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Iré Contigo

IRÉ CONTIGO

15 de noviembre de 1919

Nicolas había abandonado sus clases de teatro. El dinero se había agotado y los instructores no eran accesibles como se pintaban. Adicional a eso, los problemas en la casa Fuhrmann no disminuían; había un duro bloque de hielo entre él y su madre.

Nuevamente, Nicolas estaba sentado a la mesa de los  Lowenstein. Llegó al rededor del medio día y ya estaba por atardecer. Erich terminó su plato, ahora sólo hacia ruidos molestos y golpeteaba la mesa con sus manos con un rito igual de molesto.

—Está en paz, Erich.— le ordenó su madre que enredaba una buena cantidad de pasta en su tenedor.—¿Acabaste?

Erich asintió y volvió a su actividad, cuyo objetivo no era más que molestar a Fuhrmann para que se fuera.

—¡Ya basta! ¡Es enserio!

Pero solo hizo que su hermana estallara. Erich sonrió, al menos logro poner a alguien de mal humor, y a Charlotte, lo cual era fácil pero lo difícil era hacerla gritar. Bajo la manos.

—Estuvo delicioso, mamá. Voy a salir.

—¿A dónde?

Erich se encogió de hombros. Bajo de la silla, tomó su chaqueta del perchero y salió de la casa. Wini dejo caer sus cubiertos y empezó a masajear su sien. Suspiró.

—¿Estas bien, mamá?

Wini no respondió.

—Porque no subes a recostarte. Yo descombrare aquí.

—S-si. Yo puedo ayudarla.—insistió Nicolas Fuhrmann.

Wini alzó la mirada y miró a ambos.—Ni se les ocurra.— sentenció. Luego arrimo su silla y bajo. Arrastrando los pies subió las escaleras y ambos esperaron a que se escuchara el portazo para sonreírse.

La mesa jamás había estado más limpia. Ahora, Nicolas y Charlotte disfrutaban su momento a solas abrazados en el sofá y platicando.

—... No es posible que hayan hecho algo así. Eres uno de sus mejores alumnos.

—Uno de decenas. No existen actores malos en ese curso, Charlotte.— se bajaba los ánimos mientras tomaba la mano de la joven.— En fin. Hasta que no se controle esta situación... no se lo que haré.

Charlotte bajo la vista. Busco tras sus ojos alguna manera de ayudar, y la idea le iluminó la mente. Se quito la manta de encima, se fue de los brazos de Fuhrmann y se metió a la cocina. Tardo unos segundos y luego volvió con algo en la mano. Nicolas sospecho lo que era pero no quería darse escenarios.

Efectivo. Justo en lo que pensó. Charlotte le ofrecía nuevamente efectivo que la familia Lowenstein también necesitaba pero no más que los Fuhrmann.

—¿Dinero?— preguntó algo molesto.

—Sé... que no es mucho. Pero puede que con esto...

—¿Porque me humillas de esta manera, Charlotte?—preguntó con un tono muy serio.

Charlotte frunció el rostro y se sentó junto a Nicolás. Dejo el dinero el el buró de a lado y le tomó las manos.

—¿Humillarte?—cerro los ojos y sacudió la cabeza.—No. No, claro que no. Yo solo...

—Me hablas y me tratas como si fuera un pordiosero. Me humillas dándome dinero a cambio de nada. Cómo si solo viniera a tu casa para pedirlo. Cómo si me invitaras a irme luego de recibirlo...

Charlotte no daba crédito a lo que oía. Pero la voz de Nicolas era tan pacifica que no sonaba a irrealidad.

Charlotte le apretó la mano.—No... no pensé que te sintieras así, Nic.

—Ahora lo sabes.

—Eres un muchacho maravilloso, Nic. Lo mejor que he encontrado en este lugar. Y y-yo... yo solo quiero que estes bien. Sabes nunca he encontrado a alguien cómo tú...

—Y siempre vuelves a ti.—interrumpió ya más serio y hasta con cierto enfado detectado en sus labios.— "Yo, yo, yo". Tú. También tienes problemas, quizás no económicos pero si con tu hermano y tu madre. Contigo incluso, no sabes cómo lidiar con tu pena, finges que todo va para bien pero no lo esta. Tu padre esta muerto y te deslindas de eso creyendo que así dolerá menos.

Los ojos de Charlotte comenzaron a lagrimear. Nicolas luego se dió cuenta de lo que había dicho y ahora su pecho se estrujo. El estrago que había causado ya no sabía como enmendarlo. Sintió como las manos de Charlotte se resbalaban de las suyas así que ahora el las busco pero Charlotte se zafó y se hizo pequeña en la esquina del sofá.

—Cha...

—Vete.—pidió con tono débil.—¡¡Vete!!

Nicolas se levanto. Adolorido miro a Charlotte y sé resigno a solo irse. Charlotte abrazo sus piernas y lloró lo más bajo que pudo.

Sabine limpiaba la chimenea de su pequeña casa, mientras Hermine estudiaba los números; Nícolas llegó pateando una lata de aluminio con etiqueta desgastada pero se alcanzaba a leer la leyenda "lentejas". Sabine se limpió el sudor de su frente con su brazo, sus guantes estaban llenos de hollín al igual que su cara y su mantel, Nicolas abrió la puerta y ambos se quedaron viendo fijamente.

—Te dije que yo la limpiaria.—rompio la tensión Nicolas.

—¿A si?, ¿cuando? Cuando termines de coger con esa estúpida niña.—demandó con desdén.

—¡Madre, es menor que yo!—insistió alzando la voz y Sabine volteo los ojos.—No exageres, por favor, solo lo olvide.

—Como otras cosas no se te olvidan. ¡He!, tu padre ya no está, ¡murió, se fue, ya no está! Tienes que sacarnos adelante.

—¿¡Como quieres que te de una buena vida.
Si ni siquiera me has inscrito a un buen colegio

—¿Colegio?—respondío de manera ironica mientras se ponia de pie apoyandose de la pared.— No necesitas un estúpido colegio para tener una buena vida, sabes leer y contar, ¿que mas necesitas?, ¡un estúpido reconociento no te hace una mejor persona, tu padre se partió el lomo todos los días y nos dio una buena vida, jámas necesito una mierda! Jamás acepto caridad y tampoco nosotros, como esos muertos de hambre que se tiran a la calle estirando su manita.—decía entre dientes haciendo ádemanes—, y gente inútil como esa niña estúpida que despilfarra el dinero, come y cena todos los días...

—Deja de llamarla estúpida.—le respondió ya demasiado molesto.

—Es lo que es. Jamás la necesité, no la necesitas y lo más importante, ¡yo no te necesito!

—¡Nadie te necesita a ti tampoco! ¡Papá se fue y a ti te importamos una mierda! ¡¡Eres una madre de mierda!!

Sabine tomó el rodillo enfurecida y golpeó a su hijo con brusquedad en su mejilla, Nicolás bajo su mano de dónde le propiciono el golpe, el hematoma era notable; grande y rojo. Ambos quedarón estaticos.

Sabine trató de abrazarlo pero él tomando su mejilla se hizo a un lado y caminó hasta la puerta decepcionado sin quitar su mirada de los ojos despechosos de su madre, salió y corrió sin decir a dónde, Sabine se tiró de espaldas hasta caer destrozada al suelo.

Corría con prisa mientras las gotas de lluvia chocaban con su rostro fruncido. Disminuyo la aceleración y llegó a la una puerta, llamó a ella y tras unos imperativos segundos la abrierón.

—¿¡Qué quieres!?—nombro Charlotte al verlo empapado.

Nicolas se quedo en silencio, la lluvia a sus espaldas resonaba con fuerza. Parecía no tener palabras, y lo único que hizo fue irse sobre Charlotte para darle un gran abrazo. Charlotte se quedo perpleja, pero poco a poco elevo sus manos y abrazo a Nicolas, empapándose ella también.

—¿Esta tu mamá?—preguntó Fuhrmann.

Nicolas Fuhrmann había contado a la familia Lowenstein lo sucedido. Wini tomó iniciativa y salió en dirección a encontrarse con Sabine Fuhrmann. Charlotte y Nicolas se quedaron en casa.

La puerta se abrió, el cuarto oscuro se iluminó por unos segundos con la luz del pasillo que entro junto con ellos hasta que Nicolás cerró la puerta con su pie mientras Charlotte le desabrochaba la camisa.

Nicolás sacudió sus brazos y la camisa salió, Charlotte la lanzó lejos y entre besos y caricias cayerón sobre la cama; a un vacío. Nicolás le quito los listones al camisón de la joven y lo deslizo hasta quitarselo, quedando en ropa interior.

