Capítulo Especial 5
CAPÍTULO ESPECIAL 5: MIN YOONGI
Cuando se piensa en un niño perfecto, lo primero que quieres es que sea bueno, educado, silencioso, tranquilo, responsable, etc. Así era yo desde muy pequeño e incluso ahora a mis ocho años lo seguía siendo, todo un niño que cualquier padre desearía tener, aunque a veces un poco aburrido para mi madre que se quedaba en casa para cuidarme y se desesperaba por mi pasividad.
Era una madre muy dulce y demasiado apegada a mí. Cada noche me repetía las mismas palabras: jamás podría vivir sin ti. Porque aunque suene raro todas las noches venía a arroparme, me daba las buenas noches y mi beso del cual nunca se olvidaba.
Hacía poco que había conocido a un chico llamado NamJoon, era mucho más alto que yo, pero tenía un año menos. Nunca me había importado heredar la baja estatura de mi madre, pero a veces echaba en falta algunos centímetros de más.
NamJoon era un niño increíble, demasiado listo para su edad, recuerdo las veces que me decía lo aburridas que eran las clases y el avance tan lento que tenían sus demás compañeros. Un genio por así decirlo.
— ¡Hoy harán una batalla de freestyle! — Dijo NamJoon emocionado.
— ¿En serio?, tenemos que ir. — Respondí igual de emocionado, porque si había algo que amábamos y teníamos en común era el Hip-Hop.
— ¿Cómo lo haremos?, mis padres no me dejan salir a esa hora...
— Los míos tampoco... — Ambos nos quedamos callados, pensando en una idea.
— ¡Escaparnos! — Gritamos a la vez. Los dos reímos como idiotas por la compenetración que teníamos.
Y aquel mismo día tal y como se nos había ocurrido, nos escapamos. Lo tuvimos todo muy planeado para que nada saliera mal y así fue; escapada perfecta. Poco a poco nuestra amistad se fortalecía y tenernos el uno al otro significó ignorar a otros niños. No nos hacía falta a nadie más, él y yo, para nosotros era suficiente.
Un año después.
El año que cumplí 9 años ocurrió la tragedia más grande para mi familia..., bueno, para lo que quedó de ella.
Era un sábado cualquiera; hora de cenar, pues sin tener que mirar la hora sabía que estábamos a punto de cenar. El delicioso aroma que desprendía la cocina y parte del salón me obligaban a adivinar cual sería el plato estrella de esta noche, porque si deseabas comer buena comida, debías acudir a mi madre, era una estupenda cocinera.
— ¡Tteokbokki! — Corrí hasta la cocina para abrazar a mi madre, sabe cuanto me gustaba y cuanto le gustaba a ella verme comerlo.
— Pon la mesa, ya casi está listo. — Revolvió mi pelo y rápidamente fui a hacer lo que me había pedido.
Era una pena que mi hermano mayor no estuviese para degustar este maravilloso plato, pues a él le encantaba tanto como a mí.
— ¿Quieres que veamos una película después de cenar, hijo? — Me preguntó mi padre que acomodaba los cubiertos que recién había traído.
— ¡Sí! — Corrí de nuevo a la cocina para traer el resto de cosas.
— Cariño, ve a lavarte las manos. — Dijo mi madre sirviendo los platos.
Me relamí los labios y rápidamente corrí hasta el baño. Fui a echarme un poco de jabón en las manos, pero el bote estaba vacío. Cogí un pequeño banquito blanco que teníamos siempre en el baño y lo puse junto a un mueble alto donde solíamos guardar todo lo relacionado con el baño. Me subí en él y alargué mi brazo para alcanzar un bote nuevo de jabón.
Al instante de tenerlo entre mis manos escuché un fuerte ruido procedente del salón. Me quedé en silencio, escuchando cuidadosamente, hasta que otro ruido, incluso más sonoro, me sobresaltó, haciendo que el bote se cayera de mis manos y la tapa se rompiera, desparramando todo el jabón líquido por el suelo.
