Penitencia
PENITENCIA
31 de marzo de 1917
Neugruna, Dresde, Alemania.
El niño junto a su madre llegaban de su cita semanal con el pediatrá, quién monitoreaba su avance de mejora. Su madre, quién lo sujetaba de la mano por el sendero de adoquín hacía el portico, acelero el paso al ver dos testigas de Jehová aproximarse a ellos.
—Buenos días, señora.—saludó una de ellas. Vestida de una falda marrón larga hasta las pantorrillas y botas altas negras. Usando un suéter tejido verde, sombrero y una biblia sobre el corazón y bajo la mano.
Erna suspiró y ni siquiera las volteo a ver.—No tengo tiempo por ahora, señoras.
—¿Usted es Fellner?—preguntó la otra, más joven.—¿Erna Fellner?
Solo así, Erna Fellner puso interés a ambas y volteo a verlas con una mirada de desdén.
—Si... e' ella.—respondió su hijo, con la mirada perdida y con un dedo dentro de su boca.
Erna lo hizo a un lado. Y encaró a ambas.—¿Que búscan?
—Es sobre su esposo, señora Fellner. Se involucró con nuestra congregación.
—¿De que hablan? Somos ateos.
Ambas mujeres parecierón horrizarse, cómo si ante ellas estuviera un borrego muerto colgado de una cadena.
—Di-disculpe, soy Roberta Busch, y ella es Patrizia Noack. Somos...
—Sé lo que son.—interrumpió Erna.—Diganme que es lo que quieren.
—Señora Fellner... si nos deja pasar, le explicaremos. Es en verdad algo muy importante, que debe saber.
Erna miró su reloj en la muñeca y no tuvo otro remedio que acceder. Las hizo pasar, su hijo Martin fue confinado en su segura habitación y Erna atendió a las mujeres.
—Diganme ahora, de que se trata.—dijo Erna severa.—¿Que hizo mi marido?
Intercambiaron miradas y luego Noack se descubrió la cabeza.—Nosotros; nuestra comunidad, se rige de estrictas, antiguas e inviolables reglas. Hace unos días, una de nuestras ex integrantes quebranto una de ellas. Cometió adulterio. Fue exhortada, y luego expulsada de la congregación. Su nombre es Doreen Jost. Trabaja en la taquilla de un teatro en el centro de Dresde, ayudaba aveces en el desayunador de caridad...
—¿Y que tiene que ver mi marido en todo esto?—interrumpió enfadada, y por el color de cara, tenís en su cabeza una espantosa idea.
—Que fue con su esposo, con el que cometió adulterio, Sra. Fellner.
La cara de Erna se horrorizo. Se sintió no solo humillada, si no exibida, y engañada.
—Son mentiras.
—Tengo bajo mis manos las Santas Escrituras, señora Fellner.—dijo severa.—Nosotros jamás mentimos. Y menos en una situación cómo esta, de mucho tacto y sensible.
—Recapitule todo acerca de los últimos días, o quizá semanas, y se dará cuenta.—añadió Busch.
Erna estaba absorta.
—Se lo contamos, por que, debemos apoyarnos entre nosotras. Ser honestos cómo seres humanos es una virtud, y algo que debe ser normativo. Sin la verdad, estamos ciegos, y perdidos.—hablaba Busch arrastrando las palabras y muy certera.—Lamento todo esto, Sra. Fellner.
Erna ya no dijo nada. Se quedo callada.
—Ahora, en vista de la penosa situación, quiero hablarle un poco de las promesas de nuestro Señor hacía...
Erna se levantó y se fue. Dejando a las testigas solas y desconcertadas. Subió con la mirada borrosa las escaleras, entro a la oficina de su esposo y comenzó a husmear en las gavetas, sacó una caja bajo llave, hayo la llave y la abrió. Había muchas cartas y fotos, y todas de una misma persona, Doreen Jost.
Se recargó de espaldas sobre la pared y de deslizo por ella hasta desplomarse y llorar.—¡¡Volker!!
29 de Octubre de 1919.
La Sra. Lowenstein llegó del mercado sola. Abrió la puerta con la limitada movilidad de su mano y dejo el mandado en la mesa.
—¡Charlotte!—llamó a su hija muy fatigada.—, ¡Charlotte baja y ordena esto. Quieres!
Comenzo a quitarse sus zapatos con sus mismos pies y los pateo bajo la mesa. Descalza se acerco a la alacena dónde estiro y bajo una cajetilla de cigarros.
—¡Charlotte!
Continuó llamando a su hija mientras sacaba un cigarrillo y lo ponia entre sus labios. Tomo los fosforos y antes de rasparlo escucho las escaleras crujir.
