Morfina
MORFINA
26 de julio de 1943
Pescara, Italia
La familia Fuhrmann estaba en presencia de una visita que venía con noticias alarmantes para el general Nicolas Fuhrmann. La familia entera escuchaba lo que tenía el mensajero que decir con mucha atención en la resepción.
—El mismo yerno de Mussoli voto a favor de retirarlo del cargo... quizá parezca una noticia que ya sepas, pero Nicolás, entiende esto; el OVRA seguirá en funciones y ahora más que núnca va estar sobre todos nosotros como un búho.
Nicolás suspiró sin una idea clara en mente. Charlotte estaba sentada cruzada de piernas con la cara atónita, Marco estaba en el mismo sofa junto a su madre.
Nicolás peino su cabello con una incertidumbre.—¿Que me recomiendas, Santori?
—Bueno...—si tenía algo en mente—, creo que lo más conveniente es que tu y tu familia, se vayan un tiempo de Italia.
Charlotte miró con toda la desaprobación a Nicolás pero el estaba muy ocupado acomodando sus ideas en la cabeza.
—¿Bromeas?
—Lo último que quiero es perjudicarte, Nicolás. Es lo mejor que puedes hacer, regresa a Alemania.
—¡No puedo hacer eso!—exigió—, la operación en Sicilia me necesita.
—¡Entonces yo no puedo hacer nada más! Esa fue mi recomendación.—Santori alzo la voz.—Si quieres permacer aquí, hazlo. Pero deja que ellos se vayan.
General comenzó a dudar de sus capacidades para mantener asalvo a su familia lejos de él, o cerca de él.
—La insertidumbre ha llevado al OVRA a recurrir a... acciones que resultan contraproducentes.
—Tengo informantes en el OVRA y no me han dado novedad de ningún operativo...
—Werner Kraft esta arrestado.
La cara de Nicolás se transfiguro, cómo de miedo, quedo boquiabierto y eso todos lo notarón.
—Arrestado y lo han intentado interrogar desde su captura. Parece que le cortaron la lengua, la boca solo la usa para beber. Escuche que Kraft fue sacado con fuerza bruta de su casa de verano en Roma. Y lo último que oí de él fue que lo exiliaran a Malta, eso o... peor.
—Y es... muy necio. Todos quedamos impresionados con su resistencia. Ni una sola palabra en cinco crueles horas... ni una palabra... ni una sola.
Seco el sudor de sus palmas con su pantalón y se levanto.—P-permitanme.
Nicolás se levanto y fue a su despacho, Marco y Charlotte cruzarón confundidas miradas y todos aterrizaron al hombre del parche que salía con semblante decaído de su despacho.
—En vista... de esta situación tan descontrolada, tomaré en cuenta su propuesta, Sr. Grimaldi. ¿Visitará al Sr. Kraft?
Santori se levanto del sillón buscando el ojo escondido de miedo de Fuhrmann.—Em, si, tengo que ir.
Nicolas le estiro la mano para despedirse.—Bien. Enviele mis saludos.—Santori la estrecho y sintió algo caer en su mano, luego la cerro para impedir que cayera y Nicolás la apreto entre las suyas.—Y digale de mi parte, que... que.... que me espere. Que me espere, y que... le enviaré rosas a su esposa, que de eso este tranquilo.
Ambos incorporaron sus manos y Santori se fue. En su auto, revisó que era eso que Nicolás le había dejado en la mano y no era más que una capsula de ciánuro.
No bastaron más razones para que Nicolás les organizara la mudanza a Dresde, a la vieja casa de su tía Erna que ahora vivía con ellos.
Charlotte termino de arreglar el equipaje de Erna en su alcoba, Nicolás entro y vio a su tía haciendo nada, solo fumando en su sillón.
—Sal, Charlotte.
Su esposa salió obediente. Nicolás cerro la puerta, con las manos a su espalda se aproximo a su tía y fijo su mirada en ella con una cercanía intimidante.
—¿Vienes a agradecerme, Nic querido?—hablo la mujer con su áspero tono de voz.
