Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Pesadillas

PESADILLAS

06 de octubre de 1903

La noche bramaba, la fuerte lluvia caía sobre Berlín acompañada de una sinfonía de estruendosos relámpagos. Una niña estaba arrinconada en su cama abrazando sus piernas, sus dientes chocaban y las lagrimas rodaban por sus delicadas mejillas hasta los edredones mojados pues se había orinado encima, la puerta estaba abierta, la gran luz del pasillo iluminaba al hombre parado frente a la cama de la niña.

—Shh—le señalo el hombre a la niña poniendo su dedo índice en sus labios—, no llores, no hay porque llorar, solo estamos jugando Debra. ¿No te gusta jugar... con tío Reinhard?—le hablaba con un asqueroso tono lascivo el hombre mientras deslizaba su mano por la sabana. Y la niña meneaba su cabeza en señal de "no".

—No... por favor.—le suplicaba la niña que sin voz se quedaba. El hombre tomo su rostro y se acercaba poco a poco a la oreja de la niña.

La madre entro, con una bayoneta adherida a un rifle golpeo al hombre en la espalda, este se tumbo a la alfombra y la mujer lo continuo golpeando con la culata del arma, una, y otra, y otra, y otra vez.. Tiro el rifle, se sentó en la cama de la niña, la tomo y la abrazo.

Un relámpago ilumino la alcoba, la abuela de la niña estaba en la puerta, camino hasta ambas y quedo perpleja ante la escena.

—Doris, l-lo siento...—pedía perdón la mujer.

—Silencio, Helene. Debra, ¿Estas bien? ¿Te hizo daño?—lloro la anciana y se acerco a su nieta que estaba en completo temor, sin habla.—¿¡Te hizo daño!? Responde.—insistió.

La niña asintió traumatizada. Ambas mujeres se miraron de reojo, Doris, la madre de Reinhard, le dijo a su nuera Helena que le ayudase a deshacerse de él. Lo tomaron de brazos y piernas y lo llevaron por las escaleras hasta la cocina. Dorios tomo un gran cabo, le ato las piernas y brazos.

Subieron al auto, e hicierón un largo camino. De regresaron a casa, antes de bajar del auto Helene rompió en llanto, se tapo el rostro y luego admiro sus manos sucias de sangre.—M-mate a alguien...—entro en desesperación.—Dios santo, soy una asesina, ¡una asesina!

—Helene...

—¡Mira mis manos, por todos los cielos! ¡Maté... maté a su hijo!

Doris le abrazo y le hablo al oído.—Helene, acabaste con el violador de tu hija. Tal cuál, cómo hizo tu madre...

—¿Es un patrón, es lo que esta diciendo? ¿Las mujeres de esta familia estan destinadas a ser violadas y convertirse en asesinas?—gimoteaba con la cara roja.

Doris volvió a abrazarla.—No tienes de que arrepentirte, Helene. Hiciste lo correcto.

—Estamos hablando de que su hijo menor... ha muerto, señora. Yo lo mat... e. ¿No tiene ganas de extrangularme?

Doris cerro los ojos y los abrió muy lento.—Me duele más, que no siento nada por él.

Helene se silencio y se aparto de su suegra.

—Mañana iré a ver a Anton, le quitaran los vendajes de los ojos. Por ahora, vamos a dormir. Le diré a las mucamas que le llego la regla a Debra, lo limpiaran sin peros, oíste Helene, todo estará bien.

Helene bajo del auto, y bajo la brisa de lluvía regreso a la casa. Doris se quedo perpleja en el auto viendola marchar.

A la mañana siguiente las mucamas de rodillas limpiaban el suelo de la alcoba de Debra con cepillos y espuma, Doris y Helena le contaron lo sucedido a Anton, y el inmóvil solo pudo abrazar a su hija; el tema no se volvió a tocar.

—¿Cómo le diremos a Ludwika?—preguntó Anton a Doris en voz baja estando en su oficina.

