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Weisse Rosen


WEISSE ROSEN

19 de noviembre de 1938

Austria

Magnus Nolte condujo toda la madrugada desde Berlín hasta la frontera con el estado anexado: Austria. Cruzo con pocos problemas, solo basto mostrar su identificación y su cédula cómo militar para que pudiera seguir avanzando. Durante el camino no dejaba de pensar en todo lo que quedo atrás. Su casa, que fue allanada y saqueada; los muebles sirvieron de leña; las joyas, jarrones y parecidos fueron hurtados; las camas y sillones ahora eran los colchones de perros y gatos; y los platos y lamparas: nidos de palomas y arañas. No dejaba de pensar ni un segundo en Helga, la mujer de la que se enamoró siendo apenas un niño y con la que luego se casó y tuvo a su hijo, Jürgen: ambos ya sepultados bajo tierra. Recordaba con lucidez cómo encontró los cuerpos sin vida de Helga y Jürgen, yacían en el sótano de la Leberstrasse 20. Helga con tres disparos: uno en el estómago, otro en el pecho y otro en la frente. Y a Jürgen, degollado, y sobre las pilas de periódicos viejos. Arrancarse ese recuerdo de la mente solo era posible si no existiera su memoria. Los revelaba hasta dormido.

Condujo hasta Viena. Llegó ahí y ya estaba atardeciendo. Su auto comenzó a humear y tuvo que detenerse frente a un bar restaurante, que tenía por nombre El Cabaret. Decidió darse un respiro y entró por unos tragos, en vez de buscar algún mecánico que le ayudara con su auto.

Se quedó sentado en la barra bebiendo whisky, solo observando al cantinero ir y venir, servir y limpiar.

—¿Es suyo el ciento treinta de allá afuera?—le preguntó por su auto, un hombre que se sentó en el banco junto a él.

Magnus miró sin mucho interés al hombre. No logró adivinar si se trataba de un joven o un hombre de mediana edad, tenía rasgos de ambos. Tenía bigote, la nariz romana, ojos marrones y los dientes muy blancos.

—Si...—respondió Magnus.

—¿Del treinta y seis?

Magnus frunció el ceño.—No. Del treinta y cinco.

El hombre hizo una mueca, cómo de alguien que no metió la canica en el agujero.—Por poco. ¿Esta humeando, se dió cuenta?

—Si.—respondió Magnus y decidió ya no darle más la cara al hombre. Creyendo que así, él perdería el interés en seguir charlando.

—No es de aquí, ¿cierto?—Magnus no respondió, solo negó con un cabeceo.—Si, ¿de que parte de Alemania nos visita? Últimamente distinguirlos es más fácil que antes, están en todas partes y... ya nos acostumbramos a su presencia. ¿Viaja solo?...

—Disculpe, no quería ser grosero en su ciudad, pero, no lo conozco.—repuso Magnus apretando su vaso de cristal con una mano y señalando al hombre con un dedo de la otra.—No sé quién es, y no sabe quién soy, así no creo que debamos conversar...

—Humbert Erdmann.—se presentó y le estiro la mano amistosamente.—Trabajo en el Ayuntamiento de una comunidad cerca de aquí. A cinco minutos,  de hecho.

Magnus suspiró, «lo que me faltaba», pensó. Se relajo y le estrecho la mano al hombre. Era muy suave.

—Magnus Nolte.

Erdmann asintió y notó la argolla de matrimonio en la mano de Nolte.—¿Es casado?

—Viudo.

Erdmann cambió rápidamente su tono de voz y postura.—Lo siento.

Magnus asintió. Le dió un sorbo a su trago y Erdmann pidió una ronda para ambos.

—Gracias.—dijo Magnus.

Erdmann asintió guardando su billetera.—Entonces... si viaja solo.

—Si.—respondió con menos antipatía.

—¿Hacía dónde?

—Ningún lugar en específico. Salí de Berlín por la madrugada y ahora estoy varado aquí. Mi auto se descompuso.—narró.

