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18._Nupcial


La familia de Mary llegó un día antes de la boda. Tíos, primos, hermanos y demás estaban congregados en aquella casa. No todos tenían los medios para un viaje tan largo, pero se las arreglaron para hacerlo y vivir ese momento. No eran la gente más unida del mundo, pero ninguno rechazaba una celebración. El comedor estaba lleno de risas, anécdotas y algunas quejas.

Dai tuvo que dejar sus deberes para ser examinado por esa gente. Desde luego también fue víctima de muchos cuestionamientos. Después de todo era el vulgar empleado que se casaba con su jefa, una promesa del empresariado. Sorteó bien aquellos ataques, siempre con su postura gentil y distante. Se mostró paciente, incluso se tomó la libertad de ser un tanto cariñoso con Mary que correspondió aquello.

Después de un rato y dejando a los parientes conformes, Dai busco refugio en la cocina. Allí lo alcanzó Mary, que buscaba lo mismo. Era lindo estar con la familia, pero con una hora o dos con ellos tenía suficiente.

-Me alegra verla sonreír- le dijo el mayordomo - Hace tiempo no lo hacía.

-He estado cansada- le contestó Mary de buen ánimo, mientras buscaba el salero para poner sal a la manzana que acababa de morder.

Dai la miró un momento, después volvió su atención a la taza de té que se estaba sirviendo.

-Debería dormir temprano hoy- le dijo el mayordomo al ofrecerle la taza- Mañana será un día agitado para usted. Para los dos. Confieso estoy un poco ansioso.

Mary tomó el recipiente dejando la manzana en la isla de la cocina.

-¿Quien se ocupará de esto después de mañana?-le preguntó después de un breve silencio.

-He contratado dos mujeres para que se dediquen a la limpieza de la casa, como de la comida. Llegarán temprano y se irán por la tarde- le explicó Dai.

-Era obvio que lo tendrías resuelto- comentó la mujer acercando su taza a la boca.

-Desde luego- le respondió él con  su habitual sonrisa- Voy a retirarme a la otra casa ahora. Por la tradición. El novio y la novia no pueden verse antes de la boda- le dijo caminando hacia la puerta del jardín- Que tenga una noche reponedora.

-Igualmente- le contestó Mary y dejando la taza en el lavado, miró por la ventana el cielo crepuscular.

Fue una noche tranquila y solitaria para Mary, pese a que tuvo que dormir con su madre, dos primas y tres tías. Se había habituado tanto a que al despertar, en medio de la noche, Dai estuviera sentado en el borde de su cama o parado frente a la ventana, que al no encontrarlo experimentó una sensación algo peculiar. Durmió de la una a las cinco. Después de eso le fue imposible conciliar el sueño, teniendo que levantarse. La casa tenía pocas habitaciones, pero eran bastante amplias, se sentían vacías a esa hora de la mañana. Calladas y frías sin él. Era curioso porque Dai no era precisamente el alma de la fiesta. Aún así llenaba esos espacios con su presencia solemne, lejana y delicada. Sentada en la sala, con la vista en la ventana, Mary esperó la luz del sol.

La boda se celebraría a las siete de la tarde. El sacerdote fue llevado a la hacienda después de recibir una generosa donación. El hombre de unos setenta años, caminó a paso lento hasta el altar que se construyó al aire libre. Un arco era lo tradicional, él descubrió que oficiaria la boda la bajo un portal. Dai levantó una estructura como las puertas de un palacio en el mediterráneo. Una efímera construcción con un toque árabe, decorado con amapolas rojas. Entre los arcos, que redeaban las bancas, colgaban velos color bermellón que se agitaban suaves en la brisa nocturna.

Todos los invitados llegaron vestidos de azul. Hombres y mujeres, ricos y pobres, Mary invitó a todo el mundo en el pueblo. Los atuendos le daban a la gente el aspecto de un océano uniforme que se agitaba sutil en aquel espacio. Todos comentaban que aquella petición correspondía al color de los tomates azules que la novia vendía. Un extraño tributo a lo que le estaba generando grandes ganancias para ella. Otros encontraban todo el asunto de mal gusto y por supuesto criticaban bastante al novio. Oportunista fue la palabra más suave que se le dedicó a Dai esa noche, pero cuando él tomó su lugar para espera a su futura esposa, los chismes callaron. Ese sujeto no sólo inspiraba respeto, también miedo.

Dai iba vestido de negro. Sonreía satisfecho, feliz. Llevaba esperando aquello mucho tiempo y estaba a minutos de lograrlo. Al fin sonó la marcha nupcial y todos voltearon a ver a la novia que piso aquella alfombra, con un vestido rojo como la sangre. Era una prenda un tanto simple en cuanto a detalles como bordados. No era voluminoso, pero tampoco plano. Las mangas eran de encaje como la espalda de la que caía una cola ni larga ni corta. Llevaba un velo también. Una prenda transparente que no cubría su rostro, que en medio de ese color tan extravagante, destacaba tanto como las rosas blancas entre sus rosas. El camino hacia el altar fue acompañado de un profundo silencio de parte de los presentes. Es que el rojo no era apropiado para una boda de esa naturaleza. Una novia escarlata como los tomates maduros, en medio de un mar de... color azul.

Uno de sus tíos fue quien la entregó a Dai.

-Me encanta su sentido del humor- le susurró el mayordomo con un brillo divertido en la mirada y Mary se sonrió enseñando los dientes.

La ceremonia no tuvo nada en particular. El momento de: puede besar a la novia se presentó rápido y medio tomando por sorpresa a esos dos, que no habían considerado que hacer en ese momento. Al fin fue Dai quien tomó la iniciativa, después de unos segundos de reflexión. Con ternura tomó el rostro de Mary entre sus manos y le dió un beso en la frente. No fue un beso breve, ni ligero. Fue un contacto que estremeció un poco a la mujer. No fue lo que todos esperaban, pero fue un beso al fin y al cabo.

La fiesta fue organizada con bastante elegancia y buen gusto. La música era agradable. Festiva, pero no vulvar. El momento de arrojar el ramo se llevó a cabo con el entusiasmo propio de la actualidad, lo mismo ocurrió cuando Dai tuvo que quitar la liga de la pierna de Mary. Sólo que ese momento llevó a la mujer de vuelta a cuando le ordenó,a Dai, besarle los pies y también al día anterior, cuando finalmente firmaron el contrato.

- Es una orden, Dai- le dijo ella en la sala y sosteniendo el contrato- Tú cumplirás con cada cláusula en este documento, hasta que la muerte nos separe.

Dai la veía con una expresión sería. Se tomó un momento para luego morder su dedo pulgar y hacer una línea con su sangre sobre el lugar donde tenía que firmar.

-Hasta que la muerte nos separe- le dijo mientras la veía a ella hacerse un corte en el dedo para imitar su acción.

Mary una vez le pregunto a Dai dónde estaba el contrato que él hizo con su antepasado, a lo que el mayordomo respondió que aquello no fue un documento sino un acuerdo de palabras, sellado con la sangre de ambos. De ahí que ella insistiera en que firmara el contrato de esa manera.

La fiesta siguió su curso, pero cerca de las diez Mary y Dai se retiraron a la casa de la otra hacienda, para estar solos. Era su noche de bodas y requerían la intimidad que allí no tendrían. Claro que el camino a ese lugar estuvo desprovisto del ánimo de una pareja enamorada, aún así Dai cuido que ella no estropeará su vestido, ni cayera gracias a sus tacones.

Aquella casa, del lado de las oficinas, tenía un cuarto que era una alcoba. Mary lo reservo asi, pues había pensado poner allí un espacio solo para ella, mas en esa ocasión serviría de cuarto nupcial. Uno desprovisto de champagne, flores, chocolates y todas esas cosas que aguardan a los recién casados convencionales. Aunque era una habitación bastante cómoda y acogedora.

Dai se sentó en la cama, para quitarse la corbata, después de colgar su chaqueta, Mary se arrancó el velo y lo dejo caer con desdén al piso.

-Es un lindo color- comentó Dai al quitarse los gemelos de la manga de la camisa y sin quitar sus ojos de ella.

-Sí, pero ya sabes que no lo escogí por eso- le dijo al llevar las manos a su espalda, para bajar la cremallera de su vestido- Una vez me dijiste que no entendías por qué hacía todo esto. Por qué fundaba una empresa. La respuesta es simple: porque quería ver si podía y pude. Ahora bien, mucho influye tu capacidad de justificar todo, en el éxito que he tenido. Lo que me resta mucho mérito.

El vestido cayó pesado al piso dejando a la mujer en ropa interior, una de color rojo también, pero aún más profundo.

-La solución fácil hubiera sido pedirte que te deshicieras de esos tomates azules y luego que hicieras crecer otros en su lugar- continúo Mary.

-Pero usted tomó la crisis y la hizo una oportunidad.

-A veces resulta, a veces no- le contestó Mary girandose a él y quedarse viéndolo en juicio silencioso.

-No hace falta que ocurra ahora- le dijo Dai tras mirarla por largo rato- El matrimonio tiene que ser consumado, pero hay tiempo...

-Ahora tengo la chispa del momento. Mañana no podré- le contestó la mujer, pero mintió. Sólo quería terminar rápido con todo ese asunto.

Mary fue hacia él, como se va al final del camino. Al fin que tener sexo no es complicado. Sin embargo, cuando se inclinó para besarlo e iniciar aquella tarea, sintió una sensación algo difícil de explicar. Terminó sentandose a su lado y con una voz tranquila le pregunto:

-¿Quieres que pasa esta noche?

-Lo prefería. Cuanto antes mejor- le contestó con honestidad y una sonrisa un tanto vivaz.

Mary apartó la mirada de él y se quedó viendo sus pies cubiertos por las medias. Era una situación tan atípica. Dai giró un poco su postura hacia ella y se le quedó mirando un tanto expectante. Los minutos fueron pasando con lentitud hasta que sus ojos se encontraron de casualidad. Mary lucía resulta. Él no mostraba cambio en su semblante o actitud. La mano de ella se levantó para hacerle una caricia en el rostro y después acercar su rostro al de él.

-Cierra los ojos- le dijo Mary a menos de un centímetro de aquella boca.

-Lo siento- exclamó Dai y lo hizo siendo besado en el mismo instante en que se interno en la oscuridad.

Un beso medio mojigato. Un tanto incómodo para Mary, pero es que su compañero no era la clase de individuo que se dejaba llevar. Dai era de los que mesura, de los que define límites, de los que deciden si algo sucede o no. Su boca era como agua, insabora. Mary se quedó allí un rato, disfrutando de esa lengua tibia y las manos suaves de Dai en sus hombros desnudos. Los dedos sedosos no era algo a lo que ella estuviera habituada. Tampoco lo estaba a un cuerpo tan escualido, aunque era bastante fuerte por lo que podía abarcar en ese abrazo medio colgado con el que se sujetó de él. Poco a poco iba tomando los bríos necesarios para aquel acto desprovisto de amor o deseo, pero que le otorgaría algo más valioso que todo eso para ella: su libertad. Una vez fuera su mujer, podría irse o al menos poner distancia entre los dos.

Enojo. Eso sentía Mary hacia su tío por ponerla en esa situación. Enojo hacia su familia por no detener ese matrimonio. Desprecio a todo ese maldito pueblo y al mundo entero. Tomates azules, amarillos o rosa. Seguían siendo tomates, pero un color diferente desató toda una controversia. Un simple color cambio todo allí. Todos eran un montón de gente azul, pintada para su conveniencia. Ella no tenía escrúpulos para alcanzar sus objetivos, pero ellos... Ellos eran unos cobardes y conveniencieros ¿Por qué Dai quería ser parte de este mundo? ¿Por qué ella intentaba proteger este mundo? Como se enfureció al pensar en ello y ese enojo despectivo la hizo abrir la camisa de Dai de par en par, como una cortina en la mañana. Los botones saltaron en todas direcciones sonando como gotas de caramelo en la escarcha.

La boca de Mary soltó la de él y se deslizó a ese cuello sin aroma y con esa piel tan limpia que parecía acabada de salir del baño sólo que seca. Dai no se resistía. Es que era una experiencia muy diferente a la que él recordaba. En esa ocasión le daban instrucciones que tenía que seguir al pie de la letra, en esta nueva oportunidad lo estaban haciendo sentir sensaciones muy variadas. Un tanto aturdido se quedó viendo la mano izquierda de esa mujer deslizarse suave y juguetona, por su abdomen, hasta chocar con la hebilla del cinturón. Su piel era resistente a muchos estímulos, mas se erizo al sentir ese contacto vertiginoso en esa pequeña frontera. Los dedos de Mary entraron allí y tiraron con fuerza al tiempo que daba un giro para dejarlo sobre ella. Le era más cómodo quitarle el cinturón de esa forma.

-¿Sabes? Si me dejas todo el trabajo a mí, esto puede resultar bastante aburrido...

-Habla por ti, querida- le contestó él sonriendo de una forma ladina y continuaron.

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