—¿Y porqué debe saberlo ella? No, no tiene ese derecho. —respondió.

—Le dio un hijo, Doris, un varón...

—¡No nos importa!. Ese no es nuestro problema, Reinhard no quiso tener una relación formal con esa mujer, y si ella no tiene un anillo en el dedo con él, a mi no me interesa, Héctor!—ambos perplejos se quedaron en silencio, Doris se equivoco con los nombres, como si el discurso ya lo hubiera dicho, carraspeó sus fosas y salió de la oficina.

17 de noviembre de 1939

Era una noche de intemperie, una noche muy desastrosa. La mujer tocía muy repetitivamente, volvía el estómago y tenía convulsiones, eso ya no era solo una fiebre, ni mucho menos un resfriado.

—¿Ya saben que lo causo?—preguntó el joven juntó a ella a una buena distancia pues no podían acercarse mucho.

—No, Sr. Nunn. No habíamos visto jamás algo así.

—¿¡Entonces para que les pago maldita sea!.

—Hildemart...—llamo débil la mujer con una voz gentil arruinada por la tos severa que se negaba a salir de su sistema—, no te enfades...

Hildemart bajo la guardia, les dijo a las enfermeras que se fueran y el a paso lento camino hasta su madre, hizo aún lado la tela que caía del techo y rodeaba su cama para verla.

—¿Qué haces?—le dijo la mujer—, te enfermarás, tonto.

El joven soltó una carcajada.—Mamá...

El joven recostó su frente junto a su silueta y la mujer con todo el dolor recargado en su espalda logro alzar su brazo y postrarlo sobre la cabeza de su hijo.

—Hay algo que debo decirte...

Hildemart alzó la mirada y esperando la respuesta de su madre quedó en silencio.—Tu padre no nos abandono...

—Mamá...—interrumpió.

—Déjame terminar—interpuso Ludwika—, es importante. El no se fue, a el lo mataron
Hildemart quedo con sus ojos como platos y soltó las manos de su madre que empezó a toser, interrumpiendo su historia.

—El murió en su casa, tú eres el único varón de esa familia, eres el último de ellos que puede seguir la línea de sucesión y que su apellido no desaparezca.

—¿Mi apellido?—rechistó.

—Bohn... tu apellido es Bohn. Y tu padre fue Reinhard Bohn, no murió... ni se fue, busca a Rigobertha, la mande a Cracovia, toma a tu hijo. Ten mucho cuidado... esas personas, son capaces de hacer, lo impensable. Toma lo que es tuyo...

10 de enero de 1920

La hora de la cena para muchos, marcaba el final de un pesado día. Era la hora de convivir y charlar. Pero la familia Bohn rara vez tenía una charla pacífica y sin discusiones a la hora de la cena.

Aquella noche, mientras la asistente le ayudaba al viejo Anton Bohn a comer, Debra solo divagaba. Tenía sus tres platos llenos de comida y más banquete ante ella, pero no se atrevía a empuñar sus cubiertos y comer; pero a nadie le importaba.

Anton empujo la mano de su asistente y aclaro la garganta buscando atención.—Se nos notificó, Debra... que otra vez estuviste merodeando en el almacén. ¿Fue eso cierto?

Debra contuvo la maldición en su pecho y suspiró.—¿De que sirve que te responda? Lo crees aún así.

—Quería probar si aun puedo confiar en tí, hija.

—No entiendo su punto. Si esto realmente será mío algún día... ¿porque no puedo ver más de cerca?—demandó con tono áspero.

—Debra.—refunfuñó Anton Bohn.— Ya hemos hablado de esto.

—¡Pero...!

—Hijo.—interrumpió Doris, que, a juzgar por el rubor en la cara de su nieta, comenzaba ella a desesperarse.—Y-yo, quería contarte de algo que paso en el puerto.

—Ahora no mamá, puede esperar. Cómanos, ¿si?

Se volvió a silenciar.

Y esta vez fue la pequeña Antonia quién tomo la palabra después de quedarse viendo la cara enfadada de su hermana mayor.—Debra esta molesta.

Ella volteo el cuello tan rápido para verla que casi se le rompió.

El ciego Anton sonrió.—¿Ah si. Porque estas molesta, hija? Dime.—pregunto endulzando su voz pero ella no respondió, pensó así, que lo pasaría de largo.—Debra, hija, cuéntame que pasa y veré si puedo ayudarte.

—¿Quién es Carl Rümpler?

Preguntó en seco. Doris, Helene y Anton quedaron helados y sin una respuesta pasiva.

—Decías algo sobre el puerto, mamá... creo que a todos nos gustaría escucharlo.

—¡Si, abue!—grito Eugenia entusiasmada en su silla.

—¡No!.—grito Debra.—¡Dime quién es! ¿Quién es y porque Alfred Rümpler puso su nombre y el mío en una misma oración? Que te anticipo, padre; a todos. Me niego rotundamente a cualquier cosa que intenten.

Helene estaba inerte. Bajo la cabeza acelerada y Heinrich estaba completamente tranquilo.

—Ya nadie quiere madera. La demanda de roble, abedul... ya no impacta; nuestro principal material de exportación ya no abasta para cubrir los gastos necesarios.

Parece que no entendió nada, o nada estaba explicado aún.—¿¡Y!?

—Estuvimos pensando. Tu madre, tu abuela, yo y el concejo por su puesto; y vamos a romper los contratos con los distribuidores de madera. Si de algo de caracteriza Alfred Rümpler y toda su familia es que son muy novedosos... Rümpler AC, la nueva mina de oro para la familia, especialistas en aceros y materia prima para aviación, automóviles y locomotoras. ¡Con su ayuda, resurgiremos de las cenizas, esta crisis nos estaba llevando a la ruina y no seré yo el último. Haremos estos tratos tal y como el mismo Alfred Rümpler nos diga siempre y cuándo estemos benefiados ambos!

Debra se levantó molesta. Anton no la vio marcharse lanzando ademanes pero escuchaba sus fuertes pisadas y el portazo con el que se fue. Doris se limpió los labios con el pañuelo y lo arrojó a la mesa.

—D-Doris...—susurró Helene mientras la seguía con la mirada, siguiendo el rastro de Debra.

Abrió y cerró la puerta del comedor y alcanzó a Debra hasta su alcoba. Con la cabeza entre las manos, sentada frente su tocador de madera con tres espejos, Debra lloraba de desespero. Doris giro el picaporte y entró. Cerró la puerta e inspiró.

—Planeaba decírtelo.—aseguró.—Debra. Iba a decírtelo.

—¡¿Decirme que exactamente?!—grito viendo la figura de su abuela a través del espejo.

—¡La boda! ¡Tu matrimonio con Carl Rümpler!

Una nausea le revolvió las entrañas. Se llevo la mano a la boca y se levantó del taburete directo al baño.—¡Quiero vomitar!—amenazó mientras corría con la nausea en la garganta.

Doris se apresuró y la detuvo por los hombros.—¡La gente pobre se casa con gente pobre y los ricos desposan a los ricos! ¡Así hacemos que el mundo funcione!

—¡No es eso lo que me fastidia!

—¿Que es entonces?

—¡La boda en cuestión! ¡No pretendo casarme... ahora o quizás nunca!

—Debra...—Doris suspiró.—Es evidente que te hemos dejado una gran responsabilidad, y lo lamento... pero es un sacrificio que beneficia a la familia y lo hará en ti en lo personal.

—¡Estoy cansada de que toda mi vida antepongan los intereses familiares antes que mi felicidad!

—¡¡No puedo creer que seas tan egoísta!! ¡¡Tus padres y en especial yo, te hemos dado todo a manos llenas. Hemos... hemos hecho hasta lo imperdonable por ti, Debra, y lo único que te pedimos es este favor, haznos caso!!