—Nos fuímos de Múnich para eso precisamente.—alegó Erich su hijo menor.—Dejalos dónde estaban, mamá.
—Tomaste uno, ¿no es cierto?—preguntó casi a susurros.—¿Por que aún tienes el uniforme puesto?
—No tengo ropa limpia.—justifico sacando el envase de jugo de uva y un vaso.
—¿Dónde esta Charlotte?
—No está.
Erich sirvió su jugo y volvió arriba. Wini respiro más despacio y luego aplasto el cigarro dentro de su mano.
***
Llegarón a la orilla del Río Serchio. Nicolás detuvo su bicicleta con su pie sobre el pastizal lleno de ramitas y virutas. Charlotte bajo antes, Nicolás después. Bajaron la mochila y desdoblaron una manta.
—Alguna vez... ¿has pensado que estas con la familia equivocada?—pregunto Nicolás rompiendo una varita con sus manos.— Que no estas dónde perteneces.
Charlotte volteo a verlo y negó con la cabeza.—No. ¿Tu sí?
Nicolás termino por romper la vara en muchos pedacitos y los aplasto dentro de su puño.—No conozco a nadie más que discuta con su madre cómo yo lo hago con la mía. Llego a pensar... que me odia.
—Las mujeres cambian cuándo enviudan. Más bien, la gente cambia cuándo pierde a alguien.—corriguió en su juicio.—Mi mamá vivió triste desde que se entero que mi papá no volverá, comenzo a fumar de nuevo y a descuidarnos, mi abuela Petra nos procuraban pero núnca volvió a ser lo mismo. Mi tío le regalo la casa dónde estamos ahora, mi abuela Assunta murió allí. Era alcoholica. Mamá dice que la oye aveces. Dejamos Múnich y todo atrás.
—¿Te parece que es feliz ahora?
Encogió sus hombros invadida por la duda de si realmente su madre era feliz con su nueva vida como lo era ella.
Nicolás arrojo los pedazos al agua, algunos no llegarón, otros se los llevo la corriente. Y quedo en silencio, apoyandose de sus manos y reclinandose. Charlotte se acercó a él hasta juntar sus hombros.
—Núnca me ha dicho que me quiere.—confeso Nicolás.
Ablando su corazón con ella y esa era la muestra más fuerte de apego en la que Charlotte tenía fe. Correspondío a la pena del joven y recargo su cabeza en el hombro de Nicolás.
—Te quiero.
Susurró con todo sentimiento. Sintió como el cuerpo del joven temblo en un escalofrío y escucho como paso saliva.
—Lo dices por lástima.—supuso él.
Charlotte se alejo un poco, recorrio su mano y le tomo la suya hasta entrelazar sus dedos.
Ella negó con una sonrisa.—Es cierto.—insistía.—Yo te quiero, Nic.
Los ojos cristalinos de Charlotte buscarón a los marrones profundos de Nicolás, y se mantuvieron viendo sin parpadear. Charlotte fue agachandose hasta sentir el aliento de aquel en sus labios, luego se encontrarón.
10 de julio de 1943
Invación aliada a Sicilia, Italia
A las 7:30 de la mañana, fue descubierto en las
costas de una playa española el cadaver de lo que parecía un inglés por su uniforme del Royals Marines con chaleco salvavidas, que, debió caer de su navío y las corrientes del mar lo debieron de haber arrastrado hasta la orilla donde fue encontrado por pescadores. De inmediato se dió aviso a las autoridades alemanas, por la gran simpatía entre el país hispano y Alemania; cuando al cadaver se le encontró un maletín con valiosos documentos.
Reino Unido no paró de pedir el cadaver del hombre en protesta de que se trataba de un caído y debían darle cristiana sepultura en su patria. Exigían de manera imperativa tanto el cuerpo como el maletín que estaba en su poder cuando cayo al agua. Todo fue devuelto al Reino Unido, no sin antes, claro, fotografiar cada papel que estaba dentro; lleno de jugosa información militar que adelantaba a un hecho importante para el Mediterráneo. Una invasión de la que ahora tenían conocimiento y tenían todas las ganar, las tropas del Eje se movilizaron por todo el mediterráneo; Grecia, Cerdeña, para cuándo la hora de la invasión llegará ellos estuvieran esperándolos para despedirlos. Pero, ¿no sería todo esto una trampa? Si que lo era, pero los Aliados eran listos, así que se esforzaron al máximo para hacer a los alemanes creer que ellos lo eran más.
El 9 de julio las tropas Aliadas atracaron en el sur de la isla de Sicilia comenzaron a ascender sin tregua. Todo fue una trampa.
