Extra 2
Bajo el cuidado de tía Mara
Fabiola se paseaba por la cocina de su casa, con el teléfono apoyado en su oreja y la histeria apunto de manifestarse.
—¿Cómo que no puedes cuidar a Mariana esta noche, Luca? ¡Nos lo prometiste a Ángelo y a mí!
—Discúlpame, Fabiola —se lamentó Luca desde el otro lado de la línea—. Sé que te prometí hacerlo pero el que organiza la función de orquestas está demorado. Llegaré a tu casa cerca de las once y media, ¿te parece?
—¿Y mientras tanto qué? ¡Ni se te ocurra mencionar que la dejemos sola! Apenas tiene ocho años, no es seguro para una niña de esa edad.
—Yo... ¿Sabes qué? Tú relájate, te enviaré un reemplazo enseguida.
—No quiero que me envíes a un cualquiera a cuidar de mi única hija, Mancini. Estás advertido.
Del otro lado, Luca rió.
—No voy a dejar a un cualquiera entrar a tu casa. Mara irá en mi lugar, hace tiempo que no ve a su sobrina.
—Bueno, si es ella sí. Confío más en Mara que en ti. Nos vemos.
Ni bien cortó la llamada, su esposo apareció sonriente en la cocina. Vistiendo un elegante traje de las más finas costuras, e intentando anudar su nueva corbata a rayas.
—¿Qué pasó, Fabiola?
—Tu primo canceló de último momento. Mara vendrá en su lugar.
—¿Estás segura de dejarla a cargo? —inquirió Ángelo con una mueca—. No es que no confíe en ella, por algo es la tía favorita de Mariana. Pero es su primera vez solas. Ya sabes que suele ser algo... liberal con lo que respecta a las órdenes.
—Eso no importa. Mara es una abogada madura, responsable y tranquila. Nada malo le pasará a nuestra pequeña.
(...)
—¡¿Dónde está la mocosa que tengo que cuidar?!
—¡Tía Mara! —la pequeña niña rubia corrió emocionada hacia la puerta de entrada, donde su tía permanecía.
Mariana, quien en los últimos años había desarrollado un amor hacia las pinturas, le dio una hoja de papel con muchos colores salpicados en ella.
—Es para ti, tía —mencionó la niña, orgullosa al ver su obra de arte terminada—. ¿Te gusta?
—¿Gustarme? ¡Me encanta! —elevó a su sobrina por los aires mientras esta reía en respuesta—. ¡Ay! Nuestra Mariana es tan talentosa. ¿Sabés? Tengo un buen amigo en Buenos Aires que casualmente es dueño de una galería de arte muy concurrida. Si me prometés esforzarte con tus obras, tal vez en un futuro seas la pintora de tus sueños.
Los ojos de la niña se iluminaron de sobremanera. Ese gesto le recordaba un poco a la tierna expresión de Luca cuando lo llevaba a comer asado.
—¿De verdad? —cuando Mara asintió, la niña no pudo evitar dar un gritito de felicidad—. ¡Mami! ¿Escuchaste eso? Cuando sea grande voy a ser una famosa artista.
Lejos de demostrar siquiera un poco de apoyo a su única hija, Fabiola se rió de ella mientras daba unos últimos toques a su maquillaje oscuro.
—Tú, hija mía, vas a ser una mujer de negocios como tus padres. Ahora hazme un favor y ve a bañarte que estás llena de acrílico.
Sin rechistar, Mariana hizo caso a su mamá aunque con una mirada de decepción.
Mara, sin estar ajena a todo esto, decidió soltar la lengua con total confianza.
—Sé que no te va a gustar que te diga esto, Fabiola, pero de vez en cuando deberían apoyar más los deseos de Mariana.
La oriunda de Italia parpadeó un par de veces, mas no se atrevió a formular una respuesta apropiada.
Sabía que, si empezaba a discutir con Mara sobre el futuro de su hija, no se iría nunca más de la casa y se perdería la fiesta de empresarios a las que los habían invitado.
Solo se limitó a decir «su hora de dormir es a las nueve» y se marchó con su marido una vez agradecieron por quedarse.
Mara fue hasta la habitación de su sobrina al ver que estaba tardando más de lo habitual. La encontró sobre su cama, con el cabello a medio secar, unas lágrimas acumuladas en las cuencas de sus ojos, y los óleos desperdigados por el suelo.
—¿Mariana?
—Mis papás no creen en mí, tía —esas palabras atravesaron el alma de la chica; sabía perfectamente cómo se sentía—. Tal vez tienen razón, no debería perseguir algo que es imposible.
