Scherbe
SCHERBE
24 de julio de 1914
Era la noche, la última noche siendo solamente comprometidos. Las puertas al comedor de la casa Häusler estaban abiertas para familiares y amigos cercanos. Junto a las paredes había pilas de cajas llenas de porcelana vieja: platos, tazones, vajillas enteras esperando a la cúspide del evento. Los llegados traían en sus manos platos largos y unos hondos para celebrar la tradicional Polterabend.
La abuela Raffaela Häusler llegó en su carrosa y los ayudantes comenzarón a bajar decenas de macetas de la parte de atrás.
—¡Abuela!—Escuchó ser llamada.
Bertha se volteó regozigada.—¡Ahí estas. Pequeño travieso!—camino hacia Augusto con una sonrisa
Los flacuchos perros saluki de Paula fueron quienes la abrazaron antes. Con sus flacas y largas patas y sus orejas peludas.
—¡Quitense, bestias flacas!—grito Raffaela con humor mientras el trio de salukis le ensuciaban su ropa con sus patas.
—Debe ser ese olor a carne ahumada que siempre tienes, Raffaela.—bromeo una mujer de edad acompaña del brazo por un hombre aún mas viejo.
—¿Es muy temprano para estar fuera de tu cueva, no Marcel?
Siguió Raffaela la broma. Ambas se acercarón y se besarón las mejillas con mucha clase.
—Augusto esta por allá.
Raffaela agradeció a su consuegra con una sonrisa. El matrimonio Dupay se fue dejando a Raffaela volver a pelear con el trio de perros acosadores.
—¡Porr, Fulla, Bragi. Dejen a mi abuela en paz!—Augusto aplaudio y los perros de color negro, marrón tostado y beige respectivamente se fueron rasguñando el piso de concreto con sus uñas.
Él y su abuela se abrazarón.—Augusto, mi niño. Me altero más recibir a tus abuelos que a tu trío de bestias.—ambos soltaron una risa.— ¿Dónde esta ella?
—Por acá.—la tomo de la mano.—Sígame.
Atravezarón el vestíbulo y la recepción, por un largo pasillo hasta llegar a las puertas del comedor dónde la prometida recibía a los invitados.
—Miriam.—la llamó.
Miriam volteo radiante. Raffaela se había imaginado a una mujer completamente indistinta, Raffaela no era tan alta, tenía unos ojos peculiares, un juego de cejas delgadas, cabello corto rizado y color rubio, unas manos tan suaves al tacto, y una sonrisa acompañada de un par de oyuelos.
—Dios mío.—expreso Raffaela y le tomo la cara.—Que bonita eres, niña. Muy bonita.
—Si. Es muy bonita.—contestó Augusto.
Solto la cara de Miriam y dejo pasar a los sirvientes con las macetas al comedor.
—Creo que exagere con las macetas.—pensó la abuela en voz alta.
—Así los mantendremos entretenidos.—se unió Paula Häusler, risueña, vistiendo un glamoroso vestido de noche color plateado.
Raffaela se acercó a su nuera y la saludó de beso.—¿Recibiste mi carta para la cena de hoy? El médico se puso con estricto con mi alimentación.
—Tranquila, suegra, pensamos en usted y su sensible estómago.
Los comprometidos, Paula y su suegra se rieron.
—Venga, le aparte un lugar muy bueno.—le dijo Paula a su suegra y ambas avanzaron hacía el comedor juntas.
Miriam y Augusto intercambiaron miradas y se dieron un gentil beso en los labios.
—¡Sin obscenidades, por favor!—gritó un joven de traje que se acercaba a la pareja con una caja de madera, llena de jarrones de porcelana, en las manos.—Sin besos, ni esas cosas...
Un mesero se acercó y le quitó el peso al joven. Augusto se acercó también y le tomo la mano a su amigo, luego se abrazaron fraternalmente.
—Magnus, amigo, gracias por venir.
—Sabes que yo nunca me pierdo una buena fiesta. Más si tu familia es quién la ofrece...
—Esta vez no habrá tanto vino, Magnus.—le dijo Miriam colocando su mano sobre el vientre.
Magnus se separó de su amigo y se acercó a Miriam.—Miriam, lo lamento, te ves radiante.—le besó la mejilla a la mujer.—El vino es de lo más sano que existe.
—Además de exquisito.
—¡No me digas que te la pasaras tomando jugo de manzana toda la noche!
Miriam carcajeo y asintió.—Lamentablemente, si.
—¿Vienes solo, Magnus?
—Mi madre y mis abuelos están por llegar. Mi abuela no se sentía muy bien.