El Coronel Claudius Tiel se encontraba de servicio en Sicilia y ahora tenía que librar la batalla el solo junto a su fiel Gabinete. Fue desempolvado el Plan de Defensa en caso de invasión a Sicilia ideado por Tiel y Schön hace meses, un plan que aceptaba la invasión siciliana pero abría un gran muro que detuviera su avance hacia Italia. Pero ahora no solo tenían que lidiar con el avance inminente de los Aliados si no también con la terquedad y cobardía de aquellos que estaban decididos a abandonar Sicilia para salvaguardar sus propias vidas ante la frustrante derrota por el humillante engaño.
Sobre la pista de aterrizaje, a pasos rápidos, el Gabinete de Tiel corría tras el General Fuhrmann que emprendía sin más la huida.
—¡General Fuhrmann!—le llamaba el Coronel.—¡General Fuhrmann, deténgase ahora y escuche lo que tenemos que hacer ahora!
El bastón de Schön azotaba con fuerza en el concreto mientras alzaba su voz.—¡No sea un cobarde y de la cara, General!
—¡¡Nicolas!!
Fuhrmann se dió vuelta.—¿Que quiere, Coronel?—grito frustrado.—¡No quiero ver más, ni oír nada más, tenemos que salir de este lugar de mierda o nos matarán!
—¡General paré su ineptitud!—alzo la voz lo que detuvo a Fuhrmann en secó.—¡Muestre algo de patriotismo, desé la vuelta y haga algo por la madre patria!
Fuhrmann le dió la cara a Tiel y su equipo, lo miró a los ojos fijamente y alzo su dedo índice de la mano derecha. Los soldados de Fuhrmann levantarón sus armas y las bocas de los rifles apuntaron a los hombres de todas direcciones.
Fuhrmann se puso firme.—¡Fuímos engañados, Claudius! El mediterráneo esta asalvo, ni una bota inglesa ha pisado esos suelos ¡Nadie viene hacía acá, cualquier ayuda que llegué será tarde, estamos perdidos! Es hora de irnos, Claudius. Acepta la cruel derrota y sálvese quien pueda.
—No hagas algo de lo que te puedas arrepentir, Nicolás. Esta estrategia ya la habiamos acordado, es una buena estrategia, con esta, ellos podrán penetrar Italia pero no llegarán a Alemania...
La insistencía de Tiel lo hacían enfadarse cada vez mas, se asercó a él y le arrebato los mapas de la mano.
—¡Esta en una zona que no le corresponde diriguir, Coronel! ¡Su bendito plan no funcionará porque nis siquiera se organizo!—grito al anciano que con las manos en alto temblaba de miedo por dentro.
—¡Lo debatimos, lo pusimos sobre la mesa! De la orden.
—¡Una orden que estos hombres no comprenderán!—alzo la voz perdiendo la paciencia ante la insistencía del Coronel.—¡Quiere improvisar en una guerra, Claudius, es estúpido! Vaya que la vejez si afecta las capacidades en tesituras tan complicadas y obvias cómo esta.
—No permitiré esos insultos, General. ¡Mi deber es guiar! ¡Soy Coronel General y esto me consierna! ¡Lucharé contra los enemigos que cruzan el Atlántico... y también con los que tengo pisando mi suelo! Si así son las cosas.
—Porque no mejor disfruta su vejez en una cómoda cama de asilo ¡Aquí se hace lo que yo digo por que ya no es su guerra ¿Entendió?!
Una mano le tomó del hombro a Tiel.—Hagá caso, no lo cómplique más, Coronel.—sugirió el General Donald Freund igual bajo amenaza de que una rafagá de balas le cayera encima.
Claudius asintió, bajaron las armas y ellos las manos.—Dame esos mapas, Nicolás.
—Estos, vienen conmigo. Igual que Biandi.—aclaró y los metió con brusquedad dentro de un portafolio verde. Sesto Biandi el piloto en jefe veía a todos con una mirada de miedo desde su asiento de atrás.—¡Vamonos, vamonos antes que esos bastardos lleguen!
El auto avanzo, y los cuatro hombres se quedaron a media pista con mucha presión y un sentimiento de miedo demaciado complejo que se resumía en respiraciones lentas y gestos de desdén.
Volvierón al edificio de hospedaje y se reunieron en la sala de estar. Mientras Donald volteba alas gavetas para vaciar y encontrar algún otro plan discutible; Humbert escribia cartas a algún General cercano que pudiera tener soluciones, y Claudius hacía imperativa llamada, Theodor se quedo en la barra del pub, tomando whisky, un vaso tras otro.