—¿Por que habría de darle mi gratitud? A una entrometida, e ingrata.
—Por devolverte a tu hermana. ¡Gracias a mi, pudiste reencontrarte con ella!
—No lo pedí...
—¿Ya la habías olvidado, o no? Si. Te olvidaste de ella. De Sabine. De la mujer que te dio la vida.
Oír de ella lo alteraba. Infló el pecho y guardo la compostura.—Suficiente. No provoques que me arrepienta y te abandone aquí.
—Siempre he estado sola, Nic querido.
—Sermones de ancianas. Todas dicen y dicen lo mismo. Yo no me la creo.
—¿No estas feliz entonces? ¿De haber visto a Hermine? De ver cómo se deshizo de tu madre ella sola. Debes estar satisfecho con eso.
—Si que lo estoy.—dijo completamente seguro.—Se lo merece. ¿Aún hablas con ella, no?
Erna se acomodó en su silla.—Quizá. Se volvió más difícil desde dónde está. Casi no tiene tiempo... ya sabes... lamentándose.
—Palabras.—espeto.
—Justo estaba pensando enviarle una carta en cuanto lleguemos a nuestro nuevo hogar...
—¿Y que te parece la idea de irte con ella?
Erna estaba por levantarse hasta que escucho esas palabras y volvió a sentarse en seco. Luego miró a su sobrino con temor.—¿Me tirarías en ese agujero?
—Quizás ya no te sientas más sola.
—¡Ni se te ocurra! ¡Yo aún puedo moverme! ¡Caminar y razonar! ¡Sabine ya no puede dar un paso y apenas completa una oración! ¡Ese lugar es para las que ya no tienen esperanza!
—¿A si? ¿Tu aun crees en algo, Erna? ¿Tienes una esperanza?
Los ojos de Erna comenzaron a lagrimear.—La esperanza de no rendirme, si. Por mi Martin. Por mi hijo. No me abandones, Nic. Te lo imploró.
Nicolás retrocedo y salió de la alcoba. Su familia esperaba en recepsión con sus respectivas maletas, Nicolás ordeno también que subieran por el equipaje de su tía y por ella de igual manera.
29 de julio de 1943
La familia Fuhrmann llegó a los limites de Italia. El viaje habia sido en tren, de Pescara a Roma y de Roma a Milán para llegar en auto a la ciudad fronteriza de Aosta. Durante el recorrido, la familia no dejaba de horrorizarse con el desastre de la guerra aún en lugares tan poco volubles.
Atravezando un valle sobre carretera en la ciudad de Asti, Erna veía por la ventana, mientras Charlotte y Marco dormían. De pronto, Charlotte despertó pues escucho a Erna reír muy bajo y golpear la ventanilla con sus uñas. Alzo la mirada y miró a la orilla de la carretera, camionetas repletas de prisioneros, su cara se horrorizo al ver personas de todas edades con el semblante castigado y deprimido, en ese mismo escenario, los soldados apilaban los cuerpos de las personas que habían fallecido en el trayecto sobre otro camión sin camper.
—Dios mío.—expreso sin voz. Pálida llevo su mano a la cara y doblego sus ojos.—Quiero vomitar... diles que paren, ¡dile que paré!—ordenó a Marco.
Golpeo el cristal que separaba la parte trasera de la delantera del auto. Nicolás volteo y entonces ordenó detener el auto. Los tres autos escolta que los acompañaban también se detuvierón.
—¡Ay, Dios! ¡Ay Dios!
Expresaba Charlotte muy alterada alejandose de los autos con desesperación y termino por caer de rodillas en el césped.
—Charlotte...—le llamó su esposo tratando de tomarle el brazo.
Ella lo apartó con brusquedad.—¡No me toques! No me toques... cómo puedes... cómo puedes....—gimoteaba.
Nicolás le tomo el brazo y se asercó a su oído.—Yo no soy parte de eso, querida, yo... yo estoy en contra.
