hemograma, y llenado capilar.

La jefa de enfermeras entró a la sala portando su registro. La quedó mirando mientras parecía pensar.

—Jane-ssi.

A veces agregaba el "ssi", cuando la llamaba con formalidad, o "yah", al final de su nombre cuando estaba de buen humor. Sus compañeros de edades similares con los que estaba familiarizada, le decían Jane-yah. O a veces simplemente Jane por ser un nombre americano.

—¿Sí? —contestó prestándole suma atención.

La enfermera Oh era bastante agradable y empática, pero también estricta; cuando hablaba quería que le prestaran la atención que se merecía. Así que dejó de hacer lo que estaba haciendo, para mirarla mientras hablaba.

—Tu compañera ha tenido que salir con urgencia, se siente mal, creo que está embarazada y pedirá licencia, así que por ningún motivo se te ocurra embarazarte Jane-yah.

Rio por su cometario. Para su vida sentimental y romántica que llevaba, solo podía concebir del espíritu Santo. Aunque estaba segura que, en ese momento de su vida, ni el espíritu Santo se interesaría en ella.

—Soy más pura que el agua potable.

La jefa sonrió con sorna.

—Sí claro... Bueno, necesito que me apoyes en la sala VIP; un paciente ha salido de sala de operaciones y necesita ser monitoreado.

Algo que a ella le parecía increíble y extremadamente irreal, era la zona VIP en los hospitales coreanos. Ya lo había visto en algunas series médicas, pero jamás pensó que fuera cierto. Cuando lo comprobó, fue como un golpe bajo a la pobreza. Los beneficiarios eran atendidos primero, incluso si no era urgente, tenían las mejores habitaciones privadas y, por supuesto, atención personalizada.

Torció el labio inferior como expresión de inconformidad. La jefa se burló de su disgusto.

—Sí, sí, ya sé que odias atender a pacientes VIP, pero no tienes alternativa. Mueve tu pequeño trasero a la zona de reyes.

—A la orden jefa. —No tuvo más opción que suspirar.

Admiraba mucho a esa mujer, podía ser tan seria, como graciosa. Tal vez era feliz porque era soltera a sus cuarenta y tantos años. Tenía un estilo de vida muy particular, aunque la shippeara con el jefe de cirugía porque se entendían y compenetraban muy bien.

Caminó desganada hacia la habitación que la enfermera Oh le había señalado. No le gustaba atender a pacientes VIP porque los que había tenido la desdicha de atender, habían sido viejos arrogantes que se creían los dueños del mundo.

Cuando llegó a la habitación privada, se cruzó con el doctor Kim, el jefe de cirugía. Él también era soltero, y agradable como la enfermera Oh, por eso creía que formarían una pareja increíble.

Le quedó mirando a través de sus gafas redondas y se burló de ella, tal como lo había hecho su jefa.

—¿Qué paciente es ahora? ¿Un político, un juez, o el mismísimo presidente? —Fingió sorpresa cubriéndose la boca.

El doctor soltó una risita y le extendió la historia clínica. Con desinterés leyó el nombre de su paciente: Kim Nam Joon. ¿Tenía el descaro de llamarse igual que su precioso RM? Qué fastidio.

Entró a zancadas hasta que elevó la vista hacia el usuario. Su quijada cayó hasta el piso. No era un político obeso, o un viejo magnate, se trataba de nada más y nada menos que del mismísimo líder de los BTS en persona.  

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