—¿Le sucede algo?—preguntó Miriam preocupada.
—La vejez.—respondió.—No es nada, Miriam, gracias. ¿Mi asiento tiene mi nombre?
—Si, si, adelante.
—Bien, los veo adentro.
Sentaron a los invitados a la mesa, y disfrutarón de la típica cena todos al mismo tiempo. Los novios obviamente fuerón sentados juntos. En un momento al final de la cena, Augusto pidió la palabra.
Aclaro su garganta antes de hablar y tomo su copa de champagne.—Antes de dar paso a la tradición, me gustaría decir unas palabras.—suspiró.—Me siento más que conmovido, ver los rostros de todos ustedes aquí. Celebrando junto a nosotros, esta noche especial no menos especial que las que vienen. Estoy verdaderamante agradecido con la vida, por haber puesto frente a mí a esta hermosa mujer.
—Literalmente así fue.—interrumpió Magnus desde su silla, trayendo a la memoria el primer encuentro entre los novios.
Una noche de copas cuando Magnus y Augusto fueron expulsados de una cantina y al momento de ser arrojados a la acera, Miriam y él se toparon de frente, fue amor a primera vista, ella oliendo a flores, y él a ron.
El chiste de Magnus resultó unas risas simpáticas, todos conocían la historia.
Augusto sonrío más.—No me queda más que disfrutar. Disfrutar a mi futura esposa, a la familia que planeamos tener, y a la vida tan prospera que me espera a su lado.
Todos quedarón con una congelada sonrisa en sus rostros y en la cara de Miriam se veía felicidad.
—"¡Los añicos traen suerte!" Podemos comenzar.
Salierón de sus lugares. Arrimaron las mesas a las paredes y vaciaron las cajas con la porcelana. De pronto todo el fino material era destrozado en el suelo, arrojado y sus pedazos creaban todo un paisaje de colores sobre el concreto. Todos reian. Miriam y Augusto estaban más que alegres, más que contentos con lo bien que empezaba su nueva vida juntos.
5 de septiembre de 1931
Potsdam, Alemania.
La oficina del director de la fabrica Kux: uniformes y atuendos, estaba cerrada con cerrojo, no estraba luz por las ventanas pues las persianas y cortinas estaban cerradas tambien, solo los rayos del sol que se infiltraban por los delgados plieges entre estas.
Miriam estaba incada sobre las piernas de James, ambos con sus camisas desabrochadas, los labios de James rosando el cuello perfumado de Miriam y los dedos de esta siguiento el patron de la silueta de las facciones del rostro de James.
—¿Te veo más tarde?—le pregunto James mientras se ataba los zapatos con Miriam dandole la espalda, no le respondío.
—¿Estas bien, tan mal estuvo?—preguntó otra vez sarcastico, al ver que no había respuesta, se puso en cuatro en el largo sofa donde al otro extremo estaba Miriam, y gateo hasta ella.—¿Miriam?
Miriam volteó el rostro sobre su hombro y le sonrió.—Estoy bien.— afirmaba con una insípida sonrisa en su rostro.
James Stein la besó en los labios y le apretó el mentón con gestos lascivos en su cara y manos.—¿Te veo más tarde? Tengo... Dos boletos para una presentación en el teatro. Es... "Fausto".
Miriam asintió con una sonrisa.— del viejo von Goethe ¿Y que hay de Selma?
Abrió los ojos y torció los labios.—¿Que hay con ella?
—No. Nada. Te veo luego, ¿Si?
James volvió a besarla y Miriam le tomó el rostro mientras lo hacía. Luego se apartaron. Häusler se vistió, tomó su abrigo y bolso y apretó el picaporte.
—Señora Häusler.—la llamó Stein. Ella reaccionó pero le seguía dando la espalda.— Que bella es.
—James. Nos vemos.
Giró el picaporte y abrió la puerta. Escuchó como alguien corrió a algun extremo del pasillo y sus pasos se dejaron de escuchar en algún momento. No le dió tanta importancia y se fue, cerrando la puerta a sus espaldas.
***
La sopa hervía, Edna se asercó y tomó el cucharon de madera, tomo un poco de la sopa y la virtió en su mano para probarla.
Mientras la saboreaba y analizaba que tanto de sal le había faltado. Escuchaba el portón abrirse, en seguida su nieto entro juntó a otro chico.
—Ya llegué, abuela.—saludó un jovencito alto, blanco y de pelo negro, con ojos decorados con unas grandes pestañas; Rudolf, y le besó la mejilla.
—Que bueno mi niño—respondío cariñosa y limpió sus manos con su mandil—, ¿y Miriam?