—¡¿También te obligaron a casarte? ¿Obligaste a mi padre a casarse con mi madre?! Porque hasta donde yo tengo entendido, mi madre no era más que un error de nacimiento y era la hija de una sirvienta que fregaba los pisos de esta casa.—repuso con severidad y la cara roja de ira.

—Tu abuela Viktoria era más que eso. ¡Era una mujer inigualable! ¡Fuerte y valiente hasta el final de sus días! ¡Bendita tu y tus hermanas de llevar su sangre! ¡Debra esto es importante, y no importa que tanto patalees o llores; este matrimonio se efectuara y así sera porque de lo contrario nuestras vidas como las conocemos desaparecerán!

Doris no le quitaba la vista de encima, y hasta, quizás lo hacían al mismo tiempo, pero Debra juraba que ni siquiera parpadeaba. Con la vena de la frente palpitando y con la respiración trémula le apretó las muñecas.

—¿Eso quieres? ¿Vernos caer en pedazos a la miseria? ¿Todos los años de trabajo y sacrificios que esta familia ha hecho para contigo se irán a la cloaca por no querer hacer tu parte?

Debra apretó su corazón.—Es que... no es justo, abuela.

—No, no lo es. Créeme que no lo es, lo entiendo y quisiera hacer algo, quisiera que hubiera alguna otra manera pero no la hay. Ya perdí tres de mis sucursales, Debra, no estamos dispuestas a seguir perdiendo más.

—¿Y casarme con Carl Rümpler e irme a vivir a Rosenthaler Strasse es la solución?

—Es una parte vital del Plan, si.

—¿Que clase de Plan?

—Eugenia se irá con tu tío Wilhelm a Graz, acepto tenerla en su casa con tu tía y primas hasta que los tiempos difíciles terminen. Antonia será enviada al mismo Internado que tú en Bélgica.

—¿Y con que dinero?, ese Internado es muy caro.

—Tu padre hizo un convenio... donara material de construcción Rümpler AG para una alberca o lo que sea... y a cambio aceptaran a Antonia. Hasta que...

—Hasta que los tiempos difíciles terminen.—robo a Doris las palabras de sus labios con rencor.—¿Y que hay de mi?

Doris le acarició el pómulo.—Me temo, hija, que tu matrimonio será... hasta que la muerte los separe.—citó Doris una de las más famosas citas que se mencionan al finalizar una ceremonia de matrimonio.

Debra sintió un golpe en su pecho y cerró sus ojos para dejar escapar lágrimas de amargura. Doris le beso una de las mejillas con suavidad.

—Buenas noches, mi niña.—Le susurró con ternura y se alejo.

Le dió la espalda a su nieta y se fue. Debra se tiró en su cama boca abajo y se cubrió la cabeza con una almohada, ahogando sus gritos en sus esponjosas sabanas.

15 de enero de 1920

Nuevamente, la fría noche invernal de Berlín les recordaba su infelicidad. Carl no dejaba de ver por la ventana hacía afuera, dónde las farolas no se veían, solo su reflejo amarillento, las estrellas y la luna. Vio a su invitada caminar hacía su mesa, Carl se puso de pie sin olvidar sus modales para tomar su mano e intentar besar su mejilla, y hubiera podido hacerlo de no ser porque la mujer se apartó y se sentó sin decir nada.

Carl se sentó igual.—Y-yo... yo me preguntaba, ¿porqué no nos reunimos en un restaurante de su familia?

—Quería que fuera más íntimo, Sr. Rümpler, de todas maneras, se van a enterar.—respondió arrastrando las palabras y sacando una servilletas de su bolso con la que limpió ls superficie de la mesa.

Carl pasó saliva muy nervioso.—S-soy Carl, Carl Rümpler.

—Sé quién es usted, ¿porqué se presenta? No es relevante.

—Lo siento, yo, creí que esto... quería verme más formal.—sonrió un poco.

