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Papá, mamá, ¡ya está bien!

Levantarse y ver que la pastilla de jabón está partida en dos puede llevarte a muchas conclusiones pero, ¿a cuáles si tú vives sola? Entonces recuerdas que ayer papá y mamá vinieron de visita y decidieron quedarse a pasar la noche.

Llegas a la cocina y los ves a ambos tan felices, como si no hubiera pasado nada.

Les saludas con un "hola" y los miras fijamente esperando que alguno se delate por sí solo. Pero no sucede nada más que sonrisas, ¿cómplices?

De repente se te vienen muchas imágenes a la cabeza que quieres obviar y sacudes la cabeza fuertemente.

Mamá, que está con la mermelada entre manos se preocupa:

—¿Cariño, has pasado mala noche?

¿Mala noche? ¿Mala noche? ¡Me pregunta! Lo que daría yo ahora por regresar a esa noche llena de fantasía en la que saltaba entre nubes de colores.

Pero no. La mirada escrutadora de papá que intenta adivinar qué estoy pensando me ha hecho recordar que no puedo seguir fantaseando. Mamá y papá han venido de visita, sí, pero como siempre pretenden arreglarme la vida con sus frases de "¿y qué hay de ese chico...?" o "pues el hijo de mi amiga Carmen está muy solicitado, yo puedo pedirle preferencia".
¿Pero qué tiene de malo vivir sola? Si es por compañía no me falta, estoy llena de amigos... ¿Quieren descendencia? ¡Pues que se la pidan a mi hermano! A él siempre le han dado toda la libertad del mundo. Se cambió de carrera en el momento en que su profesora de equitación le dijo "vente conmigo", ¿le dijeron algo? No. Se pasó a otra religión por una chica que era diez años más joven que él, ¿lo cuestionaron en algún momento? No.  Se volvió a convertir a su antigua religión en el momento que otra chica, más joven que la anterior, se pasó por su camino, ¿y en algún momento le pusieron un pero? No.

Y, ¿por qué? No tengo la más remota idea, pero a mí siempre me pusieron las cosas más difíciles.

En el momento que conocí a un chico le hicieron pasar las pruebas de los juegos del hambre y una vez que llegó a meta me prohibieron acercarme a 100 metros de él. Vale, que luego resultó que era un malnacido que dio por zanjada nuestra relación con un morreo de otra delante de mis ojos, pero si fuera mi hermano dejarían que se fuera a vivir con él sin problemas.

Cuando encontré mi primer trabajo, a los 17, le pusieron mil trabas. Que si el camino era pedregoso, que si era muy tarde para regresar a casa sola, que si el agresivo perro de la vecina podía confundirme con un ladrón y me atacaba... ¿En serio? ¿Y qué ocurre con mi lindo hermano que hace de DJ y no llega a casa hasta las cinco de la mañana?

Cuando por fin cumplí la mayoría de edad y quise independizarme, hice planes con mis amigas y las cuatro cogimos un pisito en el que estábamos apretadas, pero en el que papá y mamá pasaban el fin de semana para comprobar que no me desmadrara.

En el momento en que surgió un empleo en otro país me largué sin decir nada hasta que ya llevaba una semana instalada. Entonces mi oreja quedó ardiendo de los gritos que pegaron durante un buen rato.
No, si te estás preguntando por qué no les colgué, creeme que las consecuencias de ese gesto serían tenerlos aquí al instante así que preferí aguantarme y no revelar mi destino en concreto.

Pasaron meses hasta que, después de que tenía a Chris y Paty hasta las narices de mandarme la correspondencia a casa, mis padres aparecieron con el último paquete en manos. Pensé en volver a cambiarme de piso una vez que ellos sabían mi escondite, pero este lugar estaba increíble y la mudanza cada vez abultaba más.

La tensión de ese momento, afortunadamente, se largó con un suspiró porque mis progenitores tenían que regresar por causa de una celebración.

Disfruté mucho ese año en el extranjero porque a papá y mamá les costaba desplazarse por una cosa u otra y yo salía cada noche, aprovechando todos los momentos que me había perdido en mi adolescencia.
Fue cuando conocí a Jacob. ¡Oh, Jacob! Tú me arrastraste sin pensar en si yo quería, realmente seguirte.

Jacob, como nadie antes, agradaba a mis padres. Él tenía ese aura de seductor que por supuesto a nadie deja indiferente y mis padres, ilusos mortales, cayeron como moscas. Yo tropecé con su piedra pero, curiosamente, nunca llegué a caer. Sin embargo esa sintonía que había creado con mis padres me mantenía a mí al margen y eso era lo que siempre había soñado, así que me dejé hacer castillos en el aire.

Fue cuando oí campanas, las campanas de mi inminente boda, cuando tuve que estamparme contra el suelo. Solo Jhon, mi hermano, me apoyó en la única decisión que yo creía posible y que mamá y papá maldijeron desde el primer momento en que la esbocé.

Esta vez viajé más lejos. Llegué a Tailandia y la simpleza y grandeza de todo me enamoró. Pero mis padres no cesaron en sus persecuciones y movieron sus hilos para que regresara a casa de nuevo. La abuela se moría.

Despedirla a ella fue lo más duro que tuve que soportar en mi vida, ella era la única que me entendía. Mi cómplice, mi todo se fue. Después de eso, solo el último deseo que ella me pidió me mantuvo en pie.

Ella quería que yo me quedara con su casita, esa en la que yo viví los momentos más felices de mi vida. Siempre me maravilló como la abuela los mantenía alejados. Cuando era pequeña y pasaba temporadas con la abuela, ésta lograba que papá y mamá no se aparecieran por ahí hasta el día acordado.

Cuando entré en su casa y respiré, lo hice de verdad, con esa sensación de cuando estás a salvo. ¡Hogar, dulce hogar!

Aquí, las reminiscencias de la abuela todavía quedan por las esquinas y por eso papá y mamá, más cerca de mí que nunca, no se pasean mucho por estos lares. Sin embargo ayer vinieron a ver como estoy.

¡Estoy feliz! Este pueblo me ha acogido con los brazos abiertos, aquí cuento con amigos que conocí en la infancia y con los que recuerdo muchos momentos y entre los que se encuentra mi primer amor. No, no era el del morreo delante mía, ese fue el primer chico que presenté a mis padres. Mi primer amor fue aquel que solo compartí con la abuela, ese del que hablaba con ella antes de acostarme y del que continuaba hablando una vez levantada.
El que me provocaba sonrojos y sonrisas tontas. Ese que tuve que dejar por volver a la realidad.

Él regresó y esta vez no habrá nada ni nadie que se interponga en el camino.

—Papá, mamá, ¡ya está bien! —me levanto de la mesa y los dejó pasmados, ya me dan igual, es la última vez que me guío por ellos.

Llegó el momento de vivir mi vida.

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