Capítulo 4. La familia Dumblendore
*Capítulo nuevo*
Sobre la colina de una fría montaña al oeste de Edimburgo, en la isla de May, en una cabaña de madera, Elba esperaba impaciente la llegada de esa niña que sabía que no debía andar lejos. Mientras, esta subía la montaña lo más rápido que le permitían sus pequeñas piernecitas. Dejó atrás la playa, sin poder dejar de pensar en la breve conversación con ese niño paliducho llamado Tom. Todo en él le parecía genial, mejor de lo que había esperado, desde sus alborotados y largos cabellos hasta su pálido rostro. Pero... había algo que a Lily no le gustaba nada y esta era su actitud conformista. Parecía haber sacado el carácter apacible de su padre frente al luchador de su madre.
–¿Crees que seguirá mi consejo? – Preguntó hacia Black. – ¿Deberíamos seguir vigilándole?
–¡Lily! – gritó Elba al verla aparecer por detrás de la casa. – ¿Dónde te habías metido? Te he buscado por todas partes.
La joven bajó la cabeza, avergonzada, sin saber cómo confesar que había bajado a la playa y había conocido a un niño de su misma edad. Uno que no parecía un mago, tan sólo era un endeble muggle. Pero ... que sin lugar a dudas lo era.
–Ven aquí. Hablaremos luego de este asunto, ahora debes prepararte – de un solo giro de varita consiguió peinar a la niña, limpiar sus ropas y dejarla presentable. – Ya vienen.
Tiró de ella hacia la puerta principal de la cabaña y justo cuando Lily se preparaba para preguntar sobre quién llegaría de visita, vislumbró a las tres personas que se acercaban a ellas a través del sendero de piedra.
El primer mago parecía ser el mayor de todos. Los signos de la edad ya lo habían alcanzado, tenía arrugas bajo los ojos y canas en sus cabellos, aunque estos no se habían tiznado totalmente de blanco. Llevaba una túnica violeta y un gran sombrero cuadrado. El segundo era el hermano pequeño del primero, se parecían mucho. Tenía sus mismos ojos azules detrás de sus redondas gafas. El tercero era mucho más joven que los anteriores. Tan sólo era un muchacho que rondaría los treinta y parecía cansado, y terriblemente apagado.
Los adultos sabían que no era lo más sensato estar allí, más cuando la vida del más joven estaba próxima a llegar a su fin y temían lo que la magia que vivía en su interior podría causar. Ambos habían sido testigos en innumerables ocasiones de lo que el poder de un obscurial podría causar, pero el deseo de Aurelius por conocer a su joven hermanastra antes de morir, había movido a su padre a satisfacerle.
Lily se olvidó de preguntar porque vio las respuestas en aquellos que la rodeaban. Al fin conocía sobre el aspecto que tenía su hermano.
Una sonrisa apareció en su rostro tan pronto como se percató de que su familia al fin estaba al completo.
–¿Cuál es la urgencia, Albus? – quiso saber Elba, preocupada por lo que aquel encuentro podría causar en la pequeña que aún no había mostrado ninguna habilidad especial en la magia.
Alberforth sintió una triste añoranza al ver a esa niña que se parecía demasiado a la mujer que pese a su muerte aún no había dejado de amar.
Antes de que Elba pudiese haberla detenido la niña se acercó al joven Aurelius haciendo que los demás temiesen lo que podría ocurrir. No querían que una inocente muriese por su atrevimiento. Pero ella no parecía asustada.
Agarró la fría mano de su hermano y le miró como si supiese más de lo que debería. Sirvió solo una mirada para que esa niña pudiese ver su alma y sus pesares. Tiró de él para que la acompañase y este lo hizo sin tan siquiera pensárselo demasiado. Le acercó al acantilado y luego señaló hacia el cielo donde los cuervos los sobrevolaban en círculos.
–Mira, son mis amigos – el muchacho observó las figuras que los pájaros hacían sobre ellos y lo entusiasmada que lucía la niña al verlo.
–¿Quieres ver algo? – preguntó en un desesperado intento de contentar a esa niña que ni siquiera conocía, pero que se sentía como alguien muy cercano. Por supuesto que lo era, era su hermana.
La niña esperó y entonces él levantó la mano hacia el gran vacío que había frente a ellos, una peligrosa caída que posiblemente acabaría con la vida de cualquiera de ellos. Ordenó a su incontrolable magia negra que saliese y formó con esta la figura de un fénix que volaba libre por el cielo. Lejos de asustarse, Lily pareció maravillada.
