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Capítulo 16

Alarmada eché la cara a un costado encontrándome con la mirada avispada de Camila. En un reflejo llevé mis manos al pecho de Nicolás y le bastó un ligero empujón para apartarse. Libre de su peso me sentí atontada y estúpida. Estúpida era poco. ¡Estuve a punto de besar a Nicolás! Tal vez sí había bebido más de la cuenta.

Y como si no pudiera sentirme peor Camila tuvo que empeorarlo.

—Si se traían tantas ganas podrían haber usado una habitación —bromeó maliciosa.

Fruncí las cejas indignada por su comentario. Nicolás me ofreció su mano para ayudarme a levantarme, la acepté aunque ni siquiera fui capaz de verlo a la cara. Me arrepentí al instante de ceder a su ofrecimiento cuando el contacto de sus dedos despertó una corriente extraña que me recorrió de punta a punta. Respiré hondo, no sé qué demonios estaba pasándome con él.

Intentando disimular, alcé el mentón con total propiedad antes de retar con una mirada a Camila, obligándole a quitar esa sonrisa.

—Tú y yo vamos a hablar —le ordené.

No era una pregunta, esa noche no me marcharía hasta frenar los cuentos de su loca cabeza. Debía evitar nos convirtieran en el titular del lunes por la mañana.

Dejándola atrás me abrí paso al interior de la casa, ignorando algunos saludos inoportunos de un par de borrachos llegué a la cocina. Comprobé era perfecto para poner las cartas sobre la mesa, no había ni un solo testigo.

Camila, unos paso detrás, me alcanzó antes pudiera ordenar mis ideas. Abrí la boca para comenzar mi defensa, pero no logré armar una oración porque en ella había algo que me superaba, seguridad.

—Ahora lo entiendo todo... —comenzó. Cruzó los brazos sobre la barra sonriendo con una pizca de burla. No me gustaba su tono—. Ya se me hacía extraño... Todas esas advertencias no era otra cosa que celos.

—De qué demonios estás hablando —escupí.

—Querías a Nicolás solo para ti —me acusó.

Por un instante me quedé en blanco. No. No. No. Que lo pronunciara con tal convicción desestabilizó mis nervios porque aunque ni razón se horrorizó mi corazón no pudo soltar una tajante negativa.

—Lo único que busco es que no lo hagas perder el tiempo que debe dedicar por completo al Reinado —defendí.

Ella soltó una carcajada que enrojeció mi rostro.

—Por Dios, hasta cuándo vas a seguir usando esa excusa. El reinado, el reinado, el reinado —me imitó modosa. Tuve la impresión que mis ojos escaparían de mis cuencas, ¿cómo se atrevía a hablarme así?—. Ese concurso, a este punto, te vale un comino.

Pude decirle que estaba loca, que el Reinado era lo único que me unía a Nicolás, pude mentirle, pero no lo hice.

—No me interesa discutir lo que tu cabeza se inventó. Cree lo que se te pega la gana —zanjé, dando por terminado el interrogatorio, deseosa de escapar de su mirada enjuiciadora. No intentaría convencerla, porque ni siquiera sabía si podría hacerlo conmigo misma.

—Ideas mía —se burló cuando le di la espalda. No salí corriendo, no era una cobarde—. Está bien, ya que son "ideas mías", defiéndete de ti misma —me animó, intrigándome. Giré sobre mis talones, noté como liberó su celular de uno de los bolsillo de su ajustado pantalón. Abrí la boca para preguntarle a qué estaba jugando, pero no hubo necesidad, tras unos segundos de búsqueda Camila me dio la oportunidad de encontrar la respuesta colocando el aparato en la mesa para que pudiera verlo con mis propios ojos.

Había algo en su mirada que adelantó el desastre.

Desconfiada me asomé a la pantalla, mi corazón se paralizó al reconocerme en la imagen. Entendí por qué no le mentí. Era imposible.

—Así que ahora tu papá te cita en la casa de Nicolás —murmuró victoriosa.

No tuve que hacer un gran esfuerzo para entender. Era la misma noche que inventé estaría con mi padre para ocultar me reuniría en casa de Nicolás. La fotografía sonriendo mientras bailábamos en su fiesta de cumpleaños hablaba por sí sola. Su mano en mi cintura, mi mirada, nuestra risa. Todo era una prueba en mi contra.

—¿En qué parte del reglamento te obligaron a sonreírle como novia enamorada? —inició ante mi silencio—, porque déjame decirte que cualquiera pensaría te nació de la nada. Eres una gran actriz —dramatizó, aplaudiendo. No fue hasta que noté el brillo de satisfacción en su mirada que descubrí lo mucho que disfrutaba haberme dejado callada.

—¿De dónde la sacaste? —la cuestioné.

Camila, se encogió de hombros, indiferente.

—En todos lados hay cámaras, Jena, tú mejor que nadie debes saberlo —me recordó astuta, agitando su cabello.

Cuántas veces había usado una para destruir a otros y ahora el juego se volteaba en mi contra.