—Nada es imposible, pequeña garrapata chupasangre —un apodo extraño pero que la niña adoraba por salirse del habitual «princesa»—. Vos sos la única que puede hacer realidad o no tus sueños. Tus manos siempre están llenas de acuarelas, y tu mente desborda de creatividad. Los demás pueden irse al carajo.
—No digas palabras feas, tía.
—El punto es que abandonar tus sueños es como abandonarse a uno mismo. Si no sabemos a dónde queremos ir, estaremos tan perdidos como un marino sin su brújula.
—Entonces, ¿debería seguir pintando?
Mara asintió.
—Claro que deberías. Siempre y cuando te haga feliz, los demás son lo de menos.
—Sí, supongo. Gracias, tía.
—Todo por mi sobrina favorita. Me diste un precioso dibujo hace un rato, ¿te gustaría pintar un mural?
—¿Qué es eso?
—Una pintura en la pared —respondió Mara con simpleza.
—Mamá no me deja pintar las paredes.
Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de la mayor.
—Entonces con más razón hay que pintarlo en su habitación.
(...)
—¡Quedó muy lindo! Nunca había hecho un mural, usé demasiada pintura.
Satisfechas por su arduo trabajo de dos horas, tía y sobrina se recostaron en la cama de la última, observando las estrellas luminosas pegadas al cielorraso.
—Mariana.
—Mmm.
—Sos una nena llena de talento, y no lo digo por ser parte de tu familia. Sé que esperás que tus papás te apoyen y que sostengan tus esperanzas, pero no siempre tenemos lo que deseamos. ¿Sabés de qué hablo?
—¿De tu mamá? —Mara asintió—. Me dijiste que ella nunca quiso que fueses escritora y que te decía cosas feas.
—Así fue. Pero, ¿cómo estoy ahora?
—Eres la mejor escritora del mundo —admitió Mariana—. Por eso tengo todos tus libros en mi biblioteca, tía. Me gusta lo que escribes porque... Porque siento que va dirigido a mí.
Mara sonrió, envolviendo a la niña en un abrazo.
—Van dirigidos a vos y a todas las personas en el mundo con sueños por cumplir.
Escuchó a su sobrina bostezar, y la tapó con las frazadas para mantener el calor entre ambas.
—Tus papás no lo ven ahora, pero solo es cuestión de tiempo para que se den cuenta del talento innato que llevas dentro. Ahora a dormir, tu hora límite pasó hace cuarenta minutos.
—Buenas noches, tía Mara.
—Buenas noches, linda.
Al rato, Mariana ya estaba dormida. Mara salió de su cama para asegurarse de que las puertas y ventanas estuviesen bien aseguradas.
Oyó un sonido de llaves en la puerta principal.
Luca había llegado como prometió, con enormes ojeras que lo asemejaban a un mapache.
Como acto reflejo, abrazó a Mara por la cintura y se recostó en su hombro.
—Trabajaste duro hoy, como siempre —susurró la chica sin quitar su sonrisa por el tacto—. Vamos, a tu sobrina no le gusta dormir sola.
(...)
Cerca de la una de la madrugada, los dueños de la casa arribaron.
Ambos estaban cansados, lo único que deseaban era echarse en su cama y dormir hasta las doce del día siguiente.
Encontraron la puerta de su pequeña entreabierta, por lo que decidieron echar un vistazo a su interior.
La escena con la que se toparon fue de lo más conmovedora.
La pequeña Mariana, ya en su quinto sueño, estaba en medio de sus tíos. Estos la abrazaban en posición de bichos bolita.
Mientras Fabiola sacaba su celular para tomar una foto del momento, su esposo entró a su habitación matrimonial llevándose una sorpresa sobre la pared.
Llamó a su esposa quien, al captar las palabras «pintura y pared», casi se tropieza por correr en tacones.
Sin embargo, su reacción fue una completamente diferente a la de estar furiosa porque su blanca pared ya no era tan blanca.
En cambio, unas traicioneras lágrimas esperaron de sus ojos cuando apreció a su hija, pintada como una artista manchada en acuarelas y sujetando un pincel en alto.
Junto a ella, en español e italiano, la inconfundible letra de Mara enseñaba la frase que cambiaría la perspectiva de ambos sobre los deseos de su Mariana.
«No existe regalo más hermoso para un hijo que el apoyo incondicional de sus padres. Alimentar sus esperanzas es ayudar a realizar sus sueños»
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