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Insaciables

INSACIABLES

27 de junio de 1924

La casa Bohn estaba en silencio, las puertas estaban cerradas, la parrilla estaba apagada, solo se oían las plegarias del reverendo que oraba por la vida de Doris que estaba en cama, había enfermado de cáncer y ya había propagado, estaba en fase terminal.

Debra, Helena y el resto de los Bohn estaban al rededor del lecho de la abuela Doris, que estaba en total agobio, había perdido peso y fuerza.

—No... olvides... hablar con Theodora Hornung... la de "la 10" sobre... la disminución de porciones...

—Ya mamá. Lo tengo.—le contestó Anton a la débil anciana acariciándole la frente.

—Debra... acércate.—le llamo con voz suave. Debra con lágrimas camino hacia ella mientras se soltaba de los hombros de su madre, Helena y Anton abría paso.

—Déjenos solas.—murmullo Doris y apáticos los presentes asintieron y se salieron cerrando las puertas—Mi suplicio no se compara al ardor que siento al imaginarme lo que te hizo ese hombre...

El recuerdo llego a Debra, y la golpeo fuertemente.—No... no es su culpa.

—No debí regañarte por orinar las sabanas cada noche, debí escucharte... yo... Lo lamento.

—Todo esta bien.—musito Debra mientras pasaba sus dedos por la frente de la anciana.

Una lágrima escurrió por la mejilla de la anciana. Debra sentía tanto verla así, tan vulnerable y débil, sollozando y al borde la muerte. Destruida por la única persona que pudo, ella misma.

Con sus fuerzas restantes, Doris Bohn abrió sus labios una última vez.—¿Cómo me veo?—preguntó con una voz suave y gentil.

Debra le sonrió.—Muy bonita.

Debra le sobo la cabeza canosa a su abuela y le beso la frente. Doris sintió la paz a través de ese sencillo beso, cerró sus ojos, y partió.

15 de agosto de 1941

Un hombre comía solo a la mesa del restaurante junto a la ventana. Viendo a la gente caminar con sus básicas y quizás vidas igual de empañadas de dolor como la de él.

—¿Gusta algo más?—preguntó la camarera al joven de apariencia atractiva, de dedos largos y anillados, cabello castaño y alborotado. La joven se perdió unos segundos en los ojos profundos del comensal.

—No, muchas gracias. Solo la cuenta.—respondió con un tono de voz cálido, la camarera hizo cuentas y dejo la nota de la cuenta sobre la mesa, asintió y se dio vuelta.

No tardo mucho tiempo cuándo giro la cabeza de nuevo al joven.—Disculpe el atrevimiento, joven. ¿Pero, espera a alguien?

El joven soltó una carcajada.—Si. A ti.—respondió y confundida la camarera se sonrojo.—¿Puedo preguntarle algo señorita?

—Si, por supuesto.

—¿Quién administra este lugar?—preguntó.

La camarera negó con confusión y lo miró a los ojos.—La señora Rümpler, Debra Bohn-Rümpler.

El joven quitó su sonrisa, y dándose vuelta al cristal, le propino un golpe con su puño a la mesa.

[...]

Lo que más le dolía de volver a la cara al Comandante Lippert, era saber que le había dado la razón al decir que volvería a recurrir a él. Esta vez, la reunión fue más privada, pues Debra le abrió las puertas de su casa y lo recibió con brandy en su recibidor.

Lippert estaba fascinado con todos el mobiliario, texturas, colores e incluso olores de la tan hablaba Casa Rümpler. No dejaba de direccionar su vista a todos los rincones.

—¿Termino de inspeccionar?—preguntó Debra arrastrando las palabras.—Ni siquiera yo le he prestado tanta atención a esta casa en estos años cómo usted en cinco...—miró su reloj de la muñeca.—, seis minutos.

Lippert sonrió.—¡Estoy, verdaderamente impresionado, Sra. Bohn-Rümpler! Me parece una casa... muy interesante. Oh, si las paredes hablaran.

—Entonces saldría despavorido. Créame, Comandante, no es tan cómoda cómo luce.

Lippert curveó una ceja y asintió acomendándose en los colchones del sillón.—Me, me parece una maravilla que haya reconsiderado la oferta, Sra. Bohn-Rümpler, de verdad que es la mejor decisión que podrá tomar, yo personalmente...

Debra alzó su dedo a la altura de sus labios y el parlanchín del Comandante disminuyo su tono de voz hasta que dejo de escucharse.