Charlotte lo miró a los ojos con desdén y llenos de lagrimas.—¿Así? Demuestralo. Dicelo a ellos.
Ambos voltearón a los autos dónde Erna esperaba junto a los hombres de Fuhrmann.
—No puedo.
Marco se inclinó y abrazo a su madre.—¿Y porqué no?—alegó con el mismo tono de decepsión.
Nicolás aclaro la garganta.—Esta prohibido. Y me gusta seguir las reglas, y más les vale hacerlo también o las consecuencias... son fatales. Vuelvan los dos al auto, ahora.
—Monstruo.—expresó Charlotte.
Marco ayudo a su madre a ponerse de pie y volver al auto. Todo parecía volver a la normalidad y volvierón al camino. El resto del recorrido fue en silencio. Solo pequeñas pausas para dejar que la tía Erna saliera del cendero para orinar.
***
Llegarón a un complejo de apartamentos militares, la tarde empezaba a oscureserse. Bajarón del auto con las piernas acalambradas, los soldados sacarón el equipaje por ellos y lo pusierón sobre unas mesas dónde un equipo comenzo a esculcarlas.
—Son nuestras pertenencías.—alegó Charlotte.
Nicolás no movío ni un solo dedo para impedirlo.
—Papá.—le llamó Marco la atención a su padre.—¿No piensas decirles algo?.
—¿Que dije sobre las reglas, Marco?
El equipaje de todos fue examinado y no se hayo nada que pudiera presentar un riesgo para el ejercito que se acomodaba allí dentro. La familia entro a una casa pequeña, con unicamente dos camas, dos comodas, una radio y una ventana que daba al patío trasero.
—No se acomoden—les dijo Nicolás—, recuerden, solo es para pasar la noche. Mañana irán solos a Dresde, yo me quedaré aquí.
Marco tiro su maleta y Charlotte se cruzo de brazos.—Nicolás, prometiste ayudarnos a cruzar.
—Ya me arregle con unas personas, son de fiar, pasarán la frontera de la manera más legal a nuestro alcanze. Después de todo, son a ustedes a los que les importa irse de aquí.
Charlotte entristeció su rostro.—Espero algún día olvidar todo lo que nos estas haciendo.
Nicolás suspiro tolerando ese argumento.—Buenas noches, que tengan buen viaje.
Fue lo último que el hombre les dijo.
Cerro la puerta, Erna comenzó a vaciar su maleta, empezando por llenar su comoda con las fotografias de su hijo y más enmarcadas. Al otro día, muy temprano, Charlotte, Marco y Erna partierón. Cruzaron limpios la frontera y emprendieron el viaje a Dresde.
Nicolás no los vería hasta cuatro meses después, cuándo ya todo parecía perdido y las opciones se acababan, al igual que el tiempo.
04 de noviembre de 1943
Roma, Italia.
Los nazis comenzaban a ser expulsados por la misma población civil italiana. Hartos ya de ellos y de los problemas que habían arrastrado con sus nación.
Todos oían al ujier sudoroso, de entre cincueta y sesenta años de edad, casi calvo y canoso. Usando lentes cuadrados y un prendedor de plata del escudo de armas de la Alemania nazi en su saco sobre el corazón; obligado nuevamente a pararse frente a todo aquel público de gestos severos, bebedores y fumadores encaresidos, sentado en los escaños.
—¡Como todos saben! Y cómo hemos estado repitiendo desde hace días. Es imperativo... que no hagan caso, a los llamados del mariscal Badoglio.—pedía aguitado, saco su pañuelo del saco y se secó el sudor de la frente.—¡Sé que sus discursos tienden a ser muy seductores! Pero así son los hombres cómo él: expertos en mentir...
—¿¡No hay nada nuevo, Virgil!?—alzo la voz uno de los presentes.
El asintió.—Así es, General Grimaldi.—tomo aire.—Esta mañana, nos llegó una nueva noticia. El honorable Coronel General Claudius Heliodor Tiel, es reportado como desaparecido.
Todos comenzarón a susurrar y hablar entre ellos. El ujier Virgil Pace pidió la palabra en calma.
—Se creía... se creía que él, junto a su equipo, estaban de servicio en Grecia. Se creyó, cómo todos nosotros, que la acción arrivaría en el mediterraneo. Y según fuentes el Coronel Tiel y su equipo marcharón hacía allá, por elección propia. Pero se nos informo recién, que el Coronel no esta en Grecia... y jamás puso un pie allá...—se comenzaróna escuchar alegaciones y muchas opiniones.—¡Todo fue mentira! ¡Y ya se inicio la investigación sobre dichas fuentes que nos dierón equivocada información!
—¡Ya se les hizo costumbre!—grito un inconforme sacudiendo su amputado brazo sobre dónde una vez hubo una mano y un antebrazo.
Los susurros se amplificarón nuevamente, y Fuhrmann y Biandi no dejaban de intercambiar miradas discretamente.
—¡Nadie! Nadie sabe, la ubicación exacta del alto Coronel General y miembro honorable del Reich Claudius Heliodor Tiel ni de nadie de su gavinete de trabajo. Me refiero al Teniente Humbert Helvius Erdmann; al Mariscal Theodor Johann Schön y al General Donald Friedhelm Freund. Nuestro contacto fiable en la oficina del Reich, el señor Gottfried Stumpf, nos dió la información de que probablemente su último contacto fue el General Magnus Nolte.
—¡Mentira!—intervino uno poniendose sobre sus pies.—¡Yo me contacte con el Coronel Tiel, y su último domicilio antes de Grecia; supuestamente, fue Sicilia! Me lo confirmo estando en la base de Roma, minutos antes de partir en la avioneta del Sr. Biandi.
Ahora todos tenían a Biandi entre ojos. El nervioso paso saliva y se puso de pie lentamente.—Señor, yo serví en Sicilia, es correcto, lleve a los altos mandos allá y luego salimos de allí antes del caos. Los mencionados marcharón antes.
—¿Salimos?—cuestiono el orador y se hizo un silencio aterrador.
Sabia que Sesto Biondi había hablado de más. Bajo la mirada unos hombres y miró de reojo al del parche.—E-el General Fuhrmann y yo... p-pero no conseguímos juntarnos hasta la pista.
—Eso no lo sabía, Sesto ¿Es cierto eso, General Fuhrmann?
Algunos pares de ojos se centrarón en él. Suspiró hondo y junto sus manos para luego aclarar la garganta.—Así es, señor ujier. También... quiero aclarar, con todo respeto, que en ningún momento vi al Coronel Tiel o a alguien de los... mencionados. Supe que estaban en la isla, pero supongo, prefirieron seguir la falsa noticia cómo todo el mundo y viajarón a Grecia.
—¡No entienden, ni siquiera llegarón a Grecia! ¡Su maldita avioneta debió desplomarse sobre el mar, o derrumbada!—grito uno.
—¡De haber sido así, ¿No serías tú, Biandi, quién debió llevarlos allá?!—grito el del brazo mutilado.
Biandi volvió a tragar saliva.—D-debí, General Röder. No lo hice. Había más avionetas, quiza no se confiarón del ruido que hacía la hélice de la mía.
—O quizá fuerón capturados y estan encadenados en jaulas. Quizá son rehenes.
—Es poco probable, se sabe que en esos casos siempre viene una extorción después.—respondió Pace.
—¡Es todo un misterio! ¡Y seguirá siendo un maldito misterio! ¡Hay tantas posibilidades! ¡Se perdierón tantas vidas y proviciones en Sicilia que es casi imposible contabilizar los daños!—alzo la voz otro hombre de alto rango, igual de viejo que Pace.—La desaparición de estos hombres es-un-misterio.
Volvierón los susurros.
—¡Caballeros, caballeros!—llamaba el ujier Pace a la calma nuevamente elevando y bajando sus brazos como si se dirigiera una orquesta sinfónica.—¡No pierdan el hilo de esta reunión!
