Capítulo 64
[Jimin]
Lo buscamos por cada rincón del teatro, en la planta baja a pesar de que rebosaba de personas no pudimos encontrarlo, la planta superior, muy diferente a la inferior, tampoco, nada, ni rastro. Cada habitación, armario, cuartillo, baño, fue recorrido y buscado a fondo. Incluso los palcos y la zona pública fue examinada una vez la gente se hubo marchado, pero ningún indicio de ser humano por allí.
Corrí hasta el interior del teatro después de rodearlo al completo y recorrer algunas calles cercanas. Era como si se hubiese evaporado, ni si quiera los alumnos vieron algo, y si lo hicieron seguramente nadie echó cuenta, pues con los nervios y tantas personas, difícil sería acordarse.
— ¡Jimin! — Gritó NamJoon una vez me vio acercarme a ellos. — Joder, avisa antes de salir así, los profesores han pasado lista y hemos tenido que decirles que estabas en el baño. — Dijo mientras me extendía una botella de agua. Las gotas de sudor, a pesar del frío, caían por mi frente.
— ¡Eso es! ¡Los profesores! — Dije como si me hubiera dado una idea. Aparté la botella de un manotazo y ésta cayó al suelo, ganándome una mirada molesta por parte del pelirrosa.
— Creo que sobro, así que debería irme. — Zico palmeó e hizo un gesto de despedida a todos.
— Tu no te mueves de aquí. — Lo agarré de la manga y tiré de él para que viniera conmigo.
Sería raro si dijera que no se quejó, pues lo hizo y mucho, tanto que varios chicos se quedaron mirando por el numerito que estaba montando el rubio. Avisté al primer profesor que mis ojos alcanzaron a ver y me acerqué, soltando a Zico y deteniéndome frente al profesor.
— Profesor Lee. — Lo llamé y como era habitual en él me recibió con una sonrisa seguido de algún chiste... sí, solía ser así, pero mentiría si dijera que sus clases eran aburridas.
— Al fin, Park. Espera, déjame apuntarte. — Cogió una carpeta y mientras buscaba mi nombre decidí preguntar para lo que venía.
— ¿Puedo saber si... el alumno Jeon JungKook fue llamado?
— ¿Jeon JungKook? — Se quedó pensativo. — No me suena ese nombre, ¿estás seguro que es uno de los alumnos a mi cargo?
— Realmente no lo sé.
— ¡El profesor Kwon! — Gritó TaeHyung a unos pasos más alejados. Venía en compañía de HoSeok a quien mandé a buscar a su novio y le contara todo. — JungKook está en su grupo.
— Entonces esperad un momento. — Lee SeungHyun giró sobre sus pies buscando al profesor JiYong, al cual no conseguía ver. A quien vio fue al profesor YoungBae, así que lo llamó y gracias a éste pudimos dar con quien buscábamos.
— ¿Ocurre algo? — Preguntó nada más llegar.
— Estos chicos quieren preguntarte algo. — El profesor Kwon dirigió su atención a nosotros e hice la misma pregunta, solo que recibiendo una respuesta completamente diferente.
— No, no fue llamado. — Lo más raro de todo fue su tranquilidad como si detrás de sus palabras hubiese algo más. — El alumno Jeon se fue. Dimos permiso para que se lo pudieran llevar.
— ¿Quién...? — Realmente no sabía por qué pregunté, ya lo veía venir, sabía la respuesta de mi propia pregunta, pero tenía que saberlo con seguridad.
— Su padre vino por él.
— ...
[JungKook]
— ¡No puedes sacarme así, los profesores podrían buscarse un problema por mi culpa! ¡Podrían incluso estar preocupados!
— Los profesores lo saben.
— ¿Qué?
— Soy tu padre, no he secuestrado a nadie, sólo me he llevado a mi hijo.
— Tu hijo...
— ¿Algo que objetar? — Negué.
— Bien, pues ahora entra de una maldita vez. — Agarró fuerte de mi nuca y me tiró hacia el interior de la casa. Cerró la puerta y se me quedó mirando por un rato, como si me estuviera advirtiendo sobre las ideas de escapar. — Vete a tu cuarto.
— ¿Puedo ver a Nana?
— No.
— ¿Ni siquiera a mamá?
— No.
Sin dejarme más opciones o excusas para encerrarme, caminé hasta las escaleras, subiendo una por una de la forma más lenta posible. Echaba un ojo a la casa. Todo estaba igual, nada había cambiado, cada jarrón, silla, figura, cortina, cuadro, cada persona habitando esta casa, nada había cambiado. Pellizqué mi mano, la idea de que fuera una pesadilla aún se aferraba dentro mí, pero el dolor de cada pellizco me obligaba a creer lo contrario. No era una pesadilla y debía aceptarla de una vez.
