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Capítulo 9

Todas las catástrofes tienen algo en común, el final. Cuando el huracán ya ha tocado tierra, destrozando todo a su paso, viene la desconcertante calma. Eso mismo sucedió cuando tras unos días tormentosos, atravesé con total seguridad los pasillos, regalando sonrisas a los extraños, fingiendo no había sucedido nada. Al menos para el resto del instituto no había cambiado.

Por mi parte, estaba acabando conmigo reconocer que las reglas del juego estaban modificándose. No podía engañarme a mí misma, tenía miedo.

—¡Jena!

Fue inevitable inundarme de él cuando escuché mi nombre en sus labios. Sin poder evitarlo, sentí mi cuerpo tensarse. Cansada cerré los ojos alzando la cara al techo, reclamándole al que estuviera a cargo de este lío. Había evitado por todos los medios cruzarme con él, me negué a usar el camino que solía recorrer, me esforcé por olvidarlo, pero no sirvió de nada. Ahí estaba de nuevo el estúpido de Nicolás Cedeño para hacerme la vida miserable.

Confieso que por un instante tuve el patético impulso de esconderme, sin saber cómo enfrentar a mis sentimientos, pero lo descarté porque eso solo demostraría me afectó. Así que con el objetivo de disfrazar mi temor, frené a su primer llamado, permitiéndole me alcanzara.

Odié encontrarme con su mirada, ni siquiera fui capaz de sostenerla al tenerlo frente a mí. Eso no solía pasarme.

—Hola —lo saludé, indiferente.

Él en cambio no reprimió su sentir.

—Hola... —respondió cohibido.

Abrió la boca, pero nadie salió. Su mirada terminó en sus zapatos. Por inercia lo imité, comprobando lo diferente que éramos. Los suyos debió conseguirlos en un mercado y los míos valían más de lo que su padre ganaba en un mes. Deseé sentirme mejor con eso, pero la victoria nunca llegó.

No sé qué demonios me sucedía, había olvidado mi propio manual.

Quise marcharme, alejarme de su presencia que me hacía tanto daño, pero su murmullo me detuvo.

—Sobre lo del viernes... —comenzó regresando su vista a la mía.

La sola mención me paralizó, sobre todo cuando distinguí la sonrisita que se asomó en sus labios, no sé con qué intención. Haberle dado motivos para que se burlara de mí no me había dejado dormir.

—No pasó nada —me adelanté de un intento por salvar nuestra dignidad, frenándolo con un ademán.

Me hubiera gustado que mi voz sonara como una orden, no como una petición para que no lo contara, pero no pude evitarlo, de solo imaginar se corriera el chisme que el perdedor número uno me mandó al diablo quería morir. Eso acabaría con mi reputación. Prefería me pateara una vaca en la cara.

Nicolás se quedó con las palabras en la punta de la lengua, dejó escapar un suspiro estudiando mi serio semblante. No estaba jugando y supongo que él lo entendió porque tras un titubeo, que me preocupó, terminó asintiendo. Primero distraído, luego hasta dibujando una débil sonrisa. Volví a respirar. Si él mantenía su boca cerrada, estaría a salvo.

—Sí, no pasó nada —repitió igual de convencido.

Exacto. Ambos lucimos bastante satisfechos con esa conclusión, al menos durante los diez segundos que logramos sostener nuestras falsas sonrisas, pero el molesto silencio que se formó entre los dos protestó. Esto no sería nada fácil.

Siendo consciente que seguir ese teatro no tenía sentido me dispuse a despedirme, sin embargo, pronto recordé había olvidado algo importante. Era mejor no retrasarlo.

Percibí su curiosa mirada mientras rebuscaba algo en el fondo de mi bolso. La intriga se transformó en asombro cuando contempló lo que le entregué en sus propias manos. Alzó el mentón, preguntándome con sorpresa si no era una alucinación. Y aunque no había ningún error me vi en la necesidad de aclarárselo.

—Es un folleto que hice —le informé. Nicolás no podía creerlo, escuchándome, yo tampoco. Había una explicación, pero no la mencioné en voz alta.

Pensé que mientras más rápido avanzáramos podría librarme más pronto de él, esa era mi prioridad. En verdad quería que todo esto acabara de una buena vez.

Nicolás contempló la fotografía con una boba sonrisa.

—Te quedó genial, Jena.

No me gustó la manera en que pronunció mi nombre, como si fuéramos amigos, pero preferí guardármelo porque ni siquiera pareció notarlo.

—Tienes talento —añadió amigable, sonriéndome.

Me encogí de hombros, restándole importancia. No era nada del otro mundo, le dedicaba más horas al retoque de mis fotografías.

—Si lo apruebas puedo fotocopiarlo para empezar a repartirlos después del baile —propuse resignada a llegar al final. No podía rendirme ante el comité, no les daría el gusto de verme derrotada.

El rostro de Nicolás perdió la alegría.

—¿Baile? —titubeó.