Encogío los hombros y se hizo a un lado para presentar a su acompañante. Otro joven igual de alto que él, solo que este era rubio y se veían algunas pecas y lunares en su cara.—El es Ulrich Stein, el hijo de James de dónde Miriam trabaja.
—Mucho gusto.—saludo Ulrich sonriente estirandole la mano muy decente a la mujer.
—Mucho gusto, Ulrich.—Edna tomo su mano y sintio algo extraño en sus dedos, volteo la mano del joven y vio cicatrices frescas (como lineas), en el dorso de su mano.
Incomodo por la indiferente mirada de Edna, Ulrich solto su mano.
Edna sonrío. —Vayan al cuarto, te llamaré cuándo la comida este lista.
Ambos muchachos se fuerón corriendo por la casa hasta subir las escaleras y entrar al cuarto de Rudolf.
Sentados en la alfombra al pie de la cama. Recargados en el baúl de Häusler. Los chicos fumaban a escondidas de la abuela Edna.
—¿Por que fue ahora?—pregunto Rudolf.
—¿D-De que hablas?—titubeo Ulrich.
Rudolf le sostuvo la mano herida y le levanto un poco la manga, las cicatrices le llegaban a la muñeca. Ulrich incorporo su mano y se encogio.
Luego sonrío como si valiera la pena los golpes con correa en la mano.—Debo pedirle las revistas antes.
Ulrich apagó el cigarro en la tapa del baúl, dándole un golpe seco y luego aplastandolo. Sacó entonces tres revistas de su valija.
—¿De dónde las sacaste?—preguntó Rudolf arrebatandole una de las manos y abriendo una página al azar de aquellas revistas de la madre de Ulrich; dónde la mayoria eran mujeres en lencería.
Ulrich ladeo una sonrisa.—Mi mamá es fotógrafa, no me dice a quien o que le toma fotos pero apuesto que es una lencería. No me deja tomarlas...—mostro su mano herida—, vale la pena.
—Te cree a un un niño.—respondío sin dejar de ver a las elegantes mujeres de todas las tallas y alturas.
—¿Te imaginas?—preguntó Ulrich.
—¿Qué?
—Tú, con una de ellas.
Ambls carcajearón.—Apuesto que mi papá tiene muchas de tu mamá asi...—dijo entre las risas y la de Rudolf se desvaneció.
—¿Qué?—preguntó indiferete.
Ulrich bajo la guardía.—Nada, Rudolf, nada era una broma.
—No. Es claro que quisiste decir algo, dilo.
Obligado, Ulrich se apoyo sobre sus brazos y suspiró.—Antes de venir, fue a decirle a papá pero había alguien dentro con él, los escuche hablar. Era ella... Miriam.
Nego.—Tál vez... hablaban de, unos días de descanso para visitar a mi abuela Paula.—sugirió.
Pero el gesto de seriedad de su amigo le demostraba que no se trataba de una broma.—No le digas que yo te dije, ¿si?
—No te preocupes... no se lo diré, amenos no hoy
***
Miriam uso tranvía hasta Innestadt. Caminó unas cuadras hacía la casa de caliza blanca en la esquina de Gutenbergstrase 95. Era muy distinta a su anterior residencia en Berlín, pero las interminables discusiones con su suegra, Paula, la sacaban cada vez más de quicio hasta ya que ya no pudo soportar más. Miriam decidió ahorrar dinero y hacerse de las suyas para adquirir a plazos aquella casa de caliza blanca de dos niveles: perfecta para ella, su madre, hermana y su hijo adolescente que apenas y veía por las noches o las mañanas.
Entro a la casa, junto a la puerta había un espejo a la altura de su cabeza, se arreglo el cabello y el escote y se reviso las arrugas que rodeaban sus ojos con repudió.
—Miriam.—la llamó su madre, su tono de voz se escuchaba triste, cómo si arrastrara algo.
—¿Todo bien?—preguntó Miriam, aunque con su madre, nada estaba bien.—¿Que ocurre esta vez? ¿Rudolf? ¿Yo? ¿Que, mamá? No puedo llegar un día a mi casa sin que me reclames algo...
Le paso por un costado a su madre y se dirigió a la estancia para quitarse sus zapatos altos y ponerse unos más cómodos que guardaba bajo uno de los sillones.
—Llamaron de Berlín.—dijo Edna.—Paula murió.
Miriam no terminó de quitarse el zapato alto del pie izquierdo, se detuvo a asimilar la noticia en silencio. Cerró los ojos, se tomo un respiro y volvió a su tarea.
—¿R-Rudolf... ya lo sabe?—preguntó modulando su tono de voz.
—No.—respondió muy firme.—Debes ser tú quien se lo diga.
—¿Y dónde está? ¿Está aquí, siquiera?—preguntó con altanería.
Edna suspiró.—Si, Miriam, está aquí. Pero esta con un amigo.
—¿Un amigo?
—Luce buen muchacho. Ulrich, creo recuerdo que se llamaba.
Miriam se levantó del sillón y alzó la quijada.—Ulrich Stein.—nombró.—¿Están arriba?
A Edna no le agrado el modo en que su hija pronunció el nombre del muchacho, como si fuera una grosería, le dió miedo responder así que lo único hizo, ante la intimidante mirada de su hija fue solo asentir con la cabeza. Miriam tomo postura y se dirigió enseguida a la alcoba de su hijo. Sin pedir permiso, abrió la puerta y entró.
—¡La gente educada llama antes de entrar!—gritó Rudolf tan pronto su madre puso un pie en su alcoba.
—Ulrich, lo siento, debes irte.—ordenó.
—¡No puedes hacer eso!—protestó Rudolf poniendo se pie. Estaban viendo revistas en el suelo.—¡No puedes llegar cómo si nada y empezar a dar ordenes, así cómo así!
—El piso que te sostiene, la ropa que vistes y la comida que defecas la pago yo.—repuso.—Modula tu tono, jovencito, que soy...
—Ulrich nos vemos luego.—interrumpió Rudolf la oración de Miriam para dirigirse a su amigo.
Ulrich ya había empezando a ocultar las revistas bajo la alfombra. Cuándo Rudolf le pidió que se marchara, el muchacho obedeció.
—D-Disculpe, señora Häusler. Nos vemos, Rudolf.
—Nos vemos, Ulrich. Y por favor, discúlpala, aveces no sabe mantener la calma.
Ulrich se marchó sin nada más que agregar, Miriam cerró la puerta cuando el muchacho rubio se fue.
—¿Ahora que hice? No, no me digas...—decía Rudolf fastidiado.—¿Con que historia te llegaron?
—Esto es importante, Rudolf. Cállate y escúchame.
—Soy todo oídos.—dijo burlesco y se sentó en su cama.—Tienes mi completa atención, siéntete afortunada.
Miriam suspiró. Por un instante quería romperle el cuello al muchacho, pero se contuvo.—Es sobre... sobre tu abuela Paula.
—¿Que le ocurre?—preguntó arrugando el entrecejo.
—F-falleció.
Rudolf soltó un profundo suspiro y cambió la dirección de su rostro hacía el suelo. Contemplando la nada, trayendo a su memoria la voz de su abuela, su nariz graciosa y el aroma de su casa que jamás pudo olvidar.
—Llamaron aquí hace unos momentos de Berlín. Tu abuela atendió y bueno... le dieron la noticia.
Rudolf no pronunció palabra.
—Rudolf si quieres hablar yo...
—¿¡Ahora quieres hablar!?
—Iremos a Berlín de inmediato y averiguaremos todo al respecto. Eres el único heredero de los Häusler y...
—¡Es lo único que te interesa, ¿no es así?! ¡El dinero!—le alzó la voz, perdiendo la paciencia.—¡Jamás la trataste bien! ¡Desde que tengo memoria, siempre minimizaste su dolor por la muerte de mi padre, de su hijo, te burlabas de ella y siempre aprovechaste cada oportunidad que tuviste para pelear con ella!—las lágrimas de coraje se encharcaban en sus ojos, su rostro se tornaba rojizo y las venas de su cuello y frente palpitaban.—¡Y ahora quieres ir solo por dinero! ¡No tienes vergüenza, Miriam!
—¡Ya te he dicho centenares de veces que no me llames así! ¡Me revuelve el estómago que me llames "Miriam"!
—¡Pues así es cómo te llamas! No tengo otra manera para dirigirme hacía ti.
Miriam sabía que bomba tiempo tenía ante ella. Se cubrió el rostro con ambas manos y suspiró para guardar la calma. Se descubrió la cara, frustrada, harta, y se llevo las manos a la cintura.
—Arréglate. Saldremos a Berlín inmediatamente.
Rudolf se giró sobre sí y se fue hasta su escritorio, se sentó en la silla y le dió la espalda a su madre. Cruzado de brazos espero a que la mujer se fuera para reposar la cabeza en la mesa y comenzar a llorar y a patalear. Lleno de rabia, de duelo y de coraje. Tantas emociones inundando su pecho, un incendio sin remedio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro