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Aquel era un jueves de verano bastante tranquilo, el clima era excelente y perfecto para hacer cualquier cosa en el exterior. Sin embargo, Arlette Hale había preferido quedarse encerrada en su habitación leyendo el nuevo libro que su padre le obsequió por su recién cumpleaños número quince.

Era un libro muggle, Cumbres Borrascosas. Su padre los conseguía aunque Arlette no estaba completamente segura de cómo ya que en realidad no se imaginaba a su padre entrando en una librería muggle. Aún así, le encantaban esos obsequios y no podía evitar gritar de la emoción cuando lo tenía en sus manos para enseguida correr a su habitación y leer todo el día. No sin antes darle un beso en la mejilla al hombre junto con un abrazo.

No logró separarse de su nueva adquisición durante toda la mañana y gran parte de la tarde hasta que su padre llamo a la puerta indicando que era momento de bajar a cenar.

Con pesadez y una gran intriga dejó su lectura en la parte más emocionante para dirigirse al comedor, donde sus padres la esperaban para comer sus alimentos. Arlette sabía que debía comer a prisa para regresar cuanto antes a su habitación pero no tan rápido o su madre la reprendería.

Janette y Stephen Hale se dirigieron una mirada divertida cuando vieron a su hija con cara de pocos amigos mientras tomaba asiento, ambos sabían lo mucho que la pequeña Hale amaba meterse en los libros, aunque, si no la detenían, la menor no probaría bocado alguno hasta quien sabe cuando.

Arlette tomó asiento y miró el platillo frente a ella sin muchas ganas, su mente no lograba dejar de pensar en el libro. Dio un pequeño bocado, disfrutando del agradable sabor de la comida preparada por su padre, él realmente cocinaba exquisito. Recién se daba cuenta de lo hambrienta que estaba y comenzó a disfrutar de la comida más tranquilamente.

—Las clases pronto darán inicio —dijo Stephen a mitad de la comida.

Arlette lo miró de reojo y comenzó a jugar con sus verduras mientras se movía incómoda en su asiento. Sus mejillas se calentaron y el hombre miró con el ceño fruncido a su hija.

—Debemos de ir a comprar tu material —habló Janette, mirando primero a su esposo y luego a su hija. Un tanto expectante, pues también noto la extraña actitud de su hija.

Arlette no despegó la mirada de su plato y llevó un bocado más a su boca para evitar hablar.

La pareja se miró con el ceño fruncido y miraron a su hija con preocupación, por lo general, a la chica le agradaba la idea de ir a hacer las compras para el colegio. Pero esta vez se comportaba bastante extraño, ni siquiera levantaba la vista del plato.

—¿Sucede algo, cariño? —preguntó su madre.

—Sabes que puedes decirnos lo que sea —esta vez habló su padre con preocupación.

—No es nada —habló temerosa Arlette, aún jugando con la comida sobre su plato y sin despegar la mirada— sólo son cosas mías. Supongo.

La pareja se miró de nuevo. Janette sonrió al entender la situación, conocía muy bien a su hija y estaba más o menos segura de lo que sucedía, pero Stephen no entendía lo que pasaba. Permaneció con el ceño fruncido y miró a su esposa quien ahora sonreía. Realmente no entendía nada.

—Es un chico, ¿cierto? —preguntó Janette.

Stephen casi se ahoga con su comida y las mejillas de Arlette se tornaron de un intenso tono rosa.

—¡Mamá! —le reprochó muy avergonzada mientras la miraba con enojo.

Stephen se aclaró la garganta.

—Mi niña es muy pequeña para andar pensando en chicos, de todas formas —miró a su hija con mucha seriedad— te prohibo tener novio hasta que cumplas cuarenta.

—¡Papá! —esta vez le reprochó a su padre— esto es muy incómodo. Y de todas formas, no hay ningún chico.

La pequeña Hale se sentía más que avergonzada por aquella situación. Pero su madre no dejaría de insistir hasta que le dijera aunque sea una sola cosa.

—Vamos, cariño. Tienes que contar todo —pidió su madre con un tono emoción.

—Mamá. No es ningún chico, de verdad —habló, pero no logró mirarla a los ojos— y por favor, no lo vuelvas a mencionar. Es muy extraño.

—De acuerdo —se rindió la mujer— pero si en algún momento quieres hablar de eso, siempre te escucharemos. Confía en nosotros, amor.

Arlette la miró avergonzada, pero aún así asintió.

—Lo entiendo —murmuró. Y trató de comer un poco más a prisa para huir antes de que las preguntas incómodas regresaran.

Aunque era cierto, era un chico lo que la ponía tan nerviosa. Un chico muy lindo llamado Regulus Black.

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