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Capítulo 53. La expulsión de Hagrid


Tom y Lily se besaban apasionadamente en la sala común, apenas quedaba gente, la mayoría ya se habían ido a dormir. Pero tener público no le impidió a él subirla sobre sí y besarla apasionadamente. Lo cierto era que la añoraba demasiado, quería volver a tenerla desnuda a su merced.

–Deberíamos parar – dijo ella, aferrándose al poco sentido común que le quedaba. – No estamos solos, Tom.

–Te echo de menos – fueron las palabras de él. – Añoro tu cuerpo desnudo y ... – ella le tapó los labios, profundamente avergonzada y él rompió a reír.

–Eh, tortolitos – les llamó Roddie, haciendo que Lily se pusiese en pie de un salto, avergonzada por haber sido descubierta en tales términos con su novio. – ¿Os habéis enterado? – Tom tiró de la mano de Lily para sentarla a su lado, antes de que su amigo dijese una sola palabra más. – El profesor Dippet está pensando en cerrar el colegio.

–¿Qué? – Preguntaron Tom y Lily al unísono.

–Al parecer están preocupados por el monstruo de la cámara secreta. Si no cogen al culpable... me temo que tendremos que irnos a casa.

–¡No! – Gritó Tom poniéndose en pie, molesto con las palabras de su amigo. – ¡No pueden hacer eso!

–A mí no me mires, no es culpa mía – ambos le miraron con cara de pocos amigos, pues sabían que en cierta forma si era culpable. Si no hubiese dejado esas pintadas por ahí, la situación no sería tan grave.

Tom se marchó malhumorado de la sala común y Lily se preocupó al respecto. Sabía que él estaba enfadado y que cometería una locura si alguien trataba de cerrar el único lugar en el que se sentía libre, mas él mismo de lo que había sido nunca.

¿Qué sería de Tom si el colegio cerraba? Tendría que volver al orfanato con los muggles a los que detestaba. ¿Cuán defraudado se sentiría? Por no hablar de las burlas que obtendría por parte de aquellos que lo veían como un bicho raro en el orfanato.

El profesor Dumblendore corregía algunos trabajos de sus alumnos de tercero. Estaba impresionado con uno de ellos en especial, ese chico llegaría lejos, pese a su procedencia.

La puerta sonó y lo primero que hizo fue mirar hacia el gran reloj de pared. Ya era tarde. Así que... ¿quién podría ser?

–Adelante. – Invitó a pasar a su invitado y se sorprendió al encontrar a Tom Riddle entrando en su despacho. – Pasa, Tom.

–Profesor Dumblendore, quería hablar con usted. ¿Son ciertos los rumores sobre que van a cerrar la escuela?

–Eso me temo, Tom.

–Pero ... No pueden cerrarlo. Yo no tengo a dónde ir...

–Lo siento mucho, Tom. Pero no hay nada que podamos hacer.

El profesor Dumblendore no sentía simpatía por Tom Riddle como ya le había demostrado en innumerables ocasiones, pero ante todo no iba a perder la compostura frente a él. Jamás se rebajaría al nivel de ese muchacho.

Tom se sintió culpable por todo lo que estaba sucediendo y pensó en las palabras de Lily, en si él era el culpable de todo aquello, de la muerte de esa chica, al fin y al cabo... 'había sido él el que había abierto la cámara y dejado salir al basilisco. Pero ... esa serpiente tenía los mismos derechos que la criatura de Hagrid.

–Si se encontrase al responsable que causó la muerte de esa chica... – pensó en el basilisco, en si debía confesar que él había abierto la cámara, incluso en entregar a la serpiente para evitar el cierre del colegio.

–¿Hay algo que quieras contarme, Tom? – el profesor parecía saber que Tom ocultaba algo, que él estaba detrás de de todo lo que había pasado, por eso esperaba una confirmación por su parte.

Él estaba a punto de entregar a la serpiente para evitarlo todo, pero entonces recordó a Aragog. ¿Por qué la mascota de Hagrid podía salvarse y la suya tenía que ser crucificada?

–No – respondió a la pregunta de Dumblendore. – No hay nada, profesor.

–Bien, entonces deberías marcharte. Es tarde, no debes saltarte el toque de queda.

Un gran revuelo sucedía aquella mañana en el pasillo. Hagrid suplicaba de rodillas por ser absuelto, el profesor Dumblendore estaba de su parte, y el director Dippet estaba furioso.

–¿Qué está pasando? – Preguntó Lily que no entendía nada, abriéndose paso entre la multitud hasta llegar a primera línea, donde Tom y Roddie estaban los primeros. – ¿Qué...? – se detuvo al ver a un destruido Hagrid sujetando la rota caja en la que antes había estado escondida Aragog.

–Han encontrado al monstruo que mató a la chica – dijo Willbona a su lado haciendo que ella desviase la vista hacia Tom, pero este estaba ocupado mirando hacia el director. – Y al culpable que abrió la cámara. Era ese semi gigante – señaló hacia él y lo miró por encima del hombro, como si fuese un ser inferior.

–Debería mandarte a Azkabán por lo que has hecho, muchacho – le decía el director mientras Hagrid lloraba, desolado por lo que estaba sucediendo.

–El monstruo es una araña gigante – añadió Alan.

Lily sabía que eso no era cierto. Ella sabía bien quién había abierto la cámara y quién era el monstruo.

–Aragog no ha hecho nada – añadió Hagrid, desde el suelo. – Y yo tampoco.

–Agradece que Dumblendore haya dado la cara por ti, muchacho – dijo el director Dippet. – No llamaré al Ministerio por este asunto, pero ... serás expulsado y tu varita destruida.

–Vamos – dijo el profesor Slughorn disipando al alumnado. – Aquí no hay nada que ver.

Hagrid tuvo que recoger sus cosas ante las miradas de desprecio de toda la torre de Griffindor, que al igual que todo el colegio pensaban que él era un asesino, el heredero de Slytherin. Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Pero nada de lo que dijese podía servir para hacer que otros estuviesen de su parte.

Sus lágrimas recorrían sus regordetes mofletes mientras arrastraba el baúl por los pasillos, hasta detenerse frente al profesor Dumblendore. Le miró suplicante, al único que creía en su palabra.

–Lo siento mucho, Rubeus. Pero has de entregarme tu varita. – El muchacho absorvió por la nariz antes de que sus mocos cayesen y le entregó al profesor su varita, sabiendo que no volvería a verla jamás. Ya no era un mago. Y lo meterían en Azkaban si hacía magia indebidamente. Albus rompió su varita por la mitad y se preparó para despedir a aquel muchacho inocente.

–Profesor, ¿podría darme los trozos? – el hombre le observó con interés – me gustaría conservarlos.

–Por supuesto, Rubeus – le cedió aquellas dos partes de aquella varita que ya no servía. – Lo lamento mucho, amigo mío. Pagarás por el crimen que cometió otro, injustamente. Jamás podré compensártelo.

–Al menos me llevaré su amistad, profesor Dumblendore. Sin usted, jamás habría tenido la oportunidad de venir aquí. Sin usted... probablemente ahora estaría en Azkaban.

–No digas eso, muchacho.

Lily se sentía tan mal ante aquella injusticia que ni siquiera entró a su clase, prefirió buscar a Hagrid para entender la razón por la que el muchacho había sido expulsado. ¿Quién habría dicho tal barbarie?

Recorrió los pasillos hacia la torre de Griffindor donde le dijeron que Hagrid ya se había marchado y luego corrió lo más rápido que pudo hasta detenerse en cuanto vio a su tío despidiéndose de él.

–¡Hagrid! – ambos se giraron para observarla. – No puedes irte – suplicó con lágrimas en los ojos, sin poder aceptar aquella decisión del propio director. – Tú no has hecho nada malo. No ha sido él, profesor Dumblendore. Tiene que creerme. Aragog no... – se detuvo en cuanto se dio cuenta de que había hablando demasiado.

–Te dejo en buenas manos, Hagrid – se despidió el profesor sin tan siquiera dirigirle un saludo a su sobrina. Se marchó justo después de eso.

–¿Por qué estás tan segura de que no fui yo? – Preguntó Hagrid intentando averiguar qué era lo que ella sabía. Lily tragó saliva, sabiendo que no podía delatar a Tom. – Tú conoces a quién lo ha hecho, ¿verdad? – Las lágrimas de la muchacha salieron sin que pudiese contestar si quiera. No quería mentirle. – Pensé que eras mi amiga.

–Y lo soy.

–No. No lo eres – Lily abrió la boca, más que dispuesta a contradecirle. – Dijiste que no le dirías a nadie sobre Aragog, que le encontraríamos un hogar en el bosque prohibido. Pero mira lo que ha pasado... le has hablado a alguien sobre Aragog y ahora...

–¿Está muerta? – Preguntó con un hilo de voz, aterrada con lo que sus actos podrían haber causado.

–No. Ha escapado. Pero yo no volveré a usar la magia nunca más. Me han expulsado.

–Lo siento, lo siento mucho Hagrid.

–Tus disculpas no me sirven, Lily.

–Seguro que mi tío podrá hacer algo – le aseguró pensando en él. Era el único que podía salvar la situación. – Si le explicamos seguro que él...

–El profesor Dumblendore ya ha hecho todo lo que ha podido por mí. Adios, Lily.

Hagrid se marchó y Lily se quedó allí, observando como se alejaba, sin poder hacer nada por detenerlo.

¿Qué podía hacer para arrelgarlo?, ¿cómo podía evitar que un inocente pagase por los errores de otros?

Era su culpa. En el fondo de su alma lo sabía. Fue ella la que le dijo a Tom Riddle dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos. ¿Por qué? ¿por qué hizo algo tan irresponsable como eso?

Hagrid había sido expulsado por su culpa y esa mancha la perseguiría por siempre.

Tenía que arreglarlo. Hablar con el único que podía arreglarlo todo.

Corrió por los desiertos pasillos y no se detuvo hasta haber entrado en el despacho del profesor Dumblendore que estaba reunido con la profesora Edevanne.

–¿Qué significa esto, Lily? – quiso saber la mujer, que sabía que la joven no era tan irrespetuosa. Se limpió las lágrimas con una mano y miró con odio a su tío.

–Necesitamos hablar.

–¿Hablar? Deberías estar en clase ahora. He sido indulgente porque quizás necesitabas despedir a un buen amigo.

–Él no se merece esto. Tienes que hacer algo. No puedes permitir que lo expulsen por un crimen que no ha cometido.

–¡Lily! – le llamó la atención la profesora.

–Déjanos a solas, por favor, Elba. – La profesora asintió antes de dejarles intimidad. – ¿Vienes a confesar quién lo ha hecho? – Lily bajó la cabeza, porque eso no podía hacerlo. No podía condenar a Tom por salvar a Hagrid. – Los dos sabemos que no lo harás, Lily. No debes hacerlo. – Ella le observó, sin comprender. – ¿Sabes lo que te hará el colgante que llevas ante el solo pensamiento de dañar a aquel con el que hiciste el pacto de sangre?

–Tom no es el culpable – le dijo. – Soy yo.

–¿Tú? – sabía que su tío no le creía, pero ella sabía que esa era la verdad y pesaría en su alma creando una herida que sería difícil de curar.

–Tienes que interceder por Hagrid. Él es inocente. La araña no hizo daño a nadie. Hagrid la encontró y cuidó de ella con el sólo pensamiento de salvarla.

–Lo sé. Él ya me lo ha explicado todo. Pero no puedo hacer más de lo que he hecho por él. Tienes que entender que hasta mi poder aquí tiene sus limitaciones. Ya es demasiado tarde para que salves a Hagrid, Lily. Pero quizás lo que ha pasado te sirva para que abras los ojos de una vez con respecto a aquel que tanto defiendes. Tú y yo sabemos quién es el culpable de todo esto. Es la misma persona que se reunió esta mañana con el profesor Dippet y acusó falsamente a Hagrid.

–Eso es mentira – se negó a creer en aquello. – Tom jamás haría eso.

–¿No lo haría?, ¿no crees que estaría dispuesto a vender a cualquiera con tal de evitar que cerrasen el colegio? Tom Riddle es un manipulador y un canalla de la peor clase.


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