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Epílogo (Antonia)



El epílogo de Emilio sólo estará disponible en la versión editada de Amazon (así como el prefacio). Muchas gracias por llegar hasta acá. 

Posdata: En mi perfil está el enlace de mi canal de WhatsApp, porque eliminé el de Telegram. Únanse para enterarse de lo que sigue. 

***

Siempre he tenido altas expectativas acerca de mí, de cómo se supone que tengo que ser. Cada vez que miro a mi padre lo recuerdo.

—Puedes hacerlo si es lo que quieres —dice.

Que piense que tengo deseos de volver a ver a mi madre de alguna manera es como traicionar su dolor.

Pero no quiero decírselo.

—Amor, es tu madre y si eso te da un poco de tranquilidad, está bien.

Dejo el vaso del que iba a beberme un trago para mirarlo directamente a los ojos.

—No es eso —digo, segura de mí misma—. Escucha, a lo que me refiero es que estoy cansada de que me pregunten por ella. Quisiera que tuviera el valor de aparecer para aclarar los rumores de su «desaparición».

—Entonces la busco yo y se lo pido.

Ladeo la cabeza.

Para mi fortuna, no tengo que responder nada más, porque Carolina entra en la cocina. Todavía lleva el pijama puesto, lo que me hace recordar que vine a invadir su privacidad y que tengo que irme a preparar maletas.

Me levanto del banco y miro mi reloj.

—Ya me voy.

Mi papá enarca una ceja.

—¿Quieres que te llevemos? —pregunta Caro.

—No, de regreso tenemos que llegar al departamento de Emi para volver a empacar.

—Debe de estar cansadísimo. ¿Su hermano todavía le da problemas? —tercia mi padre.

—No tantos —e intento sonreír.

Nos despedimos cuando llega mi taxi.

Una vez que llego al aeropuerto, me permito pensar un poco en «su hermano» y en los problemas que no deja de darle. Pero siento que ya no importan tanto como lo hacían luego de que se enteraran de la verdad.

Espero hasta que lo veo salir por las puertas de desembarco. Mientras se acerca a mí, trato de apartar cualquier cosa negativa que haya creído.

Es como con Mimi. Cuando Emilio viaja a La Generala por cualquier cosa, siento que vuelve un poco menos él, como si le quitaran energías. Por mi cumpleaños me atreví a pedirle que volviera más pronto de lo acostumbrado, aunque suele quedarse tan solo un par de días.

Y a pesar de lo egoísta que me hace sentir hacerlo, a veces quisiera pedirle que me lleve consigo o se quede aquí conmigo para siempre.

Sus brazos me rodean y por la forma en la que hunde su nariz entre mi cabello, sé que en esta ocasión no ha sido diferente. Nos quedamos en silencio entre el gentío durante unos segundos, hasta que él me insta a caminar.

Le ayudo con el maletín para que pueda descansar los hombros.

—Tal vez deberías quedarte a descansar —digo, una vez que nos hemos montado en otro taxi.

Él cruza su brazo por encima de mis hombros y pega su boca en mi sien de nuevo.

—Si quieres viajar sola, me quedo. Pero si lo haces porque crees que estoy fatigado —sus ojos buscan los míos, trago saliva cuando se encuentran—... de lo único que quiero descansar es de tu ausencia.

Nos sonreímos.

No sé cuándo las cosas empezaron a ser así entre nosotros, pero reconozco la necesidad que hay en cada una de sus palabras.

—Okey —suspiro—, okey.

Cierro los ojos y dejo que me envuelva, mientras el automóvil avanza por la ciudad.

—Lina te envió un regalo por tu cumpleaños —dice.

En su departamento todo está en orden, salvo la maleta abierta sobre la cama. Emilio tiene una caja entre las manos y da un par de pasos hasta mí para entregármela. Es pequeña y rectangular, pero no pesada.

Me pone nerviosa el contenido, así que la abro con cautela.

—Qué cosa más bonita —jadeo.

Alzo la vista a Emilio, que también observa la pañoleta que he extraído. No tengo la menor idea de por qué, pero sé que es importante.

—La usó en su última presentación antes de retirarse.

Dejo la caja a un lado y me la coloco alrededor del cuello.

—Tengo que llamarla para agradecerle.

—Después.

Sus manos me atraen y cuando su boca busca la mía dejo a un lado el regalo, para sujetarme de su cuello.

—¿Está todo bien? —le pregunto, todavía cerca de sus labios.

Emilio se lleva mi mano al rostro y permanece con los párpados cerrados.

Lo escucho inhalar y exhalar con un ritmo lento.

—Ahora sí. —Todo su rostro emana deseo—. Nada pasó, amor, te amo y te extrañé demasiado.

—Es que pareces...

—Sólo me moría por estar contigo. De verdad.

Acaricio su mejilla con las yemas de mis dedos, y espero hasta que él se aparta. Permanece un rato así, hasta que el timbre de su teléfono lo hace abrir los ojos de golpe.

Con un gesto amargo en el rostro, se lo extrae del interior de la chaqueta que no se ha quitado.

—Voy a... —le señalo la maleta.

Él asiente y se pone el teléfono en el oído.

Al cabo de unos minutos, mientras sigo desempacando algunas de sus cosas, me abraza por la cintura y apoya su mentón en mi hombro.

Siento el calor de sus labios acariciar mi cuello.

—Todavía tengo que ir con Dani por el itinerario —susurro, cuando comienzo a sentir las pulsaciones en mi vientre bajo.

Aunque me lo diga a mí misma, sé que no voy a poder resistirme. O más bien no quiero.

—Que espere. Seré rápido.

Sonrío para mis adentros, succionando mi labio inferior.

Con toda la calma del mundo, me doy la vuelta y lo ayudo a desprenderse de la chaqueta. Sé que ese «seré rápido» es mentira, pero las únicas veces que no me da miedo mentir, es si necesito aparentar que no lo amo todo lo que lo hago, desde hace un tiempo ya.

Aun cuando no pensé que fuera posible. 

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