Debra tamborileó sus dedos en las braceras.—Su suspicacia acertó, Comandante. Aceptaré. Cón un ligero cambio.

—¿Qué cambio?

—No quiero a los enfermos hombres que me ofreció. Son hombres que ya no necesitan.—espetó.

—Todos ellos son chatarra

—Resérvese sus comentarios. El cambio que quiero es el siguiente...—se inclinó enterrando su vista en los ojos de Lippert.—, quiero a los niños.

Lippert tragó y soportó una risa en su pecho. Carraspeó su garganta y volvió a reclinarse.—¿Niños?

—Niños, sí. Vi niños en mí última visita a su decoroso campo, y los percibí más funcionales que a los hombres que me ofrecía. Los quiero a ellos, trabajaran según sus habilidades para mí, me encargaré de hacerlos arios si eso les preocupa, los haré ciudadanos alemanes de bien.

Lippert suspiró.—Su, su visión es buena, señora, pero... me temó qué, esos niños ya no nos pertenecen.

—¿A que se refiere? El campo estaba infestado de ellos...  entendería si me dijera que el número de redujo, pero no que...—vio la cara de Lippert sudar y tirar del cuello de su camisa. Afino la vista y le llegó la sombra de la duda.—¿Qué les hacen?

—¿Señora?

—¿Qué le hacen a los niños que llegan al campo?

Lippert se seco la frente con un paño de su bolsillo.—N-no lo sé. Para ellos, Saschenhausen es un lugar temporal, una mañana llegan camiones, trepan a ellos y-y se van.

—¿A dónde?—insistía.

Comandante se encogió de hombros.—No me dan esa información, Sra. Bohn-Rümpler. T-tendría que ir a la Oficina Central, y-y pedir... dicha información. P-pero es un proceso tedioso y sin razón, además de ser muy confidencial, no se la darían así por así.

Debra se levantó muy severa.—Algo me oculta, pero no me interesa, es igual a todos los malditos hombres. Unos mentirosos, engreídos que lloran cuándo los atrapan en su trampa.

—Soy un Comandante de Alemania le pido respeto.—se levantó humeando.—Si ese es el modo en que se dirigue a su esposo o padre, debo pedirle que cambié esas actitudes conmigo.

—Quiero que se vaya, Michael, ahora.

Michael levantó su sombrero y lo sostuvo con una mano.—Según escuche, su prima, Heidi Bohn fue arrestada en Londres por ser una devota seguidora al partido. Si sigue con sus locas ideas, Debra, usted será arrestada, por ser devota a sus... locas ideas de mujer.

—Dije que se fuera.

Michael sonrió engreído y se fue dándole la espalda. Debra suspiró una vez sola y apretó sus puños.

Cuándo el sol se oculto, Debra, quién sentía anomalías en su cuerpo se encerró en su elegante alcoba usando camisón. Suspiró mirándose a los ojos ante el reflejo, se desató los listones y dejo caer el camisón. Debra no estaba acostumbrada a ver su cuerpo desnudo, sentía cierto desdén, se sentía vulnerable. Alzo un poco su brazo izquierdo palpó con su mano derecha el seno del lado opuesto. De pronto, su mano sintió un extraño bulto justo bajo su pecho. Gorgoreó y soltó un suspiro.

—Debra.—Carl llamó a la puerta y Debra inmediatamente se vistió y se tallo la cara.—Debra.—insistía.

—¡Dime!

—Mañana es la reunión con Porsche. No se te olvidé.

Debra respiraba entrecortado.—¿Tengo que ir?

—Sí.

—Esta bien.—se hizo una pausa y Debra volvió a alzar la voz.—¡Carl!

Tardo en responder.—Dime.

—¿E-es tarde para pedirte un favor?

Mientras Carl y el chofer se dirigían a una tienda de ropa para comprar a Debra un nuevo vestido. Ella aprovecho para hacer una llamada.

—Hospital general de Berlín, ¿Cuál es su emergencia?—los nervios le taparon la garganta a Debra y con miedo colgó el teléfono.

Tomo aire, se miro al espejo sobre el teléfono y volvió a marcar.

—Hospital general de Berlín, ¿Cuál es su emergencia?

—Qui... quiero hacer una cita para un chequeo de mama.—dijo Debra con los ojos cerrados y los labios secos.—mientras mas temprano mejor.

—El médico Wittman esta libre mañana a las 11:00 am, él le atenderá con gusto. ¿Cuál es su nombre?

Debra tomo aire jadeante, paso saliva y miro al espejo como una lágrima salía de su ojo derecho.

—Bohn-Rümpler. Debra Bohn-Rümpler.

16 de agosto de 1941

La sala de juntas de la casa Rümpler estaba en un ambiente frio, el único calor habitable era el vapor que humeaba de la taza de té de valeriana que enfriaba continuamente y sin sorber.

—La idea de este nuevo modelo militar... es la ligereza y el todoterreno. Pero por una feliz coincidencia... su compañía se ha ganado la fama de ser un perfecto distribuidor, los neumáticos Mertens que esta ahora a su nombre han demostrado gran durabilidad y fiabilidad. El mismo Krupp nos lo dijo... ¿y bien, señor Rümpler que es lo que piensa?.

Carl Rümpler estaba solo mirando a los cuatro tipos de bolígrafos junto a su vaso de agua y su par de lápices.

—¿Señor Rümpler?—miro de reojo la mano empresario tamborilear con sus dedos la mesa.—¿Señor Rümpler. Se siente bien?.

Carl reacciono y Debra al mismo tiempo.—E-em... disculpe. ¿Qué decía?

Ferdinand sonrió.—Decía, ¿Qué es lo que piensa?

—¿Qué pienso de que?

El empresario intercambio miradas con sus secretarios y socios, todos con la indiferente idea que las capacidades del señor Rümpler estaban en las últimas.

—Sobre el proyecto. Volkswagewerk Kübelwagen, será mi obra maestra.

—¿Y... que necesita, de mi?

—Su industria esta situada en...—hecho a andar su cabeza mientras pedía con ansias a su secretario agitando los dedos el documento, el secretario husmeo rápidamente y le dio lo que quería.—En Erxleben. ¿Con que frecuencia la visita?

—Em, seis veces al mes... a lo mucho. Solo para cerciorarme que siga ahí, el subgerente lo atiende todo el vive ahí.

—¿Y dónde esta ese subgerente?

—En el puerto Endem.

Ferdinand peino con sus dedos su bigote.—Rümpler AC, ha sobrevivido a muchas oportunidades de fracaso. Pero se ha mantenido temple. Temo, señor Rümpler... que su empresa ha perdido ese poder.

—¿De que habla?—pregunto y curveo una ceja.

—Rechazo la opción de tener cómo trabajadores a prisioneros judíos... eso le había ahorrado miles de marcos, señor Rümpler. Ese fue un error muy grave.

—Mis trabajadores no lo hubieran permitido. Expulse a mi antiguo subgerente gitano cómo lo pidieron ¿no están contentos con eso?

—No quise ser grosero. Lo lamento.

—Usted no me busca por mis neumáticos. Su industria en KDF-Stand no les da abasto... lo sé no me crean tonto. Erxleben le queda a unos cuantos kilómetros de ahí, transportar sus vehículos no será mucho gasto como lo es enviarlos a cualquier otra industria que no es lo suficientemente fuerte. Sería un riesgo que usted no esta dispuesto a intentar.

Los de la mesa quitaron la idea del anciano torpe.—Ja.—sonrió Ferdinand.—Sabio, y astuto. Señor Rümpler. Ninguna empresa que no sepa tomar oportunidades no existirá cuándo la década acabe o antes; se lo aseguro. Esta oportunidad, de reinventarse, de unión y compañerismo no volverá a repetirse. Le suplico que razone.

—Necesito hablarlo con mi esposa. En privado.

Ferdinand hizo más grande su sonrisa y se pudo ver como su bigote se sacudió.—Jamás escuche, a su abuelo y a su tío decir eso.

—Yo no soy cómo ninguna de ellas.—alzo Debra la voz.—Vengo de una familia poderosa como la de Carl. Y no permitiré esas groserías a mi apellido y lo que logrado ¡¡yo sola!! Que vergüenza que aún existan este tipo de diferencias, solo porque creen que este es negocio es de hombres.

—Lott pudo haber muerto si seguía los pasos de su esposa, señor Rümpler. Si no quiere arrepentirse, escuche a su hombre interior. Mi oferta, esta abierta hasta el final del mes. De otro modo, mis sospechas serán ciertas...—se levanto pedante de la silla.—Los Rümpler ya no son lo que solían ser.

Ferdinand se fue y sus secretarios tras él. Uno de ellos dejo el contacto del empresario al alcance del matrimonio.

