Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝐂. 𝐎𝟏

𝘔𝘢𝘯𝘤𝘩𝘦́ 𝘮𝘪 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘧𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳𝘵𝘦

𝘗𝘦𝘯𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘢𝘯𝘰

𝘛𝘶́ 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘪́𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦

𝘠 𝘺𝘰 𝘦𝘯 𝘶𝘳𝘨𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘷𝘦𝘳𝘢𝘯𝘰

𝘠 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘶 𝘤𝘶𝘭𝘱𝘢 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘧𝘪́𝘰 𝘯𝘪 𝘥𝘦𝘭 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰

𝘔𝘦 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘦́𝘳𝘪𝘵𝘰, 𝘮𝘪 𝘦́𝘹𝘪𝘵𝘰

𝘘𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘴𝘰𝘺, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦𝘳𝘦𝘻𝘤𝘰,

 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘨𝘢𝘯𝘰, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘪𝘦𝘳𝘥𝘰

𝘓𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘰, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘦𝘯𝘥𝘰, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰

L𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 

𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘢𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘦𝘯𝘵𝘪𝘦𝘳𝘳𝘰


𝘏𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘪𝘯𝘴𝘶𝘭𝘵𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘮𝘦 𝘮𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪́𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘯 𝘵𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰

𝘌𝘴𝘦 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘤𝘰 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘦𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰.


Nos conocimos en 2016, en una época de nuestras vidas en la que éramos dos almas perdidas en el mar de la juventud, buscando algo, pero sin saber exactamente qué. Aún no éramos quienes llegamos a ser, estábamos en el proceso de formarnos sin que lo supiéramos, con la sensación de que todo estaba en constante cambio, como si estuviéramos construyéndonos sin manual de instrucciones. Yo tenía un carácter algo extraño, lleno de inseguridades, pero también de una energía inagotable que me impulsaba hacia adelante, incluso cuando no sabía bien hacia dónde. Él, por su parte, tenía una mente aguda y un sentido del humor que no podía evitar brillar incluso en los momentos más oscuros. Recuerdo cómo me cautivó su capacidad para ver la vida con una mirada irónica, esa combinación de sensibilidad y humor que tan bien se complementaban. Era como si nuestras almas estuvieran destinadas a encontrarse en ese momento, cuando los dos buscábamos algo sin saber qué era, y algo en nosotros comenzó a encajar.

Recuerdo las primeras veces que hablamos. No fue nada especial en apariencia, pero en el fondo se tejió una conexión instantánea. Desde el principio, me llamó la atención lo atento que era. No solo me escuchaba, sino que parecía escucharme en un nivel mucho más profundo. No necesitaba decir mucho, pero él lograba entenderme, veía en mí algo que ni siquiera yo misma había sido capaz de comprender. Eso me fascinaba, esa forma que tenía de hacerme sentir vista, no solo como una amiga más, sino como alguien única. Empezamos a compartir más tiempo juntos, hablando de todo y de nada, compartiendo nuestras inquietudes, nuestras risas, nuestras angustias, como si fuéramos dos piezas de un rompecabezas que no sabía que necesitaba completar. Sus bromas y risas eran lo que, de alguna forma, me sacaban de mi propia cabeza, me ayudaban a ver la vida con una ligereza que, en aquellos tiempos, no había sido capaz de encontrar. Me sentía cómoda con él, segura, como si nada fuera a romper lo que compartíamos. A él le fascinaba que yo me manejase con tanta gentileza hacia los demás, pese a lo triste que me sentía.

A medida que pasaba el tiempo, nuestra amistad se volvía más profunda. No pensábamos demasiado en el futuro, vivíamos el presente con la intensidad de quien sabe que no tiene mucho tiempo para perder. Pero en medio de esa amistad, algo empezó a cambiar, aunque al principio no supe cómo identificarlo. No era un amor inmediato, sino una sensación que fue creciendo con el tiempo, algo que surgía de las pequeñas interacciones, de los gestos sutiles, de la forma en que nos comprendíamos sin decir una palabra. No era un enamoramiento claro, era algo más complicado, más profundo, que aún no sabía cómo llamar. Él, por su parte, estaba en una relación algo complicada con una chica con la que parecía estar atrapado. Me hablaba de ella con esa mezcla de cariño y desdén, como si todo estuviera bien y, a la vez, se sintiera asfixiado. A veces, me decía que era "loca" o "mala persona", como si buscara justificar el dolor que sentía, pero al mismo tiempo, me confiaba cosas que me hacían ver lo quebrado que estaba por dentro. Yo trataba de estar ahí para él, sin intentar imponerme, sin juzgar. A pesar de las complicaciones, mi lealtad hacia él era absoluta, incluso cuando a veces me sentía un poco incómoda con la situación, como si estuviera ocupando un espacio que no me correspondía. Pero de alguna manera, era la amiga que necesitaba, y eso parecía suficiente.