—Solo queremos que le notifiques a Biandi que luego de arribar en... cualquier maldito lugar dónde Fuhrmann le pidió... venga por nosotros—hablaba Claudius por teléfono apretando su pecho con la mano izquierda.—¿Que a dónde? Eso no puedo decirlo por teléfono, Marius, el conoce nuestra ubicación. Aguardaremos aquí y resistiremos hasta que llegue la ayuda... esconderse es de cobardes, Marius... tienes razón, es lo mejor. Gracias, General, nos vemos. Heil Hitler.
Claudius colgó, cerró los ojos y suspiro.
—¿A dónde iremos ahora, Claudius?—preguntó Freund.
—A-a Roma... tenemos que idear algún plan ¡un buen plan, perdimos el norte de Africa y ahora perderemos Sicilia! Cómo una peste... que sube... y sube... no debemos dejar que lleguen a Roma, o a Alemania.
—Si eso pasa, será el fin ¿y a quienes culparán?.—espetó Humbert alterado.—¿Eh?
—¡Fuímos timados, Humbert! ¡Engañados, mordimos el cebo! Todas las fuerzas estan en el mediterráneo, listas para nada.
—Que vergüenza.—susurró Freund.
Claudius quizó hablar pero un golpe suave alarmo a todos en el salón. El hijo de Theodor iba pasando con dos maletas, la cuál una se le había caído y eso fue lo que se esucho.
—¿Tobias?—Le llamó Schön al joven alto, de cabello ondulado y corto oscuro.—Tobias.
El joven se fue a su recamara y Theodor fue tras él. Cerró la puerta luego de entrar, y se apoyo sobre su bastón para mirar con desdén a su apresurado hijo guardar pertenencias en las maletas.
—¿Que haces?
—Me voy.—respondío muy suave sin mirar a Theodor.
Arrugo el entrecejo indiferente.—¿Q-que? ¿Con nosotros a Roma? Hijo, claro que irás.
—No, papá. A Berlín.
—De ninguna manera.—negó con firmeza.—No te vas, no a otro lado dónde no este yo.
—¡Ya me harté!
—¿¡De qué, especificamente!? ¿¡De la guerra!?
Encaro a Theodor.—No, de la guerra no. De tí.—alzo su mano derecha y su cara gestículo desesperación.—¡Esta mano! Esta mano... que el Führer estrecho, esta lista para dar la vida por él. Merece algo más noble, y digno del honor otorgado que solo lustrar botas y ordenar papeles... merece honra.
Theodor no daba credito a lo que escuchaba. Sin duda alguna, alegar a su hijo del ambiente del Cuartel G. Del Reich no fue una solución rapida. Búsco el sillón y cayo sentado en él, poniendo su bastón justo alado.
—Dices incoherencias. Le jure a tu madre... que jamás te apartaría de mí. Que haría lo que fuera por tu bienestar.—apreto las brazeras con sus manos.—Pero creo que... ya eres muy hombre para cuidarte solo ¿No es así? No me necesitas ¿O miento?
—Por fin entiendes.
—Bien.—trago saliva intentando no soportar contacto visual con él.—No te daré mas problemas, Tobias. Quieres irte, adelante. Pero yo estaré aquí... esperando el día en el que decidas volver.
Tobias sintió algo de carga en sus hombros pero su admiración era mas grande que todo el cariño y respeto que le tenía a aquel hombre que lo crió. Y sin decir ni una sola palabra más, cerro sus maletas y se fue. Theodor dejo escapar aquella reprimida lagrima y la seco cuándo estaba por llegar al labio con el puño de su gabardina.
Abrió los ojos y vió atravez de la ventana, a Tobias abordar un auto y partir de vuelta a la pista, dónde una avioneta lo llevaria directamente a Berlín.
—Tiempo de amar; y tiempo de aborrecer. Tiempo de guerra; y tiempo de paz.—susurró.
—¡Teniente Schön!—le llamó Tiel.—¡Nos organizarón un escondite, tenemos que irnos!
Schön salió de la habitación. Solo estaba Tiel y un ayudante en el pasillo. Schön se recargo con ambas manos sobre su bastón.
—Cómo ratas. Nos esconderemos cómo ratas mientras queman estas tierras y matan a ¡tus hombres!
Tiel negó asimilando poco a poco la amarga derrota.—Theodor, estamos vulnerables. Si quieres ver a Tobías de nuevo... tendrás que asimilarlo y venir.
—Tengo que hacer una llamada antes.
—Cortarón las líneas.—respondió Tiel.—Cualquier llamada es interceptada a Roma y cortada. Estamos desamparados, Theodor.
—¡Schön por el amor de Dios, vamonos!—grito Freund desesperado.
Schön asintió y se fue, delante de Tiel y pasandole a Freund por un lado en las escaleras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro