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Capítulo 14. Primer día


*Capítulo Nuevo*

Los alumnos de primer año, entre los que se encontraban Tom y Lily, estaban entusiasmados por empezar su primera clase. Algunos ya estaban leyendo sus manuales de Guía de Transformaciones para principiantes y otros disfrutaban del espectáculo en los cielos que otros alumnos de primer año daban sobre sus escobas en su primera clase de vuelo. y los había de los que miraban hacia la taza de té que tenían delante, tratando de entender qué era lo que tendrían que hacer con ella.

La puerta más cercana al escritorio de piedra del profesor se abrió y Albus Dumblendore apareció tras ella, haciendo que todos volviesen a sus lugares y se preparasen para su primera clase.

–Buenos días a todos. Como ya os dije ayer, soy el profesor Dumblendore y os daré clase de Transformaciones este curso. Os enseñaré los hechizos necesarios para que podáis transformar casi cualquier cosa en otra. Empezaremos por algo sencillo. Págica cinco, por favor.

Los alumnos abrieron sus pesados libros por la página indicada y se fijaron en lo que sería su primera lección. La transformación de un cáliz de plata a un hurón. Aprendieron todo lo que debían saber sobre el hechizo, como canalizar su magia a través de la varita y el giro exacto que debían hacer en el aire con ella para crearlo.

Después de la teoría llegó la práctica. Y el primero en hacerlo fue el profesor Dumblendore. Les enseñó como hacerlo de forma correcta y luego los niños imitaron su hechizo.

No fue una taréa fácil. Al terminar la clase, tan sólo Lily lo había conseguido y el profesor Dumblendore premió a la casa Slytherin con diez puntos.

A Tom no le gustó nada que el resto de sus compañeros se acercasen a Lily para darle la enhorabuena y que la elogiasen solo por ser la sobrina del profesor.

Se sentó a su lado en su siguiente clase, mientras los cabellos rizados de Tom se movían por el viento que causaron sus libros al ser depositados sobre la mesa.

–¿Por qué estás tan callado? – Preguntó al sacar un pergamino en el que tomar notas. Él se encogió de hombros, sin soltar prenda, pero olvidaba un pequeño detalle, ella podía penetrar en su mente. – Ya veo, también te has fijado en esos idiotas.

–No me leas la mente – se quejó. Ella no entendía su actitud, pues no le había molestado cuando se lo confesó, ni siquiera en la mañana. – Debería estar prohibido eso que haces, ¿sabes?

–Lo siento, no puedo evitarlo.

–¿No existe alguna forma de impedir que otra persona lea tu mente?

–Existe un conjuro. Pero debes ser un gran Oclumante para poder usarlo.

–No estoy enfadado contigo. Solo con esos idiotas que te idolatran sólo porque eres la sobrina del profesor Dumblendore.

–No me interesan sus elogios. Que reconozcan mis méritos y destacar en este mundo... no va mucho conmigo.

Tom sonrió al escuchar esa respuesta. En el fondo sabía que ella era de esa manera. Una chica reservada que adoraba los lugares poco concurridos y el silencio.

-¿Has leído algo sobre esta asignatura? Suena a aburrimiento total. Es como un libro de historia sobre los magos más importantes de la sociedad mágica.

–A mí me parece fascinante, además, el libro fue escrito por mi tía abuela. – Eso sorprendió a Tom que desconocía aquella información. – La tía de mi madre lo escribió. La vi en sus recuerdos.

–Creí que dijiste que tu madre murió al darte a luz.

–Sí, pero ya podía leer sus pensamientos cuando estaba en su vientre – eso fascinó al muchacho – además, su espíritu viene a visitarme a veces.

La clase de Historia de La Magia era impartida por la mismísima Bathilda Bashot, que parecía sentir gran predilección por Lily. La mujer estaba mayor y a veces se quedaba pensativa mirando a un punto, antes de volver a retomar la clase.

Lily no se dejó impresionar por la mujer, pues había visto en los recuerdos de su madre la forma tan tosca en la que siempre la trató, llegando a considerarla alguien inferior solo por no poseer magia. Ese tipo de personas que menospreciaba a otros solo por su procedencia creaba rechazo en ella.

La clase no fue tan aburrida como sentención Tom. Se enteraron de un montón de cosas sobre uno de los magos de la edad media: el gran Merlín, al que el mundo mágico tenía gran estima. Lo curioso del asunto fue que este antes de dedicarse a ser mentor de distintos reyes muggles, fue un malvado mago que un buen día decidió cambiar sus técnicas y volverse benevolente. Sin embargo, la profesora no habló sobre este cambio, se centró en los múltiples logros del mago en el mundo mágico. Aunque sí que habló de que estuvo en Hogwarts y que perteneció a la casa Slytherin, lo que enorgulleció a los alumnos de esta casa.

¿Qué hizo cambiar de idea a este gran mago? Eso era lo que Tom y Lily se preguntaron al terminar la case.

Después de eso, asistieron a clase Encantamientos, que fue de lo más divertida, mientras el profesor Flint, que era un hombre de cabello oscuro, delgado y muy alto, les enseñaba a hacer volar una pluma mientras pronunciaban un hechizo muy sencillo de levitación.

Fue sencillo, la mayoría de los alumnos lograron su cometido y eso puso muy contento al profesor.

–Mira, Lily. Es como cuando hechizaste al viento para que me trajese de vuelta. – Ella sonrió al ver a su mejor amigo tan entusiasmado. – Probablemente no necesite hechizar al viento para hacer esto, tan sólo hechizarme a mí.

–¿Crees que es fácil hechizarse a uno mismo? – preguntó un chico que no había sido invitado a unirse a aquella conversación. Los amigos se giraron a mirar a ese alumno de la casa Griffindor. Era un muchacho de cabello pelirrojo y ojos verdes, tenía el rostro cubierto de pecas y sonreía con malicia. – No tienes ni idea, Riddle. He oído que vives en un orfanato, así que es comprensible que desconozcas como funciona el mundo de la magia.

–Sé lo suficiente – contestó Tom, más que dispuesto a hacerse valer. No quería quedarse callado como había hecho durante toda su vida en el lugar del que provenía. En el colegio quería cambiar su suerte, ser un gran mago y ser incluso admirado.

–¿Por qué no te largas, Abbot? – se quejó Lily que parecía conocer a la perfección quién era ese chico. No lo hacía, en realidad, pero poder penetrar dentro de su mente facilitaba mucho las cosas. – Esto es una conversación privada.

–¡Wuau! Sujeta bien a tu perro de caza, Riddle.

Tom apretó los puños, molesto por como se estaba presentado aquella situación. Dio un paso hacia él y entonces el profesor miró hacia ellos.

–¿Va todo bien por aquí, muchachos?

–Todo va perfectamente, profesor. Tan sólo venía a saludar a Riddle y a su novia.

–Ella no es mi novia – se quejó él haciendo que el profesor le observase con atención.

–No estamos aquí para charlar, Abbot – contestó el profesor. – Esto es una clase. Cinco puntos menos para Griffindor.

Tom sonrió al darse cuenta de que habían restado puntos a su casa sólo por su osadía.

En aquel momento no lo sabía, pero Abbot había sentenciado su relación con Tom Riddle. La enemistad entre ellos no menguaría con el paso de los años, al contrario, el odio que sentían el uno por el otro llegarían hasta límites inimaginables.

–Ignóralo – susurró Lily de camino a su próxima aclase, mientras recorrían los pasillos del colegio. – ¿Qué importa lo que diga? Nosotros sabemos la verdad, Tom.

–Lo mataré si vuelve a llamarte perro.

Lily no contestó, tan sólo se limitó a seguir al resto de sus compañeros hacia los jardines del castillo donde daría lugar su primera clase de vuelo.

El profesor McKency ya estaba preparado junto a las escobas que usarían cada uno de ellos. Y Lily agradeció que en aquella ocasión tuviesen que compartir los cielos con los alumnos de Ravenclaw. Pues no quería que Abbot volviese a molestar a Tom, ya que este estaba dispuesto a usar la magia contra él y eso era algo peligroso. Podrían incluso expulsarle.

–Buenos días, muchachos. Bienvenidos a vuestra primera clase de vuelo. Soy el profesor McKency y os enseñaré el bello arte de volar sobre los cielos mediante una escoba. Como ya véis, todos tenéis una escoba a vuestro lado para comenzar la práctica. Debeis colocaros junto a ellas y llamarlas para que obedezcan. Así, extenderéis la mano en el aire, sobre ellas y pronunciaréis el conjuro para que ellas suban hasta vuestra mano.

–¿Y la varita? – se quejó Tom, sin entender aquella dinámica.

–No necesitaréis la varita en esta clase, señor Riddle.

–¿Y cómo haremos magia entonces? – añadió un alumno de Ravenclaw en aquella ocasión.

–Usaréis vuestra mano para canalizar vuestro poder. La varita tan sólo es un instrumento para lanzar hechizos, pero la magia está dentro de cada uno de vosotros.

Los alumnos se colocaron junto a las escobas y levantaron sus manos antes de pronunciar la palabra que el profesor les había indicado. La mayoría logró hechizarla y que esta saliese disparada hacia la mano de cada uno de ellos, pero otros, se resistían a dominarlo.

Tom lo hizo con seguridad y la escoba le obedeció en seguida. Lily tardó un poco más, pero tan sólo necesitó un pensamiento positivo que leyó en la mente de su amigo para creerse que podía hacerlo.

Volar sobre la escoba fue emocionante, aunque Tom tendía a escurrirse con facilidad al principio. Tardó un poco en dominarlo, y pronto se dio cuenta de que montar en escoba no era lo suyo. Lily, por el contrario, parecía haber nacido para ello, incluso hacía piruetas en el aire. Para ella era fácil, por supuesto, pues podía hechizar al viento.

Los elogios por parte de sus compañeros al terminar la clase llegaron y Tom se dio cuenta de que le molestaba que su amiga llamase la atención de los demás. Pero, no era porque quisiese destacar por encima de ella, sino porque no quería que prestase atención a nadie más.

–¡Has estado fantástica, Lily! – dio la enhorabuena ese chico estirado que se llamaba Lestrange.

Tom se fijó en la forma en la que él la miraba, parecía maravillado. Pero ella no estaba acostumbrada a los cumplidos y parecía bastante patosa, incluso sus mejillas se sonrojaron.

–Vamos – pidió haciendo que los demás pusiesen los ojos sobre él. – Ya es la hora de comer. Debemos darnos prisa o nos perderemos el almuerzo.

De al salón comedor, mientras recorrían los jardines en dirección al castillo, ese chico impresionable seguía elogiando a Lily.

–¿Habías montado antes? Parecías toda una profesional.

–Era mi primera vez – contestó ella.

–¿En serio? ¡No me lo creo!

–Es la verdad. – Se fijó entonces en su amigo, en la forma en la que seguía asesinando al muchacho y en sus malos pensamientos contra él.


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