—Si, lo noté.—respondió Erdmann.—Berlín. Solo he estado allá una vez. Se dice que las cosas ahí se pusieron difíciles. Una locura.

Magnus no necesitaba que le recordaran los sucesos de las últimas semanas: estaba muy bien enterado. Decidió evitar el tema.

—¿Sabe de un buen lugar para hospedarme?—preguntó.

—De hecho, ya que lo pregunta, si.—respondió.—En la comunidad dónde vivo, hay un buen hostal. Las administradoras son buenas personas, lo recibirán con gusto.

—No busco caridad.

—No hable de caridad. Hable de que son buenas anfitrionas.—dijo.—Si usted quiere, claro.

Magnus asintió.—¿Y que hago con mi auto? ¿Tiene un remolque?

—No a estas horas.—respondió Erdmann.—Podemos empujarlo. No esta muy lejos.

Erdmann y Nolte abandonaron El Cabaret luego de una última ronda. Se quitaron las chaquetas, se remangaron las mangas de sus camisas y empujaron el Mercedes Benz 130 de Magnus por un camino de tierra en la comunidad de Hernals. Desfilaron con el auto junto a los muros de un cementerio. Tomaron un descanso y luego continuaron empujando hacía dónde Erdmann indicaba. Llegaron a un desolado valle con nada más que una enorme casona en medio de una telaraña boscosa.

Detuvieron el auto frente al portón de acero y Magnus se tomó unos segundos para contemplar la enorme casa. Estilo palladino, tejas rosas, torres y columnas. Ventanas con ostentosas decoraciones en el marco y un sendero de piedra que atravesaba cómo un río, el impecable jardín frontal, lleno de arbustos y cipreses de apenas un metro de alto. Escuchaba las criaturas nocturnas trinar desde las entrañas del bosque y también sus silbidos entre lo verde del jardín. 

—Aquí es.—anunció Erdmann.—El Weisse Rosen.

Magnus asintió.—Gracias por la ayuda.

—No hay de qué.—respondió amistoso.—Cómo dije, soy funcionario del ayuntamiento, mi deber es servir.

—Hace honor a su oficio.

—Bueno, y ¿que espera? Adelante.

Magnus asintió. Bajo su chaqueta y la de Erdmann del auto averiado y se detuvo bajo el portón.

—¿Usted no entrará?

—No.—respondió.—Tengo que ir a mi casa a terminar de trabajar.

—¿Es seguro que camine solo a estas horas?

—Lo he hecho muchas veces, señor Nolte.

«Señor Nolte», repitió Magnus en sus adentros. No recordaba una sola vez que lo hayan llamado así, siempre era «General Nolte», o «Soldado», pero «Señor Nolte», era la primera vez: y se sentía bien. Se sentía desprendido, liberado, cómo si su vida anterior hubiera sido eliminada por completo y un generoso Dios le haya regalado una oportunidad más, pero, ¿para qué?

—Bien. Descanse, señor Erdmann. Gracias de nuevo.

—¡Oh, no olvide decirles que: Humbert Erdmann, lo envía! Muy importante.

Magnus asintió confundido. Erdmann se despidió y dejo que Magnus avanzará también. Magnus camino sobre el sendero hasta entrar a la mansión. Una alfombra verde oliva se extendía desde la puerta principal hasta el mostrador de la recepción que estaba al final de la nave. Macetas, cuadros y columnas, decoraban el margen de la cálida bienvenida. Llegó al mostrador, olía a pino, toco la pequeña campana de sobre el mueble y espero. Dió un giro de 360 grados y cuando lo
noto, ya había una mujer del otro lado de recepción.

—Buenas noches. Bienvenido al Weise Rossen. ¿Puedo ayudarlo?

Magnus se quedo en calma. Se asusto un poco.—Ho-hola. Mi nombre es Magnus Nolte... quisiera una habitación para pasar la noche.

—Muy bien, señor Nolte.

