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Capítulo 6. La visita del Mago


*Capítulo nuevo*

Un año y medio fue el tiempo que Tom Riddle necesitó para tomar en consideración el consejo de aquella extraña niña que no volvería a ver nunca: ser valiente y defenderse. Ella tenía razón, los cuervos no estarían ahí para protegerlo siempre, ni siquiera las serpientes. Pero no fue eso lo que le dio valor, fue descubrir que además de controlar a las serpientes, también podía mover cosas a su antojo. Ese extraño don que poseía le ayudaba a defenderse y le hacía sentir más poderoso de lo que jamás de lo que lo fue nunca.

Aquella tarde llovía y un Tom de casi once años se apresuró a asomarse por la ventana donde un cuervo se mojaba, posado en el alfeizar, sin que le importase la tormenta. Estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera se fijó en el extraño hombre que había en la acera de enfrente y que vestía una larga túnica violeta.

Albus Dumblendore cruzó la carretera. A medida que lo hacía, sus ropas iban cambiando, vistiéndole con algo mucho más apropiado para el lugar en el que estama.

Miró hacia el alto edificio que tenía delante. Este era el orfanato Wools. Tenía una misión importante del mismísimo director Dippet y para llevarla a cabo debía entregar personalmente la carta que no podría ser recibida de otro modo por el nuevo alumno de Hogwarts.

–Buenas tardes, tenía una reunión con la señora Cole. – Se presentó al tropezarse con una de las trabajadoras del lugar.

–Usted debe ser el profesor Dumblendore. Sígame por aquí, por favor.

Albus siguió a la señora por aquel largo pasillo, subió a la primera planta y luego entró en el despacho de la señora Cole, la recién nombrada directora del lugar. Lo cierto es que no era la primera vez que visitaba el orfanato, once años antes recogió a su sobrina de ese mismo lugar. Eso hizo que se preguntase si Lily y Tom estaban relacionados de alguna forma.

–Profesor Dumblendore, tome asiento, por favor – se sentó frente a ella y esperó a que esta hablase. Sacó del archivador que tenía detrás el expediente de Tom Riddle y lo dejó sobre la mesa. Abrió la carpetilla y empezó a rebuscar entre las notas. Entonces sonrió, recordaba a la perfección a Merope Gaunt. – ¿Es usted familiar?

–No, me temo que no. Tan sólo ha llegado a mis oídos que el chico tiene un talento especial y debido a que soy profesor, he venido a ofrecerle a Tom una plaza en mi colegio.

–¿Y qué colegio es ese?

–Se llama Hogwarts.

–¿Y por qué se interesa por Tom?

–Creemos que tiene cualidades que nosotros buscamos. Pero antes... me gustaría hablar sobre sus orígenes. ¿Quiénes eran sus padres? Tengo entendido que nació aquí, en el orfanato.

–Así es. Lo recuerdo perfectamente porque no llevaba ni una semana en este lugar. Era nochevieja y llovía, hacía mucho frío y una gran tormenta asediaba la ciudad. Una muchacha no mucho mayor que yo subió los escalones tambaleándose. Bueno, no era la primera... – Se estaba refiriendo por supuesto a Alodie Salow, que había llegado antes, con una fuerte gripe de la que no salió con vida. – Acogimos a la señorita Gaunt en nuestras instalaciones. Estaba sola, desolada y sin un centavo. Tuvo al bebé al cabo de una hora. Y al cabo de otra, la pobre murió.

–¿Dijo algo antes de morir?, ¿hizo algún comentario acerca del padre del niño?

–Pues sí, resulta que sí. Recuerdo que me dijo: espero que se parezca a su papá. Y... no le miento... era comprensible que albergara esa esperanza, porque ella no era ninguna belleza. Luego añadió que quería que se llamara Tom, como su padre, y Sorvolo, como el de ella. Sí, ya sé que es un nombre muy raro, ¿verdad? Pensamos que quizá la chica provenía de algún circo. Y dijo también que el apellido del niño era Riddle. Poco después murió sin haber pronunciado ni una palabra más. Así que, llamamos al niño como su madre había pedido porque eso parecía importarle mucho a la pobre muchacha, pero ningún Tom, Sorvolo ni Riddle vino nunca a buscarlo, ni ninguna otra familia. De modo que se quedó en el orfanato y no se ha movido de aquí desde entonces. Es un chico extraño, la verdad.

–Sí, ya me imaginaba que lo sería.

–Ya era extraño de pequeño. Por ejemplo, casi nunca lloraba. Y más adelante, cuando creció un poco, hacía cosas ... raras.

–¿Raras en qué sentido?

–Verá, él... La verdad es que otros niños le tienen miedo.

–¿Quiere decir que los maltrataba?

–Sospecho que sí. Pero es muy difícil pillarlo con las manos en la masa. Ha habido incidentes... han sucedido cosas desagradables... Sin ir más lejos la semana pasada... Billy Stubbs tenía un conejito, y bueno... Tom juró que no había sido él y yo no me explico cómo pudo hacerlo, pero, aun así, no creo que se colgara él solito de una cuerda atada a la ventana antes de que una serpiente se lo tragase. Y sé que parece imposible, porque... ¿cómo se subiría Tom allí arriba para colgar al animal cuando acababa de verlo jugando en el patio de atrás? Lo único que sé es que Billy y él habían discutido el día anterior.

–Ya veo...

–Y luego, otra vez, antes de eso, cuando tan sólo tenía siete años, en una de las excursiones que hacemos una vez al año para sacar a los niños de la ciudad, fuimos a la playa y ... Ammy Benson y Dennis Bishop nunca volvieron a ser los mismos. Lo único que pudimos sonsacarles fue que habían estado en una gruta con Tom Riddle. Él dijo que sólo habían ido a explorar, pero sé que allí dentro pasó algo. Y ... han sucedido muchas más cosas extrañas que son difíciles de explicar. Así que... hablo en nombre de todos si le digo que nadie lo echará de menos cuando se vaya.

–Ha de saber que no vamos a quedárnoslo para siempre. Tendrá que regresar una vez finalice el curso escolar, en verano. Bueno, me gustaría ver al niño y hablar con él a solas.

–Por supuesto. Le enseñaré el camino hasta su habitación.

Tom Riddle tenía una sonrisa maquiavélica en su rostro al recordar la venganza que tuvo contra Billy después de que este le llamase monstruo junto a las cocinas. Había colgado a su conejo de la ventana y luego había obligado al niño a que mirase como una de sus serpientes se lo tragaba entero. Fue un trauma que no olvidaría fácilmente, pero estaba decidido a hacerse respetar por aquellos que lo rodeaban.

Algo llamó su atención sobre el alfeizar de la ventana. Se trataba del cuervo de antes que golpeaba con el pico el cristal. A menudo solían hacerlo, como si esa niña les hubiese ordenado que lo vigilasen.

–Tom – le llamó la directora haciendo que dejase de prestar atención al pájaro y se fijase en la puerta. Había dos personas allí. Una de ellas era la odiosa directora, pero la otra era un hombre con barba canosa y pobladas cejas, que no había visto nunca. – Tienes visita. Te presento al profesor Dumblendore.

La señora Cole se marchó para darles un poco de intimidad y Albus entró en la estancia. Se fijó en el aspecto desmejorado de la habitación, en el armario que se encontraba junto a la puerta, la hundida cama individual con estructura de metal y la vieja mesilla de noche que había junto a la ventana, que sospechosamente no tenía barrotes.

–¿Cómo estás Tom? – Preguntó Albus en su intento por ser amigable. Pero Tom no parecía curioso por saber sobre lo que hacía allí ese hombre, ya que había recibido la visita de algunos doctores del ala psiquiátrica, tratando de averiguar si había algún tipo de enfermedad en él. – Soy el profesor Dumblendore.