—Espera, espera...—pidió Charlotte sin suficiente aire en su pecho para hablar.—Soy... soy virgen.

Nicolas sonrió, no era una sonrisa maliciosa, si no una que transmitía pura inocencia.—Yo también.—confesó.

Charlotte sonrió, lo tomo por el cuello y lo acercó a su rostro para besarle de nuevo. Nicolas bajo su mano por la silueta de Charlotte y la metió en su pantaleta para luego introducirle sus dedos. Charlotte no podía emitir ningún ruido, estaba sumida en completo nirvana, se aferro al cuello de Fuhrmann y echo su cabeza hacía atrás mientras apretaba sus muslos para impedir que Nicolas se alejara. Volvió en si y se fue contra él de nuevo. Lo tiro a la cama de un empujón y se desvistió ante él, se fue contra su cuerpo, le beso el torso y luego le quito los pantalones para practicarle felación. Nicolas encorvo la espalda y gimió en voz alta. Charlotte se levantó y lo abrazo.

—Quiero hacerlo.—pidió.— ¿Tu quieres?

—Mas que nada.—respondió. Le beso los labios y Charlotte se trepo sobre él. Se echo el cabello a la espalda y se sentó sobre el regazo de Nicolas.

Él le tomo las caderas para seguir el compas. Todo acabo al cabo de unos minutos. Se quedaron recostados desde entonces hasta que sintieron que Wini Lowenstein ya no tardaba en llegar.

***

Wini llegó a casa, la sala estaba vacía. Sabine empezó a hacer sus maletas en casa y le ordenó a su hija Hermine que las hiciera también. Wini reunió a Nicolas y a Charlotte en el recibidor para platicar.

—Tu madre se va, Nicolás.—le dijo Wini mientras enfriaba su té con una cuchara.—Se va con Hermine. No te lo dirá pero... ella quiere que las acompañes.

Nicolás nego con la cabeza. Tanto él como Charlotte estaban sentados a la mesa con sus antebrazos sobre ella; ambos con sus rostros meláncolicos y decaídos, uno más que el otro.

—¿Y que harás?—le preguntó Charlotte volteando a verlo a la cara.

Él no estaba dispuesto a verlas.—Antes de venir aquí. Fui a la oficina postal, envie una solicitud a la Academia Militar...

Wini volteo sus ojos y Charlotte suspiró con preocupación.

—Nicolás, sabes muy bien que aquí tienes una familia, puedes quedarte aquí con nosotros.—explicaba Wini.

Curveo las cejas.—Agradezco que me considere de su familia, Sra. Lowenstein, y lo haré, con Charlotte.

Se giró a verla a los ojos; sus ojos estaban iluminados por un anhelante color blanco.

—Pero no ahora, quiero ser el hombre que ella necesita...—dijo con sinceridad mientras estrechaba su mano—, partó mañana.

Aquella noche, fue la última noche de la mitad de la familia Fuhrmann en la ciudad. Sabine y Hermine se fuerón sin dar explicaciones aquella madrugada, y a la mañana siguiente Nicolás se fue... con una promesa en las manos de Charlotte.

22 de junio de 1943

Italia

Nicolas Fuhrmann fue seleccionado para las campañas de seguridad y ocupación de la isla de Sicilia en Italia. Mientras caminaba por los pasillos del Palazzo Venezia; sede del Gran Consejo Fascista, no dejaba de recibir apretones de mano y buenos deseos de parte de colegas, diplomáticos, soldados y ministros, como el del ministro Cesare di Vecchi; el cuál, en más de una ocasión,  incómodo a toda la sala del Consejo al hablar de la situación delicada en la que se encontraba el "caballero" Mussolini. Mussolini pendía de un hilo y junto con él todo lo que construyo y el poder que ahora tenía.

Fuhrmann se dirigió a su oficina, abrió la puerta y dentro de ella ya había dos hombres dentro, con un par de soldados, uno de los hombres era el ministro de asuntos exteriores: Dino Grandi, con su cara de gavilán y su barba negra cerrada, sentado y fumando.

—General Fuhrmann.

—Ministro Grandi.—se saludaron en italiano.—¿Que es todo esto?

El ministro Grandi se levanto de la esquina del escritorio y presento al hombre con bata blanca y con porte de extranjero.

