“Lamentablemente la vida no es algo completamente hermoso, naces sin ningún objetivo idóneo, te creas a ti mismo a base de infortunios y venturas que te forjan y te hacen quién eres; la vida es algo con lo que no se juega pues todos quienes realmente viven algún día mueren y han de respetar el hecho de que tengan un corazón que late y unos pulmones que respiren” Esas palabras resonaron en mi mente como el eco de su voz se escuchó en el vacío, no podía verle ni hablarle porque no tenía rostro ni cuerpo, pero podía sentir el mensaje que me dejo; el dios Creador quien puso la semilla de la vida y estaría solo en su existencia para pensar por eternidades su propia y nueva razón.

He estado solo y ciego hasta que una inmensa luz alumbro la oscuridad que atormentaba la existencia; de ella salió una llama inmensa, era blanca y de un tono rojo saliendo de su interior, poseía grandes manos llenas de fuego y vida, su cabeza no tenía ni ojos ni boca, era inmenso, cuerpo de llamas en incesante cambio... Era el primer dios: Pharos... A quien su constante soledad atormentaba. No sé el tiempo que estuvo mirando la oscuridad del vacío, observando directamente a la nada, mirando quien sabe qué. Recuerdo ese momento como el inicio de los inicios desde que el primer dios nació hasta que la primera luz surgió, el dios en llamas; un cuerpo que permaneció quieto hasta que por fin hizo su primera creación: el sol azul sacado de su propio corazón, expandiéndose a lo largo de la nada como si de una semilla diminuta saliese un árbol gigantesco. Se acercó extendiendo su mano para tocarlo y vio como las llamas le abrazaban dándole calor, el calor de agradecimiento por su existencia. La acerco aún más, arrancando un pedazo de la propia semilla de lo que completaba su corazón; miro fijamente a la gran porción de tierra que había arrancado mientras se alejaba, y con el fuego que le daba forma a su alma, quemo la tierra hasta volverla ceniza, y del humo salió el Olvido, y del polvo salió el Oscuro; los hijos del primero. Pharos le concedió el nombre de “Fall” a la oscuridad, al polvo caído que no era más que cenizas; y Obillion al olvido, al humo que se regaba curioso por todo lo que se creara. Hizo caso omiso de sus hijos, no por desinterés en su propio trabajo como guía que quedaba impregnado en su mente, sino, por el cansancio que le llevo apagar toda la llama de su cuerpo para totalizar la memoria y la nada… fue cuando, para culminar, forjo en el sol el trono de fuego, donde se sentó a divagar su existencia por años, décadas, siglos, milenios... El olvido tomo la memoria que le llevaba a recubrir el todo; el conocimiento observando el absoluto, fue quien recopilo toda la razón de la vida misma formándose y desarrollándose, quien no desviaba la mirada de cada cosa, quien incluso seguía ampliando su vista tomando registro mental de cada singular movimiento que existiera, exista o incluso, de lo que pueda llegar a existir… su hermano solo se quedó vagando por los bordes de la existencia viendo el vacío, viendo, como antaño su padre hizo, a la nada, lo que propiamente dicho no solo lo hacía sino que era capaz de desviar su vida, su vista, su existencia misma de toda creación, esto era, lo único que el Olvido no registro en la memoria, pues lo nunca visto, nunca llego a ser memoria… Encerrándolo por siglos a la oscuridad que le atraía cada vez más y más, fue Fall, el poseedor del único conocimiento que se le escapaba al todo, la nada. Llego el momento en que el olvido, siendo tan solo polvo, se acercó al sol y entre las llamas coloco su cuerpo formado de conocimiento y razón.