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13._Baile


Dai le dió la taza de té a Mary, que estaba sentada en el sofá de la sala. Se veía cansada. La blanca taza hacia contraste con la oscura ropa de la mujer, cuya mirada estaba puesta en la alfombra. Era tarde. La noche estaba entrando en el mundo suave y fríamente.

-Es té de menta. Muy bueno para las mujeres -le dijo el mayordomo intentando ganarse la atención de la muchacha- Lo que pasó esta tarde es para poner nervioso a cualquiera, pero se lo he dicho y lo reitero: no tiene nada que temer.

Mary lo miró y tomó la cuchara para revolver aquel aromático té.

-¿Quién podría meterse contigo?- preguntó la mujer esvosando una débil sonrisa.

-Hay dos cadenas de supermercado interesadas en nuestros productos- le dijo Dai haciendo aparecer una carpeta en su mano- Su representante legal trajo esto, en la tarde. Dice que tenemos que ser más accesibles para conseguir más contratos, desgraciadamente, no estamos en condiciones de algo así.

-Quiero que te encargues de amoblar la casa de la nueva hacienda y también habilites allí una oficina -le respondió la muchacha antes de llevarse la taza a la boca- Estuve ahí el otro día y tu involuntaria intervención a las líneas telefónicas y demás no llega hasta allí. Necesitamos un sitio desde donde podamos dirigir está empresa y tener contacto con el mundo. Hoy en día todo está conectado a las redes así que...

-Entiendo -exclamó Dai a quien la idea no le terminó de agradar- Y respecto a las personas que han estado intentando sabotearnos ¿Qué haremos?

Mary se quedó callada un momento, luego dejó la taza sobre la mesa para ponerse de pie y caminar hacia la amplia ventana que daba al jardín.

-¿Sabias que odio el ajedrez?- preguntó como contemplando una idea- En serio odio ese juego, porque en toda mi vida nunca he ganado una sola partida- le confesó sonriendo divertida- Ni una sola vez- repitió y fue hacia Dai para besarle la mejilla- Gracias por haberme salvado.

Dai la miró un poco extrañado. No supo como tomarse esas palabras. Mucho menos esperó un beso, pero le agradó saberse un poco más cercano a su ama.

La hacienda que Mary compró colindaba con la suya por la parte de atrás. Tenía acceso a los canales de regadío y un pozo. La casa principal era mucho más grande. Tenía ocho habitaciones. Mudarse allí hubiera resultado más cómodo para la mujer, pero ella la destino a otro propósito dividiendo el edificio en dos partes. La primera se la entregaría a la persona que administraría aquella tierra. Alguien que todavía no encontraban, pero Mary confiaba en que pronto aparecería el individuo indicado para ello. La otra parte de ese hogar sería para montar sus oficinas. Dai se encargó de todo lo que tenía que ver con la decoración, pues el trabajo de división del edificio se le confío a los jornaleros.

Hubieron dos semanas de calma que permitieron todos esos trabajos. Catorce días demasiado tranquilos como para que todo estuviera bien, realmente.

Mary, la mañana después del incidente, bajó la escalera con una actitud diferente. Más firme y fría. El propio Dai se sorprendió del cambio. Ella siempre fue distante del trabajo del campo. La mayor parte del tiempo la había pasado en la casa, estudiando y revisando documentos; preparándose para todo lo que venía y quería lograr. Aquello dió pie para que las personas la consideran una mujer citadina arrogante, temeroso de juntarse con gentuza como ellos. También les parecía un tanto débil y todos coincidían en que el que llevaba las riendas de ese lugar era el mayordomo. Otro grupo más cauteloso y observador, en cambio, veía a la dueña de esa hacienda como una persona reservada, sería y un tanto peligrosa. Alguien con quién se debía tener cuidado, después de todo había logrado que Milk, su principal detractora, acabase trabajando para ella. Lo cierto fue que verla en el campo y en el pueblo, con más frecuencia, fue algo que no dejó indiferente a nadie, sobretodo porque era un secreto a voces que se la tenían jurada. Es decir había gente dispuesta a hacer que ella dejara esas tierras a como diera lugar, pero hasta la fecha, nadie le había dado un buen golpe y los lugareños seguían trabajando en sus tierras muy tranquilos. Pero no tanto como ella se paseaba por ahí como una pequeña, ingenua y atrevida presa que parecía tentar a los lobos a que fueran por ella. Mary no paso desapercibida ni para el alcalde, que comenzó a mostrar interés por la mujer que seguramente contaba con un fuerte caudal económico. Las elecciones se acercaban y era importante tener amigos.

Dai no le hizo preguntas a Mary durante esos días. Ella tampoco se mostró muy conversadora. Sin embargo, el mayordomo comenzó a tener pequeños detalles que pese al carácter callado de la mujer, no pasaron desapercibidos para ella. Dai había cambiado la decoración de la casa, por una más del agrado de su dueña. Los pisos se forraron de madera color de hojas de otoño y las paredes se pintaron de ese verde frondoso, húmedo no uniforme como los bosques. Las amplias ventanas tenían cortinas de un color amarillo suave y delicado. Jamás estaban atadas, pues Mary decía que le gustaba mucho ver cómo el viento las agitaba. Pero más allá de eso eran las flores que aparecían en su mesa cada mañana, el tipo de pan que comía cada tarde, la bebida servida durante el almuerzo, los colores de sus atuendos y otras pequeñas cosas lo que le hacía ver a Mary que Dai iba conociendo más y más de ella, al punto de convertirse en alguien capaz de predecir sus acciones con una precisión posible sólo si él tuviera acceso a sus pensamientos. Al principio fue incómodo. Hasta cierto punto se sintió invadida, pero Dai sabía hasta donde llegar.

Esa mañana, al despertar, Mary encontró amapolas rojas en su mesa de noche. Con ellas en las manos bajo al comedor, dónde Dai terminaba de poner los cubiertos.

-Buenos días-le dijo él y ella contesto del mismo modo- Al parecer en esta oportunidad si le agradaron las flores que le dejé

-Amapolas rojas...son mis favoritas- le confesó la muchacha- Según la mitología, fuera de la cueva donde habita Morfeo, hay amapolas.

-También se dice que fueron manchadas con la sangre de los muertos en batallas.

-Mi concepto es más bonito- replicó la muchacha.

-No lo discuto -le contestó Dai, apartando la silla para que ella se sentara- Pensé que le subirían el ánimo. Estos días la he visto un tanto...No estoy seguro de cuál sea el terminó correcto para definir su estado. Aunque su ánimo es algo provocador.

-Nunca le hagas saber a tus enemigos que lograron hacerte sentir miedo...

-Tiene razón.

-Además, tú no dejaras que nada me pase ¿No es así?-le preguntó Mary sonriendo gentil.

-Por supuesto que no-le respondió él, tomando la tetera para servirle un poco de el- Por lo mismo me veo en la obligación de advertirle que sus enemigos no han estado de brazos cruzados...

-Me imagino que no, pero tú déjalos actuar y oye bien-le pidió Mary para proceder a contarle lo que había estado planeando.

-Sin intensión de ofender, pero sus planes parecen siempre tener una dudosa moral - interrumpió Dai logrando que Mary se cruzará de brazos y frunciera el ceño- No la estoy criticando.

-Bueno sino quiere hacer parte de esto...

-No sea intransigente por favor -rio Dai- Estoy obligado a colaborar con usted. Si soy honesto, he tenido que hacer cosas mucho peores. Esto al menos tienen un buen propósito.

Mary lo miró con cierta condescendencia. Bajó los brazos para terminar su desayuno y al acabar se despidió diciendo que tenía una reunión con los representantes de los supermercados en las oficinas. Agregó lo mucho que le costó hacerlos ir hasta allí. Dai no le dijo nada, pero la miró con cierta preocupación. Resignado se dió la vuelta para limpiar la mesa y devolver las amapolas a su lugar.

Mary volvió cerca de la una de la tarde, con unos ojos ardiendo de rabia. Entró en la casa a grandes pasos y atravesó la sala como un huracán. Cuando cerró la puerta de su habitación, el golpe se oyó en toda la casa. Dai estaba con Bardock,en ese momento. Supo que ella había regresado, pero no pudo ir a verla. Supuso que algo había salido mal con los representantes de los supermercados e incluso podía adivinar que fue exactamente lo sucedido. Sin siquiera verla, Dai sabía que Mary estaba sintiendo una profunda frustración y posiblemente sintiéndose humillada.

Para cuando el mayordomo pudo ir con su ama, ella dormía sobre la cama. Habían unos papeles hecho pedazos en el piso y la mujer apretaba las sábanas con rabia. Cerró los ojos y soltó un breve suspiro para después sentarse en el borde de la cama y poner su mano sobre la cabeza de Mary, que se agitó en sueños.

-No es usual que tome siestas. Por poco y cometo un descuido- se dijo y la miró de nuevo.

Se quedó con ella hasta que despertó.

A veces Mary despertaba en las noches y lo veía sentado en el borde de su cama, mirando por la ventana. A veces Dai estaba oyendo, en otras ocasiones parecía estar soñando con los ojos abiertos. Al principio le chocaba un poco encontrarse con él ahí, pero rápidamente se habituó a su presencia acompañándola por las noches. En ese momento todavía era de día, pero el efecto fue el mismo. Se sintió muy calmada, al verlo allí.

-Al parecer la reunión no salió bien -comentó Dai, mientras ella se sentaba en la cama.

-Fue mi culpa. No tengo experiencia ni las herramientas para...-se interrumpió en ese momento y se llevó la mano a la cabeza.

El mayordomo caminó hacia la cama y al sacar las manos de su espalda le enseño una caja de bombones y un ramito de flores.

-Lo había preparado para felicitarla. Supongo que ahora son para su consuelo -le dijo con genteliza.

Mary miró los obsequios un momento. Terminó por aceptarlos.

-Son de avellana- señalo Dai cuando ella abrió la  caja de bombones

-Mis favoritos, pero ya lo sabías ¿No? Gracias. Hace tiempo que no los comía.

-No hace falta que me lo agradezca. Fue un placer- le respondió Dai y enseguida Mary le ofreció que tomara uno. Aquel gesto lo dejó un poco obnubilado, pero selecciono uno de los bombones.

-Supongo que en este momento un amigo me estaría diciendo que de las derrotas se aprende y todo ese royo filosófico sacado del bolsillo de los discursos motivadores en nombre de la amistad-le dijo Mary- Pero en ocasiones, las derrotas son sólo derrotas.

-A veces creo que a usted las personas la estresan- comentó Dai, después de un momento que se tomó para reflexionar.

-La soledad es mi medio natural, Dai-le dijo la muchacha- La necesito para no sobrecargarme del mundo y esas cosas que a veces creo sólo yo veo. Sin embargo, disfruto de la buena compañía-le dijo en un tono particularmente gentil-¿Sabes? Si fueras un hombre, me hubieras llamado la atención desde el primer instante, Dai.

-Eso es muy halagador- le confesó el mayordomo, genuinamente complacido.

-Aunque creo tú hubieras pasado de mí como un ciego.

-¿Por qué supone algo como eso?

-Porque a los hombres como tú, si fueras uno, las mujeres como yo no son de su agrado- contestó Mary y tomó el último bombón para acercarlo a la boca de Dai.

El mayordomo fijo sus ojos en los de esa mujer y sin moverlos de allí abrió la boca para recibir el bocado. Con el bombón en la boca no pudo evitar el pequeño toque de labios que se produjo después. Mary le dió un besito de esos que son apenas una caricia, aún así consiguió descolocarlo, pero no tanto como lo que ella le susurro al oido.

-Sé lo que intentas, Dai...

-¿Disculpe?-exclamó el mayordomo al verla pasar hacia la puerta. Mary volteó a verlo y le guiñó un ojo de manera coqueta antes de cerrar la puerta tras de sí.

La sonrisa de Dai se volvió la curva de un alfange y en seguida fue tras ella.

-¿Podría decirme qué es lo que estoy intentando?-le preguntó al llegar junto a Mary, que caminaba por el pasillo.

-No funcionará, mejor no insistas -le dijo Mary.

-¿Qué no insista en qué?- continúo Dai y se paró delante de ella para evitar que siguiera su camino.

Mary intento pasar por la derecha de Dai, pero el dio un paso hacia allá. Intento por el otro lado, pero pasó lo mismo.

-¿Bailamos?

-Sí usted quiere. Estoy para complacerla-le respondió el mayordomo logrando sacarle una sonrisa a la mujer.

Se quedaron callados un momento. Era atractiva la idea de bailar para Mary, pero en ese momento la campana en la puerta sonó.

-Dai, la puerta...

-Es esa porción de madera emprotada en la pared de enfrente- le respondió el mayor recibiendo una mirada de reclamo de la mujer- Ah, usted quiere que vaya a abrir la puerta. Preferíria bailar con usted...

El tono de voz, la mirada y esa sonrisa filosa y dulce como el caramelo, lograron cohibir a Mary, por un instante.

-Ve a ver quién es ¿Quieres?

Dai se llevó el puño a la boca para ocultar esa risa medio contenida.

-Como ordene, pero me debe un baile.

-Yo no te invite...

-Como diga, pero me encantaría bailar un vals con usted, mi querida señora...vestida de blanco.








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