La vida siguió su curso, hasta que la pandemia llegó, y con ella, todo lo que pensaba que sabía sobre mí misma empezó a desmoronarse. El mundo se detuvo, y con él, mis propias certezas. En el confinamiento, el aislamiento me dio tiempo para pensar, pero las respuestas que encontré no fueron las que esperaba. Fue en esos días de soledad cuando el dolor comenzó a hacerse más evidente. Mi salud, física y mental, comenzó a deteriorarse de una manera que no podía controlar. La anorexia nerviosa se convirtió en una sombra que me perseguía, oscureciendo todo lo que tocaba. Mi cuerpo empezó a desmoronarse, y yo, en lugar de buscar ayuda, me sumergí aún más en ese abismo oscuro, como si fuera una forma de escapar de todo lo que me dolía por dentro. No era una enfermedad que yo elegía, sabía que no podía seguir así, pero era el resultado de un trauma. Estrés postraumático que me había impedido comer, hasta casi desaparecer. Fue entonces cuando él comenzó a acercarse a mí de una forma más intensa, más insistente. Estaba preocupado por mi salud, me lo decía constantemente, y aunque al principio me sentía agradecida por su preocupación, pronto comenzó a sentirse como una carga. El cariño que me brindaba se volvía opresivo, como si tuviera que encajar en una visión que no era la mía. Intentaba ayudar, pero sus intentos me parecían más una forma de control que un apoyo genuino. Mi dependencia emocional hacia él se hizo más fuerte, y a pesar de que algo me decía que algo no estaba bien, me aferré a la idea de que él era la única persona que realmente se preocupaba por mí.

La relación entre nosotros se volvió más confusa. Había momentos en los que sentía que estábamos demasiado cerca, que nuestras vidas se entrelazaban de una manera que iba más allá de la amistad, pero él no parecía querer dar ese paso, a pesar de que sus gestos a menudo me hacían dudar. En mi mente, lo que sentía por él ya no era solo amistad, sino algo más profundo, más complicado. Pero él, por su parte, estaba dándome señales constantes de que quería algo, y al mismo tiempo, de que mejor no. Las discusiones sobre su relación con la chica se hicieron más frecuentes. Me contaba sobre sus problemas con ella, sobre cómo la odiaba pero, al mismo tiempo, sentía que no podía dejarla. Sus palabras eran un reflejo de un conflicto interno que me desbordaba. Y, aunque yo intentaba ser la amiga comprensiva, la que lo apoyaba sin juzgar, me encontraba cada vez más atrapada en su dolor, en sus inseguridades. Mi propio dolor parecía quedar en segundo plano, porque de alguna forma, me estaba convirtiendo en la salvadora de su vida emocional, dejando de lado mis propias necesidades.

Luego, las drogas se convirtieron en una forma de escapatoria común para los dos. Para ese entonces yo ya consumía hace algún tiempo, tenía dieciséis y los estupefacientes me gustaban mucho. El consumo de sustancias me parecía una manera de apagar la angustia que sentía, pero pronto me di cuenta de que el dolor no desaparecía con ellas.   Él también participaba, en lo que parecía una forma de autodestrucción compartida. A pesar de sus regaños hacia mí por mi dependencia de las sustancias, él no hacía nada para salir de esa espiral, y poco a poco, todo lo que habíamos construido se desmoronaba. Lo que al principio parecía una amistad pura y sincera comenzó a retorcerse en algo mucho más complejo y, a menudo, destructivo. Las mentiras empezaron a acumularse, y en medio de esa confusión, descubrí que me había mentido sobre su edad durante años. Me dolió más de lo que pensaba, pero en lugar de confrontarlo, traté de racionalizarlo, de convencerme de que no importaba, de que lo importante era lo que compartíamos, no los detalles que nos separaban. A pesar de haber descubierto que pasó cuatro años festejando su cumpleaños un día que no era, porque me había mentido y ahora no sabía afrontarlo.

Con el tiempo, nuestra relación se fue deteriorando aún más. Los gritos comenzaron a sustituir las conversaciones, las discusiones se volvieron más violentas, las palabras se convertían en cuchillos, y yo me sentía incapaz de detenerlo. Cada vez que intentaba hablar, me encontraba con una pared. Los momentos de calma se volvieron más escasos, y el miedo a perderlo me tenía atrapada. Mi vida, que ya estaba en ruinas, parecía depender de lo que él pensara o sintiera. Ya no sabía cómo salir de esa situación. El amor se había convertido en un lugar oscuro, en una prisión emocional que no sabía cómo escapar. Mi identidad se había desvanecido en su mundo, y mis amigos y familiares empezaron a notarlo. Pero, cegada por mi miedo y mi deseo de seguir luchando por algo que no tenía remedio, los ignoré. Yo sentía que él me había salvado, yo había dejado las drogas, las fiestas, mis amigos, y me estaba curando de a poco.

Al final, la única forma en que pude encontrar la salida fue darme cuenta de que lo que alguna vez había sido amor ya no existía. Ya no era una relación en la que ambos nos ayudábamos mutuamente a crecer, sino una que nos mantenía estancados, ahogándonos en nuestras propias mentiras. Él no me estaba ayudando, solo me estaba arrastrando más hacia abajo, y yo estaba tan perdida que ni siquiera sabía si quería salir de allí. Pero finalmente, cuando el dolor se hizo insoportable, entendí que tenía que perderlo para poder encontrarme a mí misma. La vida no podía seguir así, no podía seguir viviendo una mentira, y, aunque me dolió profundamente, supe que la única forma de seguir adelante era dejar ir esa relación que, por tanto tiempo, había sido mi única referencia de lo que era el amor. Y con ese dolor, comenzó el proceso de reconstrucción, aunque no sabía aún cómo ni por dónde empezar.

Perdoné infidelidades, mentiras, violencia y muchísimo odio. Lo que más me costaba, lo que me resultaba infinitamente más difícil, era perdonarme a mí misma. Me sentía atrapada en un ciclo interminable de excusas y racionalizaciones, donde todo lo que él hacía se convertía en una justificación para mi propio sufrimiento. En algún momento, me convencí de que si soportaba más, si seguía entregándome, las cosas cambiarían, que mi amor podría cambiarlo, salvarlo, devolverle lo que había perdido. Pero cada vez que lo pensaba, me daba cuenta de lo que realmente había estado sacrificando: mi paz, mi identidad, mi bienestar.

Cualquier cosa era más fácil que ponerle un freno a eso, que ponerme a mí misma como prioridad, que darme cuenta de que merecía algo diferente. Mi mente estaba tan ensordecida por el miedo a perderlo, a quedarme sola, que no entendía que ya estaba perdiéndome a mí misma en el proceso. Cuando finalmente me detuve, fue como un despertar. No fue fácil, no fue instantáneo. Pero un día, de alguna forma, entendí que la relación se había roto mucho antes de que se hiciera oficial. Había muerto lentamente, día tras día, y lo que quedaba era solo un eco de lo que alguna vez fue. Esa realización fue la que me permitió finalmente detenerme y soltarlo, aunque el dolor de la pérdida fuera casi insoportable.

Él me escribió algunas veces después de eso, como si creyera que todavía quedaba algo entre nosotros. Pero yo ya no estaba en el mismo lugar, ni siquiera mentalmente. Vi cómo su vida seguía su curso, cómo tuvo una hija con quien había sido su amante, como si nuestra historia nunca hubiera existido. Y, en cierto modo, eso fue lo más liberador: entender que todo lo que había creído que era el centro de mi vida había sido solo una ilusión. Mientras él seguía adelante, yo también lo hacía, en una dirección completamente opuesta. Me permití empezar a sanar, a reconstruir mi vida desde los cimientos, aunque al principio fuera solo un esbozo de lo que quería ser.

Sanar no fue fácil. Las cicatrices quedaban, y a menudo sentía que volvía a caer en los mismos patrones, en las mismas dudas y miedos que me habían mantenido atrapada tanto tiempo. Pero cada vez que me permitía sentir, cada vez que me daba espacio para ser vulnerable y honesta conmigo misma, daba un paso más hacia la libertad. En lugar de seguir buscando validación en los demás, empecé a buscarla en mí misma. Descubrí que mi valor no dependía de las decisiones de otro, ni de su amor, ni de sus mentiras. Empecé a aprender a ser mi propio refugio, a no necesitar a nadie para sentirme completa.

Recuerdo ese momento de lucidez cuando comprendí que todo lo que había vivido no me definía, que mis heridas no me hacían menos, sino que me daban la fuerza para reconstruir lo que realmente quería ser. Me permití dejar ir el odio, la rabia y el resentimiento, porque me di cuenta de que no era por él que debía hacerlo, sino por mí. Para poder ser libre, para poder sanar de verdad. Y con el tiempo, lo logré. A pesar de todo lo que sufrí, a pesar de todo lo que perdí, aprendí que puedo encontrar mi propio camino, uno que no depende de nadie más. Y eso, finalmente, fue lo que me dio paz.

Sé que si no me separaba él me iba a matar, porque su odio fue en escala. También sé que de algún modo me mató. Nunca más pude querer a nadie con la misma inocencia, se quedó lo mejor de mí y lo incendió. 

Te perdono.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro