Capítulo Especial 6
CAPÍTULO ESPECIAL 6: JUNG HOSEOK
Tenía apenas 8 años cuando mis papás compraron una parcela bastante amplia en las afueras de un pueblo, en mitad de la nada y rodeado por montañas y bastos bosques. Mi hermana y yo saltamos de alegría cuando nos enteramos y después de una semana, aquí estábamos, admirando aquel terreno que tanto habíamos deseado.
Mis padres felices de vernos así se encontraban abrazados, sin despegar sus ojos de nosotros. Mi hermana, Jimin y yo corríamos por todo el lugar imaginando todo lo que podríamos hacer y a que juegos jugaríamos.
Jimin era mi vecino, desde que tengo uso de razón siempre había vivido a mi lado. Un día mi hermana, amiga de su hermano, nos presentó y desde entonces nos convertimos en mejores amigos. Tan sólo 5 años tenía cuando nos conocimos.
— ¡Papá, papá, quiero una súper cabaña! — Grité después de correr hasta mis padres. — ¡Será nuestra base! — Sonreí mostrando todos mis dientes.
— ¡Ho! — El pequeño Jimin corrió a mi lado y me señaló varios lugares con ideas que se le habían ocurrido.
Ho, así es como me llamaba Jimin desde pequeño, pues con sólo 4 años le costaba pronunciar mi nombre al completo, por lo que se acostumbró a decirme Ho.
— ¡¡Waaa!! — Mi hermana gritó algo lejos de nosotros, más concretamente al otro extremo de la parcela. — ¡He encontrado una lagartija gigante!
Jimin y yo emocionados por lo que había encontrado, poco tardamos en llegar hasta ella y efectivamente ahí estaba, era gigante y la observábamos con detenimiento esperando que diera un sólo paso. Algo aburridos de que la lagartija se moviera cada diez minutos nos fuimos a ayudar a mis padres a quitar malas hierbas.
Dos años más tarde.
Dos años tardaron en construir una casita, algo modesta, pero que para nosotros era suficiente. El objetivo de la parcela era más que nada por nosotros, aunque también era para pasar vacaciones. Aparte de la casa construyeron una cabaña de madera, la cual nos pertenecía a Jimin y a mí. Mi hermana dejó de jugar con nosotros, simplemente porque ya era muy mayor para estar con unos críos, palabras textuales suyas. Mi padre tenía pensado hacer una piscina, pero el presupuesto era bastante elevado y con lo que llevaban gastado ya era demasiado.
Mi amigo y yo íbamos casi todos los fin de semanas a la parcela. Cogíamos bastantes líneas de autobuses para llegar, era molesto y agotador, pero valía la pena.
Un día entre juegos se nos ocurrió como llamarlo, "castillito", así apodamos a la parcela y aunque de castillo no tenía nada, para nosotros era mejor que cualquier castillo real.
— Hoy besé a una chica. — Soltó Jimin mientras subíamos una empinada cuesta de una montaña.
— ¿En serio? — Asintió. — ¿Y qué se siente?
— ¡Es asqueroso! No sé por qué los mayores lo hacen.
— Porque se quieren. — Me encogí de hombros, como si fuera lo normal.
— Pero, ¡es asqueroso! Pruébalo si no me crees.
— No me cae bien ninguna chica de mi clase.
— Entonces, ¿un chico?
— ¿Un chico?... ¿no es eso raro?
— No sé.
— ¿Probamos?
— ¿Eh?
— Dame un beso y así lo pruebo.
— ¿Qué dices?, eres mi amigo.
— Mejor aún. Si me da asco y escupo no ofenderé a nadie. — Se lo pensó un poco.
— Mmm, bueno, está bien.
Detuvo sus pasos y yo lo imité, me acerqué a él y lo agarré por los hombros. Algo asqueado y nervioso me acerqué hasta su rostro, puse morros en el camino hasta que sentí nuestros labios pegados.
— ¡Puaj! — Escupimos al suelo a la vez y cuando nos miramos empezamos a reír. — ¡Es asqueroso!
— ¡Te lo dije!
Entre risas y jadeos cansados por la endemoniada cuesta, llegamos hasta arriba y nos quedamos allí hasta que comenzó a anochecer. Aquel día nos llevamos una buena reprimenda de nuestros padres, habíamos llegado a casa sobre las once de la noche y entre asustados y furiosos terminaron por castigarnos. Pero ni castigados nos separábamos. Nuestros balcones estaban pegados y con algo de riesgo nos los saltábamos para seguir jugando en silencio.
Seis años después.
Aquel castillito había quedado en la ruina, al igual que mi familia. La empresa donde trabajaban mis padres entró en quiebra y tuvieron que cerrarla. Ahora sin empleo ni dinero para pagar nuestra propia casa, tuvimos que venderla.
Fue lo más triste que había vivido en mi vida, al menos hasta mis 17 años. Tener que separarme de mi vecino y mejor amigo fue lo peor. Nos llevábamos todo el día juntos, aprovechando el poco tiempo que me quedaba en este país. Sí, tenía que irme de Corea.
Mi padre encontró un empleo en China y tras tomar una decisión, de la cual no estuve conforme, cogí el vuelo con destino a China.
¿Lo peor?, dejar a mi mejor amigo atrás. ¿Peor aún?, que estaba pasando por algo que ningún niño debería de vivir y yo no estaría ahí para darle las tantas esperanzas y fuerzas que le estuve dando por tantos años.
China era un mundo diferente a Corea, creo que jamás pude acostumbrarme. El idioma... demasiado difícil, pero con el esfuerzo necesario todo se podía, o al menos es lo que me repetía cada día.
Nos mudamos a un apartamento algo pequeño, pero con el dinero que teníamos era suficiente. Era vivir como sardinas en lata o vender la parcela y vivir un poco mejor. Todos estuvimos de acuerdo en ser sardinas, pues aquella parcela guardaba demasiados recuerdos y para mí era un lugar muy importante.
Aquel año conocí a una estupenda chica. Se llamaba Liu Fang y siempre me daba curiosidad verla en el pequeño jardín que había en el centro de los tantos apartamentos que lo rodeaban.
Una tarde la curiosidad me pudo y le pregunté.
— Hola. — Saludé a la apacible chica.
— Oh, hola. — Tiraba migas de pan a unas palomas que estaban cerca suya.
— ¿Puedo sentarme? — Señalé al mismo banco donde ella se sentaba.
— Claro, es público. — Rio mostrando una dulce sonrisa.
— ¿Vives por aquí? — Me señaló el edificio de enfrente. — Siempre te veo aquí sentada, ¿no te aburres?
— Es mejor que estar dentro de casa todo el día.
— ¿No estudias? — Negó. — ¿Trabajas? — Negó nuevamente.
— Bueno, estudiaba, pero tuve que dejarlo.
— Entiendo.
— Mi nombre es Liu Fang. — Me extendió su mano.
— Oh, lo siento. Soy Jung HoSeok.
— Tu chino es malísimo. — Comenzó a reírse. — ¿De dónde eres?
— Corea del Sur.
— Ohh, debe ser bonito. — Asentí. — ¿Cuánto tiempo llevas en China?
— Unos meses.
— ...
— ...
— Retiro mis palabras. Tu chino es impresionante para tan sólo llevar unos meses. — Sonreí algo tímido ante sus palabras y tras preguntar una palabra que no entendí en su frase se convirtió en mi profesora de chino.
Cada día bajaba para hablar con ella, gracias a eso aprendí mucho más rápido el chino. Por supuesto escribirlo fue otro tema aparte, pero hablarlo se me hacía cada vez más sencillo.
Me contó que tenía cáncer y para cuando se lo detectaron ya era muy tarde, estaba demasiado avanzado y poco podían hacer. Primero le dieron un año de vida, luego seis meses, luego tres y así constantemente. La familia Fang tuvieron que cambiar de medico múltiples veces, pues no confiaban en ninguno. Por otra parte Liu creía que su vida estaba siendo alargada gracias a mí.
Liu una noche se me confesó, me dijo cuanto me amaba y cuantas esperanzas le había dado. Mientras que todos se entristecían y esperaban el nombrado día, yo le mostré sonrisas y cada noche le recordaba que nos veríamos al día siguiente. Con respecto a su confesión, le dije lo mismo, cuanto la amaba... lo malo, que mi forma de amarla no era de amor sino de amistad. Nunca se lo dije pues eso empeoraría todo.
— Un día cuando deje mis tratamientos y me ponga bien quiero que me lleves a un lugar donde pueda ver las estrellas. — Me dijo señalando al cielo, el cual no se veía ni una sola estrella.
— En las ciudades es más complicado ver las estrellas, pero... con esta contaminación no se ve ni una.
— Quisiera ir a Corea. ¿Me llevarás también?
— A todos los sitios que quieras.
Ella, que estaba apoyada en mi cuerpo, se acercó a mi rostro y cerró sus ojos, esperando un beso por mi parte. Aunque me doliera mentirle y darle aquellos besos no correspondidos, tenía más miedo de hacerle saber la verdad que ocultársela.
Dos años más tarde.
Mis padres con el suficiente dinero ahorrado decidieron invertirlo en una cafetería que abrirían en Corea. Al fin regresaría a mi amado país, pero el dejar a Liu me desgarró por completo.
La noticia la dejó muy mal, tanto que intentó convencer a sus padres para que la dejaran venirse conmigo. Como era de esperar se negaron y tuvimos que separarnos.
Le prometí que nos volveríamos a ver, pero de nuevo le mentí. Yo sabía que de este año no pasaría, su enfermedad se extendió tanto que ni los cinco médicos que la vieron se equivocarían esa vez.
Jamás olvidaría el tiempo que pasé con ella y mucho menos todo lo que aprendí. Su fuerza, esperanza, ganas de vivir, voluntad, todo... era envidiable.
[...]
Cafetería Hope, así la llamó mi madre. El nombre que me dio mi mejor a la edad de seis años. Cambió el Ho por el Hope, pero lo más gracioso fue su explicación. Según él yo era su esperanza y sin mí estaría muy perdido. Cuando lo oí decir eso no pude evitar reírme, fue muy gracioso y años después me recordó a Liu.
Aunque ya no vivía en el mismo edificio que Jimin recordaba perfectamente la dirección, y la misma noche que nos devolvimos a Corea fui en su búsqueda, ansioso por volver a verle.
— ¡HoSeok! — Me recibió el hermano pequeño de Jimin. Nada más verle lo abracé y me hizo pasar. — ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué ha sido de tu vida?
Mientras hablábamos y hablábamos vi salir por el pasillo un señor con barba, el pelo graso, unas ojeras inmensas, la camisa por fuera y llevaba en su mano un botellín de cerveza. El hombre se tambaleó hasta entrar en la sala y se percató de mi presencia.
— ¿Eshte quién esh? — Preguntó mirando a su hijo.
— Es HoSeok, papá, ¿no lo recuerdas?
"¿Papá...?"
¿Este hombre era el señor Park...? Creo que si no me lo hubiesen dicho jamás habría sabido que era el padre de Jimin. No era él, parecía un vagabundo de la calle. El señor sonriente que una vez fue había quedado sepultado bajo esos harapos.
— M-me alegro mucho de v-volver a verle, señor. — Me levanté e hice una reverencia.
— Hmm. — Asintió sin echarme mucha cuenta y se giró, yendo de nuevo hasta el pasillo y desaparecer.
— Siento sus malos modales.
— Oh, no te preocupes... Por cierto, ¿dónde está Jimin? — Bajó su mirada y cuando pensé que me contestaría, lo único que hizo fue encogerse de hombros.
"¿Qué está pasando aquí...?"
Al final decidí irme y mientras bajaba por las escaleras del piso más bajo vi a Jimin... o eso creí.
— ¿Jimin? — Pregunté aún dudando de si sería él.
— Agh..., me vais a gastar el nombre... — Era él, no había duda, podría diferenciar su voz entre miles de personas.
— ¡Jimin, soy yo, Hope! — Dije emocionado a punto de saltar a sus brazos.
Lo habría hecho si no fuera porque su cuerpo se desplomó en el suelo. Corrí hasta él y levanté su cabeza para poder verlo mejor. Su rostro estaba pálido, sin color, sus labios secos y agrietados y sus ojos pequeños acompañados por unas grandes y horribles ojeras.
— ¡¡Jimin!! — Di algunos golpecitos en sus cachetes para espabilarlo y cuando pudo abrir los ojos estos estaban rojos. — ¡Jimin, ¿qué te pasa?! ¡Háblame!
— ¿Hope? — No sé si era alivio por escuchar su voz o tristeza por verlo en ese estado, pero fuera cual fuera el motivo rompí a llorar.
Me prometí que jamás volvería a verlo de esa forma y desde aquella noche me aseguré de que así fuera.
Actualidad.
Con Jimin más o menos controlado, con unos amigos de los cuales jamás querría perder y con el novio más lindo del mundo, y el cual amo, creí que mi vida era perfecta. Con la aparición de Liu mi gran mentira salió a la luz y ahora al descubierto tenía que arreglar todo y pedir perdón por el mal que había causado.
Respiré hondo, sintiendo la delgada mano de Liu en mi espalda mientras me daba valor y sin esperar más llamé a la puerta. Su dueño: TaeHyung.
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