—¡Estamos hablando de la vida de cuatro hombres importantes para el Ejercito Alemán! ¡Nuestro Ejercito! Y el Almirante Spinelli simplemente lo llama "misterio", ese desinterés me resulta muy interesante, Almirante.
—¡¿Que supone con esa acusación, Röder?!
—Almirante si usted sabe algo, le recomiendo que lo diga ahora.
El anciano Almirante se ruborizo con tal atrevimiento. Su rostro blanco, arrugado y moteado de lunares y verrugas tomo un color rojizo y se hincho de ira. Ya sobre sus pies blandió su bastón.—¡Si tiene evidencias para fundamentar esa baja acusación, que se demuestre en esta misma sala, Ewald! ¡Si no es así, yo le recomiendo que cierre la boca y vuelva a su asiento!
Los hombres, en especial los italianos gritaron en apoyo al Almirante Fulgenzio Spinelli, quien después de vociferar lo dicho volvió a sentarse y recargo sus manos en el bastón.
—¡El Almirante Spinelli tiene razón, General Röder, esa acusación es muy seria no debería armar especulaciones tan pronto y de ese calibre!
—¡Solo fue una observación!
—¡Siéntate ya, Röder!—gritaron en alemán.
Röder volvió a su escaño y se aliso su traje al sentarse. Nicolás, a diferencia de todos, estaba solo sentado. Un calor se trepo por todo su cuerpo y comenzó a sentir humedad. La ropa le apretaba y se sentía encerrado. Salió de la sala. No quizó llamar la atención y espero a que todos se fueran también.
Camino a su oficina muy aguitado, aflojo su corbata y se desabrocho los últimos botones de la camisa. Entro a su oficina, azotó ambas puertas, se quitó el parche, lo arrojo a la comoda.
Luego tomo el teléfono.—Operadora, comuniqueme a Roma, en Via Giano Parraiso 23.
El teléfono comenzo a timbrar en la casa en Giano Parraiso 23. Una enorme y glamurosa casa. Una mano pequeña estaba apunto de atender pero una más grande lo detuvo.
—No, Darrel, no.—dijo su desesperado padrastro con una maleta en la mano.
—Marius...—le llamó su esposa con un tono gelido y hasta de cierta tristeza.
El niño corrió a ella y su madre lo cargo.
Marius suspiró.—Vamonos ya, Anna.
—¡Gilda, Ulla, vamos!—llamó Anna a las hijas de Fuchs.
Ulla tomo a su gata y juntas partierón delante de su padre. Marius salió, Anna echo un último vistazo a la casa y también se fue, Marius cerró la puerta, y el teléfono dejo de timbrar.
—Lo siento, no contestan. Intente más tarde.
Nicolás colgo. Tomo el agua manil y se mojo la cara, se enjuago con la toalla y luego se sirvió un trago de whisky, lo bebió y trato de servirse otro de no ser por el temblor en su mano. Lo derramo y alguien llamo a la puerta. No contesto. Se recargo en su mena y sentía el whisky escurrir por su dedo al suelo. Insistierón en la puerta.
—¡Pase!
Era un secretario del departamento.—General, tiene correspondencia de su esposa. En el sobre dice que es urgente una respuesta.
Nicolás logro servirse su trago.
—¿Que más?
Dejo la correspondencia en su mesa.
Chistó.—E-es su madre, general. Falleció.
Nicolás quedó inerte. Sintió un golpe en su estomago e ingenuo bebió su trago creyendo que desaparecería.
—Las SS aprobaron su ejecución, general. El doctor Hahn Winter, de Dresde, envió una copia del expediente por si quiere verlo...
Nicolás nego y trato de respirar más lento.—¡Largo!—pidió con la poca voz que tenía.
El secretario se fue a pasos lentos. Cerró las puertas para que Nicolás pudiera desquitarse con ellas arrojando su vaso contra ellas. Se sentó en su silla, respiro apretando el cuero de las brazeras y luego recargo su frente en la mesa.
(Ver final de los Fuhrmann en Jaula de Aves* Capítulos de Mirra e Incienso-Caína).
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