—Sí, el baile de presentación, en el que participan todas las parejas —le recordé llevando las manos a la cintura, remarcando palabra a palabra. No podía salir ahora con que lo había olvidado. Nicolás pasó su mano por su cabello, despeinándolo. Sí, lo había hecho. Maldita sea. único que me faltaba—. Es en dos semanas —le avisé porque así se cayera el cielo él tenía que acompañarme. Si yo estaba soportando este castigo, él no podía limpiarse las manos.

—Soy un desastre con los eventos en público —se sinceró en complicidad, un poco tímido. Conté hasta diez para no perder mi poca paciencia. ¿Entonces para qué demonios se inscribió?—. ¿Tendremos que bailar juntos? —consultó.

No, qué va, contaríamos frijoles por eso se llamaba "Baile de presentación". Gracias al cielo, él mismo cayó en cuenta de lo tonta que fue su cuestión.

—Escucha, yo no tengo ningún problema si buscas al comité e intentas cambiarlo —planteé por si quería mantenerse lejos de mí. Yo se lo agradecería—, pero dudo mucho que accedan porque me odian —admití siendo realista.

Nicolás Cedeño era mi karma.

Él asintió estando de acuerdo con ese punto. Reflexionó en silencio, pero tal como era su costumbre, no tardó en recobrar el entusiasmo.

—Bueno, nada que un ensayo no arregle, ¿no? —mencionó esperanzado. Yo tenía una opinión completamente distinta, pero me mordí la lengua porque debatir con él significaba más tiempo a su lado.

—Podemos ensayar en mi casa —planteé cansada de su presencia. Nicolás se mostró receloso y tuve que tragarme mi orgullo herido para sonreírle como si me resultaran divertidas sus dudas—. Esta vez sin intenciones detrás —declaré para que bajara de una vez la guardia y dejara de hacerme sentir como una acosadora. Podía quedarse tranquilo, había quedado claro su mensaje. No era la clase de personas que mendigan afecto. Menos su afecto.

Nicolás lo pensó un segundo. Uno solo.

—Entonces en tu casa —aceptó al final más tranquilo.

—¿Te pasas el viernes? —cuestioné, sin ánimo.

Aunque estaba libre toda la semana, quería descansar de su cercanía. De ser por mí le hubiera dado fecha hasta el próximo año.

—No... —contestó, sorprendiéndome. Ladeé el rostro adelantando dificultades. No habíamos nacido para coincidir—. ¿Tendrás el jueves libre? —preguntó buscando un consenso—. O cualquier día que tú puedas.

Crucé mis brazos, analizándolo. Confieso que no había ningún evento marcado en mi calendario que me quitara el sueño, pero alargué su incertidumbre para castigarlo.

—El jueves será —cedí. De solo pensar en nuestro próximo encuentro se aceleraba mi pulso—. Y para que no tengamos sorpresas, aquí hay una lista de canciones que pensé podrían funcionar —añadí a la par liberaba una hoja de papel de mi libreta.

Había aprovechado para buscar algunas opciones.

—Vaya, parecen canciones de porristas —comentó tras leerlas, retomando camino a mi costado. Fruncí las cejas, porque aunque no había juicio en su voz me exasperaba no reaccionara como deseaba. Nicolás me sacaba de mi zona de confort.

—Exacto, por si no lo sabías, encabezo el grupo del instituto —añadí un dato de conocimiento público. Él no se mostró impresionado—. ¿Algún problema? —lo cuestioné directa.

—No, no —respondí enseguida, alzando las manos en señal de paz—. Es solo que pienso que todos deben esperar uses una de esas canciones —apunté.

—Claro, porque son grandiosas —resumí.

—¿Por qué no juegas con el factor sorpresa? —propuso. Contraje el rostro sin entenderlo—. Es decir, tú y yo somos inimaginables, démosles algo igual —expuso su plan. Con un ademán le di permiso de seguir adelante—. Por ejemplo, tengo unos discos...

Se acabó mi generosidad. Dejó de interesarme lo que tuviera que decir. Negué agitando mi melena oscura. No, siempre no.

—Olvídalo, no podré música de abuelos en mi presentación —declaré sin ponerlo a debate.

Nicolás escondió una sonrisita ante el comentario.

—Se llaman "clásicos" —me corrigió queriendo hacerse el sabio. Saqué la lengua asqueada, que les dijera como se le pegara la gana—, y han perdurado por una razón.

—Por tipos con alma de coleccionistas que gustan de acumular cosas —resumí simple—. Incapaces de darle vuelta al pasado. No te ofendas —remarqué, aunque en el fondo me importaba un bledo si lo hacía—, pero he trabajado muy duro para llegar aquí. No echaré todo a la basura experimentando.

Nicolás estudió sereno mis argumentos.

—¿Por qué le tienes tanto miedo al cambio? —cuestioné extrañado.

La simple insinuación puso mi sangre a hervir. Ese chico acababa de pronunciar la frase prohibida.

—Yo no le tengo miedo a nada —aseguré.

—Entonces dales una oportunidad —me animó—. Si condenas algo sin antes conocerlo entonces te estás perdiendo de la posibilidad de que te guste —me sermoneó. Rodeé los ojos fastidiada de su discurso. Resistí un bostezo.

—O de odiarlos —terminé. Él era el mejor ejemplo, cada que lo veía quería arrojarlo al vacío. Él pareció entender la indirecta, pero no bajó la mirada, el muy sinvergüenza solo sonrió.

—Eso no lo sabrás hasta que te arriesgues. ¿Hagamos algo, que te parece si te pasas el viernes por mi casa? —propuso de pronto.

—¿En tu casa? —repetí desconfiada.

No pensaba meterme sola en un lugar extraño, no me fiaba de esa carita inocente.

—Sin intenciones detrás —rememoró mis propias palabras. Eché la mirada a un costado avergonzada —. Pásate después de las cinco, así ya estará mi tío, mi papá y mi hermana —añadió para que estuviera tranquila—. ¿Tenemos un trato?

Dudé, recelosa. Para ser honesta no se trataba de su casa lo que me ponía en jaque, sino él, cual fuera el escenario. No sabía cómo explicarlo, pero cada que coincidíamos mi cerebro encendía las alarmas de peligro y barajeaba frente a mí una lista de razones para negarme, pero incluso en contra de la lógica, no obedecí a mi instinto de supervivencia. Yo no le tenía miedo a nadie, solo a mí misma.

—Trato hecho.

Nicolás sonrió, contento por llegar a un acuerdo. Se despidió con un ademán después de conseguir lo que deseaba. Ni siquiera tuve tiempo de quejarme, apenas me di la vuelta visualicé a Camila a unos metros, luchando por alcanzarme.

—¿Jena, estás bien?

Entendí a qué se refería cuando su mirada se enfocó en Nicolás. Preferí ahorrarme detalles al notar una chispa de preocupación en sus ojos claros. No por mí, sino ante el miedo de perderse una novedad.

—Sí, sí, solo estoy cansada —me excusé—. He tenido una semana de locos.

—Lo imagino, soportar a ese tal Nicolás debe ser una odisea —se burló animada mirándolo a lo lejos. Asentí en silencio porque aunque era justo lo que pensaba no sé por qué no fui capaz de pronunciarlo en voz alta—. Sabes que es lo que necesitas.... Una fiesta. Invité a todo el equipo de fútbol —mencionó con cierta picardía. Me mantuve indiferente, no quería lidiar con más tipos por un buen tiempo—. Claro, menos al idiota de Ulises —me aclaró—. Mis padres no estarán, así que usaremos la piscina. Será la mejor noche del mundo —mencionó emocionada, describiéndolo como un paraíso.

—Suena bien —reconocí sin mucho ánimo, solo para no quedarme callada cuando ella estaba que saltaba en un pie—. ¿Cuándo es? —curioseé. Tal vez sí necesitaba un pequeño descanso.

—El viernes.

Lo primero que me asaltó fue el compromiso que había pactado con Nicolás. Maldije a mis adentros, no por la coincidencia, sino ante mi falta de valor para descartarlo de inmediato. Nunca me negaba a una noche de olvido, sin embargo, aunque no estaba cometiendo ningún crimen cancelándole, una punzada de culpa me atravesó.

Quise oír esa voz que me recitaba que sería una manera de cobrarle su desplante, que necesitaba tiempo para mí, que Nicolás ocupaba mi último lugar en mi lista de prioridades. Sin embargo, no apareció.

—No puedo —respondí, sorprendiéndome a mí misma. Mi cabeza quiso azotarse contra la pared, mi corazón no se arrepintió—. Tengo planes esta noche.

—¿Qué planes? —curioseó sin reconocerme.

Descarté la verdad. Jamás admitiría en voz alta que había quedado con Nicolás Cedeño. No solo porque me convertiría en la burla del colegio, sino que comenzarían los rumores de que el fracasado del siglo había logrado encandilarme. Y no había nada más lejos de la realidad.

—Mi padre... —improvisé ante su mirada expectante, sacándome una excusa de la manga. Orgullosa armé una sonrisa—. Ya sabes, acaba de regresar de su viaje y llevo tantos días sin verlo que quiero pasar con él todo el tiempo posible —inventé a sabiendas conocía mi adoración por él—. Además, prometió llevarme a mi restaurante favorito y después al mirador —presumí, dándole el punto perfecto a mi mentira.

Camila ni siquiera dudó.

—Lo entiendo, de todos modos me da pena —mencionó con un mohín—. ¿Qué es una fiesta sin Jena? Pero entiendo, es tu papá. Recuerda tomar buenas fotografías, será la primera en compartirlas —prometió dándome un codazo cómplice—. Espero te diviertas.

—Eso haré —respondí confiada.

Mentía, dentro de mísolo estaba deseando no arrepentirme porque no podía arrancarme esa horriblecorazonada que me susurraba lo haría. Después de todo, ¿cómo no temer si estabainvolucrado Nicolás Cedeño? No importaban mis esfuerzos, con él las cosasnunca, nunca, salían como se planeaban.

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