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Capítulo 33. Fuerza de voluntad


«Tom corría por aquel bosque mientras ese humo verde lo perseguía. Temía por lo que sucedería si esa cosa conseguía infectarle. Se detuvo al llegar al final, frente a un pronunciado acantilado por el que podría caer si se acercaba demasiado al borde.

–No seas estúpido, Riddle – escuchó la susurrante voz de esa serpiente que empezó a materializarse a su lado, formándose de ese gran humo verde que tanto le aterraba. – No podrás huir de mí. Ya estás infectado.

–¡No! – gritó él.

–La oscuridad ya está ligada a tu alma. Al pensar en ese hechizo que yo mismo creé has dividido tu ser y has guardado una parte de este dentro de tu anillo. – Tom se fijó en el anillo de los Gaunt. – Me has abierto la puerta a este mundo y yo te recompensaré con la vida eterna.

–¡No la quiero! ¡No quiero nada que tenga que ver contigo!

–¿No lo entiendes, Riddle? No puedes deshacer lo que hiciste. Estamos ligados el uno al otro.

–¡No!

–Lo que te ocurra no es algo que deba preocuparte ahora. Al fin y al cabo, nada te sucederá mientras un pedazo de tu alma esté dentro de ese anillo. Es por ella por lo que debes preocuparte, por Lily.

–¿Lily?

–¿Qué pensará tu mejor amiga de ti cuando le cuentes que has matado a tu propio padre?

–¡No! – negó, aterrado, negando con la cabeza, mientras el miedo lo embargaba.

–Eres un asesino, Tom Riddle. Y tu mejor amiga se marchará de tu lado en cuanto se entere de lo que eres.

–¡No! – volvió a gritar ante esa sola posibilidad.»

Tom despertó de aquella pesadilla en el silencio nocturno de su habitación como si nada hubiese sucedido. ¿Y si era cierto? ¿y si sólo había sido una pesadilla? ¿y si no había matado a su padre?

Perdió la esperanza tan pronto como se fijó en el anillo que descansaba en su dedo, pues eso sólo quería decir una cosa: había sucedido de verdad. Había ido a la casa de los Gaunt, a la mansión Riddle y había matado a su padre.

El miedo y la desesperación invadieron su alma al pensar en que ese monstruo tenía razón. Lily iba a alejarse de su lado tan pronto como se enterase de lo que había hecho.

Se puso en pie de un salto y se fijó en su reflejo que le devolvía la mirada a través del espejo. No se veía distinto a quién era, pero en aquel momento no sentía que era tan sólo un chico de dieciséis años, era un asesino.

Le pegó un puñetazo a su reflejo tras ver un destello rojo en sus ojos y se encerró en su armario. Se acurrucó sobre sus piernas y cerró los párpados. En seguida vio sangre y oscuridad, algo oscuro estaba dentro de él, algo que le daba miedo, pese a no saber lo que era.

–¿Por qué? – se recriminó a sí mismo. – ¿Por qué lo hiciste?, ¿cómo pudiste ser tan estúpido?

Pensó en ese hechizo con el que había creado un Horrocrux sin tan siquiera pretenderlo y en aquella cosa maligna que había dentro de él, algo que apretaba sus entrañas hasta hacerle sudar como un cerdo, incluso bombeaba su corazón con fuerza haciendo que le costase respirar.

Le escuchaba murmurar en pársel y si pensaba en ese tenebroso ser veía a una gran serpiente de color verde con ojos rojos, acechándole.

«Quizás pueda deshacerse.» Pensó mientras salía del armario de un salto y saltaba sobre la cama. Agarró el libro y empezó a rebuscar en él, pero no había nada sobre cómo deshacer el hechizo, tan sólo el poder inmortal que eso aportaba al brujo que lo conjurase y el tenebroso poder que eso conllevaría. Hablaba de una puerta que se habría hacia algún lugar, una entrada para que algo pudiese llegar hasta él. Eso era a lo que Namtar se había referido en el sueño.

Un grito de rabia salió de sus labios. En un ataque de ira tiró el libro contra la pared y miró hacia la carta que había recibido de su mejor amiga hacía ya largas semanas.

¿Qué iba a decirle a ella?, ¿cómo iba a explicar su comportamiento?, ¿cómo iba a confesarle que no era más que un vulgar asesino?, ¿cómo le diría que finalmente su padre y su tío habían tenido razón? Se había convertido en un monstruo.

Sus lágrimas salieron en cuanto se percató de que iba a perder lo único bueno que había tenido en su vida y él era el único culpable de ello. Si tan sólo... si no hubiese ido a buscar respuestas a casa de los Gaunt, aquello jamás había pasado.

¿Por qué trató tan desesperadamente de saber de dónde venía?, ¿acaso no le valía con saber lo que él era?, ¿por qué buscó respuestas?

Pero... lo que más le preocupaba en ese momento era... ¿cómo había vuelto de la mansión de los Riddle al orfanato? Porque... no tenía ni un solo recuerdo sobre aquello.

¿Qué estaba ocurriéndole?


Los días en el orfanato se convirtieron en un infierno incluso mayor. Se encerró en su habitación y no salió nada más que para comer, se aisló dentro de sí mismo y le molestaba en exceso cualquier ruído. No podía dormir en las noches debido a terribles pesadillas en las que ese demonio trataba de llegar a él para hablarle y cuando lo hacía seguía repitiéndole hasta la saciedad que él sería el culpable de quedarse sin su mejor amiga.

El calor lo acechaba al despertar y sentía como si su piel estuviese en llamas. Tan sólo lo calmaba una ducha helada y recorrer su piel con los dedos, tratando de entender qué era lo que estaba sucediéndole.

La ansiedad se agolpaba en su pecho cuando miraba al calendario que había en la pared, pues el uno de septiembre estaba cada vez más cerca y le aterraba que llegase. ¿Qué haría cuando volviese a Hogwats? ¿qué iba a decirle a su mejor amiga?

Te detestará igual que tu padre – escuchó esa voz en su cabeza, haciendo que él se la agarrase con ambas manos.

–¡Cállate!

Mientras,

En la azotea en un alto edificio en la ciudad de Paris, Lily disfrutaba del atardecer junto a su amigo Black. Estaba preocupada por no haber tenido noticias de Tom, incluso estaba pensando en volver a espiarlo. Pero... no quería romper la promesa que le hizo, así que tan sólo esperaría un poco más.

–Lily, entra. Hace frío. – Escuchó a su padre desde el interior de la casa en la que una vez vivió la familia de su madre. Estaba en ruinas, pero eso no era peligroso para un mago.

La joven se dio la vuelta, dejando de pensar en su mejor amigo y pensó en Aurelius. Había visto ese lugar cientos de veces. Fue allí donde su hermano estuvo una vez, junto a Nagini, en busca de respuestas sobre sus orígenes.

Sonrió. En cierta forma, su hermano le recordaba un poco a Tom. Ambos tenían la misma inquietud sobre conocer más sobre sus padres. Debían de sentirse perdidos al no saber sobre ellos.

El esperado día que la mayoría de los alumnos de Hogwarts esperaban llegó. Había llegado el momento de volver a la escuela de Magia y Hechicería.

Lily estaba emocionada por volver a ver a su mejor amiga. Pero para Tom fue aterrador volver a encontrarse con sus compañeros.

Ver caras conocidas en el tren no le calmó aquella vez, prefirió encerrarse en un vagón deshabitado y ocultarse bajo su capucha. Pero, el pesado de Lestrange siempre conseguía encontrarle.

–Aquí estás. El gran Lord Voldemort – bromeó aquello que se inventaron en el club que el mismo Tom había fundado. Incluso se inventó un juego de palabras con ese nombre. Aunque en aquel momento no estaba para bromas.

–¿Puedes, por favor, largarte? – rugió molesto, haciendo que su amigo le mirase sin comprender. – ¿No puede darte cuenta de que quiero estar solo?

–Por supuesto, amo – bromeó al respecto, haciéndole una referencia antes de salir por la puerta y dejarle asolas.

Tom lo apreció mucho, volvió a acurrucarse dentro de su abrigada túnica y sintió como sus dientes castañeaban. Era como si estuviese enfermo, como si tuviese un parásito dentro. Y ni siquiera imaginaba hasta qué punto lo tenía. Había despertado algo tenebroso, de las mismísimas profundidades del infierno al pronunciar ese conjuro, algo que había estado esperando durante siglos a que la puerta volviese a abrirse de nuevo. Tenía grandes esperanzas para ese chico, que no se parecía en nada a su último recipiente, el loco Herpo.

Tom se quedó dormido y vio muerte.

«Se encontraba en el cementerio de siempre, mientras la lluvia caía a su alrededor. Vio el nombre de un hombre en una lápida, pero ni siquiera pudo entender el idioma en el que estaba escrito.

Una gran estatua del ángel de la muerte se iluminó después de que un rayo alumbrase el cielo y vio la guadaña que sostenía.

–¡Avada Kevadra! – Susurró su propia voz y entonces despertó acalorado.»

Miró hacia el exterior y se sorprendió al darse cuenta de que estaban llegando a la estación de Hogsmeade. Le animó saber que pronto vería a Lily, a la que había extrañado a más no poder, pero perdió las ganas de verla tan pronto como recordó que tenía un secreto que no podría confesarle.

Esperó a Lily en la estación, dándole igual el resto de sus compañeros que se aventuraban hacia la zona de los carruajes. Pero ... su mejor amiga no apareció. Así que tuvo que marcharse pasados unos minutos.

El camino hacia el colegio montado en los carruajes fue más siniestro de lo habitual. El escalofrío que sentía en su nuca no se marchó y consiguió molestarle en exceso.

¿Qué era lo que le estaba ocurriendo?, ¿cuánto tiempo tardaría en volver a ser él mismo?, ¿y si nunca volvía a ser el de siempre?

El banquete de selección fue especialmente difícil de soportar aquella noche y para colmo no podía encontrar a su mejor amiga.

–¿Has visto a Lily? – Preguntó a Otis que era el que estaba sentado más cerca de él. Su amigo buscó por la larga mesa y en seguida comprendió que la muchacha no se encontraba aún allí.

Su preocupación creció. ¿Dónde estaría su mejor amiga?

La selección de los nuevos alumnos a sus casas tuvo lugar pasados unos minutos, después de un discurso esperanzador por parte del sombrero seleccionador.

Las puertas se abrieron cuando ya todos los alumnos de primer año estaban sentados en sus mesas y la comida ya estaba servida. La gran mayoría miró hacia atrás y vieron como una joven alumna de casi diecisiete años entraba por el largo pasillo. No se detuvo hasta llegar a la larga mesa de la casa Slytherin, donde se sentó tan sólo unos minutos después.

–Lily, ¿por qué has llegado tarde? – Quiso saber Tom.

–Se nos hizo un poco tarde para volver de París. Acabo de llegar, ni siquiera sabía si me daría tiempo... ¿Me he perdido mucho?

–¡Que va! Solo el aburrido discurso del sombrero seleccionador y la selección de los nuevos alumnos. – La calmó Otis.

–Tiene razón, has llegado justo para la cena – añadió Roddie.

A Tom le bastó tan sólo una mirada por parte de Lily para hacerle sentir bien. Si tan sólo la hubiese tenido a ella cuando se enfrentó a su padre... las cosas serían muy distintas en ese momento.

La conversación de los recién llegados a la casa Slytherin fue variando y la de sus compañeros que hablaban sobre lo interesantes que habían sido sus vacaciones, él no tenía nada que aportar.

–¿Estás bien? – quiso saber Lily que lo notaba más callado y pálido que de costumbre. Asintió mientras tomaba un poco de jugo de calabaza. Tenía que recomponerse o ella lo notaría. – ¿Tom? – él asintió en respuesta.

Lily intentó penetrar dentro de su mente para escuchar sus pensamientos, pero había algo impidiéndoselo. Eso era extraño. Pues ninguna mente solía resistírsele.

–¿Cómo te fueron las vacaciones de verano a ti, Lily? – se interesó el pedante de Roddie, ganándose una dura mirada de Tom que tenía arduas ganas de estrangularlo con sus propias manos. Se imaginó a sí mismo levantando la varita y lanzando una maldición asesina en ese justo instante.

–Fueron geniales – contestó ella ilusionada. Parecía otra persona gracias a esas vacaciones. Como si un tiempo con su padre era lo que necesitaba para estar más animada. – Estuvimos en Salem, en Nueva York y en París.

–¿En serio? ¡Eso es genial! Yo estuve en Salem con mis padres el verano pasado. ¿Fuiste a ver el cementerio de las brujas? Lo que más mola es la pila dónde supuestamente fueron quemadas.

Tom trataba de poner toda su fuerza de voluntad en no lanzar un hechizo del que pudiese arrepentirse más tarde, pero había algo maligno dentro de él, algo que trataba de doblegar su cuerpo, obligarlo a que cometiese una locura.

–Tom. ¿Estás bien? – Escuchó la voz de Rosier. – Pareces estreñido.

–Estoy bien – contestó con total normalidad. – Tan sólo... creo que me ha sentado mal el pollo.

Afortunada el banquete llegó a su fin y los alumnos se dirigieron a sus salas comunes. Tom estaba deseando acostarse, sentía su cuerpo muy cansado y tenía una desagradable sensación en su interior, pero como prefecto de la casa tuvo que guiar a los alumnos de primero y enseñarles la sala común.

–Tom – lo llamó Lily haciendo que mirase ligeramente hacia ella. – Tengo algo para ti. – Él se señaló con el dedo, porque de todas las cosas que esperó que ella dijese, esa no era una de ellas. – Te he traído un regalo, ven – cogió su mano y le obligó a sentarse junto a ella en el sofá, luego levantó en alto un pequeño paquete con un embalaje muy retro, y se lo cedió. – Igual que el año pasado... será como un regalo de cumpleaños adelantado. Es que lo vi en el escaparate y no pude dejarle allí. Tendrías que haber visto ese lugar, Tom. Salem es maravillosa, es una ciudad... ojalá hubieses estado allí. Te habría encantado y habríamos disfrutado juntos de cada cosa. – Le gustaba que ella quisiese incluirle en sus planes continuamente. – Dime que cuando terminemos el colegio ...

–Lo prometo. Cuando terminemos el colegio nos marcharemos juntos a un bonito lugar de vacaciones – ella sonrió y eso fue suficiente para hacer que el malestar que tenía en su interior se difuminase un poco.

–Me encantaría. ¿Sabes qué sería lo mejor? Marcharnos de Hogwarts sin tener la necesidad de despedirnos porque empieza el verano. – el rompió a reír, porque sentía lo mismo por ella sobre aquella situación. – ¿A qué lugar iremos?

–¿Qué te parece a Albania? He oído que tiene paisajes preciosos. Además, sería excitante enseñarte cada detalle del mundo muggle. ¿Te gustaría?

–Suena genial, Tom – Ella estaba entusiasmada por descubrir todo ese mundo sin magia del que su mejor amigo hablaba.

–Será estupendo, ya lo verás. – Concluyó antes de bajar la vista al ver a Lily tan avergonzada con respecto a correr aquella aventura junto a él. Entonces cayó en el regalo que ella le había comprado. – Bien... ¿vas a decirme qué es?

–Va a gustarte mucho, lo sé – el chico desenvolvió el paquete, entusiasmado. Ya quería saber qué era lo que había comprado. Pero se desilusionó un poco al ver un libro.

–¿Un libro?

–No es un libro, bobo. Es un diario. – Eso seguía sin ser la gran cosa. – Está encantado. – Eso sí llamó su atención. Leyó las letras de delante: Este diario es propiedad de... No ponía nada más, estaba en blanco. – Todo lo que escribas en él desaparecerá y sólo tu podrás leerlo. Siempre y cuando le susurres la palabra mágica.

–¿Cuál es la palabra mágica?

–No lo sé. Tú debes susurrársela junto con tu nombre la primera vez que lo uses. – él sonrió. Le había encantado aquel regalo. Lo atesoraría por siempre y no por el regalo en sí, sino porque ella se lo había regalado. Había pensado en él al verlo, eso había dicho. – Estás distinto... – él se asustó en seguida.

–¿En qué sentido? – trató de parecer tranquilo y que no se le notase que estaba aterrado. Ella desvió la vista antes de contestar, fijándose en las chicas que miraban hacia ellos.

–No sé, como más... – tragó saliva antes de contestar. – .... Más guapo. – Eso sorprendió demasiado a Tom, pero le hizo feliz de una manera inimaginable.

–No sabía que te resultaba atractivo.

–¿No? – ella levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de él. Esa conexión genuina que sentían el uno por el otro les llenó, dejándoles sin respiración. Y por un momento supieron que había algo más, mucho más que una simple amistad. –Habría que estar ciego para no darse cuenta – Tom sonrió y se rascó la cabeza, algo nervioso con la situación. Recién se había olvidado del miedo y de la sensación tenebrosa que había tenido dentro desde que mató a su padre.

Ella señaló con la cabeza a un lado y luego al otro de aquella sala común, haciendo que él se percatase de que todas las chicas tenían puestos los ojos en él.

–Sabes que nunca me ha interesado eso – se quejó él, sin darle importancia.

–Ya... – ella se sentía terriblemente fuera de lugar en ese momento. – Creo que deberíamos irnos a dormir. Mañana nos espera un largo día.

Él sabía que era una excusa para dejar aquella conversación, estaba avergonzada. Pero no dijo lo contrario. Se puso en pie con el diario en la mano, pero la agarró del brazo cuando ella se dispuso a marcharse a su habitación.

–Lily... – acercó su rostro al suyo, a su oído, antes de susurrar algo. – Tu también ... eres preciosa. – Un ligero rubor inundó sus mejillas e hizo muy feliz a Tom.


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