19._Extraño
Mary abrió los ojos muy lentamente. Era de noche aún y abrazaba una almohada un tanto dura. Los primeros segundos no supo dónde estaba, después los acontecimientos llegaron a su memoria como una película en cámara rápida. Era la esposa de Dai y las últimas horas las había pasado con él. Encogiendo las piernas frotó su rostro contra la almohada, como era su costumbre, y acabó descubriendo que era a su esposo a quien estaba abrazando. Se sorprendió tanto que se puso de pie sobre la cama perdiendo el balance y cayendo. Dai freno su caída y la devolvió a la cama con suavidad, mientras encendía la lámpara a su costado.
-¿Tan mala impresión te he dejado?- le preguntó de forma amable.
-No, no es eso- le dijo la muchacha un tanto avergonzada por su reacción y confundida por haber levitado.
Tenía puesto un pantalón de pijama corto y una camiseta de tirantes. Dai también tenía ropa de dormir. Era la primera vez que ella lo veía metido en una cama y no pudo evitar cuestionar el motivo de eso.
-Pensé que sería grosero dejarte sola después de compartir tan íntimo momento- le respondió él.
Mary se rasco detrás de la cabeza y apartó la mirada de él.
-No es eso- murmuró- Es un cambio un tanto brusco y no me he acostum...- la voz de Mary se fue apagando hasta ser inaudible.
-Sí, lo sé- exclamó Dai y le extendió la mano- Duerme un poco más. Todavía es temprano.
Mary miró aquellos dedos y los sujetó con incertidumbre. Dai la llevó hacia él, a su pecho, para que volviera a dormir y ella se acomodo allí, preguntándose por qué Dai se comportaba como un marido amoroso y por qué ella volvía a él tan dócilmente. La mano de Dai descansó en su cabeza mientras la otra se estiraba para apagar la lámpara. La oscuridad los envolvió, pero no era absoluta. La visibilidad le permitía a Mary ver los botones del pijama de Dai, que comenzó a peinar su cabello de forma paciente.
-Fue un momento muy agradable- le confesó después de un rato. Mary no contestó, pero pese al contexto se sintió a gusto con él- ¿Puedo pedirte un favor?
-Dime...
- Respecto a lo de tener un amante ¿Podrías esperar un año? No quisiera ser el esposo engañado tan pronto.
-No tienes que preocuparte por eso. Es difícil que un hombre me llame la atención- le confesó- Tampoco es algo que me importe en verdad, así que pasará mucho tiempo antes de que busque compañía.
Dai cerró los ojos esvosando una sonrisa bastante contenta.
-¿Puedo preguntarte algo?
-Por supuesto.
-¿Cómo está él?
Dai abrió los ojos con una expresión muy seria. Callado se quedó viendo el techo y después de resolver una controversia interna contestó:
-Es un buen hombre. Los buenos hombres no están solos mucho tiempo.
Mary no hizo comentarios y cerrando los ojos se durmió.
Por la mañana Mary despertó sola en la cama. Miró la puerta del baño, pero era obvio que él no estaba ahí. Se levantó y fue a darse una ducha rápida. Al salir en bata es que recordó no había llevado ropa para cambiarse, ni comida. Sin embargo, tal como supuso, Dai resolvió todo eso y ella encontró unas prendas nuevas sobre la cama. También había un desayuno servido sobre la mesa junto a la ventana. Era un día soleado de invierno y la temperatura era muy agradable. Mientras ponía leche en su café, Mary contemplaba el paisaje del otro lado del cristal con la expresión de quién llega a una meta y luego no sabe que hacer. Al tomar la taza cerró los ojos un momento y luego vio hacia el viejo ropero dónde guardo su regalo de bodas para Dai, que se materializó ante sus ojos en ese momento.
-Buenos días- la saludo él, con su eterna sonrisa y las manos tras la espalda. Llevaba un atuendo de color azul.
-Buenos días- respondió ella y bebió un poco de café. Quería preguntar dónde había ido, pero lo sintió fuera de lugar.
-Fui a despedir a tu familia- le dijo Dai, sentandose del otro lado de la mesa- También di instrucciones a las empleadas y organice los regalos de bodas.
-Una mañana ocupada- comentó Mary, sin una intensión en particular.
-No sé estar sin hacer algo- confesó Dai, poniendo una cucharada de azúcar a su café- Por cierto...esto para ti- le dije al hacer aparecer en la mesa unos documentos.
Mary devolvió la taza a su platillo y reviso la carpeta descubriendo que eran las escrituras de la casa de Kibito-Shin las que estaban a su nombre.
-Es mi regalo de bodas- indicó Dai mientras Mary digeria la noticia que la conmocionó en más de un aspecto- Sé lo mucho que te gusta esa propiedad.
-Es perfecta- le contestó Mary con un rostro algo triste- Gracias.
-No ha sido nada. Quiero que tengas una vida tranquila, cómoda y a gusto- dijo Dai probando su café.
Mary apartó los documentos y luego entrelazó las manos por encima de la taza. En ellas descanso su menton y se quedó viendo a Dai con una mirada curiosa.
-Y tú ¿Qué clase de vida quieres?- preguntó robándose toda la atención de su esposo.
Él la miró sin expresión. Se quedó sosteniendo la taza a medio camino entre la mesa y su boca, después vio por la ventana para decir con una sonrisa algo tierna:
-Soy como un niño que pasa a la adultez sin tener su adolescencia- hizo una pausa breve- Honestamente estoy algo perdido. Por lo pronto, me gustaría abarcar más terreno para poder desplazarme.
-¿Quieres más tierras a mi nombre?- le preguntó Mary.
- El contrato con tu familia no se ha roto- explicó Dai- Nuestro matrimonio es sólo una cláusula más, que conlleva otra serie de compromisos.
Al oír aquello Mary experimento un escalofrío.
- Amarte, cuidarte y respetarte es algo que prometí hacer hasta que la muerte nos separe. Un contrato es algo que mi estirpe debe cumplir fielmente, en especial si se hace con un ser humano. Porqué la verdad de nuestra existencia es cuidar del hombre- añadió Dai de manera muy seria.
- ¿Amarme?- repitió Mary en su pensamiento. Aquello resultaba un tanto extraño, pero no logró entender el motivo de su incomodidad.
Después de unos minutos Mary se levantó y fue hacia el ropero para volver a la mesa, con el regalo que llevó su madre. Se paró junto a Dai y se quedó parada allí como dudando respecto a lo que iba a hacer.
- La mujer de mi tío Edgar se llamaba Rebeca. Murió hace siete años- le dijo como recapitulando algo- No fue difícil ubicarla y descubrir que hizo todo este tiempo, pero lo importante es que envío a fabricar veinte de estos y los mando a diferentes partes del mundo.
Dai recibió el paquete un tanto curioso, aunque al desenvolverlo su semblante expreso una dulce nostalgia.
-No, este no es el original- dijo tomando el objeto mientras se ponía de pie- Pero agradezco el detalle- agradó al girar el bastón en su mano.
Mary lució un poco decepcionada.
- Sin embargo, este esfuerzo no era necesario- le señaló Dai, extendiendo su mano libre hacia un costado- Rebeca me ordenó darle mi bastón y también me ordenó jamás intentar recuperarlo. Por esta razón yo no podía traerlo de regreso. Ahora bien, yo soy el señor de este lugar- añadió materializando el objetivo ante los ojos de la mujer.
La casa se sacudió como víctima de un temblor. Mary sintió como si le hubieran inyectado un torrente de agua helada en la carne. Por un momento la imagen de Dai se distorsionó un poco, después le quedaron zumbando los oídos varios segundos. Cuando miró de nuevo al que fue su mayordomo, este estaba sonriendo de una forma un tanto afilada.
-Poder decidir si obedeces o no una orden...eso es ser libre- dijo Dai, pero a nadie en particular- ¿Quieres ir a comer a un restaurante, querida?
Mary se le quedó viendo sin saber bien qué decir.
Dai estaba sujeto a la tierra que su señor tuviera bajo su dominio. Él no podía alejarse de ese terreno por más de tres días, pero aquello terminó cuando Rebeca le quitó el cetro, que guardaba gran parte de su poder. Con ese objeto de regreso, Dai podía ir a cualquier parte y estar allí por un breve periodo de tiempo. Pero no fue eso lo que asustó a Mary.
- Creo que por hoy sólo quiero descansar- le respondió un poco nerviosa.
-Como prefieras- le respondió él.
No salieron ese día, ni el siguiente o el que vino después.
Mary ya no tenía que ocuparse de nada. Dai se encargaba de absolutamente todo lo que tenía que ver con la empresa que estaban funcionando, con la hacienda y demás. Todo pasaba por él, sin embargo, los movimientos más grandes, las decisiones determinantes tenía que consultarlas con Mary. Ella era quien decía: sí o no, al final. En cuanto a ella, se olvidó de todos esos asuntos de campos, dinero y negocios. Gran parte de su tiempo la pasaba en la casa que fue de Kibito-Shin. Hizo de ese lugar su más íntimo espacio en el que tenía tiempo para dedicarse a hacer cosas que le gustaban: escribir, estudiar, practicar con la guitarra, también cultivar plantas y hacer perfumes caseros. Por supuesto hacia acto de presencia en las haciendas, también hablaba con Milk y el otro terrateniente que sembrarían sus campos con tomates azules, pero se mantenía al margen de lo demás. Salía temprano de la casa matrimonial y volvía por la tarde. Las empleadas creían que ella iba a la ciudad por cosas de trabajo. En cuanto a su relación con Dai, rara vez tenían una discusión en la que no pudieran llegar a un acuerdo en lo que a su negocio tenía que ver. En cuanto a la relación de los dos, no era extraño verlos pasear por el campo o almorzar juntos en el corredor. Nunca se les veía tomados de la mano o dándose un beso. La gente veía eso con la extrañeza natural, sin llegar a hacerse ideas demasiado extravagantes del tema. Que él no la quería era lo que más se comentaba.
Desde que Dai había recuperado su cetro la señal de teléfono e internet llegó a la hacienda, por lo que Mary podía conectarse desde allí con quien quisiera, pero no parecía querer hablar con nadie. Esas tres semanas posteriores a su boda, cuando la siembra iniciaba, la mujer tomó una actitud mucho más reservada que lo acostumbrado. Es que la actitud de Dai también había cambiado y la tenía un tanto confundida. Primero que todo había comenzado a dormir con ella. Bueno a acostarse a su lado para vigilar su sueño. No era algo que le molestara, pues ella lo atribuía a su nuevo estatus. También solía desayunar en su compañía y en más de una ocasión intentó llevarla a otro lugar. Posiblemente estaba escondiendo algo o bien tratando de indagar en algo que sucedió mediante los contratos y que cambiaba muchas cosas. Quizá él no estaba seguro de si fue fortuito o no. Para averiguarlo esa tarde Mary si aceptó la invitación.
-¿Vamos en la camioneta?-le preguntó Mary mientras subía a cambiarse.
-Tengo un automóvil mucho más apropiado- le respondió él y no mintió. En el garaje había un Mercedes Benz del año que a Mary sorprendió bastante ver.
-Cuando tú haces aparecer este tipo de cosas- comenzó Mary- ¿Las tomas de alguna parte, las fábricas o qué haces?-le preguntó Mary.
-Es un secreto- le respondió Dai con un ánimo muy jovial- Te vez muy bella con ese vestido- le dijo antes de abrir la puerta del vehículo.
-Gracias- le respondió Mary arqueando una ceja. Sólo era un vestido de color negro. Nada especial y ella estaba lejos de caer en la definición de belleza. Fea no era, pero tampoco para aceptar ese cumplido con naturalidad- Estás actuando muy raro últimamente- le dijo al partir.
- ¿Raro?- repitió con una sonrisa algo resignada.
-Sí- le contestó Mary.
- Es la primera vez que salgo de esa hacienda en más de veinte años- le confesó de manera seria- Sólo quería compartir ese momento con la única persona con la que tengo un contacto genuino.
-Creo que pronto desarrollaremos síndrome de Estocolmo- murmuró Mary.
-Eres tan inteligente para algunas cosas y tan... ingenua para otras- le comentó Dai y le tomó la mano de una forma que dejó a Mary pensando.
-Oye Dai ¿Sabes cuál es mi deseo de algo improbable?- le pregunto después de un rato.
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