[...]

En la maravillosa mansión Bohn, dentro del salón con la chimenea más grande de toda la casa a la que llamaban el Salón Rojo por el tabique y el tapiz que desde hace más de cincuenta años era el mismo; se encontraban algunos miembros de la familia Bohn, Wilhelm su esposa Geraldine, quien después de tantos años ya podía volver a pisar las alfombras de esa enorme casa; y Anton Bohn. A la mesa tenían un tema muy importante, el periódico de aquel día informaba sobre el arresto de la fiel partidaria Heidi Bohn-Barnett, hija de Wilhelm y Geraldine, y de su esposo Jason Barnett. Ambos unos devotos al fascismo y Barnett un diplomático intimo amigo del líder del partido en Gran Bretaña, Oswald Mosley. Habían estado de viaje por trabajo en Francia y España. Los Bohn-Barnett creyeron entonces conveniente volver a Alemania después de su ajetreado viaje. Con lo que no contaban, era que las autoridades alemanas desaprobaban por completo la unión de una auténtica alemana con un británico; con un enemigo.

«Heidi Bohn-Barnett y Jason Barnett
arrestados.

La noche de hace dos días, el matrimonio Bohn-Barnett fue detenido en la estación de Colonia por fuerzas policiacas alemanas bajo ordenes de Gestapo. Confirman que su unión con un británico es un insulto, a pesar de compartir ideas, "La identidad británica y la alemana no son las mismas aun en estas circunstancias. Una cosa es el cerebro y otra muy diferente la sangre"., afirma el adjunto Latinus Heyne».

Esa era la nota en la página 6 del diario. Bajo la nota estaba la foto de Heyne, un hombre viejo con mostacho encanado y perfectamente delineado. Anteojos redondos y pequeños y un sombrero de copa; en lo que parecían las oficinas de Gestapo dando un informe sobre un podium sobre el caso de los Bohn-Barnett.

—¿Que haremos ahora?—preguntó Geraldine retorciendo un pañuelo entre sus manos muy preocupada.—¿Wilhelm? ¿Que vamos a hacer?

Wilhelm Bohn en cambio se veía muy pensativo. Pero no se veía con intenciones de querer desperdiciar sus fuerzas en sacar a su hija y yerno del calabozo donde estaban encerrados.

—Mis manos están atadas.

—Que absurdo. ¡Ni parece que te importe!

Wilhelm refunfuñó y volteo a ver su esposa. Ella estaba sentada en un sillón individual pardo, vestía ella de beige y desmaquillado su rostro revelaba su vejez con las arrugas, los puntos negros y demás imperfecciones de la edad.

—Es de tu hija de la que hablamos, Wilhelm, por piedad, haz algo.

—Mi hermano tiene razón, Geraldine.—intervino Anton Bohn, el invidente más poderoso de todo Berlín. Usando su traje azul y sosteniendo su bastón entre sus manos.—La situación de Heidi y Jason es muy delicada. Lo mejor será dejar que su partido actúe... no nosotros.

—¿Abandonarla? ¿Que abandone a mi hija, Anton? ¡Disculpa, pero sé que es algo que a ti y Helene, que en paz descanse; no les molestaba, pero a mi sí!

—¡Geraldine!—bramo Wilhelm.—¡Anton tiene razón! Esto no se trata de un arresto que a nosotros como familia nos concierne. Es política, es cosa de su partido, es un discurso de lealtades al que Heidi se enfrenta ahora. ¿O que siguieres haces, entonces?

Tenía la mente en blanco. Ninguna idea sensata aterrizaba en su cabeza; su cabeza testaruda, completamente acostumbrada a dejarle las decisiones difíciles a los hombres.

Comenzó a balbucear.—P... puedes ir... y hablar con ese tal Heyne. Llegar a un acuerdo... debe haber una cantidad que...

—¿Soborno?—interrumpió Wilhelm molesto, como si Geraldine le hubiera escupido a su copa.—¿Hablas de sobornar a un adjunto del gobierno? ¡Sería lo último que hiciera!

—¡No me refiero a un soborno! Hablo de que debe existir alguna tipo de... fianza, en todos los arrestos hay una. En todo caso policial hay la posibilidad de pagar una fianza y liberar los cargos...

—Yo estaba pensando en lo mismo.—Debra Bohn entro al Salón y se unió a la conversación. Había estado muy atenta a la charla eso parecía.—Una fianza debería ser bien recibida.