—El doctor de nuestros vecinos aliados, el doctor Hahn Winter...

«¿Hahn?», pensó Fuhrmann, «Gallo en alemán», sonrió discretamente sin expresar la razón mientras el ministro continuaba sin notarlo.

—... ha venido hasta acá para informarle que algo ha sucedido con su familia.

—¿Mi familia?—se alertó en voz alta y la sonrisa se le borro del rostro inmediatamente.—¿Que le sucede?

—Lo que el ministro quiere decir, general.—intervino el doctor Winter. Era un hombre gordo y usaba quevedos, la bata de milagro cerraba con esa enorme panza.—Es que algo se ha hallado en su árbol genealógico... una anomalía.

—Usted sabe como es ahora alemania con su programa de eugenesia.—comentó Grandi.

—¿Y porque investigarme a mi?

—Usted no es italiano de nacimiento, general.—dijo el doctor, Fuhrmann lo miró y Winter cambió sus palabras.—Q-quiero decir que sus antepasados son alemanes, no italianos. A diferencia de su esposa, Charlotte Lowenstein, cuya madre tenía ascendencia italiana. En cambio usted, sus archivos familiares están en Dresde y los especialistas en genealogías como su humilde servidor nos encargamos de estudiar cada uno de los registros e historiales a fondo.

—¿Y que fue lo que encontraron?

El doctor giro su cadera y saco de su portafolios una carpeta de color beige con el escudo nazi en la portada y se lo entregó al General. Fuhrmann lo abrió y encontró muchas hojas dentro, un árbol genealógico, registros, actas: cosas de doctores.

—Su madre, Sabine Sattler, tiene una hermana, Erna Sattler. Erna Sattler se casó con el señor Volker Fellner y tuvieron un hijo, Martin Fellner.

Fuhrmann lo comprendió entonces y justo en ese momento encontró entre todo el montón de papeles dentro de la carpeta el expediente médico de su primo Martin Fellner, y encerrado en un amenazador circulo rojo la condición mental y motriz que el hombre padecía desde nacimiento.

—Todo indica que la alteración provino de la línea paterna. El hermano del señor Volker Fellner, Garin Fellner padecía de la misma malformación y murió hace más de una década.—explicó muy aprisa y sin descuidar detalles o nombres el doctor Winter. Se tomo una pausa para respirar.—El señor Martin Fellner fue aprehendido y esta en cuarentena hasta que se decida... pues bueno, su final.

Fuhrmann no dijo nada hasta entonces, solo miraba el expediente y las fotografías que tomaron de tres ángulos distintos de su primo Martin. El chico, ahora ya un hombre, tenía la mirada perdida, la boca entre abierta, el cabello mal cortado y algunas cicatrices apenas notorias en su rostro.

—Tenemos ordenes de hacerle llegar esta información, general Fuhrmann.

—¿Que hay de mi t... de Erna Sattler?

El doctor se puso de pie entonces.—La señora Fellner se rehusa a alejarse de su hijo. No comprende que le estamos haciendo un gran favor, quitándole esa pesada carga.

—Es lo único que tiene en el mundo.

—Me va a tener que disculpar, general, pero ese no es mi problema.—dijo con arrogancia.—La señora Fellner aún tiene una hermana, Constanze Sattler, y lo tiene a usted.

—¿A mi?

—¿No le preocupa tanto? En el expediente viene la última dirección conocida del señor Fellner y su madre, la señora Fellner. También agrega el centro donde esta internado y del cuál Erna Fellner se rehusa a salir.

Fuhrmann miró el expediente una vez más y lo cerró. Lo estiro al doctor y él lo rechazó.

—Esa es su copia, general. Espero verlo por allá muy pronto. Debo irme.

El doctor se giro por sus cosas y avanzo a la entrada.

—¡Heil Hitler!

El doctor Hahn Winter se despidió, Grandi lo acompaño por los pasillos y Fuhrmann aguardo en su oficina para reflexionar.

18 de julio de 1922

Lucca

El verano había traído consigo soleados días, días que bien podrían disfrutarse en algún parque o en la playa,  o en algún claro en el valle. De la lejana Viena, los tíos Angerer y su hijo habían llegado hace tres días, se habían perdido del funeral de Wini Lowenstein, pero su visita era para consolar a los desafortunados huérfanos.