–¿Conoces la historia sobre el gran fénix dorado de la familia Dumblendore? – la niña negó con la cabeza y él se sintió preparado para contar aquella historia. – Dicen que cuando uno de los miembros de la familia Dumblendore esté en apuros, el gran fénix dorado aparecerá para salvarle.
Entonces Aurelius cesó, estaba demasiado débil para seguir haciendo trucos de magia. Ya ni siquiera podía controlar su poder y sabía que muy pronto moriría. Pese a aquello había querido conocer a la niña de la que su padre le había hablado, pues la madre de esa niña fue amable con él en el pasado. Era ella la que había hecho posible que su padre finalmente lo encontrase y cuidase de él los pocos años que le quedaban.
–¿Sabes quién soy? – La niña le miró y volvió a cogerle de la mano, tratando de transmitirle la calma que él necesitaba en ese momento. – Soy Aurelius Dumblendore, tu medio hermano. No debes enfadarte con nuestro padre. Todo este tiempo que no pudo estar contigo... estuvo buscándome, salvándome del bando incorrecto, cuidándome de que no hiciese daño a otros. Estoy enfermo, Lily. – Eso asustó a la pequeña que se entristeció de repente. La vida perfecta que había imaginado en su cabeza de desvaneció en seguida. – Hay algo malo dentro de mí, algo que me está destruyendo y ... nuestro padre tenía que asegurarse que no hacía daño a nadie más.
–¿Qué es?, ¿qué es esa cosa mala que hay dentro de ti?
–Mi magia. A causa de lo cruel que la vida fue conmigo, de los terribles maltratos que recibí, por haber tenido que ocultarla durante tanto tiempo en mi interior... esta se volvió contra mí. Y he estado resistiéndome durante todo este tiempo, pero... La magia es como un virus, Lily. Si no la dejas salir... se vuelve contra ti. – Lily vio todos los estragos que la magia de su hermano había causado en los que le rodeaban. Vio muerte y destrucción. Pero no tuvo miedo por aquellos que yacieron, si no por lo solitaria que fue la vida de su hermano y la intensa tristeza que sintió por ello.
–Entonces... yo no quiero tener magia.
–No digas eso. La magia no siempre es mala. A veces... puede usarse para hacer el bien. – Miró hacia atrás donde su padre y su tío los observaban tratando de enterarse sobre qué hablaban. – Hay personas que la usan para hacer cosas buenas. Como ellos.
–Entonces... ¿vas a morir? – preguntó con tristeza. Él asintió y volvió la vista hacia el frente donde los cuervos habían comenzado a hacer cosas extrañas. Estaban suspendidos en el aire, formando un círculo a su alrededor, mirándolos, como si estuviesen esperando algo.
–Moriré pronto, sí.
Sorprendentemente, en aquel momento, los cuervos volvieron a colocarse para hacer una figura, pero aquella vez era la de un fénix. Sonrió, ni siquiera quería saber si aquello lo estaba haciendo ella o era alguien más. Pasar sus últimos minutos de vida junto a su hermana era suficiente para él.
Pequeñas motas de oscuridad empezaron a desprenderse del cuerpo de Aurelius haciendo que este comprendiese que el momento se acercaba. Temió por lo que pudiese a hacerle a aquel ser puro e indefenso que estaba a su lado, incluso se arrepintió de haberle rogado a su padre aquel encuentro y gritó aterrado, mientras la empujaba.
–¡Vete! ¡aléjate de mí!
Los gritos de Aurelius consiguieron alertar a los hermanos Dumbledore que llegaron hasta ellos e intentaron controlar la feroz magia que salía del muchacho, tratando de destruir todo lo que lo rodease.
Lily trató de entender lo que ocurría mientras aquellos dos hombres levantaban un gran muro invisible y la protegían del peligro. Aquel campo de fuerza repelía los duros ataques de la magia descontrolada del muchacho.
Él mismo intentó con todas sus fuerzas controlarla, pero su débil cuerpo no aguantaría mucho más.
Sus lágrimas recorrieron sus mejillas mientras miraba por última vez a los ojos de su padre y luego se depositaban sobre la asustada Lily, antes de que un grito de dolor fuese expulsado por su boca del muchacho.
–¡Basta! – Gritó Lily asustada por el poder que había dentro de él. Tenía tanto miedo de que lo separasen de su lado justo cuando acababa de conocerle, que no podía dejar de derrarmar lágrimas silenciosas.
El poder que emanaba de Aurelius explotó deshaciendo su cuerpo en miles de pequeñasa motas de ceniza que se mecieron con el viento y se elevaron en el aire antes de caer.
Aurelius Dumblendore ya no existía en el mundo. Se había marchado a un lugar mejor.
Albus ni siquiera se lo pensó e hizo aparecer un círculo de luz que se tragó toda esa oscura magia que había quedado tras su muerte y la hizo desaparecer con un hechizo que no necesitó pronunciar.
–Se ha ido – escuchó a su hermano a su lado, al darse cuenta de que había llegado el momento que tanto temían. Su hijo mayor había muerto.
El mayor de los Dumblendore apoyó la mano sobre el hombro de su hermano, tratando de reconfortarle. Luego los tres miraron al cielo, sabiendo que Aurelius estaba en un lugar mejor.
–Albus – escucharon la voz de Elba en el ambiente – ¿te la llevarás?
El anciano miró hacia su hermano esperando una respuesta. El hombre pensó en sus posibilidades, ya no podía seguir huyendo de aquella responsabilidad por más tiempo. Ya no podía poner a Aurelius como excusa, pues este ya no estaba.
Sin tan siquiera decir una palabra, asintió.
Había llegado el momento de honrar la memoria de Alodie y criar a la hija de ambos. Tan sólo esperaba estar a la altura de lo que se esperaba de él, pese a las circunstancias y haber perdido a su madre.
Lily se marchó aquella tarde con el mediano de los Dumblendore a su nuevo hogar, pero... a pesar de todos los sueños que había tenido con ese momento, ni siquiera se acercaban a lo que finalmente le esperaba. Su vida no sería fácil, pues su padre era un hombre muy reservado que apenas le dirigía la palabra. Era más de acciones. Y aún estaba muy afectado por la pérdida de un hijo.
Hogsmeade era el adorable pueblecito en el que Alberforth vivía, que parecía sacado de un cuento de hadas, pero la taberna era una pesadilla lúgubre y muy descuidado, pese a que él siempre estaba con un trapo en la mano. Parecía estar más de adorno que cualquier otra cosa.
Cabeza de Puerco se llamaba esa taberna y Lily pensó que el nombre le venía como anillo al dedo, pues el lugar parecía una pocilga.
Caminaron juntos por aquel largo pasillo hasta que Alberforth abrió la habitación de la boardilla. En seguida los recuerdos lo abrumaron y dejó escapar algunas lágrimas por aquel duro rostro. Pues acababa de perder a su hijo.
Lily entró en la estancia y se dio cuenta de que todo estaba perfectamente ordenado. Había algunas fotografías cubriendo las paredes y Aurelius salía en algunas. Sonrió al darse cuenta de que aquella era la habitación de su hermano.
–Esta era su habitación – dijo en voz alta, sentándose en la cama, fijándose en la fotografía que había sobre la mesilla de noche. En ella había una chica de apariencia asiática junto a un sonriente y muy joven Aurelius. Alargó la mano para verla mejor. Su hermano lucía tan feliz en ella, pese a las complicaciones que rodeaban su vida en aquellos días.
–Dejaré que te acomodes.
Alberforth se marchó para darle un poco de intimidad a su pequeña hija a la que ni siquiera conocía y esta se preguntó sobre quién sería la chica que aparecía en esa fotografía, una vez más.
–Nagini – dijo una voz a su lado haciendo que levantase la vista para mirar hacia el traslúcido cuerpo de su hermano. Ese al que ella misma había visto explotar horas antes. – Sí. Estoy muerto. Pero...querías saber quién era la chica de la foto. Así que he venido a hablarte sobre ella.
–No necesitas decírmelo, puedo verlo en tu mente – Aurelius sonrió al darse cuenta de que cómo había esperado su hermana también poseía magia, pero a diferencia de él, ella podía controlarla y no le daba miedo.
Lily se fijó en la fotografía y miró hacia esa chica asiática. Se dejó llevar por cada detalle y entró en la mente del muchacho para buscar en sus recuerdos sobre ella.
«La vio encerrada en una celda, en el mismo circo en el que trabajaba su hermano. Escuchó sobre la triste historia de esa muchacha: una maldición de sangre perseguía a su familia y podía convertirse en una enorme serpiente a placer, pero ... con el tiempo... terminaría convirtiéndose en una permanente. Vio amor en los ojos de ella cuando miraba a su hermano, admiración y un profundo respeto. Ellos eran amigos, pero ... había algo más. Se amaban, aunque su romance fue muy breve. Le ayudó a buscar el rastro de su verdadera familia en París.»
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