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Capítulo 18. El extraordinario fenómeno del tiempo


*Capítulo Nuevo*

La amistad suele forjarse con el paso de los años, por eso la de Lily y Tom se curtió de esa misma forma. Asistir a clases juntos, ser compañeros y compartir experiencias, fue significativo. Y no fueron los únicos que tomaron consciencia de que aquella amistad era especial, diferente a cualquier otra cosa que hubiesen conocido con anteriorioridad. Aunque, para Tom estaba claro, pues nunca había tenido amigos en el orfanato, ya que los alumnos mayores se encargaron de eso. Y para Lily, su forma de ser retraída, siempre la apartó de cualquier otro chico de su edad. Pero para cada alumno de Hogwarts fue más que evidente que Tom Riddle sentía debilidad por Lily.

Pese a esa sólida amistad, Tom y Lily no podían ser más diferentes:

Él era ególatra, orgulloso y ambicioso. Tenía una excesiva confianza en sí mismo y en lo que podía hacer, que se reflejaba en la forma déspota en la que trataba a aquellos que lo admiraban. Solía pavonearse por los pasillos de Hogwarts como si estos fuesen de su propiedad, con su séquito de Caballeros de Walpurgis que seguían al pie de la letra cada una de sus instrucciones.

Sus extremistas ideas sobre la limpieza de sangre llegaba hasta límites inimaginables. Como muchos otros magos que se consideraban a sí mismos de sangre pura por su noble linaje mágico (es decir, que no descendían de muggles), soñaba con un mundo en el que estos fuesen tan sólo exclavos de los magos y sus descendientes no tuviesen cabida en la Comunidad Mágica. Esa enfermiza idea sobre la limpieza de sangre y el terrible odio hacia los muggles estaban condicionados, por supuesto, por los atroces maltratos que recibió en el orfanato. Y... puesto queTom desconocía la identidad de su padre, creía sin ninguna duda, que este era un mago.

Sus orígenes y procedencia eran un secreto para la gran mayoría de aquellos que lo idolatraban. Solo una persona sabía que, tras el fin de cada año en Hogwarts, Tom volvía al humilde orfanato muggle que tanto detestaba.

Sólo había un lugar en el mundo que lo hacía sentir a salvo, su verdadero hogar. Y este era Hogwarts. Así que se pasaba los veranos encerrado junto a esos deplorables muggles, deseando con cada partícula de su ser que un nuevo curso comenzase. Aunque, había algo que alegraba los turbios días en aquella prisión y esas eran las cartas que recibía de su mejor amiga. Le encantaba leer todas las anécdotas que la muchacha le contaba sobre la taberna de su padre, las excursiones que hacía al pueblo o sus intrépidos avances con la Oclumancia.

Tom solía detestar incluso el aire que respiraba cuando estaba fuera de Hogwarts, pero la sonrisa de la más plena felicidad lo inundaba después de bajar del Expresso de Hogwarts y ver la atractiva cara de su mejor amiga.

Lo cierto era que Tom Riddle dejaba de ser un ganster cuando ella estaba presente. Se volvía amable y hablador. Un chico corriente y normal que sólo tenía ojos para una persona en particular.

Pero... él no era el único que cambiaba cuando estaba con su mejor amiga, ella también lo hacía. Se volvía más comunicativa y menos retraída de lo que solía ser. Y se dejaba cautivar por los sugerentes encantos de Tom Riddle.

La relación entre Alberforth y Lily siguió siendo complicada con el paso de los años, pues ella era el vivo retrato de su madre y eso hacía que él se culpase de cada uno de los errores que cometió en el pasado. Pronto se dieron cuenta de que eran mucho mejores conversadores a través de las cartas cuando ella estaba en el colegio.

Correr miles de aventuras con Tom Riddle fue divertido, pues no poseía la habilidad de relacionarse con nadie más. Le caían pésimo las chicas que se acercaban a ella solo por ser la sobrina de Abus Dumblendore, y más tarde, las que trataban de agradar al apuesto Tom Riddle.

Pronto el rumor sobre un posible romance entre ellos se expandió como la pólvora por cada rincón del colegio, pero ni Tom ni Lily se preocuparon al respecto. Ellos sabían el tipo de relación que tenían y no les interesaban la opinión de otros en aquel asunto.

Por supuesto, a Albus este rumor no le agradó y tan sólo se convirtió en una razón más para mantener vigilado a ese chico que le dio mala espina desde el primer día que fue a buscarlo al orfanato.

El jaleo característico de la posada inundaba los oídos de Lily mientras se preparaba frente al espejo. Sus largos cabellos se habían oscurecido con el paso de los años y sus rasgos agraciados, hasta haberla convertido en una hermosa joven que al final de año cumpliría los quince. Su complexión era normal, pero tenía más desarrollados los pechos que las chicas de su edad. Pese a eso, ella no mostró ningún interés en chicos, era como si aún se resistiese a aceptar que se había convertido en una bonita muchacha.

En aquellos días, tenía otras cosas en la cabeza. Debía seguir trabajando en proteger su mente de aquellos que osasen penetrarla, en especial de aquel que trataba de entrar en sus sueños continuamente, usando todo su poder del inframundo para romper el hechizo del patronus que Zeus había dejado a su alrededor.

Lily sabía que ese día estaba cerca, pues la luz del cuervo luminoso que solía velar por ella cada noche, era más débil cada vez.

–Debes aprender a cerrar tu mente en sueños – escuchó la voz de su hermano a su lado. Se giró para mirarle. El fantasma traslúcido que ya apenas veía apareció.

–¿Crees que no lo sé? – se quejó, molesta.

Esta será la última vez en la que nos veamos. Cada vez me cuesta más atravesar la puerta que conecta los dos lados. La están cerrando, Lily. Lo hacen porque temen que Nam-

Se detuvo en cuanto se percató de que había estado a punto de pronunciar ese nombre prohibido.

–¿Qué es lo que no me estás contando, Aurelius?

Es peligroso, Lily. Debes cerrar cualquier acceso a tu mente. No sabes quién puede estar escuchando...

Llevaba años estudiando el difícil arte de la Oclumancia, pero era muy difícil hacerlo sin un maestro, tan sólo por las directrices de un puñado de fantasmas. Pese a eso, sentía que cada vez estaba más cerca de conseguirlo, pues estaba teniendo ayuda de un poderoso mago al que la gran mayoría de la Comunidad Mágica temía.

Cerró los ojos para concentrarse y se centró en su respiración. Esa era la clave para que el cuerpo se conectase con la mente y se relajase por completo.

Su mente voló lejos, sin soltar su cuerpo, pues era primordial que no perdiese el control sobre él, ya que si lo hacía... cualquiera podría entrar en él y usarlo a su antojo. No necesitó buscar a esa persona durante mucho tiempo, pues ya sabía dónde estaba, donde había permanecido encerrada durante todos aquellos largos años.

Un sinfín de cuervos se precipitaron al vacío detrás de una espesa neblina en la que estaba oculta un gran castillo de piedra, en un remoto lugar de Austria, en las montañas, siendo custodiada por las más oscuras criaturas que existían en el mundo. Nurmengard, la cárcel de Gellert Grindelwald. Y sus carceleros eran los Dementores, unos seres sin alma propia que se alimentaban de la de los demás para poder seguir sobreviviendo en el mundo. Eran inmortales y no había magia en el mundo que pudiese derrotarlos. Aunque... el patronus conseguía hacerlos huir, ya que la luz era lo único que podía alejar a la oscuridad. Fueron creados muchísimo tiempo atrás, por una criatura malvada que una vez escapó de las profundidades del inframundo, un ser que durante mucho tiempo fue la mano derecha del príncipe Árgal.

Los cuervos atacaron a los que estaban de guardia esa tarde, sabiendo que aquel acto podría costarles la vida. Pronto los dementores se dejaron tentar por tan suculento manjar, pues incluso los animales poseen alma y hasta ellas pueden resultar un delicioso alimento para un dementor. Tan sólo uno de ellos tomó una dirección distinta y se introdujo por la estrecha ventana de una oscura celda. Bastó un solo aleteo para hacer que la persona que moraba en su interior sonriese y saliese de las sombras.

Su aspecto estaba muy desmejorado. No se había aseado en años y llevaba la misma ropa con la que fue encarcelado. Sus cabellos enmarañados habían crecido tanto que tapaban el que una vez fue el hermoso rostro de un muchacho de ojos claros. Y su barba era tan larga que se enredaba con su pelo. Su cuerpo estaba tan delgado que se le notaban todos los huesos y le faltaban algunos dientes en su dentadura.

Entornó los ojos y sonrió en cuanto vio al ave que lo miraba directamente a los ojos.

–Buenas tardes, Lily.

La saludó. Lo cierto era que ya sabía su nombre. Enfrentarse a ella mientras esta practicaba sus avances en la Oclumancia le ayudó a descubrir algunas cosas, como que eran familia, su cercanía con aquel que lo venció y al que aún amaba, la tosca relación con su padre y la profunda amistad que sentía por un niño llamado Tom Riddle.

–¿Estás preparada?

El cuervo asintió como si pudiese entenderle y Gellert no necesitó una varita para lanzar el hechizo con el que penetraría dentro de la mente de Lily. Aquella vez no funcionó como debería, no vio ninguna de las imágenes de su mente, tan sólo se topó con una pared de oscuridad donde moraba el más puro silencio, como si hubiese un gran muro entre él y la mente de esa maga.

–Has estado practicando, ¿no es así?

Una sonrisa ladeada se mostró pese a su abundante barba y se sintió satisfecho de que finalmente la alumna hubiese superado al maestro. Al principio no se mostró a favor de enseñarla, pero después de ver quién era, después de ver a Albus Dumblendore en su mente, lo reconsideró.

Podía ver similitudes entre Albus y esa chica, ambos se sentían atraídos por el chico malo.

–Bien hecho, Lily. Estoy orgulloso de ti.

El rugido de los dementores en el exterior consiguió alertarle. Parecía que los cuervos les habían dado esquinazo y pronto volverían a sus puestos.

–Ahora debes despertar.

Lily abrió los ojos después de ese trance, despertando en su habitación, a salvo y se fijó en su respiración, en lo acelerada que estaba. Siempre conseguía estar al borde del colapso después de acercarse a ese terrorífico lugar. Los dementores conseguían ponerla en ese estado, le aterraba terriblemente que la descubriesen y pudiesen volver a atacarla. Además, era una de las pocas personas que había visto el putrefacto rostro de un dementor y había vivido para contarlo.

Pero logró mantener a raya el miedo y volver a respirar con normalidad. Entonces sonrió a su reflejo en el espejo, al darse cuenta de que finalmente lo había conseguido: había logrado aislar su mente también en el lado en el que moraban los sueños.

Pensó en lo orgullosos que estarían Aurelius y su madre cuando les confesase que lo había logrado. Y después lo hizo en Tom.

Tom.

Necesitaba escribirle para darle las buenas noticias.

Corrió al escritorio y se sentó en él. Sacó un pergamino del cajón, agarró su pluma y abrió el tarro con la tinta. Entonces se dispuso a escribir la carta.

«Querido Tom,

Espero que estes bien y que te estés divirtiendo este verano, sobre todo espero que esos idiotas no te estén haciendo la vida imposible. En estos días no tengo demasiadas noticias sobre ti por parte de Frey o Black, pues les dije que dejaran de seguirte, como me pediste.

No te escribo porque esté enfadada por esa petición. Al contrario, lo entendí cuando me lo dijiste. Ya no eres un niño pequeño que necesite estar constantemente vigilado y yo no soy tu madre o tu hermana.

El motivo de mi carta es que lo he conseguido, Tom. Al fin he conseguido dominar la Oclumancia en el mundo de los sueños. Es una buena noticia, ¿no crees?

¿Cómo te está yendo el verano?

Estoy deseando que llegue el uno de septiembre para volver a verte.

Nos veremos pronto.

Tu amiga,

Lily Ariana Dumblendore.»

Dobló la carta y se la entregó a Black después de que este se hubiese posado en la mesa.

–Entrégasela – pidió en la lengua de los cuervos.

Black asintió y salió volando después de eso. Saltó por la ventana abierta y se perdió en el horizonte, mientras ella le observaba alejarse más y más.

Lo cierto era que estaba deseando regresar al colegio. Quería volver a perderse por aquellos pasillos llenos de estudiantes, incluso echaba de menos a Lestrange, Avery y a la dichosa Black. Pero... sobre todo... añoraba a su mejor amigo Tom Riddle.

No solía hablar con esos chicos en los que había pensado, pero conocer a Tom hizo que estos la considerasen como parte de aquella pandilla que habían formado. Era una más del grupo. Y pese a que este era más extenso, Tom sentía gran afinidad con Lestrange y Avery, a los que a veces les pedía sus opiniones sinceras sobre algunos temas. Y Black era una entrometida que siempre estaba revoloteando alrededor de los chicos, como una molesta luciérnaga que trataba de destacar.

Todos los integrantes de aquel club que Tom lideraba sabían que tenían que silenciar cualquier tema cuando Lily apareciese, pues así lo había ordenado. A la muchacha solía divertirle su actitud con frecuencia, pues podía leer la mente de la mayoría. Ella sabía sobre sus ideas y sus planes de agitador, pero no hacía nada por detenerlos, menos por participar en ellos. Prefería mantenerse al margen de todo aquello y esconderse en los más solitarios y recónditos lugares que encontraba. Adoraba el silencio.

No compartía las retrógadas ideas de Tom que casualmente se parecían demasiado a las de Salazar Slytherin, pero no hacía nada por persuadirlo en ninguno de sus disparatados planes. Quizás si hubiese detenido todo aquello a tiempo... muchas cosas se habrían evitado.


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