Charlotte contemplaba nuevamente la impecable y silenciosa alcoba de su madre desde la puerta. Su cama de sábanas blancas, el buró junto a ella con sus lentes y libros inconclusos. Su armario con todas sus faldas, blusas y vestidos. Su joyería en un hermoso alhajero de plata en el tocador del rincón de la habitación iluminada por una ventana revestida por una cortina rosa.

—Charle.—le llamó su tía Alberta Angerer, desde el pasillo. Se acercó a ella con lastima y le propino un confortante abrazo que Charlotte no rechazo.—Ya, ya... todo estará bien. Estoy aquí. Estamos aquí, mi valiente Charle.

Lloro en el pecho de su tía sin perder de vista la alcoba.

Más tarde, en la cena, el tío Alonzo Demuth también se unió al luto y estaba a la mesa. Eran ahora la única familia que Charlotte y Erich tenían. Los únicos a quien recurrir, los únicos que, al parecer, se preocupaban por ellos.

El tío Leopold Angerer y su hijo con Alberta, Daniel, era un muchachito de la misma edad que Erich. Pasaron sus primeros cinco años de vida juntos, pero en esos momentos, parecía que jamás se habían visto. Erich odiaba recordar su niñez, odiaba recordar cuando era feliz, y tener a Daniel enfrente, le removía los recuerdos.

La mesa estuvo silenciosa. Solo Leopold y Alonzo abrían los labios para hacer preguntas causales con respuestas cortas y simples, respuestas que impedían tener una conversación fluida. ¿De que se podría hablar? A solas, quizá, del futuro de los huérfanos Lowenstein. Pero ese no era tema para la mesa.

A la mañana siguiente, los Angerer tenían que partir. Le habían dejado a los hermanos una cantidad de dinero considerable, ellos, y con "ustedes", se referían a Charlotte, lo administraría. Se rehusaban a salir de la casa, así que desde la ventana con vista a la principal, se asomaban para ver cómo su tío Alonzo se despedía de ellos junto al auto del tío Leopold. Los vieron estrecharse las manos y abrazarse, vieron cómo Daniel, la viva copia de su madre en cuánto a actitud, sólo le estrecho la mano a Alonzo sin ningún genuino gesto en su rostro. Alberta y Alonzo se besaron las mejillas y antes de que la tía entrara al auto alzo la vista y se despidió con la mano de sus sobrinos. Charlotte y Erich alzaron sus manos y apenas movieron los dedos. Los tíos y Daniel se fueron.

Luego el tío Alonzo los volvió a reunir a la mesa. Había perdido a su hermana, y ellos a su madre. No podían ser el pilar del otro, pero Alonzo era el adulto, sentía la responsabilidad de sostener con ellos hasta que ya no más.

—Los ayudaré en lo que pueda. Más bien... en lo que necesiten.—dijo Alonzo en tono queda.—En verdad, mientras sea indispensable.

Alonzo le tomó la mano a su sobrina y ella asintió con una gentil sonrisa.

Erich sin encambio se mostraba insolente.—No se preocupe, tío, Charlotte ya tiene la vida resuelta, ¿no es así? Serás la futura esposa del ministro.

—Basta, Erich.—alegó Alonzo.—¿Cómo puedes discutir algo tan tonto en momentos tan sensibles cómo estos?

—¡Pues yo no me quedaré aquí viendo te desvives por ese patán!—Erich arrimó la silla y se levanto.—Avisame con tiempo cuándo llegará... porque antes de que ponga un pie en esta casa yo me iré.

—¿¡A dónde!?—preguntó el tío.

Erich encogió de hombros.—Al puerto o con tía Alberta y tío Leopold, a dónde sea menos aquí.

—¿La tía Alberta? Núnca te agradarón por ser...

—¿¡Judíos!?—tomó Erich la palabra con una molesta sonrisa.—Ese ya no es gran problema.

—¿Me dejarás sola?—susurró.

Erich sonrió despiadado.—Ni siquiera sentirás que me fuí. Serán muy, muy felices.

—Pues suerte. Te recuerdo que tendras que compartir cuarto y quizá cama con Daniel.

—Mejor eso a compartir casa y mesa con el soldadito.

Erich se fue dando fuertes pisadas. Charlotte resoplo y se reclino en la silla.

—Sé fuerte, hija, sé fuerte. —le consolaba su tío acariciandole la cabeza.

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