Debra asintió y movió el arreglo floral arrimándolo a la pared.—Soy Debra Bohn, si eso quería escuchar.

—¿Sabe que significa? ¿Su nombre?

—Esa es una pregunta poco relevante, Sr. Rümpler.—Carl se reclino en el asiento y comenzó a jugar con sus dedos.

Debra lo miró de reojo y se dio cuenta que no solo era difícil para ella esa situación, lo era también para él. Y ya no tenía razones para comportarse indiferente con él.—Es hebreo.—contestó cambiando el tono de voz.—E-eso creó. Y me gusta darle su propio significado a las cosas, algo más... personal, ¿sabes?

Carl asintió dibujando una sutil sonrisa en sus labios.—¿Y cuál te das a ti?

Debra bajo sus cejas.—No lo tengo muy claro, aún. Quizá, "relativamente independiente", o "sutilmente rígida"

—O "ligeramente grosera"—bromeó Carl.

Debra sonrió y logro hacer contacto visual.—Si, bueno, Anton y Helene no tuvieron mucha creatividad en cuánto a nombres.

—¿Anton? ¿Helene? ¿No los llamas "papás"?

Debra bajo el rostro y volvió el silencio, pero ahora menos tenso. El camarero se acerco y dejo dos platos de pato a la naranja, uno para cada uno.

—Gracias.—agradeció Debra.

Carl miró su plato y luego al camarero, volvió su vista al plato y en un parpadeó la regreso al camarero, y clavo sutilmente su vista en el joven de camisa vino y pantalones negros con un pañuelo en su brazo, sin parpadear. El camarero lo notó y Carl parpadeó al fin.

—¿Gusta otra cosa, Sr. Rümpler?

—Em...—sonrió nervioso.—N-no, no todo esta perfecto.

—Bien, si desean algo, llámenme.

—Seguro. Gracias.

El camarero se fue y el ruborizado Carl aclaró su garganta y se limpió las manos con la servilleta.

—¿Te gusta el pato?

—Me encanta, sí.—respondió Debra.—A la naranja. Huele exquisito.

—Mi abuela Marlene le sugirió a tu abuela Doris servirlo en el menú. Fue un éxito.

—Mi abuela solo toma las decisiones que le dejaran dinero seguro.—tomó la copa de jugo de uva.—Solo escucha y toma las que su avaro corazón le dice.

Carl la vio quedarse pensativa.—¿Te agradan? ¿Todos ellos?

Debra volvió a verlo de reojo.

—Disculpa, no quise sonar entrometido. Disculpa.

Debra sacudió un poco su cabeza.—Ya abra tiempo de hablar de ellos. Carl, seremos esposos, ¿sabías?

—Lo sé. —ambos bajaron sus cabezas en tristeza.—P-pero la gente, la gente se casa todo el tiempo.—suavizó Carl.

Debra negó.—No en estas condiciones. No por estas razones, lo hacen por... por amor. Y tú y yo, ja, esta es la primera vez que hablamos, la primera ocasión que nos vemos las caras.—dijo exaltada.—Me consterna el hecho de que quizá nuestra siguiente reunión sea en un altar.

Carl trago saliva.—Mi tío dijo que... no sería tan pronto.

—¡Que alivio!—exclamó sarcástica.—Pareces un hombre agradable, Carl, distinto a los demás.

Carl alzo su cabeza y la vio a los ojos en ese momento, cómo si ella pudiera ver en que piensa.

—Pero debes saber una cosa.—Debra cuidó que las mesas cercanas no escucharan y se inclinó un poco.—No me acostaré contigo.—confesó y se alejo despacio. Carl frunció su ceño.—No por las razones que crees, no me pareces desagradable, solo que... no...—gorgoreó.—No me gusta... el contacto físico.

Carl aclaro su garganta y asintió.—Bien.—se hizo otro silencio.—Mejor cenemos, o se va a enfriar.

—Cierto.

Cenaron.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro