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PREFACIO.

*Editado.

En el abarrotado salón comedor del colegio Hogwarts de magia y hechicería, entre un bando y otro, un niño de unos dieciocho años con el cabello alborotado de un negro intenso, ojos marrones y una característica cicatriz en forma de rayo, en su frente, se enfrentaba en duelo al señor Tenebroso.

El frío del invierno se colaba por las ventanas abiertas del castillo y al llegar a los presentes producía leves escalofríos que les hacían recordar la dura batalla a la que acababan de enfrentarse.

Las banderillas que representaban las casas de la escuela habían sido achicharradas y los restos aún colgaban del techo, los cristales rotos pertenecientes a los grandes relojes de arena que contabilizaban los puntos, estaban por los suelos. Los fantasmas del lugar corrían de un lugar a otro despavoridos como si no recordasen que ya estaban muertos, y los retratos seguían saltando de cuadro en cuadro en busca de una salida.

El final estaba cerca, cada uno de los presentes podía sentirlo en el ambiente.

Lord Voldemort afianzó el agarre a su nueva varita, esa que lo convertía en un ser invencible, pero que irremediablemente no se sentía como si fuese de su propiedad. Quizás fuese la añoranza de no sostener aquello que lo había acompañado durante toda su vida, aquella que lo eligió cuando entró por la puerta de la tienda de varitas del señor Ollivander. Jamás podría olvidar el día en el que sintió una sacudida cuando sus dedos tocaron la madera de tejo y el dependiente dijo que el núcleo de esta pertenecía a la pluma de un fénix en particular.

En el fondo de su ser siempre supo por qué la varita que contenía la pluma del fénix de la familia Dumblendore le había elegido a él. ¿Por qué él en particular?, ¿qué era lo que lo conectaba con ella?

Pero hacía ya mucho tiempo de aquello. Ya no era ese niño huérfano que visitó el callejón Diagon por primera vez y se sorprendió de ver lechuzas llevando cartas a sus destinatarios. En aquel momento era un adulto, uno al que le pesaban los años que había pasado en el mundo.

Estaba más que listo para enfrentarse a aquel al que una vez señaló como su igual. Estaba ansioso por destruir al único chico que había representado una amenaza real, que lo había destruido en un primer intento, pero que aquella vez... no correría con tanta suerte.

Aquel ser de piel cetrina, ojos rojos, que en lugar de nariz poseía dos franjas como la de las serpientes para respirar y apariencia huesuda, levantó su varita para lanzar su maldición asesina. Había llegado el momento de terminar con aquello.

Una voz que hacía mucho que no le pertenecía, de consistencia ronca y espeluznante, pronunció el maleficio.

–¡Avada Kedravra!

Pero el chico al que se enfrentaba no iba a dejarse matar y en defensa lanzó un contra hechizo.

–¡Expelliarmus!

Luces verdes y luces rojas salieron de las varitas de cada uno, simultáneamente, y un guijarro de ambos chorros se estableció entre ellos, impidiendo que los hechizos que habían sido conjurados hiciesen su trabajo.

Sintió la madera de sauco resquebrajarse bajo sus dedos y supo que como había sospechado: la varita no estaba funcionando como debería.

Intentó encontrar una respuesta, pues el viejo Ollivander le había prometido que sería invencible cuando tuviese la varita en su poder. Pero... no fue hasta que ese niño habló y le dio una sabia lección sobre la lealtad, desarmar y la muerte, que entendió que era lo que estaba sucediendo. Él no era el verdadero dueño de la varita de sauco.

Una sonrisa de medio lado apareció en su rostro cuando el guijarro de luz (que contenía ambas maldiciones) empezó a avanzar hacia él, haciendo que todo pareciese una locura, pues ... ¿cómo iba a él a divertirle estar a punto de ser derrotado por ese al que todos llamaban <<el elegido>>? Pero, lo hizo. Porque recordaba a la perfección unas palabras que fueron pronunciadas mucho tiempo atrás...

<<... Mis premoniciones jamás se equivocan, Tom. Morirás en un duelo con un niño...>>

Esa cantarina voz hizo que viese en su mente a la dueña de esta. Era una chica de diecisiete años con el cabello castaño y los ojos azules, que llevaba una túnica de la escuela con el escudo y colores de Slytherin.

Un resquicio de la humanidad que creía haber perdido se abrió paso entre la oscuridad de su mutilada alma y le hizo recordar a aquella que había sido borrada de la historia. Esa sonrisa que iluminaba toda la habitación, esa tenacidad en sus acciones o la rebeldía que mostraba frente a su padre.

El extraño líquido negro encerrado dentro de un pequeño continente con forma de estrella de 6 picos que colgaba de su cuello, se removió en su interior, como si tratase de decirle algo importante. Y mil preguntas se arremolinaron en sus entrañas, haciéndole dudar, porque... pese a que no mostrase a sus enemigos sus debilidades... a veces lo invadía el miedo.

¿Qué hubiese sucedido si las cosas se hubiesen dado de un modo distinto? ¿De no conocer el final habría tratado tan desesperadamente de cambiarlo? ¿Qué hubiese sucedido si jamás hubiese ido a averiguar sobre sus orígenes a la casa de los Gaunt?

Lo sabía.

Si no hubiese sabido sobre esas visiones no habría tratado tan desesperadamente de evitarlas y probablemente no habría creado los horrocruxes.

Pero... Ya era demasiado tarde para hacer las cosas de un modo distinto a cómo se hicieron, ya no poseía ni un ápice de luz en su organismo y su ser se había mutilado tanto que ni siquiera parecía humano. Se había convertido en aquello que siempre evitó ser, pero ... parecía que cada decisión que tomó para evitarlo tan sólo ayudó a cumplirlo.

Pronto el hechizo de desarme que el muchacho había pronunciado alcanzó a Voldemort y su varita salió volando por los aires hasta que su legítimo dueño la alcanzó. Y la maldición asesina que debía acabar con su enemigo se volvió contra él.

Volvió a escuchar aquella voz con la segunda parte de la frase.

<<Morirás en un duelo con un niño y será tu propio hechizo el que acabará contigo.>>

Y ensanchó la sonrisa al presenciar como la estrella de cristal (su colgante) que guardaba aquel pacto de sangre que fue hecho hacía ya mucho se resquebrajaba y se partía en pedazos. Al fin podría descansar en paz y la dura batalla interna que había mantenido hasta ese momento llegaba a su fin.

Ya era una realidad: Lord Voldemort había muerto. Y los días oscuros habían llegado a su fin. El mundo entero no volvería a conocer a un mago tan poderoso como él. Y a menudo se preguntarían: ¿Cómo pudo un mago tan prometedor como Tom Riddle convertirse en un monstruo? Y bueno, amigos míos, yo poseo esa respuesta. Pero ... para hablaros sobre ella antes debo contaros la historia jamás contada de Tom Riddle y la de la chica que fue borrada de la historia.

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