Todas las puertas de la segunda planta estaban cerradas, era un hábito en esta casa y no era eso lo que me importaba, sino que detrás de alguna podría estar Nana o mi madre.
Echando un ojo desde el principio del pasillo, me aseguré de que no viniera y comencé a abrir todas y cada una de las puertas. Con cada habitación inspeccionada mis ánimos se iban esfumando, por lo que terminé tirado boca arriba en mi cama sin haber encontrado a nadie. Fue raro, al menos por mi madre, ella siempre estaba en su cuarto o en la sala.
"Quizás está en la sala. Desde la entrada no se puede ver"
Solté un suspiro, comenzaba a tener la mente en blanco, aunque poco duró. El rostro de Jimin comenzaba a ocuparla, avivando el temor que tenía. Sus palabras de la noche anterior me corroían por dentro, me prometió que nadie me volvería a tocar, que nadie me haría daño y a pesar de lo difícil que eso resultaba, yo le creí.
Mi barbilla comenzó a temblar, cerré mis ojos con fuerza, quería borrar su imagen de mi cabeza. No quería que se quedara así, parte de una imagen o un recuerdo. Me negaba, pero ¿cómo pensar lo contrario?, ahora que mi padre me había pillado, lo había descubierto todo... Jamás iba a volver a esa escuela y estaba seguro que se aseguraría de que no viera a nadie.
"Nana..."
Ella también saldría perjudicada, por mi culpa era tan culpable como yo. De desobedecer a mi padre, de mentir y ocultarlo todo.
"Desde un principio fui un egoísta. Nunca debí pedirle ayuda"
[...]
No sabía cuanto tiempo pasó ni en que momento quedé dormido, pero ahora comenzaba a abrir mis ojos a causa de unas manos que sacudían mi cuerpo. Lo primero que vi fue la lámpara del techo y bajando un poco mis ojos, el cabello recogido de una mujer.
— JungKook, cariño.
— ¿Nana? — Froté mis ojos, incorporándome hasta dejar mi espalda reposada en el cabecero. Teniendo mis ojos más acostumbrados a la luz de mi habitación vi con claridad su rostro, esas mejillas regordetas que tanto me gustaba pellizcar de pequeño. — Nana... — No esperé más y me abracé fuerte a ella. Había echado tanto de menos sus cálidos brazos que a veces me olvidaba de como se sentía.
— ¿Estás bien, mi pequeño? — Asentí sin dejar de abrazarla. — ¿Te ha hecho algo? — Negué.
— Nana... yo...
— Shh, tranquilo, ya habrá tiempo para hablar. — Me sonrió y aunque me dolió no pude sonreírle de vuelta, estaba asustado, y mucho más aún, preocupado. — Bajemos, he hecho la cena.
Agarrada de mi mano me llevó hasta abajo y en la cocina me dio unos platos para que colocara sobre la mesa del comedor. Ni siquiera me había dado cuanta que alguien me observaba hasta que Nana dio las buenas noches a la presencia que no quería hacerse notar a mis espaldas.
— Mamá. — Musité cuando la vi recargada en el marco de la puerta. Me acerqué con intención de abrazarla, es lo que deseaba hacer en estos momentos, y bueno es lo normal, ¿no?, a pesar de que no era la mejor madre del mundo el sentimiento no se podía borrar tan fácilmente, por lo que necesitaba sentir sus brazos también.
— ¿Cómo has estado? — Me preguntó, acariciando mi cabeza. El abrazo que tenía intensión de dar no fue mutuo y por lo tanto no correspondido. Me quedé frente a ella mirándola con una media sonrisa, al igual que ella. No podía asegurar que mi propia madre no quisiera un abrazo de su hijo, quizás no vio mis intenciones y mucho menos las sintió. No sabía nada, o al menos eso creía, sino ahora mismo no me hablaría y estaría sonriéndome.
"Más que nada por eso quería un abrazo suyo, porque cuando se entere de todo ni siquiera me mirará a la cara"
— Bien, mamá, he estado bien. — Que mal se me daba mentir y cuanto temblor hubo en mis palabras..., las cuales no me preocupé mucho que las hiciera notar, porque simplemente no las notaría.
— La cena ya está sobre la mesa. — Avisó Nana y los dos nos sentamos.
— ¿Y... papá? — Me atreví a preguntar. Realmente no quería saber donde estaba, más bien habló mi instinto de supervivencia que quería tenerlo controlado.
Mi madre se encogió de hombros y le eché una mirada a mi nana, por si ella tenía la respuesta. — Se fue hace unas horas, no dijo donde. — Mordí mi mejilla interior. ¿Dónde estaría? ¿Por qué estaría tantas horas fuera?
Y como si mis palabras fueran parte de un conjuro que recitando con rabia y odio invocara al mismísimo diablo, la persona que menos quería ver en este mundo apareció por el marco de la puerta.
— Bienvenido, señor. — Nana hizo una reverencia al verlo. — Enseguida le traigo su cena.
— No hace falta, no tengo hambre. — Detuvo la marcha de la mujer que fácilmente se podía intuir las ganas que tenía de salir de estas cuatro paredes.
— Entonces me retiro. — Insistió.
— No, quédate. — Nana dio unos pasos hacia atrás. — Vamos a tener una charla en familia. — Dejó caer una bolsa sobre la mesa, tirando un vaso y desparramando el agua por toda la mesa. Rápidamente cogí una servilleta e impedí que el agua llegara a caer hasta mis pantalones.
— Iré a por un paño para limpiarlo.
— ¡¡Qué te quedes aquí, he dicho!! — Nana se encogió del susto, y con la cabeza más agachada que de costumbre, caminó hasta mi lado y se quedó ahí parada. — Bien, hablemos. — Ladeó su cabeza hasta hacerla crujir y se acercó a la bolsa, donde metió su mano y sacó..., ¿una cerradura? — He pensado que esta familia posee demasiada libertad. Demasiadas mentiras, demasiados secretos, muy poca educación y también poca disciplina. Por lo que he pensado, como cabeza de familia que soy, en ayudaros para que dejéis de cometer tantos errores.
Sería un buen chiste si esas palabras salieran de la boca de otro padre, haciendo una buena broma en la cual sus hijos y esposas reirían, pero en boca de mi padre, era la más y absoluta verdad. Sea lo que tuviera en mente la llevaría a cabo así sea lo más descabellado que uno pudiera imaginar.
Sacó todas las cerraduras que había comprado, sacó cuerdas, cintas, y el resto que no pude ver porque dejé de mirar y decidí no saber. No podía seguir mirando, en cambio mis ojos buscaron los de Nana, quién los tenía muy abiertos y no apartaba la vista de todo lo que sacaba de aquella bolsa. Mi madre tenía el ceño fruncido, como si no entendiera nada, pero era muy diferente a nosotros, no había miedo en sus ojos.
— Veamos. — Se escuchó su voz, pero yo seguía sin mirarle. — Ésta es para la puerta de la casa. — Se escuchó un fuerte ruido sobre la mesa, como si tirara el objeto para separarlo del resto. — Esta para la habitación de invitados.
— ¿Para qué una cerradura ahí? — Preguntó mi madre.
— Porque sueles dormir en ese cuarto.
— También duermo en el sofá.
— Pues de ahora en adelante dormirás arriba. — No contestó y pude deducir que estuvo de acuerdo.
— Sigamos. — Dijo mi padre, como si se divirtiera haciéndolo. — Ésta es para mí y ésta para la habitación de JungKook.— Elevé mis ojos enfurecido por las ganas de oponerme, y es aquí cuando comenzó una de esas guerras mentales que tenía cuando mis impulsos luchaban contra el razonamiento.
Lo malo, que casi siempre ganaba el impulso y hoy fue uno de esos días victoriosos para él. — ¡No puedes encerrarnos! — Me levanté tirando la silla al suelo. Nana sorprendida la cogió del suelo y posó un mano en mi hombro, intentando tranquilizarme, o más bien, intentando que guardara silencio.
— ¿No puedo? — Dejó la cerradura que tenía en su mano y rodeó la mesa, acercándose a mí. — ¿Quién soy? — Preguntó esperando que respondiera lo evidente, pero mi voz quería gritar lo contrario, hacerle saber el monstruo que era. — Contesta cuando te pregunto.
— Mi padre. — Apreté mis dientes, conteniendo la rabia y las ganas de soltarle tantas cosas que cuando acabara me quedaría ronco para toda la vida.
— Exacto, y como padre tengo derecho sobre ti. — Me señaló. — También soy su marido y tengo derecho sobre ella. — Señaló ahora a mi madre. — Al igual que soy su jefe y tengo derecho sobre tu estúpida nana. — Por último señaló a Nana, pero con mucho más desagrado.