—¿Pagar una fianza por Heidi y su esposo?—repitió Anton.

—¡Solo la de ella!—repuso Geraldine.—¡A Jason lo puede ayudar su partido!

—Mosley, del que tanto presume ser amigo íntimo.—dijo Debra.

—¡Como son necias!—insistió Wilhelm.—¡Esto no se trata de multas de transito vencidas o... el robo a una tienda, no es nada policial es política! ¡Heidi está enfrentando los estrictos protocolos y estatutos del régimen, algo en lo que el dinero no tiene que intervenir! ¡Se trata de la lealtad de Heidi con la nación!

—Pero que escándalo.—sentenció Debra casi en silencio.—Como algo tan casual o... trivial ahora te puede llevar a la horca.

—¿La horca?—repitió Geraldine totalmente aterrada.

—Fue una metáfora...—repuso Debra.—Quiero decir que, realmente ahora nuestra nación es un lío.

—Muchos lo ven como un renacer.—dijo Anton.—Y si me lo preguntan a mi; mientras funcione no hay porque radicar.

Geraldine se cubrió el rostro con las manos, al parecer nadie parecía ni quería escucharla o apoyarla. Su hija favorita estaba tras las rejas y verdaderamente sin un hombre que la ayudase, sus intentos serían inútiles y hasta cierto punto, si se analizaba con cabeza, podría acabar también en tragedia.

Anton Bohn sugirió en voz alta que todos fueran a descansar en sus cálidas camas dentro de sus cómodas habitaciones. Anton y su hija Debra se quedaron en el Salón Rojo después de que todos lo abandonaron, incluyendo Geraldine.

—No va estar quieta hasta que tú o el tío la saquen de donde está.

—¡No empieces tu también, Debra!—refunfuño.—¡Además, yo que tengo que ver en todo esto! ¡No es mi hija y...!—balbuceó.— Ni siquiera me agrada mucho.

Debra se burlo en silencio. Vio a su madre molesto, o incluso su angustiado tamborileando sus dedos en la empuñadura de su bastón.

—Pero si que te preocupa.

—¡Y como no! ¡Wilhelm terminara por ceder a esa loca mujer que tiene por esposa y entonces si que estaremos en líos! ¡Grandes líos! ¡La lealtad de la familia ya esta fracturada, y con Geraldine y Willy acosando a un hombre como Heyne, ja, nos hundirán!

—¿Lealtad?

Anton suspiró, su rostro se endureció y alzo su rostro al techo.—"Vosotros el porvenir"... el lema de la familia Bohn. Debemos estar a la vanguardia de la economía... y de la política también. No tenemos razones para querer entrar en escándalos; no es otro más que este.

—¿Que hubiera hecho ella?... Doris.

Anton analizó la situación como si fuese su madre y sonrió.

—Nada. En primer lugar nunca hubiera permitido que una de sus nietas desposara a un inglés.

Debra asintió.—Es verdad.

—¡Y ese es el problema en cuestión, ¿te das cuenta?!

—Una locura.

—Todo será una locura de ahora en adelante. No dejemos que se nos vaya de las manos. Debemos tener a Wilhelm... muy cerca.

—¿Y a Geraldine lejos?

Anton por un momento casi asiente con la cabeza, pero era una propuesta maliciosa. Negó de pronto mientras una mejor sugerencia llegaba a su mente.

—No, no, lejos no. Pero si hay que cuidarla. No hay que dejar que su instinto de madre actúe. Por experiencia... sabemos que eso no termina nada bien.

Debra giro a ver a su padre. El estaba inerte, muy seguro de sus palabras. Tenía la completa convicción que ambos tenían el mismo recuerdo en sus cabezas; la muerte del tío Reinhard.

—No para algunos.—repuso Debra.

Anton asintió. Todos esos años, sabía que lo que habían hecho era por el bien de su hija, pero el que había muerto era su hermano. Su trastornado, enfermizo e irremediable hermano.

—Ya quiero ir a dormir.

Debra sacudió su cabeza. Tomo a su padre por los codos y lo guió hasta su alcoba. Una vez arropado y cómodo, ella se fue a la suya, Carl ya estaba dentro de la cama; durmiendo muy despreocupado. Debra se tiro de rodillas junto a la cama, unió sus palmas, pego su frente a ellas y comenzó a susurrar sus mas profundos deseos y preocupaciones a Dios, con la esperanza de que trajera orden y tranquilidad de una vez por todas a su vida.

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