Abrí poco a poco la puerta y asustado asomé la cabeza, no veía nada, quizás era una tontería y algo en la cocina se había caído.
Mientras recorría el pasillo un grito obligó a mis manos tapar mis oídos. Mis pies se detuvieron y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Más ruidos se colaban entre mis manos y los pies poco tardaron en fallarme, haciéndome caer de rodillas.
"Suéltame" "No me toques" "No le hagas daño" "¿Qué queréis?" "¿Por qué a nosotros?" "Coged lo que queráis y dejadnos en paz", y muchas otras frases es lo que escuchaba desde el pasillo.
Silencioso y con la máxima cautela llegué hasta el final del pasillo donde asomé mi cabeza por el marco de la puerta y lo que vieron mis ojos fue lo que en un futuro provocaría pesadillas durante años.
Un hombre que cubría su rostro con un pasamontañas estaba encima de mi madre. Prácticamente le arrancaba la ropa mientras que ella no paraba de gritar y llorar. Mi padre estaba al otro lado, sujeto por otro hombre que cubría el rostro de la misma forma.
Algo en mi interior me gritó que hiciera algo, que saliera y defendiera a mi madre, pero mis pies entumecidos no respondían. De hecho nada en mí respondía, ni siquiera mis ojos, me obligaba a cerrarlos o a apartarlos, pero simplemente no podía. Ni siquiera cuando a mi madre se le desgarraba la voz porque ese malnacido la violaba.
Mi campo de visión se vio interrumpido cuando la silueta de mi padre se posicionó delante. Había conseguido soltarse y correr hasta donde yacía mi madre, pero en un abrir y cerrar de ojos una bala atravesó la cabeza de mi padre y se desplomó en el suelo.
Tapé mi boca en un grito ahogado. El hombre que mancillaba el cuerpo de mi madre se incorporó, abrochando su pantalón y con una pistola que le había pasado su compañero disparó a mi madre.
Mis ojos rojos, espantados y aguados no podían creer lo que veían. Me estaban arrebatando a los seres que más amaba en mi vida...
Apenas me di cuenta cuando ambos comenzaron a buscar por todos los muebles del salón, pero sí del rostro pálido y demacrado de mi madre que me miraba desde donde estaba. Con su mano extendida me hacía leves gestos, podía verlo, sabía que me decía, pero me negaba a obedecer.
Los hombres que habían terminado su búsqueda decidieron ir a los cuartos para rebuscar más, o al menos eso pudieron oír mis oídos. Asustado y viendo por última vez los débiles gestos de mi madre, corrí hasta mi habitación y me escondí en el armario.
No sé cuanto tiempo me llevé allí dentro, pero por los ruidos del desorden que estaban formando, me alertaban que su atraco todavía no había acabado. No fue hasta que el sonoro portazo de la puerta de entrada me dejó claro sus ausencias.
Corrí hasta el salón, viendo primero el cuerpo de mi padre, quieto, con un hilo de sangre saliendo del agujero de su cabeza y sus ojos abiertos. Pronto comencé a sollozar, dejándome caer junto al cuerpo de mi madre que aún respiraba débilmente y me sonrió nada más verme. Cogí su mano y miré su herida, un enorme charco de sangre la rodeaba.
— Mamá... — Apreté mis labios para ahogar los sollozos.
— Q-que bien... que e-estás a sal-vo... — Le vi hacer una mueca de dolor, pero que respirando profundamente desapareció para volver a sonreírme cariñosamente.
— Mamá..., no te mueras. — Las lágrimas apenas me dejaban ver y notaba el sabor salado de mis mocos que por más que los sonaba no dejaban de salir.
— E-eres el ni-niño más g-guapo del mundo. — Musitó ignorando mis palabras. — A-abráza-me. — Sin pensármelo apoyé mi cabeza en su pecho sin soltar su mano y ella con lentitud posó sus manos en mi espalda.
— N-no me de-dejes, mamá. — Sentí su respiración entrecortada, como su pecho subía y bajaba cada vez con más dificultad.
— Mamá nunca te dejará. — Sus palabras se hacían más claras, como si ya no sintiese el dolor en su cuerpo. — ¿Serás un buen niño? — Asentí desde mi posición. — Me alegro tanto que estés bien. Jamás podría vivir sin ti... — Esas palabras, palabras que me repetía cada noche y las cuales serían la última vez que escucharía. — Háblame, quiero escuchar tu voz...
Tragué saliva, soné mi nariz y comencé a hablarle, ¿de qué?, no importaba, sólo quería escuchar mi voz y así lo haría yo. Poco a poco la respiración de su pecho se hizo leve, hasta que llegué a no sentirla, sabía que significaba eso, pero no quería apartarme de ella, no quería ver ese rostro sin vida, sus ojos sin ese brillo tan especial y llenos de vida.
Me negaba.
Pero tarde o temprano tenía que hacerlo y demostrar que era un niño fuerte ante los ojos de mi madre, ojos que me miraban en algún lugar.
Nueve años más tarde.
Años y años se habían llevado en intentar encontrar a los asesinos de mis padres, pero hace un año lo cerraron, sin poder encontrarlos o tener alguna pista sobre ellos. Así era la justicia y así sabía yo que no conseguiría nada. Me mentalicé a mí mismo para sobrellevar la carga. Que atraparan a esos hijos de puta no me devolverían a mis padres, eso lo tenía claro, por eso lo mejor era seguir adelante.
Mi hermano, que fue tan fuerte como yo o incluso más, se hizo cargo de mí, dejó los estudios y trabajó durante años para sacarme adelante. Rápidamente adoptó la imagen de un padre para mí y no podía estar más orgulloso de él.
A causa de su trabajo apenas podía verlo por lo que siempre estaba solo y no me hacía bien. Comencé a quedarme en casa de mi mejor amigo, al principio de vez en cuando, pero luego se convirtió en algo diario, ya que sus padres nunca estaban y él estaba igual de solo que yo. Compartíamos su habitación y podría decir que los días que pasábamos juntos cubrían mis malos recuerdos, sustituyéndolos por unos muy buenos y divertidos.
Ese mismo año entré a estudiar a una escuela de arte, pues mis sueños de ser músico jamás los olvidé.
Una vez un niño de cinco años gritó sobre el sofá de su casa que sería el mejor rapero del mundo y su madre, que creyó en él, hizo que desde entonces fuera su sueño. Puede que no vaya a ser el mejor rapero del mundo, pero seré como quiera ser y algún día las personas escucharan mis canciones.
En la actualidad.
Con mi mejor amigo en la misma escuela y con los mismos sueños y metas nos juramos conseguir todo cuanto queríamos al precio que fuera, ahí estaba su claro ejemplo. El muy loco aceptó casarse si lo dejaban estudiar aquí, pero, ¿cómo se supone que íbamos a cumplir nuestros propósitos si él en un futuro debía casarse y hacerse cargo de la empresa?, no lo sabíamos, pero ya se nos ocurriría algo, siempre encontramos soluciones.
Por una vez desde el día que grité que quería ser, mi yo interior volvió a gritar algo más que quería, nada más y nada menos que un chico de 16 años. Pero que al no tener las agallas suficientes me lo arrebataron silenciosamente y aunque ahora podría tener mi oportunidad lo dejé pasar. Esos dos idiotas sólo tenían ojos para ellos y aún así se hacían la vida más complicada. Más que nadie sabía lo que era ver como una vida pasa de tener un largo futuro a no tener ninguno... y acabar por desaparecer.
Así que..., simplemente les di un pequeño empujoncito para que dejaran de ser tan idiotas.
"Aunque debo reconocer que el beso me gustó bastante y ya que sería la única vez que probaría esos labios debía aprovechar"
"Espero no se enfade conmigo luego"
"Pero sé de alguien que se enfadará mucho..."
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