— No puedes encerrar a Nana. ¡No tienes derecho sobre ella!
— JungKook... — Me llamó Nana con un hilillo de voz casi inaudible, advirtiéndome sobre mis palabras y las consecuencias que tendría luego.
— Ahí tienes razón, no puedo encerrar a tu nana, pero como he dicho tengo derecho sobre ella, y como su jefe que soy, porque para eso le estoy pagando, puedo decidir que hacer con ella. — Arrugué el entrecejo. No entendí bien que quiso decir, pero tampoco me dio tiempo a preguntar, pues él mismo me aclaró las dudas. — Estás despedida. — Dijo mirando a la pobre mujer que tenía sus ojos más abiertos de lo normal, su mano en mi hombro se tensó y su respiración comenzaba a hacerse agitada.
— P-pero, señor...
— Largo. — Se giró dándonos la espalda, metiendo de nuevo todo lo que había comprado dentro la bolsa.
— No puedes echarla. — Me atreví a decir. Aún no me creía lo que acababa de hacer.
— Ya la he echado. — Giró su cabeza. — Y estás tardando demasiado en desaparecer de mi vista y largarte. — Se refirió a Nana.
Con los ojos vidriosos y en estado de shock salió del comedor, ni siquiera me miró de lo nerviosa que estaba. Mi nana, mi prácticamente madre, se marchaba. Otra persona importante para mí que dejaría de ver. ¿Hasta cuando va a tener que durar esto? ¿Cuánto tiempo más tendré que aguantarlo?
— Me portaré bien. —Dije de imprevisto. Estaba claro que el despido de Nana había sido por mi culpa, ya lo sabía todo, que me había ayudado y se lo hubo ocultado todo. — No la eches, por favor. — Supliqué, pero no obtuve respuesta. — ¡Por favor! — Nada. — ¡Mamá, di algo! — Grité en dirección a mi madre, pero... ésta tenía la cabeza echada sobre la mesa y los ojos cerrados. — ¿Mamá? ¡Mamá! — La sacudí de los hombros.
— Déjala. — Ordenó mi padre, quién la cargo entre sus brazos y salió por la puerta, encontrándose con Nana y un macuto en su mano. — Antes de irte ve a mi despacho. — Dijo y Nana solo pudo asentir.
— ¡Nana! — La llamé corriendo hasta ella. — ¿Qué le pasa a mi madre?
— Son los efectos de los tranquilizantes, no te preocupes, — Acarició mi mejilla secando las lágrimas que ni cuenta me di cuando comenzaron a salir. — JungKook..., no voy a abandonarte. — Sujetó mis hombros y me obligó a mirarla.
— Es mi culpa. Todo es mi culpa. — Absorbí mi nariz.
— Tú no tienes la culpa de tener un padre así.
— M-me refiero a...
— Ya sé a que te refieres y mi respuesta es la misma. Sólo hay un culpable en todo esto y ese es tu padre. — Me abrazó cuando me vio empezar a sollozar. — Vamos a sacarte de aquí. — ¿Vamos? Me separé de ella observándola extrañado. — Confía en mí.
— No quiero que te vayas. Me quedaré solo. Tengo miedo. — Siseó sobre mis palabras, intentando calmarme.
— Aguanta un poco más. — Quiso decir algo más, seguir calmándome y dándome esperanzas, pero la voz autoritaria de mi padre nos interrumpió y Nana fue llamada para que pasara a su despacho.
Me obligó a esperar en mi cuarto, no sabía cuanto tiempo estuve esperando, pero ni acercando mi oreja a la puerta podía oír algo, nada. El miedo comenzaba a subir por mi cuerpo. No era de extrañar que imaginara cosas demasiado descabelladas, tantos años viviendo con mi padre me había hecho tener una mente preparada para lo que pudiera ocurrir. Fácilmente podría imaginar el asesinato de mi nana y no equivocarme. Así de aterrado vivía mis días, suplicar para que no se le fuera la cabeza e hiciera una locura. Peor aún de lo que ya hace.
Al fin oí un ruido, agudicé mis sentido en escuchar mejor y claramente eran unos pasos subiendo las escaleras. Me alejé de la puerta, escuchando los pasos cada vez más claros y sonoros, hasta detenerse tras la puerta.
Para quienes se preguntan si se puede acostumbrar al miedo. No, no se puede, simplemente vive contigo, pero jamás te acostumbras a él.
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N/A:
Lee SeungHyun (SeungRi) - BIGBANG
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