«Señor Nolte», ya estaba empezando a acostumbrarse. La mujer llenaba un formulario con una pluma fuente de tinta azul marino cuando Magnus recordó aquello "importante ".

—Hu-Humbert Erdmann, me envía.

La mujer alzó su vista.—Entonces esto será rápido.—hizo unos trazos más con sus plumas en la hoja y luego cerró el libro.—Bien. ¿Trae sus cosas?

Magnus levantó dos maletas del suelo y se encogió de hombros.

—Por aquí.—la mujer salió de la recepción y Magnus pudo verla de cuerpo completo. Era alta, pero no más que él, usaba una falda verde y una blusa tejida de estambre negro, zapatos bajos y cabello oscuro ondulado. Desprendía una fragancia crítica fresca que se llevaba bien con el aroma a madera del edificio.

Magnus la siguió. Subieron las escaleras en L que estaban en la esquina izquierda de la nave, continuaron por otras escaleras hasta el tercer nivel y avanzaron por el pasillo. La mujer se detuvo frente a una puerta de madera color rojo con una placa que tenía grabado 4-B en ella.

—Aquí es.—anunció.—Su habitación.

Sacó su argolla con llaves y abrió la puerta roja, se hizo a un lado para que Magnus pudiera acceder. Encendió la luz de la alcoba y encontró un espacio ameno, limpio y bien amueblado. Una cama matrimonial en medio de dos burós, dos armarios, un perchero, un cofre a pie de cama, un aire acondicionado bajo la ventana y una alfombra.

—La electricidad se apaga a primera hora de la madrugada y se enciende hasta las seis, antes del amanecer.—explicaba de pie al marco de la puerta, Magnus inspeccionaba la alcoba.—Los sanitarios de los hombres están en el nivel de abajo, los horarios de las duchas se organizan cada mañana, por si hay nuevos inquilinos. Puede que tomes el primer turno mañana. El desayuno se sirve a las nueve horas, en el comedor del primer nivel.

Magnus se quito la chaqueta y se sentó en la cama, a sentir las sábanas con sus dedos.

—Su auto.—dijo la mujer.—Buscare a alguien que pueda revisarlo.

—Se lo agradezco.—dijo.—Y-y... sobre la paga.

—Tranquilo.—afirmó.—Ya esta cubierta. ¿Cuánto tiempo planea quedarse?

—Am...—pensó, en realidad no pensaba quedarse. No pensaba nada.—Aún no lo sé. Hasta que mi auto funcione de nuevo, supongo.

Ella sonrió.—El tiempo que desee puede quedarse. Tenemos inquilinos que han estado aquí por más de un año.—Magnus se sorprendió y arqueo sus cejas.—Lo dejare descansar. Póngase cómodo.

—¿C-cómo se llama?—preguntó rápidamente antes de que la mujer de fuera cerrando la puerta.

La mujer volvió.—Ramona.—respondió.—Soy la señorita Ramona Klaine.

—M-mucho gusto.

—Igualmente. Hasta mañana.

Ramona se fue. Magnus se dejo caer de espaldas sobre la cama, y cayó dormido sin arroparse con una sabana encima.

03 de septiembre de 1917

Los británicos habían simulado una gran pausa en sus ataques. Cinicos, los altos mandos en el flanco alemán llamaban en aquel punto "aburrida" a la contienda.

Un joven de tamaño promedio, herido de un brazo, con la cabeza casi rapada y rasguños en su blanco rostro salió de su tienda. Por un lado veía a los entusiasmados practicar con sus armas, por el otro veía a jovenes cómo el sacar municiones y hombres caídos del barro que comenzaba a secarse. Y frente a él, vió a uno en especial que dió un trago a su cantinflora y luego derramo el agua al suelo.

El herido del brazo se acercó confundido.—¿Por que haces eso?—cuestiono viendo como el suelo absorbía sin calma el agua derramada en el.

—No quiero que se seque.—contestó con un tono frío.—Si se seca... ya nada los detendra.

—Es-es casi un hecho que no.

El joven herido se sento juntó a él.

—Te llevas bien con el Coronel General Tiel, ¿no es así?

—¿No es asi con todos?

—Claro que no. Lo que el siente es lastima y nada más que eso.—alegaba con maldad.—Todos ellos se creen superiores a nosotros, ¿y que si lo son? Ellos creen que nuestras vidas son nada a comparación de las suyas.

—¿Como te llamas?

Arrojo su cantinflora.—No importa. Mi nombre no saldra en los libros, que más da mi bendito nombre.

—El mío es Magnus. Magnus Nolte.—una brisa levanto las carpas y los hizo arrugar la cara unos segundos.—De pequeño, quería dedicarme a la literatura. Ser escritor. Creo que si logro volver a casa, tendre algo interesante de leer.

El otro perninente volteo a verlo y le estiró la mano.—Oh lo siento.—exclamo al verlo herido e incorporo su mano.—Soy Finn. Finn Cordes. Y no pueden conmigo. Llevo aquí un año y vaya que he resistido. Resistido bastante.

—¿Recuerdas a tus padres, aún?

Finn arrugo la frente.—No había pensado en ellos en un largo tiempo. Espero que ellos si en mí. Tengo un hermano, Egon, menor que yo, nos llevamos tan bien, aunque ahora todo de lo que nos reíamos me resulta infantil y tonto.

—Esto te cambia. Por eso... por eso vine.

—Y resultaste del agrado del Coronel. Felicidades.

—No busco su amistad, la de nadie, de hecho. Solo me búsco a mí, un propósito, una revelación.

Resoplo y se tayo el brazo con la mano.—¿Y necesitas estar tan cerca de morir para eso?

—Sí.

Finn sonrió.—Lastima que no buscas amistad, yo te podría haber ofrecido la mía.

Magnus sonrió también.—Si. Que pena.

Ambos soltarón una suave carcajada y se quedarón mirando al estrago juntos en silencio.

20 de noviembre de 1938

A la hora del desayuno, Magnus se sentó a la mesa junto con otras personas; una docena más a lo mucho. Había un hombre joven leyendo el
periódico del día anterior, parecía muy sumido en su lectura tanto que no le interesaba la mujer de mediana edad que se reía sola a su lado.

—Llego con un tremendo golpe en la cabeza hace unas semanas.—le dijo Ramona Klaine mientras se metía entre Nolte y el de junto para poner el azúcar para las bebidas a la mesa.— Deshidratada y hambrienta. Pobrecita.

Nolte casi se compadeció de ella de no ser porque un hilo de saliva se resbalaba por la comisura de su labio hasta el piso. Una de las empleadas del hotel se acercó a ella, la irguió y le limpio la cara.

—¿Quien... quién financia todo esto?—Nolte se sintió en la enorme necesidad de preguntar. Comería todo lo que le sirvieran pero quería saber de dónde provenía, a quien agradecerle, o si esas mujeres eran todas unas nazis y el hotel se trataba de un muy elaborado sutil programa de eugenesia.

—No todos los huéspedes son desafortunados, Sr. Nolte. Muchos pagan su estadía.

—¿Y están de acuerdo con que ellos paguen por un servicio y otros no?

—Son huéspedes de muy buena fe, señor. Pero no, claramente no están de acuerdo en que haya gente que coma con dinero suyo... en su mayoria son donaciones.—susurró.

—¿Donaciones?— ya estaba, eran nazis. Realmente devotas a su partido y era el mismo Reich quien les daba el dinero para tratar a toda esa gente, rehabilitarla y sacarla a la civilización cómo uno más de ellos. Nolte arrugo la frente ante su total desapruebo.

—Vera, señor Nolte, se preguntara, ¿quien donaría dinero a un lugar como este para personas cómo estas? Pues... déjeme decirle que hay mucha gente buena allá afuera, de las cuales quedan ya muy pocas, pero las hay. Y, claro, somos afortunadas de conocer gente así, ¿sabe?

Ahora tenía sus dudas. Sin ningún nombre, sin ningún partido o programa claro podían hablar de cualquiera. Gente buena para algunos podían ser los de esvástica negra y para algunos otros no. Pero, de ser así, en el supuesto caso de que fueran nacionalistas fervientes, Ramona Klaine no le hubiera sido tan misteriosa con su respuesta, si fuera una de ellas lo diría con toda convicción; intentando meter una idea a la mente de Nolte.

—¿Gente buena?

Klaine asintió. Miro los ojos de Nolte y Magnus los de ella. Se sonrieron.

—Ya lo entiende. Disfrute su estancia, señor
Nolte.

Ramona se fue a seguir sus labores. Y Magnus, vaya que lo entendió.

03 de septiembre de 1939

Los días se volvieron semanas, y las semanas en meses. Magnus consiguió un empleo en el hotel Weisse Rosen, luego de que el electricista fue arrestado por supuestas implicaciones en tráfico de desleales a tierras suizas.

En medio de una sangrienta guerra civil, Francisco Franco fue reconocido como presidente del gobierno de España, después de su exitoso Golpe de Estado. El papa Pío XII, se eligió como la nueva cabeza del Vaticano y del catolicismo. Además de eso, Magnus y Ramona se encariñaron tanto que formalizaron una relación, y en agosto de ese año contrajeron matrimonio, un evento muy privado y poco costoso, pero simbólico. Era la primera de las dos hijas Klaine que contraía nupcias.

Se cumplían apenas dos días que tropas alemanas, invadieron Polonia. Los polacos resistían valientemente, pero los ataques por aire y tierra eran muy destructivos para que un solo ejército pudiera librarlos. Los medios de comunicación a nivel mundial, colapsaban en una sola estrepitante noticia, ahora había más caos generado por la nueva tendencia que marcaba el comienzo de, quizás, la peor masacre que el mundo haya visto o podido sobrevivir.

Tanto Fransizka Klaine, cómo su hermana, Ramona Nolte y su esposo Magnus, estaban consternados escuchando la radio en su pequeño comedor.

Ya es más que oficial. Francia conjuntamente con el Reino Unido le han declarado la guerra a la Alemania nazi.—comentaba el reportero.—Sin duda la puerta esta abierta para lo que será una verdadera tragedia dónde las perdidas humanas seran incontables y los daños irreparables.

—Dios santo.—expresó Ramona.—¿Lo sabías, Magnus?

Magnus nego.—Claro que no.

—Ahora todo será una completa locura.

—¡Loco esta ese hombre!—alego Ramona y Magnus suspiro.—¿¡Que se cree!?

—Estoy segura que es el anticristo.

—Por favor.—expreso entre dientes el General.

—¿Aún le guardas respeto, Magnus?—pregunto en tono gélido Fransizka.—¿Después de todo?

—Fransizka...—susurro en desaprobación su hermana.

Magnus las miro a ambas y bajo su vista a la mesa.

Escucharón la chicharra de recepsión sonar. Fransizka limpio sus manos y labios con el pañuelo y se fue a atender. Ramona quedo sola con Magnus y la voz del reportero.

Ahora solo nos queda preguntar, ¿de que lado esta Dios?

Ramona se levanto y apago la abrumadora radio, siendo esas las últimas palabras que escucharon salir de ella. Magnus tomo su cabeza que le rebentaba en migraña.

Ramona volvió a sentarse y le tomo la mano, para luego besarla y reposar su frente en ella.—Más noticias. Estoy embarazada.

Creía que la cabeza le estallaba, eso sintió, sintió su corazón latir con mucha fuerza, pudo sentir como el aire se escapaba de su pecho.

Miró a su esposa y sus ojos comenzarón a lagrimear.—Ramona...—expreso emotivo y la abrazo.—Gracias, gracias.

Ramona tambien comenzo a llorar.

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