En silencio contemplé mi sonrisa, tan genuina que no había podido retenerla solo para mí. Esa noche cometí un error, olvidé que era Jena Abreu, me dejé guiar por el corazón.

—Estás enamorada de él.

Un impacto que caló hondo. Esas cuatro palabras erizaron mi piel.

—Eso no es verdad —la contradije, pero había duda en mi voz. Duda.

—Jena, te conozco bien. Nicolás no es otra de tus conquistas fugaces, ni un juego para aumentar tu ego, aquí hay algo más —concluyó como si fuera dueña de la verdad. ¿Qué podía saber ella de mis sentimientos si sus conclusiones solo se basaban en habladurías?—. Estás enamorada de Nicolás Cedeño —repitió convencida.

—Eso no es verdad —insistí mirándola a los ojos, endureciendo la mandíbula, harta de sus tonterías—. La gente se enamora de mí, quiere estar conmigo, yo no de ellos —declaré sintiéndome acorralada. Otros me entregaban su corazón, yo no lo ponía en bandeja de plata para que lo hicieran pedazos.

—Pues mejor para ti, porque no quiero imaginar lo que diría el mundo si descubrieran que Jena Abreu, que siempre se ha jactado de ser inconquistable, cayó ante los encantos del "pirata del B" —añadió jovial, cubriendo con la palma su ojo izquierdo.

—No lo llames así —le exigí, golpeando la barra.

—¿Lo ves? ¿Qué otra prueba quieres? Ahora hasta quieres cuidarlo —se mofó, llevando sus manos al pecho, haciendo un ridículo mohín. Mi respiración de descompensó a causa de la oleada del coraje que quiso devorarme mar adentro.

—Que me parezca un apodo estúpido es simple sentido común —argumentó para que dejara de buscarle tres pies al gato.

—Sí, como tú digas.

—En todo caso, ¿tú por qué te escandalizas? —contrataqué harta de su doble moral—. ¿No es lo que estás intentando? Conquistar a Nicolás Cedeño para después presumirlo al mundo como si fuera tu juguete nuevo —le refresqué la memoria. Camila disimuló mal el puchero, no le gustaba escuchar la verdad. A nadie. Sonreí satisfecha—. No vaya a ser que en lugar de sorpresa sea la envidia lo que te hace hablar —dramaticé con falsa inocencia—. Acéptalo, Nicolás no va a enredarse contigo así te pongas un moño en la cabeza.

—Pareces estar muy segura —se ofendió.

Me encogí de hombros, vanagloriándome de haber derribado su fortaleza.

Eso la puso mejor.

—Tal vez —concedí, estudiando mis pulcras uñas.

—Bien, sí, quiero a Nicolás porque es la persona del momento —reconoció de mala gana—. A su lado gano la atención del resto, todo mundo hablaría de mí, pero dime qué obtienes tú, Jena —me retó—. Tú que siempre te la pasas diciendo no necesitas a nadie. Qué te uniría a una persona como él.

—El Reinado. Maldita sea. La única razón por la que soporto a Nicolás es por el Reinado —remarqué para que se lo grabara en la cabeza de una vez por toda, perdiendo la paciencia. No me sacaría más—. He luchado durante años por esa corona, voy a ganarla al precio que sea.

—Aunque eso implica liarte con Nicolás Cedeño —asumió.

—No al grado de perder mi dignidad.

—Claro, Jena. Primero usarás lo del Reinado para estar con él todo el tiempo. Después las actividades del comité los obligarán a estar juntos, luego por una coincidencia de la vida acabarán en la misma universidad y cuando menos pienses estarás casada con el perdedor del instituto —fatalizó, llevándome el límite.

Empuñé las manos resistiendo las ganas de acomodarle de un golpe su cerebro.

—Para empezar nunca voy a casarme —defendí. Mi desastre empezó el día que mis padres tuvieron la maravillosa idea de ser esposos, no cometería el mismo error—. Menos con un tipo como Nicolás.

—Un tipo como él... —dudó, incentivándome a hablar.

A veces pensaba que habían creado el diccionario para poder describir a Nicolás Cedeño, otras tenía la impresión faltaban palabras. Él era todo y nada, pero podía resumirse como el causante de mi derrota. Ya la sentía pisándome los talones, en un desesperado intento me lancé al vacío.

—Para empezar no tenemos nada en común —dicté lo evidente—. Nicolás es todo lo que odio, puro sentimentalismo que te vuelve débil. Camila, a mí el dolor me hizo más fuerte —aseguré orgullosa de las cicatrices—. Entiende, me rodeo de gente que me hace brilla —destaqué. Esos que me hacen más grandes a los ojos del resto, los que combinan con mi apellido, los que remarcan mi poder—, no de los que me convierta en un chisme barato de pasillo.

No de los que hallan tu punto vulnerable y luego pueden usarlo en tu contra.

Sin embargo, Camila ya no estaba prestándome atención. Sus ojos verdosos estaban fijos en algo a mi espalda, o mejor dicho en alguien. Confundida giré, buscando al causante de su desconcierto. Un agujero negro se formó en mi estómago al dar con el curioso que nos había escuchado. Había dolor en su mirada. Nicolás.


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