–¿Profesor? – Eso sí logró llamar su atención. Pues los anteriores psiquiatras se habían denominado a sí mismos "doctores" – ¿No es otro médico que ha venido a examinarme?

–No, por supuesto que no.

–No le creo – Tom se resistía a fiarse de ese extraño hombre. – Ella quiere que me examine, ¿no es eso? ¡Diga la verdad!

–Soy profesor y trabajo en un colegio llamado Hogwarts. He venido a ofrecerte una plaza en mi colegio, que puede ser el tuyo si quieres.

–¡A mí no me engaña! Ese lugar llamado Hogwarts es un manicomio, ¿no?

–¡Por supuesto que no! Hogwarts es un colegio para gente con habilidades especiales. Gente como tú, Tom.

–¿Cómo yo? – se señaló a sí mismo, intentando entender qué era lo que tenía de especial.

–Es un colegio de magia. – Esa nueva revelación sorprendió tanto al joven que se quedó mirando al profesor durante largos minutos decidiendo si creerle o tomárselo a broma.

–¿De magia?

–Exacto.

–¿Es... magia lo que yo sé hacer?

–¿Qué sabes hacer?

–Muchas cosas. – Recién que había encontrado a alguien que se interesaba por él tenía mil cosas que confesar. Quería impresionarle, que lo alabase y jamás se arrepintiese de haberlo elegido. Pues de lo contrario tendría que volver al orfanato, y eso no era algo que quisiese. – Puedo hacer que los objetos se muevan sin tocarlos, puedo hacer que los animales hagan lo que yo les pido – pensó en los cuervos y en las serpientes – puedo hacer que les pasen cosas desagradables a los que son malos conmigo, puedo hacerles daño, si quiero. – Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro al recordar a esa niña en la gruta y lo orgullosa que ella se sentiría si supiese que había seguido su consejo: era capaz de defenderse sin recurrir a los cuervos. – Sabía que era diferente. Soy especial.

–Así es, eres un mago.

Tom sonrió al darse cuenta de que al fin había encontrado su lugar en el mundo. Su destino era convertirse en mago, instruirse en un colegio de magia. Entonces, una pregunta inundó su mente.

–¿Usted también es mago? – Albus asintió. – ¿Puedo verlo?

El armario que había junto a la puerta empezó a arder y esto fue suficiente para demostrar que lo era.

Mientras, a muchos kilómetros de allí, sobre el alfeizar de la ventana de Lily, un cuervo llamado Black picoteaba el cristal antes de mirar hacia la muchacha de casi once años de edad que mantenía el equilibrio, descalza, sobre el tejado del edificio. El viento la envolvía, pero su mente se encontraba lejos, viendo lo que sucedía en un orfanato llamado Wool, a través de la ventana de la habitación de Tom Riddle, desde los ojos de un cuervo llamado Freiya que se mojaba bajo la lluvia.

Albus Dumblendore puso la carta de admisión al colegio Hogwarts (de magia y hechicería) al alcance del pequeño. Entonces, los ojos del anciano se posaron sobre el escritorio que había junto a la ventana para vislumbrar la pirámide de rocas planas que formaba una gran montaña. Y más tarde, en el ave que los observaba. Fue entonces cuando Lily despertó de su trance y abrió los ojos, encontrándose a sí misma en lo alto del tejado.

Bajó los brazos y caminó de espalda sobre sus pasos, sin dificultad alguna volvió a introducirse en el interior de la habitación a través de la ventana y luego se recostó sobre la cama. Abrió los ojos y miró hacia el techo, fijándose en las maderas sueltas por las que solía colarse la lluvia.

El cuervo entró en la habitación y se posó sobre el pie del flexo, antes de preguntar.

–¿Qué has visto?

–Ha recibido la carta. Ya sabe que es un mago.

–Eso no es malo. Probablemente, también la recibas pronto.

–Es imposible. Yo no poseo magia.

–Ya oíste a Aurelius, los magos pueden leer la mente de otros.


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